Sólidamente atascados en la fluidez gaseosa

La vida misma no hacen más que traer una y otra vez la evidencia de que no es tan bueno lo líquido como lo pintan.

13 DE OCTUBRE DE 2019 · 08:00

Imagen de StockSnap en Pixabay.,
Imagen de StockSnap en Pixabay.

La fluidez es uno de esos asuntos con los que nos hemos obsesionado en los últimos años. Es uno de tantos conceptos cool que se aplican a multitud de ámbitos. Estamos en la era de la sexualidad fluida, de las relaciones fluidas, queremos que los sentimientos fluyan... y es que la propia palabra invita, parece ser. Todo lo que dé margen, convence. Por la misma razón, aquello que parece limitarnos, nos produce rechazo y por eso hay algunos vocablos que, hoy en día, por el uso o abuso que hemos hecho de ellos, nos producen casi desprecio, si no repulsión. Otros, sin embargo, en base a la moda del momento, nos convencen desde el mismo momento en que los escuchamos como sociedad y como individuos. Y entre estos últimos se encuentra el de fluidez.

Como concepto, hemos de reconocer que está cargado de connotaciones positivas en este momento. Por concretarlo de forma resumida, para el hombre y la mujer modernos del siglo XXI, “si la cosa fluye, va bien”. Y cuando algo “no fluye”, va mal. Lo que signifique fluir o no, lo considera cada cual, que para eso es fluido. Y así nadie se mete con nadie, a menos que tu fluidez invada la de otro -lo cual vuelve a traernos la necesidad de lo sólido, aunque no nos agrade. Así, no todo es tan simple como parece y no sé cuánto nos hemos detenido en este y otros asuntos como para ser tan categóricos y denominar a la fluidez que nos gustaría buena, sin más. 

Esta idea que nos ocupa hoy está muy relacionada con toda la conceptualización de la modernidad líquida, la sociedad líquida, o el amor líquido que acuñó Bauman. En contraposición con los valores sólidos de generaciones anteriores, los valores líquidos “fluyen”. Nada es bueno o malo, correcto o incorrecto, ni dura para siempre si puede evitarse. Es pura cuestión de física, para algunos. Sin embargo, la consulta y la vida misma no hacen más que traer una y otra vez la evidencia de que no es tan bueno lo líquido como lo pintan. Principalmente porque, aunque este estado de la materia tiene la capacidad de cambiar y adaptarse según vaya conviniendo, tiene otras muchas características que no siempre favorecen a la situación, como es la inestabilidad. Y la conveniencia de cada uno no siempre es la mejor opción en sentido general. Si además le añadimos a esto que, a las ciencias sociales, la física de los fluidos no aplica igual que en las ciencias exactas, sino que todo es mucho más complejo, podemos entender cuál es mi preocupación y la de muchos otros acerca de esto.

Poco se puede construir sobre lo líquido. Lo que está en permanente fluidez no termina de reposar. Es verdad que resulta novedoso respecto al pasado, inquietante por traernos constante novedad, pero a la par resulta inevitablemente agotador, porque uno no puede estar haciendo equilibrios siempre. Por supuesto, movernos solo en lo rígido como extremo tampoco es la cuestión per se, y la flexibilidad en aquello que se puede ser flexible siempre fue una ayuda. De forma que volvemos al antiguo dilema que se genera siempre que pretendemos reducir las cosas a blancos y negros: que al perdernos los grises caemos en el exceso o en el defecto al que tan tendentes somos. 

¿De verdad tenemos, en pro de la flexibilidad que ayuda, que renunciar a la solidez que también lo hace? Ya se habla de sociedad gaseosa, en la que todo es efímero, impalpable, etéreo, excepto las consecuencias de haber renunciado a vivir en un mundo que tiene la complejidad de los tres estados, sólido, líquido y gaseoso, que no hemos sabido compatibilizar. Nos hemos condenado a elegir, porque entender y combinar nos resultaba demasiado trabajoso. Y porque lo sólido, que compromete, nunca nos gustó demasiado.

Pienso en cómo nos hemos hecho tan afines al concepto de fluidez en ciertos ámbitos que hemos sacado de escena elementos que eran tremendamente útiles para nosotros. Fluir y no forzar es lema de vida para muchas personas, que consideran que, lo que no fluye carente completamente de fricción o rozamiento, ha de despreciarse. Por esa razón, por ejemplo:

  • buscamos desesperadamente que las relaciones con nuestros hijos “fluyan” a toda cosa (por eso a la fricción que llamamos “límites” la hemos dejado fuera), 
  • despreciamos todo aquello que no surge de manera “natural” en el seno de la pareja (porque si hay que decirlo, entonces pierde valor), 
  • cambiamos de amistades, relaciones, trabajo o cualquier otra situación que nos genera cierto malestar (porque la vida es muy breve como para no vivirla “fluidamente”) 
  • y así en un largo etcétera que nos está haciendo unos completos incapaces a todos los niveles.

Sin embargo, tal y como la vida se encarga de recordarnos de manera absolutamente contundente (y, por tanto, sólida, aunque no nos guste):

  • los límites contribuyen a relaciones más respetuosas, menos abusivas, más equilibradas, en las que los padres pueden cumplir su papel de orientación desde una autoridad bien trabajada -no autoritarismo, que nunca debió formar parte de “lo sólido”- y los hijos pueden crecer en entornos regulados para su bien;
  • también a veces esos límites son necesarios entre amigos, no tanto para decirle lo que tiene que hacer, sino para hacer saber qué haremos nosotros en caso de que determinadas situaciones se sigan manteniendo;
  • en pareja y casi cualquier otro ámbito, el autosacrificio siempre fue un valor, y conviene recordarnos que si alguien va adelante con una conducta que no le resulta natural y lo hace como respuesta a la petición de otro, eso es un acto de amor y no todo lo contrario. Lo que sale fluido de lo natural en nosotros es fácil y no tiene mérito alguno. Lo difícil es convertir en fluido lo que es autosacrificial y eso solo se consigue insistiendo en amar una y otra vez, aunque no nos resulte sencillo;
  • las resistencias que el día a día nos trae sirven para curtirnos frente a la realidad difícil que es la vida. Eso sí que es sólido e inamovible: la existencia llega llena de dificultades, y la fluidez, en el sentido de ausencia completa de problemas o contratiempos, no existe, ni existirá.

Las consecuencias de todo esto, pues, tienen más que ver ya con lo gaseoso que con cualquier otra cosa. Y no solo en los ámbitos que hemos mencionado. Siendo que el contexto en el que nos movemos en esta reflexión es precisamente también el relacionado con lo espiritual, sospecho que la mentalidad fluida a la que nos hemos entregado sin reservas es también la que tiene mucho que ver con que no nos atraiga para nada un Dios cuya sola presencia en el Universo ya es un obstáculo al concepto de fluidez que nos gustaría mantener. Porque si hay un Dios y tiene algo que ver con nosotros, como afirma, eso requiere de nosotros una respuesta y no le valdrá cualquiera. Es demasiado sólido para eso. 

Renunciar a un sistema inventado por nosotros en el que todo vale si me conviene es mucho pedir, parece, como personas de este siglo que somos. Y, por tanto, queremos las fortalezas de lo sólido, pero renunciando a las limitaciones que impone. Es decir, queremos ir en contra de la física misma, porque nosotros nos vemos como el propio Dios.

Sin embargo no sé cuántas veces hemos caído en la cuenta de que el Dios que nos muestra la Biblia integra en sí mismo todo lo sólido y lo líquido a la vez, aunque no en el sentido que nos agradaría y, desde luego, no en la dirección en la que tanto se usa el concepto de fluidez en estos días. Porque no conozco mayor y más difícil conjunción que esta: 

  • que el Dios del Universo, por quien las cosas subsisten, sólido en Su ser y en Su carácter, porque no cambia, persistente en Su amor hacia nosotros -aunque desde luego Él y nosotros no parecemos compartir la idea de qué significa amar-
  • estuviera dispuesto a flexibilizarse hasta el punto de encarnarse en un bebé, vivir entre nosotros y como nosotros, entregando Su vida de la forma más despreciada en el momento, una cruz maldita, el Justo por los injustos, para poder reconciliarnos con Él.

La reconciliación implica conflicto. El conflicto parece para nosotros la antítesis de la idea de fluidez. Preferimos, líquidamente, ignorar el asunto, para ver si la cosa pasa de largo. Pero no habrá evaporación de aquello, tal y como nos gustaría. Y lo que ahora nos parece gaseoso o inexistente porque no lo palpamos, permanece a la espera de ser resuelto. Paradójicamente, no hay fluidez en nada sin reconciliación de por medio, y eso nos lleva de nuevo al punto de partida, ya sea en este plano espacio-temporal, al relacionarnos entre nosotros, o en el que tiene que ver con lo eterno, relacionándonos con el Dios que nos ama, dócil como Cordero para entregarse, sólido como León para gobernar Su Universo.

Sírvanos la metáfora para desatascarnos en este asunto vital... y dejemos de pelearnos con los estados de la materia. Aprender a convivir con la física que gobierna nuestro mundo palpable e intangible es, sin duda, el gran reto y necesidad de nuestra existencia.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El espejo - Sólidamente atascados en la fluidez gaseosa