Casiodoro de Reina: traductor bajo persecución (IV)

Reina y otros españoles abogaron por el respeto a la conciencia y rechazaron la coacción para imponer una forma de creer.

14 DE DICIEMBRE DE 2019 · 20:39

La Biblia del Oso, traducida por Casiodoro de Reina. / Marina Acuña,
La Biblia del Oso, traducida por Casiodoro de Reina. / Marina Acuña

En el prefacio explicaba los motivos para redactar el volumen, así como hizo acendrada defensa de la libertad de creencias. Muy influido por obras de Sebastián Castelio, Reina redactó un “grandioso manifiesto por la tolerancia religiosa” (Gilly, 2018: 335), cuando desde diversas facciones confesionales era justificada con bases teológicas la tortura y ejecución de los herejes. Por convicciones bíblicas, haber padecido persecución y coincidencia con la corriente teológica contraria al uso de la fuerza en cuestiones de fe, corriente que fue minoritaria; Casiodoro/Montanus escribió:

Para acabar con la herejía no hay necesidad ni de espada ni de fuego, sino de la sola palabra de Dios, como dice el apóstol Pablo en su carta a Tito […] Pues, del mismo modo que nunca se podrá infundir a la fuerza y con tormentos la fe verdadera, así tampoco se extirparán las herejías ni siquiera con la muerte misma de los herejes. Por eso mismo, lo más apto para ambas cosas es la palabra de Dios, único instrumento que engendra y aumenta la fe y que, por su propia luz, destapa inmediatamente todo lo que sea error. Se debe, por tanto, consultar exactamente las Sagradas Escrituras y ver qué penas se establecen en ellas contra los pertinaces y los que obstinadamente se resisten a la verdad. ¿Es que acaso allí se mencionan los azotes o el suplicio más cruel de todos, el de morir en la hoguera? ¿O esas famosas confiscaciones de bienes, tan avaras, tan inicuas, tan absurdas y tan ajenas al ser cristiano? Más aún, ¿con qué palabras razonables podríamos describir ese género de penitencias (por no hablar de la ignominia que ellas implican, indeleble para siempre jamás) aún contra los que se hayan retractado de su error? De tales castigos, el apóstol no dice ni una palabra […] sino habla más bien de evitar al hereje después de una primera y otra segunda amonestación. Manda que sea amonestado de su error, una, dos veces, y esto por el obispo, no que se le arrastre delante de un juez, ni que se le apliquen de inmediato castigos en extremo gravísimos por ese mismo error. Y si la amonestación no prospera (...) ordena que se le excomulgue, esto es, que sea apartado y excluido de la congregación de los fieles, y esto no por venganza de su error o contumacia, sino para remedio. Esta es la doctrina de Pablo en su carta a Tito, y esa doctrina está corroborada por el precepto de su Maestro como consta en el evangelio de Mateo c. 18 [15-17], “[…] y si no oyere tampoco a la iglesia, sea para ti como gentil y publicano”, es decir que se considerará que no pertenece más a la congregación de los creyentes y al reino de Cristo más que quienes nunca hubiesen recibido la fe. Este grado de severidad, harto riguroso si bien se mide, es la línea a no traspasar por la disciplina cristiana (Gilly, 2018: 335).1

Casiodoro de Reina y sus predecesores en la traducción bíblica, Francisco de Enzinas y Juan Pérez de Pineda, también compartieron el compromiso de dar a conocer la represión inquisitorial contra españole(a)s que abandonaron el catolicismo romano por un cristianismo con la Biblia como centro de creencias y prácticas. Hemos visto que los tres personajes produjeron obras para difundir los mecanismos y efectos de la persecución desatada por la Inquisición, al igual que su defensa de la libertad de creencias. A los tres nombrados es necesario agregar a Miguel Servet y Antonio del Corro. Ambos abogaron por el respeto a la conciencia y rechazaron la coacción para imponer una forma de creer.

Sí fue una institución que persiguió, torturó y asesinó, pero –argumentan sus defensores– no fueron tantas las personas que condenó a muerte. De vez en vez resurgen quienes justifican y minimizan los estragos causados por la Santa Inquisición y hasta tratan de convencer que era un tribunal necesario para preservar el régimen español en los siglos XVI al y XVIII. Además, arguyen, la “leyenda negra” fue obra propagandística de potencias que le disputaban a España la hegemonía política y económica.

En el cotidiano español ABC, bajo la autoría de César Cervera, fue publicado el artículo “El mito de la Inquisición española: menos de 4 por ciento acababan en la hoguera”, el cual inicia de la siguiente manera: “Los inquisidores españoles aparecen representados en películas y novelas como sádicos fanáticos que hicieron de España el territorio más atrasado de Europa y quemaron a una cifra interminable de judíos, brujas, musulmanes y sobre todo protestantes”.

Después del párrafo anterior el autor menciona que el número de víctimas mortales de la Inquisición española fue menor al arrojado por las guerras de religión del siglo XVI y siguiente. Para César Cervera “la propaganda inglesa, francesa y holandesa se encargó de exagerar algo que las ‘inquisiciones protestantes’ realizaban con todavía más violencia y en menos tiempo”. Las penas inquisitoriales iban de condenas a portar el sambenito por determinado tiempo, cárcel, expropiación de bienes, destierro y, en determinados casos, sentencia de muerte, a la que fueron llevadas no tantas personas, según el autor del trabajo que estamos citando: “El número de los que realmente fallecían a consecuencia del fuego era muy escaso. Buscando una cifra global de muertos, el número estaría en torno a los 5 mil-10 mil muertos durante los 350 años de existencia del tribunal, si bien Geoffrey Parker se atreve a concretar hasta los 5 mil muertos, lo que supone 4 por ciento de todos los procesos abiertos”.

De acuerdo con César Cervera, fue el que llama líder protestante, Guillermo de Orange, quien escribió propaganda contra la institución “cuando la Inquisición española adquirió su fama de tribunal monstruoso […]. En su Apologie, […] siente total indiferencia por los judíos, pero critica a la Inquisición por acosar a los protestantes españoles. Lo que Orange ignora, o quiere ignorar, es que este grupo fue minoritario”. Ante tal afirmación cabe preguntarse, ¿y por qué era minoritario el colectivo protestante? Una razón a tener en cuenta es que fue violentamente perseguido cuando se detectó su presencia. Hubo círculos protestantes en España, como se ha visto en capítulos precedentes, surgidos por esfuerzos endógenos, que fueron extirpados por la Inquisición, que lo mismo condenó a muerte a hombres y mujeres, ya fuese mediante la hoguera o garrote vil.

La Apología, de Guillermo de Orange, es de 1581. Muy anterior a esta, de 1567, es Artes de la Santa Inquisición española, de Reinaldo González Montes, donde se describen las acciones persecutorias inquisitoriales. Este libro fue reeditado en 2008 por Editorial Mad, en Sevilla, y contiene un amplio estudio introductorio de Francisco Ruiz de Pablos. 

La crueldad de la Inquisición no fue un invento de Guillermo de Orange, sino una atrocidad cuyos mecanismos describieron bien españoles que sufrieron persecución y quienes para salvarse de la pena de muerte debieron huir de España. Fueron ellos quienes denunciaron las condiciones persecutorias que les llevaron a exiliarse y escribieron al respecto.

El daño de la Inquisición a España y a sus posesiones en lo que vino a ser América Latina fue haber desarrollado durante siglos una pedagogía del terror, la que inhibió en la época colonial la circulación e intercambio de ideas distintas a las permitidas por el organismo sancionador. Si a distintos analistas les parece que el número mortal de víctimas es bajo, o justifican tal número comparándolo con uno mayor alcanzado por otras inquisiciones, o sus similares en otras partes de Europa, entonces están minimizando los devastadores estragos culturales dejados por un régimen persecutorio cuya meta era uniformar religiosa e ideológicamente a las sociedades española e iberoamericanas.

 

Notas

1 En la traducción de Ruiz de Pablos (2008) los párrafos citados se localizan en pp. 136-137.

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