La sonrisa de la abuela Juana

La abuela Juana, sentada junto a la ventana de la cocina, formaba parte de la casa. Aquella imagen se repetía todos los días: Los pequeños de la familia, Luisito y Juani, siempre la habían conocido así, sentada junto a la ventana, desde la mañana hasta el anochecer, cosiendo, remendando, haciendo punto, ganchillo. Todas las labores que precisaban de aguja e hilo, las sabía hacer la abuela Juana. Aquella era su vida.

04 DE FEBRERO DE 2006 · 23:00

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De sus manos salían vestidos, jerseys, agujeros recompuestos, bufandas interminables...Su ritmo de trabajo no era rápido y con el paso de los años se hacía más lento, como si quisiera retrasar deliberadamente la finalización de una pieza, temiendo quizá que aquella fuera la última. La abuela Juana parecía ajena a todo lo que le rodeaba, hablaba muy poco, aunque sonreía mucho, sí, pero a escondidas, cuando creía que nadie la miraba. Y su sonrisa hacía que, aún a su edad, pareciera todavía una niña. Tenía unos ojos pequeñitos que también sonreían y que, en opinión de Luisito, debían de ver las cosas muy chiquitinas. Cuando la familia se reunía para comer, ella continuaba junto a la ventana, de vez en cuando, la abuela Juana miraba hacia la mesa donde comían sus hijos y sus nietos y sonreía.- ¡Mirad, la abuela sonríe!-gritaba Juani. Y cuando todos se giraban para mirarla, ella volvía a concentrarse en sus agujas, como con vergüenza por haber sido descubierta, incluso daba la sensación de que se ruborizaba. La abuela Juana tenía una gran virtud, sabía escuchar. Toda su familia acostumbraba a contarle sus problemas, en conjunto o particularmente. Y aunque ella no dijera nunca nada, a lo máximo un – Claro-, o un – Hija mía- Todos experimentaban un gran alivio cuando les miraba y les sonreía, en estas ocasiones sin ocultarse, para después bajar sus ojos hacia el remiendo y seguir cosiendo. Un día la familia decidió darle una sorpresa a la abuela. Llamaron a un fotógrafo y le dijeron que le iban a sacar una foto. No había manera de conseguir que la abuela sonriera, todo fue inútil: Luisito y Juani reían viendo cómo se agrandaban los ojos de la pobre mujer asombrada ante la cámara fotográfica. Cuando, por fin, renunciaron a la idea de la foto, cansados de decirle a la abuela que sonriera, se reunieron en torno a la mesa donde habían preparado una pequeña merienda para premiar al fotógrafo. -¡Mirad, la abuela sonríe!- gritó Juani. Rápidamente, el fotógrafo sacó la foto con la rapidez de un reportero en un campo de batalla, de tal forma, que a la abuela Juana no le dio tiempo de bajar su mirada. La foto quedó un poco descentrada, pero a nadie le importó. Habían conseguido inmortalizar la sonrisa de la abuela. Cuando la abuela Juana cerró sus pequeños ojos para siempre en la casa todos la echaron de menos. La cocina parecía mucho más grande y más fría. Decidieron enmarcar la foto y colgarla junto a la ventana, así todos conservaban mejor su recuerdo. Un domingo, cuando la familia entera se encontraba comiendo, Juani miró hacia el retrato y gritó: -¡Mirad, la abuela sonríe!- Todos se dieron la vuelta rápidamente y sonrieron a la vez, después, siguieron comiendo en silencio, pensando cada uno que justo en ese momento, la abuela Juana, habría bajado su mirada, ruborizada, haciendo punto, allí, en el cielo, donde seguiría siendo, para siempre, una niña.

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