La moral conduce a Dios

El ateísmo no ofrece un fundamento sólido para explicar la realidad moral que experimentamos en el mundo.

20 DE OCTUBRE DE 2019 · 18:00

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Es cierto que las personas poseemos también, como la mayoría de los animales, comportamientos instintivos. Todos sabemos lo que se siente hacia los hijos (el instinto maternal o paternal), lo que es el instinto sexual, o el instinto de buscar comida, o el instinto gregario de anhelar la compañía de otras personas y ayudarlas. Este último instinto puede hacernos sentir el deseo de ayudar a otras personas, pero sentir este deseo solidario es muy distinto de sentir que uno debería ayudar lo quiera o no. C. S. Lewis pone el siguiente ejemplo:

Suponed que oís un grito de socorro de un hombre que se encuentra en peligro. Probablemente sentiréis dos deseos: el de prestar ayuda (debido a vuestro instinto gregario), y el de manteneros a salvo del peligro (debido al instinto de conservación). Pero sentiréis en vuestro interior, además de estos dos impulsos, una tercera cosa que os dice que deberíais seguir el impulso de prestar ayuda y reprimir el impulso de huir. Bien: esta cosa que juzga entre dos instintos, que decide cuál de ellos debe ser alentado, no puede ser ninguno de esos instintos.[1] 

Esa cosa es la Ley Moral Universal. No se trata de ningún instinto o conjunto de instintos. Es algo que está por encima de nuestros instintos, que los dirige y controla, con el fin de que nuestra conducta sea moralmente adecuada o bondadosa. Por tanto, desde la perspectiva de C. S. Lewis, hay una moralidad universal objetiva que requiere la existencia de un legislador moral universal que, por su propia naturaleza, es absolutamente bueno. Y esto nos lleva, finalmente, al núcleo del argumento moral.       

Si Dios no existe, los valores y deberes morales objetivos tampoco existen. El ateísmo no ofrece un fundamento sólido para explicar la realidad moral que experimentamos en el mundo. Pero, tal como podemos experimentar a diario, los valores morales sí existen, por lo tanto, Dios también tiene que existir.

Podemos, por tanto, llegar a las siguientes conclusiones:

            1. Existe una ley moral universal implantada en la conciencia humana. Tal como demuestran los estudios antropológicos actuales.

           2. Esta ley moral no se ha podido producir por evolución darwinista porque los procesos naturales (mutaciones aleatorias más selección natural) son amorales y sólo persiguen supuestamente la supervivencia de las especies.

            3. Por tanto, la ley moral debió ser diseñada al principio por un ser moralmente bueno como el Dios que se revela en la Biblia. Esto significa que “sin Dios” no puede existir el bien. Ni tampoco podemos ser buenos.

Y la respuesta a aquella antigua cuestión, formulada por los filósofos griegos, llamada el “dilema de Eutrifón” (del Diálogo de Platón) que rezaba así: “¿Algo es bueno porque Dios lo desea, o Dios lo desea porque es bueno?”, sería: “ninguna de las dos” ya que la respuesta correcta es, más bien, “Dios desea algo porque Él es bueno”. 

Tal como oró el profeta Ezequiel:

            Jehová, que es bueno, sea propicio a todo aquel que ha preparado su corazón para buscar a Dios (2 Cr. 30:18).

De manera que, después de escudriñar todos estos argumentos anteriores, llegamos a la conclusión de que el zapato de cristal, que se mencionaba al principio, encaja perfectamente en el pie del Dios creador, sabio y misericordioso, que se manifiesta en la Biblia.

 

Notas

[1] Lewis, C. S., 1995, Mero cristianismo, Rialp, Madrid, p. 28.

 

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