Neoliberalismo (III)

Dice el neoliberalismo que el capitalismo es afín a la ética judeo-cristiana. Conscientes de que el descarnado discurso por el poder y la defensa de los intereses de clase no son de por sí suficientes para que una sociedad funcione ni para seducir a las masas, las élites neoliberales han sacado de no sé donde la especie de que el capitalismo es el sistema económico que mejor se adapta al mensaje de la Biblia, lo cual, y con la de"/>

El capitalismo ¿afín a la ética judeo-cristiana?

Neoliberalismo (III)

Dice el neoliberalismo que el capitalismo es afín a la ética judeo-cristiana. Conscientes de que el descarnado discurso por el poder y la defensa de los intereses de clase no son de por sí suficientes para que una sociedad funcione ni para seducir a las masas, las élites neoliberales han sacado de no sé donde la especie de que el capitalismo es el sistema económico que mejor se adapta al mensaje de la Biblia, lo cual, y con la de

31 DE AGOSTO DE 2007 · 22:00

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Cierto que el capitalismo ha producido en Occidente un sistema que ha proporcionado un nivel de bienestar generalizado nunca antes logrado. Cierto también que como productor de bienes y servicios no tiene parangón. Pero colegir de estos datos que el capitalismo sea el sistema querido por Dios ya es harina de otro costal. Es ir demasiado lejos. Cuando se analizan los imperios del pasado, nadie discute que se comportaron de forma hegemónica y depredadora para con los pueblos y territorios que subyugaron . Prueba de ello es que la propia Biblia los describe a todos con la figura de bestias deformes altamente preparadas para tal fin que van desfilando una tras otra en incesante procesión. ¡Y nadie se rasga las vestiduras por ello! Pero, ¡ay!, cuando analizamos los imperios protestantes, fundamentalmente británico y estadounidense, cuna y portaestandarte, respectivamente, del capitalismo, ya el discurso cambia. Lo que hasta entonces era deformidad y pura bestialidad, ahora es belleza, armonía y verdadera humanidad. Es como si el capitalismo, el sistema imperial de los últimos tres siglos en números redondos, hubiera, siguiendo la simbología del libro de Daniel, transmutado su repulsiva y bestial figura por la entrañable y humana del Hijo del hombre. Tal presentación es un fraude descomunal. Y lo es porque presenta el resultado final, el que se ha hecho visible a partir del ecuador del siglo XX como si fuera la auténtica esencia del mismo. No nos engañemos. El capitalismo ha llegado a ser así porque se ha visto obligado a ello. Porque se ha visto obligado, los sindicatos hubieron de ser admitidos como parte del sistema. Porque se ha visto obligado, hubo de admitir el sufragio universal. Porque se ha visto obligado, la legislación laboral se promulgó. Porque se ha visto obligado, las condiciones de trabajo dejaron de ser las que fueron. Porque se ha visto obligado tuvo que transigir con la puesta en pie de instituciones claramente antisistema como la seguridad social. Y porque se vio obligado, tuvo que transigir con la aparición de los partidos que lo cuestionaban. Ninguno de los logros de los que ahora presume y que sus voceros predican como inherentes a su propia naturaleza fue otorgado graciosamente. Todos le fueron arrebatados con sangre sudor y lágrimas en el contexto de una lucha ideológica a muerte contra un marxismo inicialmente deslumbrante y seductor . No hace falta más que repasar cualquier libro de historia para cerciorarse que bajo el capitalismo los trabajadores fueron explotados hasta límites insospechados. Las minas de carbón inglesas, por ejemplo, empleaban a críos para trabajar las vetas más profundas, ya que sus pequeños cuerpos les permitían acceder a los lugares más recónditos, al tiempo que suponían un ahorro considerable en estructuras, toda vez que las galerías podían ser mucho más angostas. Si no ha seguido siendo así es porque el estado se lo impidió. Suele argüirse contra la evidencia del pasado que, efectivamente, se trata de aspectos totalmente superados. Pero por más veces que se diga y por más que se enfatice, la idea es falsa. No son cosas del pasado. Lo son del presente. Tanto como que las condiciones laborales implantadas por los buques insignias del capitalismo, esto es, las multinacionales, en los países pobres son literal y estrictamente la reedición de las prácticas cuasi esclavistas del primer capitalismo . No importa que no las cobijen en sus instalaciones; importa que aunque así sea, ellas son cómplices porque son quienes las imponen a los autóctonos a través de la fijación de precios, plazos de entrega y condiciones de producción. Aunque ya no es tema de actualidad, el tema estuvo en las primeras páginas de los periódicos con motivo del escándalo del precio que se pagaba en el origen asiático a los productores de calzado deportivo, el precio con que salían al mercado y los importes que dichas marcas pagaban a sus deportistas patrocinados. Y la situación no ha cambiado. Otra prueba en contra de la bondad pretendida la constituye el hecho de que en el propio Occidente están consiguiendo hacer desaparecer todas las concesiones realizadas . Así resulta que los sindicatos, la negociación colectiva, y el propio concepto de horario y derecho laboral están siendo barridos del escenario por la presión que ejercen sobre los gobiernos directa e indirectamente a través de organizaciones internacionales tales como el BM, la OMC, el FMI, etc. Y no sólo eso. Ningunean a los propios gobiernos estatales. sirviéndose de su capacidad inversora y generadora de empleo para obtener prebendas, sí, prebendas, de toda índole a cambio de compromisos que no son otra cosa que papel mojado como ha puesto de relieve el último de una ya larguísima e inacabada saga de escándalos: el de la empresa de automoción Delphi, quien después de haberse beneficiado de un buen número de millones de euros a cambio de ciertas contrapartidas de estabilidad y permanencia, cuando le ha parecido bien, faltando al compromiso contraído, decide cesar en sus actividades. No conformándose con ello, y para mayor escarnio, mientras mandaba a sus trabajadores a la puñetera calle para irse a obtener prebendas en otros lares, premiaba con decenas de millones de dólares a sus altos ejecutivos por haber alcanzado los objetivos de relocalización. Cuando en neoliberalismo habla de honradez en el trato, laboriosidad y ahorro está pensando exclusivamente en ellos como recetas que sacarán a los pobres de su situación, pero no en virtudes que adornen a los triunfadores. ¡Claro, esto no se dice así! ¡Sería demasiado! Pero sí se dice de otras maneras . Generalmente, remitiéndose a supuestas razones de índole económica, razones que por provenir de una disciplina llamada científica se presentan como provenientes de más allá del bien y del mal. En realidad, dichas virtudes no son exclusivamente bíblicas; han sido patrimonio de las más diversas culturas: desde las antiguas semitas hasta la más próximas a nosotros como la feudal y renacentista, en que Maquiavelo teoriza para el príncipe un asunto que ha devenido en moneda corriente en el mundo de los negocios: la absoluta necesidad de faltar a lo acordado cuando así interese. Y si del ahorro hablamos, ¿qué decir de él cuando es la antítesis del sistema? Porque no nos engañemos, el sistema no descansa en el ahorro, sino en el consumo. Sin éste, las fábricas se pararían, los bancos no prestarían, los vendedores no venderían y, consecuentemente, la creación de empleo se detendría. El sistema necesita tanto del consumo como una bicicleta del pedaleo. De hecho, la primera señal de crisis es precisamente la ralentización del consumo. ¿Y qué de la laboriosidad? El sistema no precisa de gente laboriosa, sino ambiciosa. El triunfador no es el trabajador laborioso que cual hormiga se aplica al ejercicio de su tarea, el triunfador es la persona que se dedica en cuerpo y alma a conseguir sus ambiciones personales, que no es lo mismo. Aquél puede ser muy útil y necesario para la empresa, no lo discuto, pero no es el modelo que rinda dividendos al sistema, que le sirva para expandirse y retroalimentarse. Como muy claramente decía un directivo que tuve, bastante apegado al sistema, “el asunto no es cosa de trabajadores, sino de listos”. ANTIGUO TESTAMENTO No obstante, el punto que mejor muestra la gran diferencia entre capitalismo y pensamiento del AT sea el de la concepción del estado, ya que mientras que aquél le exige que se desentienda de los asuntos económicos y deje hacer libremente al mercado, éste le reserva un papel director en dichos asuntos . Un texto perteneciente al relato de la fundación del estado de Israel (en sentido lato está presente en el relato de la Alianza) ya declara cuál es el sentido de éste “que no haya en medio de ti mendigo” (Dt. 15:4). De ello derivan instituciones tan emblemáticas como la de la remisión (Dt. 15:1-11), consistente en perdonar cada siete años a los deudores aquella cantidad recibida en préstamo que no hubieran podido devolver, y el jubileo, consistente en la remisión de antiguas posesiones, esto es en la recuperación de la tierra que se vieron forzados a vender, en base a que la tierra, siendo propiedad de Yhwh, y no del hombre, no se podía vender a perpetuidad (Dt. 25:23). Otra diferencia notable entre sistema capitalista y AT es la cuestión del préstamo a interés. Si para éste, prestar con interés es algo que no debía hacerse (Éx. 22:25), para aquél es uno de los pilares básicos del sistema. NUEVO TESTAMENTO ¿Y qué decir del NT? Pues tres cuartos de lo mismo . A pesar de que el “pueblo” que en él se configura no es un pueblo vinculado a un territorio, lengua o etnia, motivo por el que no encontramos legislación ni sentido de un estado como en el caso de Israel y del resto de los pueblos, la realidad es que no faltan señas claras de incompatibilidad. La principal, las que perfilan las bienaventuranzas. Si Dios promete su reino, consolación, heredad y paternidad a los pobres (Lc. 6:20-26) y a los que tienen el espíritu de los pobres (Mt. 5:3), a los afligidos, a los mansos, a los que tienen hambre y sed de justicia, a los misericordiosos y pacificadores, el capitalismo, a estos mismos, sólo les promete penalidades sin cuento. Porque el “cielo” lo reserva a aquellos que muestran ser todo lo contrario. A los pobres, apestados ellos por ser la negación de la propaganda del sistema, no otorga el capitalismo ningún consuelo, sino, y son palabras textuales de los prohombres neoliberales y la base de su anhelada reducción de los gastos sociales, la experimentación más cruda de su propia situación. Según ellos es el único medio efectivo para hacerles volver al redil próspero del que se han descarriado. Otro tanto podría decirse de los mansos, misericordiosos, limpios de corazón y pacificadores. Ninguno de ellas son perfiles que respondan a las exigencias del sistema, por lo tanto, los humilla en su condición con el objetivo de que el castigo, que ellos no llaman así, ¡faltaría más!, modifique su perfil y comportamiento. El perfil; mejor dicho, el modelo de hombre que exige el sistema, pese a quien pese, Max Weber incluido, no responde al del nuevo hombre propugnado por el evangelio. El modelo exigido por el sistema es el del triunfador. Para el sistema es el referente, la demostración de los goces y bienes reservados a los que son como él. El escaparate de todo lo que puede ofrecer a quienes se pliegan a sus exigencias. P ero las características del triunfador son bien distintas a las galardonadas por las bienaventuranzas de Jesús . Son, por exponerlas de forma resumida, el orgullo, la egolatría, la dureza pétrea e insensibilidad total, la falta de misericordia, la doblez, la beligerancia y, cómo no, el deseo de aniquilación del adversario. Puestas así, en fila india, pueden parecer excesivas, pero repasen por un momento las cualidades que se atribuyen al “líder”. ¿No es aquél a quien se le presupone que no debe dejarse influenciar por sus sentimientos ni dejar que le tiemble la mano en la toma de decisiones? ¿Aquél que no debe dejarse amilanar por las circunstancias personales de los componentes de los demás, incluidos lo componentes de sus propios equipos? ¿Aquél que debe imponerse con mano de hierro pero debidamente oculta en guante de seda a todos aquellos con quienes entra en contacto? Evidentemente, siempre han existido personajes así, pero en la antigüedad siempre estuvieron constreñidos por los estamentos sociales. Aunque hubiera cierta movilidad como ocurrió en Roma, los triunfadores procedentes de las clases bajas nunca se libraron del sambenito de ser nuevos ricos, advenedizos; si se quiere, intrusos que habían llegado pero que eran rechazados socialmente por proceder de dónde procedían. No eran, ciertamente, modelos a seguir. A estas diferencias hay que añadir una más: la aceptación social del hecho de que el hombre orientara el sentido de su vida a la actividad económica en sí, lo que conlleva el plegamiento a las exigencias de la racionalidad económica en detrimento de otras exigencias, por ejemplo, las propiamente religiosas . Estas exigencias aparecen en el NT aparecen muy claramente. Jesús las planteó, además de en las bienaventuranzas, en el caso del joven rico, del rico insensato, en sus advertencias contra el culto a Mammón, en la parábola de los labradores contratados a última hora, etc. Es lo que han señalado buena parte de quienes han participado recientemente en el análisis de la obra de Max Weber con motivo de su centenario. El auténtico nexo entre protestantismo y espíritu del capitalismo no reside en la idoneidad de esas virtudes antes mencionadas de ahorro, laboriosidad y honradez en el trato, sino en el repliegue de la razón religiosa ante el empuje de una nueva racionalidad que chocaba con ella: la económica NOVAC De todos modos lo que mejor denuncia el canto de sirena a que me vengo refiriendo es un texto de uno de los prohombres del neoliberalismo. Es de M. Novac y se encuentra en su obra Una teología del capitalismo democrático y dice así: “Durante muchos años uno de mis textos preferidos de la Escritura fue Is. 53:2-3: ‘Creció en su presencia como brote, como raíz en el páramo: no tenía presencia ni belleza que atrajera nuestras miradas ni aspecto que nos cautivara. Despreciado y evitado de la gente, un hombre hecho a sufrir, curtido en el dolor, al verlo se tapaban la cara; despreciado, lo tuvimos por nada’”. Y ahora, la traca final: “quisiera ampliar estas palabras a la Business Corporation”. O lo que es lo mismo, las grandes corporaciones del sistema capitalista en el papel de Jesús. ¡Hay que ver hasta dónde llega la idoneidad del capitalismo con el pensamiento judeo-cristiano! ¡Y yo sin quererme enterar!
Artículos anteriores de esta serie:
1Cantos de sirena del neoliberalismo
2«No somos conservadores»


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