Teoría del universo inflacionario

El término inflación en cosmología significa expansión acelerada y se denomina así por su parecido con el crecimiento cada vez más rápido que sufren los precios en determinadas épocas. Según la teoría del universo inflacionario, inmediatamente después de producirse el Big Bang, debió darse un breve período de expansión acelerada durante el cual el tamaño del universo primitivo aumentó en un factor enorme.

11 DE MARZO DE 2006 · 23:00

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En el intervalo de tiempo comprendido entre una cienmilésima de quintillonésima del primer segundo hasta una centésima de quintillonésima (de 10-35 seg. a 10-32 seg.) de existencia del universo, debió haber un crecimiento mucho más fuerte de la expansión. Una fase inflacionaria durante la cual la fuerza fuerte se separó de la débil y el universo se hizo plano y homogéneo. De esta manera, los cálculos de los astrónomos parecían resolver teóricamente grandes lagunas de la teoría primitiva. ¿Qué se quiere decir al afirmar que el cosmos es plano? Veámoslo mediante un sencillo ejemplo. Imaginemos una burbuja de jabón sobre la que camina una pequeña hormiga. Suponiendo que la burbuja no revienta por el contacto con las seis temblorosas patitas del insecto, éste se daría perfecta cuenta de estar caminando sobre una superficie curvada, ya que el diámetro de una pompa de jabón es relativamente pequeño. Pero si la burbuja aumentara hasta alcanzar el tamaño de la Tierra, ¿podría la hormiga ahora detectar la curvatura o creería que camina sobre una superficie perfectamente plana? Esto es algo parecido a lo que habría ocurrido con el proceso de la inflación. La creación de un universo plano a nuestro alrededor, a pesar de haberse originado a partir de una expansión esférica. De manera que la geometría del espacio sería sin curvatura y en él las galaxias se alejarían indefinidamente sin volver nunca sobre sí mismas. ¿Es homogéneo el universo? Si se observa la distribución de las estrellas dentro de una galaxia, o la de las galaxias en el firmamento, es evidente que éste no es homogéneo. Hay agrupaciones de estrellas brillantes en determinadas regiones del espacio, mientras que en otras impera el vacío y la oscuridad. A la escala de las distancias intergalácticas la no homogeneidad es patente. Sin embargo, cuando se cambia de escala las cosas se vuelven distintas. Al medir en distancias de cientos de millones de años-luz, todas estas irregularidades centelleantes parecen distribuirse de manera uniforme en el universo y entonces éste adquiere el aspecto de una esponja homogénea, con abundantes huecos oscuros pero también con suficiente masa brillante. Desde esta perspectiva el cosmos sí sería homogéneo. Aunque la teoría de la inflación es sumamente especulativa, ya que no posee un respaldo empírico en el que apoyarse, lo cierto es que ha sido muy bien acogida por el estamento científico pues explica de forma teórica numerosas incógnitas que generaba la teoría del Big Bang y, por tanto, contribuye a reforzarla. Los cálculos matemáticos han llevado a los cosmólogos partidarios de ella a aventurar la hipótesis de que a los 10-43 segundos después de empezar a existir el universo, éste debió tener un diámetro mil billones de veces más pequeño que un átomo de hidrógeno, una temperatura de cien quintillones de grados Kelvin y una densidad casi infinita. ¿De dónde pudo surgir un átomo semejante? Aquí es donde las opiniones de la ciencia se diluyen para dar paso a las interpretaciones de la fe, sea ésta creyente o atea. No hay que olvidar que el ateismo es también una forma de creencia, pero en la inexistencia de Dios y, por tanto, en el origen del universo por medios exclusivamente naturales. Cuando el doctor George Smoot presentó los datos recopilados por el satélite COBE, hizo además las siguientes declaraciones: Si se es una persona religiosa, es como mirar a Dios. Hemos conseguido vislumbrar el momento de la creación [...] Es una experiencia mística, religiosa [...] Es como encontrar el mecanismo que mueve el universo, y, ¿no es eso lo que es Dios? (1) Por su parte, el famoso astrofísico cristiano, Hugh Ross, ferviente partidario de la teoría del Big Bang, escribe: Con pruebas dramáticas del evento creacional de la Gran Explosión Caliente en la mano, muchos astrónomos han llegado a estar dispuestos a declarar la implicación de esas pruebas: la existencia del Dios-Creador. (2) Sin embargo, otros astrónomos opinan lo contrario. En este sentido, el astrofísico de Cambridge, John Gribbin, finaliza su libro, “En busca del Big Bang”, con las siguientes palabras: Nuestra búsqueda de la Gran Explosión y antes, hasta el momento de la creación, ha acabado. [...] No hay necesidad de invocar milagros o nuevos fenómenos físicos para explicar la procedencia del Universo. [...] Ahora es posible dar una buena respuesta científica a la pregunta «¿De dónde venimos?» sin necesidad de invocar a Dios [...] Son los metafísicos los que han perdido el empleo como se deduce de la conferencia del Vaticano de 1981. [...] Parece, ciertamente, un buen lugar para terminar este libro el final del camino para la Metafísica. (3) ¿Cómo es posible llegar a conclusiones tan opuestas, partiendo de una misma teoría científica? Una diferencia de criterios semejante entre astrónomos viene a confirmar, una vez más, que el problema de los orígenes continúa siendo un asunto de fe y opción personal. Detrás de las teorías se esconden las creencias. La ciencia, a pesar del Big Bang, es incapaz de ofrecer una respuesta acerca de la creación del universo que sea clara y convincente para todo el mundo. Por más que se insista en ello, es falso que una teoría científica pueda ser capaz de demostrar la Creación a partir de la nada, ya que este tema cae fuera de las posibilidades de la ciencia experimental. Muchos creyentes continúan acercándose a este asunto hoy, en pleno siglo XXI, como lo hacían los cristianos del siglo primero: “por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (He. 11: 3). Y tal acción original, a pesar de los intentos, no puede ser entendida ni comprobada por la ciencia humana.
(1) Presència evangèlica, 139-140: 18. (2) Ross, H. 1999, El Creador y el Cosmos, Mundo Hispano, El Paso, Texas, USA, p. 56. (3) Gribbin, J. 1988, En busca del Big Bang, Pirámide, Madrid, p. 330.

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