Encrucijada turca

Tuve el privilegio de conocer personalmente a Agop Bedrossian en los años 80, en Buenos Aires. Por aquel entonces yo tenía algo más de 20 años y él rondaba los 90. Con el tiempo, una de mis hermanas se casó con uno de los nietos de Agop: Ricardo Bedrossian, abogado y pastor de una dinámica iglesia evangélica en una zona céntrica de la capital porteña.

08 DE OCTUBRE DE 2005 · 22:00

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Conocer a la familia Bedrossian ha sido una experiencia reveladora y muy inspiradora para mi vida. La historia de Agop – maravillosamente narrada por su hijo Eduardo en “Hayrig (“papá”, en armenio) Detrás del silencio de un millón y medio de voces” – es la historia verídica y dramática de un niño que ve cómo las milicias de los Jóvenes Turcos matan a toda su familia y degüellan a su madre delante de sus propios ojos. Los hechos tienen lugar en 1915, durante la primera guerra mundial.

Agop es abandonado en un pozo lleno de cadáveres, dado por muerto. Pero al fin sale del pozo y, después de muchas peripecias, logra llegar a la Argentina donde le esperan otros armenios que han sufrido su misma suerte. Una suerte mejor que la del millón y medio de paisanos suyos que murieron a manos de los turcos, en el primer genocidio del siglo XX. Allí comienza una nueva vida, arropado por otros armenios, acompañado por los recuerdos de su Geben natal y apoyado en su fe cristiana. Eduardo Bedrossian destaca en su libro que el pueblo Armenio fue la primera nación de la historia en aceptar el cristianismo como religión oficial y que es esta seña de identidad, precisamente, la principal razón por la que el gobierno de los Jóvenes Turcos acomete este horrendo acto de barbarie.

Agop vivió más de 100 años y alcanzó a conocer hasta 13 biznietos. Sus 5 hijos y 9 nietos, entre los que se cuentan médicos, abogados, arquitectos, psicólogos, pastores, músicos, maestros, escritores y un largo etcétera de profesionales y personas de bien, no dudan en afirmar que fue su fe en Dios, lo que le ayudó a construir un destino marcado por el amor y la esperanza, en lugar de dejarse arrastrar por la amargura, el odio y los deseos de venganza. Una historia maravillosa de superación personal, de esas que dignifican a la raza humana y en las que se miran los hombres y mujeres de paz.

Sin embargo, más de un siglo de vida no le alcanzaron a Agop para ser testigo de una justa y reclamada reparación histórica por parte del pueblo turco. Lejos de eso, las autoridades turcas se han negado sistemáticamente, durante 90 años, a hablar del tema. Más aún, algunos analistas llaman la atención sobre los intentos recientes de sistematizar la negación del genocidio armenio a través de algunas reformas educativas.

¿TURQUIA EN LA UE?
En estos días el tema ha vuelto a la palestra porque, dentro de la lista de exigencias que ”los Veinticinco” imponen al gobierno turco para considerar su incorporación a la UE, se recoge, precisamente, el reconocimiento histórico del genocidio armenio.

Veremos qué sucede al final, pero la exigencia es de justicia. No son pocos los países que recelan de la incorporación del gigante turco a la UE y ponen en duda la autenticidad de su identificación con los valores democráticos. Esto se debe, según algunos analistas, a que la fundación de la moderna República de Turquía, impulsada por Mustafa Kemal Atatürk en 1923, se levanta sobre las ruinas del antiguo Imperio Otomano y con una Gran Asamblea Nacional (Constituyente) integrada por varios de los principales autores intelectuales y materiales del genocidio armenio, que nunca fueron juzgados por sus crímenes. Esta herencia, más que su identidad musulmana, sería la sombra que proyecta Turquía como una amenaza latente.

Habrá quien piense que ya ha pasado mucho tiempo, y que Turquía no es la única nación que tiene sus manos manchadas de sangre inocente. Es verdad, pero la actitud hacia esa historia demuestra si una nación ha vencido sus atavismos, o si los lleva aún ocultos consigo. En otras palabras, Turquía debe hacer un gesto convincente que indique claramente a la comunidad internacional su compromiso con la paz, con la justicia y con la democracia, y de que velará para que, lo que sucedió en 1915, no vuelva a suceder.

Reconocimiento del genocidio armenio, pide Europa y, yo añadiría, “arrepentimiento sincero”, que es el único gesto que puede acercarnos al perdón y a la confianza perdida. Eso sí, hay que reconocer que esto del “arrepentimiento” es un gesto “muy cristiano”…, ¿podremos esperarlo de Turquía?

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