¿Eternidad o principio en el tiempo?

“En el principio creó Dios los cielos y la tierra” significa que hubo un inicio temporal del mundo a partir de la nada.

15 DE DICIEMBRE DE 2019 · 18:00

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La Biblia empieza diciendo que, en el principio, Dios creó los cielos y la tierra. Desde esta primera frase, se asume que el universo tuvo un origen en el tiempo. Sin embargo, esta doctrina de la creación a partir de la nada (creatio ex nihilo) entró pronto en conflicto con filosofías y concepciones religiosas de otros pueblos periféricos a Israel que aceptaban la eternidad de la materia y creían que los dioses lo habían hecho todo a partir de materiales preexistentes. Por tanto, la idea bíblica de creación de todo a partir de la nada absoluta constituyó una aparición exclusiva y original en medio de las civilizaciones de la antigüedad.[1]

En efecto, las palabras “en el principio creó Dios los cielos y la tierra” significan que hubo un inicio temporal del mundo a partir de la nada. El verbo hebreo “crear” (= bara) se refiere siempre a “algo radicalmente nuevo” que antes no existía. Según la Escritura, el universo fue creado de la nada por el Dios trascendente y único que preexistía antes, fuera y sobre todas las cosas. Los seres creados no emanan de la divinidad, como decían otras religiones de la época, sino que son expresión de la voluntad de Dios, manifestada en su palabra (dixit, et facta sunt = dijo y fue hecho). 

Sin embargo, esta concepción bíblica de la creación temporal a partir de la nada contrastaba notablemente con las demás religiones que rodeaban al pueblo elegido por Dios. Para estas otras religiones, el mundo era eterno y se habría originado a partir de un caos preexistente que no tuvo principio. Por ejemplo, en los textos mesopotámicos del Poema de la creación, llamado también Enuma elish (que significa “cuando en lo alto”, las dos primeras palabras del Poema), el mundo se forma a partir de dos principios eternos coexistentes: las aguas dulces de los ríos (apsû) y las aguas saladas marinas (tiamât).[2] De la unión de estas dos clases de aguas surgen los tres primeros dioses: Anu, dios del cielo; Enlil, dios de la tierra y Ea, dios del mar. Los hijos de estos dioses lucharán entre ellos porque anhelan vivir en libertad y finalmente Marduk (dios de Babilonia) vence y mata al dios Tiamat, lo parte en dos mitades como si fuera un pescado; y de una parte hace el cielo y de la otra la tierra.

Algunos autores creen que el relato bíblico de la creación sería una copia de este poema mesopotámico. Sin embargo, esta opinión carece de fundamento sólido ya que las diferencias entre ambos son abrumadoras. La Biblia presenta a un único Dios, frente al politeísmo primitivo mesopotámico, y afirma que el mundo tuvo un principio, en contra de la idea de eternidad de la materia acuosa que tenía esta religión.

Otro ejemplo de la creencia en la eternidad de la materia, que imperaba en el mundo antiguo, es el que aporta la religión egipcia. La cosmología de Egipto suponía también la preexistencia de una masa acuosa eterna, el agua tenebrosa y abismal, llamada Nou, en la que existían los gérmenes de todas las cosas.[3] Los egipcios creían que de esa masa acuosa salió el huevo cósmico, que dio origen al dios solar Ra (según la escuela de Heliópolis) o al dios Toth (según la escuela de Hermópolis). Luego, esta divinidad creó a otros dioses que unidos formaron, a su vez, todo el universo. De manera que, tanto los babilonios como los sumerios y los egipcios creían en la eternidad de la materia, mientras que los hebreos por el contrario aceptaban, tal como afirma la Biblia, que hubo un principio de todas las cosas materiales. Según la Escritura, Dios es eterno pero la materia es finita porque fue creada por él, junto con el tiempo y el espacio. 

También los filósofos griegos como Aristóteles (384-322 a.C.) y Platón (427-347 a.C.) creían que la materia, el movimiento y el tiempo habían existido eternamente. Estas ideas opuestas a la Biblia, acerca de la eternidad del universo, se mantuvieron durante milenios y fueron asumidas por la ciencia hasta bien entrado el siglo XX.

Durante la época moderna, la creación a partir de la nada se consideraba como una idea religiosa contraria a la ciencia. Los científicos creían que la energía (que después de Einstein se sabe que energía y masa o materia son equivalentes) ni se crea ni se destruye sólo se transforma. Por tanto, el mundo material tenía que ser eterno. El Premio Nobel, Svante A. Arrhenius (1859-1927), que fue físico y químico, escribió: “La creencia de que algo pueda surgir de la nada está en contradicción con el estado actual de la ciencia, según la cual la materia es inmutable”.[4]

Sin embargo, en 1946, las cosas cambiaron, el astrónomo George Gamow propuso la famosa teoría del Big Bang, aceptada en la actualidad, que afirma que el universo tuvo un principio a partir de la nada. Y esta teoría (ampliamente aceptada hoy) cuadra perfectamente bien con la creación ex nihilo que plantea la teología bíblica. En la actualidad, hay pocas dudas, entre los investigadores, de que el universo se está expandiendo. Se considera que la llamada “radiación cósmica de fondo” es una especie de “luz fría” residual que evidencia que, en un remoto pasado, hubo una Gran Explosión y que actualmente el universo sigue expandiéndose, cada vez a mayor velocidad. La mayoría de los cosmólogos creen que la creación fue una “singularidad” (una frontera primordial) más allá del cual no podemos conocer nada desde las ciencias naturales.

Pues bien, esto que hoy afirma la cosmología es precisamente lo que dice la Biblia en su primera página: En el principio creó Dios los cielos y la tierra. ¡Otra cosa es que esta conclusión le guste a todo el mundo! Por supuesto, a quienes no creen en Dios, no les gusta y siguen proponiendo teorías enrevesadas para respaldar la idea de eternidad.

Hipótesis no comprobables en la realidad, como la del multiverso, el efecto túnel cuántico, el universo autocontenido, la selección natural de universos, las supercuerdas o los universos en colisión, etc. Pero todo esto no son más que intentos desesperados para eludir la realidad de los hechos observados en la naturaleza. Humo matemático que se evapora a la hora de la necesaria demostración experimental. La teoría del Big Bang tampoco gusta a los creacionistas de la Tierra joven, pero por otras razones, sobre todo por la implicación de una gran edad para el universo y el Sistema Solar. No obstante, este planteamiento de la Gran Explosión es el que hoy asume la cosmología y, desde luego, coincide bien con lo que afirma la revelación bíblica.

Sin embargo, la cuestión que plantea todo esto es: ¿cómo pudo saber el escritor de Génesis que el mundo tuvo un principio, que no era eterno, si la gente de su tiempo creía en la eternidad de la materia? ¿De dónde sacó esta idea? ¿Quién se la inspiró, miles de años antes de que la ciencia lo descubriera?

La Biblia no dice en ninguna parte que el origen de los cielos y la tierra ocurriera recientemente. Algunos llegan a la famosa cifra de los 6.000 años de antigüedad correlacionando las genealogías mencionadas en el Antiguo Testamento. No obstante, esto no parece un método del todo fiable. Como escribe el filósofo cristiano, William Lane Craig, refiriéndose a tal práctica: “Eso es una inferencia equivocada basada en la suma de las edades de diversas figuras del Antiguo Testamento. Pero las genealogías del Antiguo Testamento no pretenden registrar todas las generaciones y, en todo caso, dicho recuento solo nos llevaría a la creación de la vida sobre la Tierra (cf. Génesis 1:2) y no al origen mismo del universo (cf. Génesis 1:1).”[5]

 

Notas

[1] García Cordero, M. 1977, Biblia y legado del Antiguo Oriente, BAC, Madrid.

[2] Ibid, p. 6.

[3] Ibid., p. 10.

[4] Citado en Keller, W. 1977, Y la Biblia tenía razón, Omega, Barcelona, p. 414.

[5] Craig, W. L. 2007, “Preguntas difíciles acerca de la ciencia”, en Zacharias, R. & Geisler, N., ¿Quién creó a Dios?, Vida, Miami, p. 66.

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