Parque Nacional Yellowstone, Wyoming
28 de diciembre


Mike hunde una pequeña red por medio de una pértiga en una de las pozas turquesas, esos pequeños accesos a un subsuelo de hielo y roca que hieren el parque. De esas pozas, emanan unos riachuelos de tonos cobrizos y sienas que se explayan por todas partes. Alrededor, da la sensación de que los árboles han elegido crecer a una distancia prudencial de esos accidentes del terreno."/>

Yellowstone: Morning glory

Parque Nacional Yellowstone, Wyoming
28 de diciembre


Mike hunde una pequeña red por medio de una pértiga en una de las pozas turquesas, esos pequeños accesos a un subsuelo de hielo y roca que hieren el parque. De esas pozas, emanan unos riachuelos de tonos cobrizos y sienas que se explayan por todas partes. Alrededor, da la sensación de que los árboles han elegido crecer a una distancia prudencial de esos accidentes del terreno.

09 DE JUNIO DE 2007 · 22:00

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Mike saca la red, en la que brillan algunas monedas. “Más para la colección”, dice uno de los dos únicos geólogos que trabajan, junto con cuatro voluntarios más, para toda la vasta extensión de Yellowstone. Tras unos cuantos chistes malísimos sobre si el oso Yogui estaba por allí, me he quedado a hacerle compañía, verle ajustarse la gorra caqui y escudriñar el fondo de Morning Glory(1), la poza junto a la que estamos. Contemplo la montañita de monedas que ha ido dejando aparte. De cuando en cuando me descubro imaginando el viaje que han hecho esas monedas, preguntándome si habrán pasado por tantas peripecias como yo. Seguramente habrán visto más mundo. De momento, han llegado a donde los que estamos aquí nunca lo haremos; en el fondo de Morning Glory. - ¿Y la gente arroja monedas aquí? – pregunto. - No. Siguen un recorrido en zig-zag, desde el manantial que hay en el monte Washburn – responde, señalando con la red hacia un pico ancho y redondeado, no excesivamente alto, pero cubierto de un consistente manto blanco. Se seca el sudor con el dorso del antebrazo y vuelve a hundir la red en el agua caliente, que deja escapar una ligera bruma –. Cada cinco años, debido a la basura que tiran al manantial, el agua se enturbia y cambia de color. Nos pasamos el tiempo desatascando pozas – dice, meneando la cabeza. Y empieza a cantar. Un tarareo fino al principio, y un rumor acuático, creciente como la marea al anochecer, se añade casi sin darme cuenta. Después empiezo a entender algunas frases de la cantinela, en la que se recogen las guturales voces de los indios, el tanteo de los cascos de los caballos, y hasta el aroma a épocas indefinidas, pero claramente antiguas... “Con el paso del tiempo, en su mansedumbre / las nubes encogen, con el viento que es Tu Nombre / que recoge donde el hombre no cosecha / aun cuando sólo estas aguas te obedezcan / son tus redes, Gran Ser, las que mueven los frutos de los árboles, / pues la mañana es el lugar de gloria / que hace agitar hasta las profundidades de los charcos / y las campanillas abiertas luchan para mecerse y existir”... Y vuelvo a perderme. Es una canción que me hace sentir en paz, pero que por desgracia pronto olvidaré, lo cual me entristece sobremanera. En un momento dado, para en seco de cantar y saca la red, esta vez sin monedas en su interior. Lo que sí sigue resonando, cada vez menos nítida, es esa intensa melodía que debió escribirse en las profundidades de un alma, honda como ese charco.
1) Es el nombre que se le da a un tipo de flor que en español se llama campanilla (ipomoea violácea). La forma de la poza recuerda a esta flor. De ahí su nombre.

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