Hacia Canadá, por el mar del Labrador, 11 de septiembre

Y el barco se zarandea, de nuevo, ajeno a los que en sus entrañas anidamos, para resguardarnos del resplandor exterior. Es otro barco, pero es el mismo a la vez, porque es esa sensación… nos vamos meciendo de una zona a otra, de un lado a otro."/>

Búsqueda de humanidad

Hacia Canadá, por el mar del Labrador, 11 de septiembre

Y el barco se zarandea, de nuevo, ajeno a los que en sus entrañas anidamos, para resguardarnos del resplandor exterior. Es otro barco, pero es el mismo a la vez, porque es esa sensación… nos vamos meciendo de una zona a otra, de un lado a otro.

02 DE DICIEMBRE DE 2006 · 23:00

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Tumbado en una suerte de camarote, que de verdad parece una lata de sardinas, miro al techo, intentando fijar la vista en un punto quieto. Esta vez no hay tripulante misterioso que me entretenga y me haga pensar. Hay olas criminales ahí fuera. Con qué frecuencia nos aferramos en medio del mar bravo a lo que parece más seguro. Igual acontece con la vida. Lo que tiene aspecto de estable, hacia donde la turba se agarra desesperadamente, en eso nos fijamos. Y puede que otro fragmento de un navío nos parezca menos seguro, y lo dejamos a la deriva, y nos decimos que el infeliz que se aferra a ese otro fragmento distinto al de los demás, al de los sabios, ese… no ve la realidad, aunque estemos también bajo una misma tormenta, bajo el mismo cielo consumidor… “Por la mañana siembra tu semilla, y a la tarde no dejes reposar tu mano; porque no sabes cuál es lo mejor, si esto o aquello, o si lo uno y lo otro es igualmente bueno” (Eclesiastés 11:6) Ivujivik, 12 de septiembre No desaparece la sensación de haber pasado por aquí. El norte de Islandia, el sur de Groenlandia, y el norte de Canadá tienen la misma estampa. La Bahía de Hudson huele a sal y a eternidad, como un creyente, y la blancura que puede reflejar ese creyente, como el Québec. Alguien que se me ha adelantado en el refugio (más civilizado que el de Nuuk), ha garabateado con un cuchillo una ingeniosa frase, en el borde de la cama, que como el resto de cosas en esta habitación, es de madera. No siempre se hace lo que se quiere, pero siempre se debe querer lo que se hace. Creo que lo he visto antes escrito, pero no deja de tener razón. Aquí estoy, de hecho, y vuelvo a sentirme sutilmente culpable por todas mis quejas anteriores, pues sé que muchas de mis oraciones han sido contestadas, y que de veras estoy bien con lo que hago en este instante. Se precipita otra palabra que me asusta: responsabilidad. 13 de septiembre La ciudad está desierta. Empiezo a echar de menos ver más gente: la indiferencia de estar en esa marea de seres a los que quizá tardaré en ver de nuevo; los empujones en el transporte público; las colas para cualquier parte; el bullicio; las prisas; la humanidad, en definitiva. Es curioso cómo se pueden echar de menos esas cosas tan terribles. Tengo que fijar una nueva ruta, o me volveré loco. Recuerdo al aviador que me abandonó en Groenlandia… ¿habrá alcanzado su destino? ¿Para qué cruzar el Atlántico? ¿Qué o quién le esperaba al otro lado? A mi nadie me espera al final de este viaje, por lo pronto en Nedham. Soy yo quien aguarda a que suceda algo. Me asomo a la ventana y todo es tan bello que parece más real cada vez. Otra aurora. Me duermo con el sonido del fenómeno, como de hojas cayendo, que se posan sobre mi rostro. Esta noche soñaré con los perros que me llevaron en trineo días atrás. Avigiaq, entre una bruma tranquila, líquida, tiene un nuevo perro, llamado Buck, como el de la novela de Jack London. Corren hacia el sol siempre alto de Groenlandia, hacia lo primitivo. ¿No será este el propósito genuino de mi viaje, ir hacia lo primitivo? Veremos.

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