El argumento del diseño

¿Y si la propia evidencia científica mostrara la existencia de órganos o funciones biológicas complejas que no pudieran haberse formado de ninguna manera mediante el tipo de transformaciones que requiere el darwinismo?

14 DE SEPTIEMBRE DE 2019 · 17:00

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 A la idea de que existe diseño en la naturaleza y que, por tanto, se requeriría de un diseñador inteligente, se la conoce también como el argumento teleológico, ya que la palabra griega “telos” significa “propósito” o “finalidad”. De manera que la teleología sería aquella disciplina que estudia el propósito, la finalidad o el diseño de las cosas y es anterior al cristianismo, pues algunos filósofos griegos, como Platón y Aristóteles, ya argumentaban a favor de la existencia de Dios, partiendo de la observación de las estrellas. De la misma manera, el apóstol Pablo escribía que las “cosas invisibles de Dios… se hacen claramente visibles… siendo entendidas por medio de las cosas hechas” (Ro. 1:20). 

Posteriormente, Tomás de Aquino, en el siglo XIII, se refirió también al argumento del diseño en una de sus cinco vías para probar la realidad del Dios creador. Más tarde, ya en siglo XIX, el teólogo William Paley, usó la analogía del relojero en su Teología Natural (1802), afirmando que de la misma manera que el hallazgo de un reloj entre los guijarros de un río, conduciría fácilmente a creer que no tuvo el mismo origen que las demás piedras, sino que se debió al diseño inteligente de algún relojero, también los seres vivos muestran signos de designio inteligente. Por último, esta idea del diseño inteligente (“ID” en inglés) ha sido fundamental para el movimiento contemporáneo que lleva su nombre, constituido principalmente por científicos y filósofos que cuestionan el poder explicativo del evolucionismo naturalista como único creador el cosmos. Autores como William Dembski, Michael Behe, Phillip Johnson o Hugh Ross, entre otros muchos.

Ahora bien, ¿puede considerarse científica la idea de que el universo y la vida fueron diseñados por un creador inteligente? ¿Es posible hacer ciencia en base a tal planteamiento? O, como creen muchos, esta cuestión quedaría fuera del ámbito de las investigaciones humanas y no tendría ningún sentido formulársela ya que, desde la perspectiva del darwinismo, todo diseño en la naturaleza sería sólo aparente pero no real.

Según la filosofía naturalista, la apariencia que poseen los seres vivos, así como la materia y las leyes del cosmos, de haber sido diseñados inteligentemente, se debería tan sólo a un espejismo de los sentidos humanos pues, en realidad, todo sería obra de la selección natural, ciega y sin propósito, actuando sobre la materia inanimada o sobre las mutaciones fortuitas en los diversos genomas de los organismos.

No obstante, cabe otra posibilidad, ¿y si la propia evidencia científica mostrara la existencia de órganos o funciones biológicas complejas que no pudieran haberse formado de ninguna manera mediante el tipo de transformaciones que requiere el darwinismo? ¿Qué se debería pensar si la filosofía evolucionista ofrece unas explicaciones, pero los últimos descubrimientos científicos sugieren otras completamente diferentes? Por ejemplo, la bioquímica y la citología modernas han evidenciado que las principales macromoléculas de los seres vivos, como el ADN y el ARN, así como casi todas las funciones celulares importantes, apuntan en la dirección de algún tipo de inteligencia original que lo habría diseñado todo. Es matemáticamente imposible que la compleja información que poseen tales estructuras se haya originado al azar, sin propósito ni planificación previa alguna.

Durante más de dos milenios, la mayor parte de los pensadores y científicos del mundo estuvieron convencidos de que el universo había sido diseñado. Esta idea de diseño no interfirió negativamente en su tarea investigadora. Al contrario, entendían que el cosmos podía ser comprendido racionalmente porque había sido creado de manera inteligente. La ciencia era posible debido al orden y la comprensibilidad propia de la naturaleza que facilitaba su estudio. El cosmos era inteligible precisamente por haber sido creado de forma inteligente. En este sentido, Isaac Newton, manifestó: “Este sistema tan bello del Sol, los planetas y los cometas solamente podría proceder del consejo y dominio de un Ser inteligente y poderoso”[1]. Otros hombres de ciencia como Copérnico, Galileo, Kepler, Pascal, Faraday o Kelvin, eran de la misma opinión. ¿Acaso no avanzó la ciencia gracias a estos partidarios del diseño inteligente?

En ocasiones se sugiere que la creencia en el diseño impediría el progreso científico ya que ante cualquier problema el investigador podría encogerse de hombros y decir: “Dios lo creó así” y el fantasma del Dios tapagujeros sería el recurso fácil que frenaría la ciencia para siempre. Sin embargo, no parece que la ciencia se paralizara debido a las convicciones acerca del diseño de aquellos grandes hombres que la forjaron. Más bien se aceleró en grado sumo.

Semejante convicción teísta imperó en Occidente hasta que Darwin, a mediados del siglo XIX, la cuestionó. En su opinión, según hemos dicho, el diseño sería una apariencia creada por el concurso de la selección natural sobre las variaciones al azar. A finales del siglo XX, el famoso biólogo ateo, Richard Dawkins, incluso llegó a inventarse una palabra para describir tal apariencia de diseño e introdujo el término “designoide”[2] o falso diseño. Muchas personas creen hoy en este concepto darwinista reformulado por Dawkins. Están convencidas que la ciencia depende de semejante suposición naturalista y que para ser un buen científico hay que comulgar con dicha fe.

No creo que la verdadera ciencia dependa de la creencia en el diseño aparente. Más bien es el darwinismo quien depende de tal suposición no demostrada y contraria al sentido común. Ante las múltiples evidencias de órganos, estructuras y funciones biológicas complejas que presentan una elevada cantidad de información, decir que “la evolución las originó lentamente de alguna manera” es como apelar a la “evolución tapagujeros”. Afirmar simplemente que “la evolución las hizo”, sin aportar pruebas concluyentes, puede frenar tanto el avance de la ciencia como decir que quien las creó fue Dios. Se trata de un argumento que puede usarse indistintamente en ambos casos.

Es lógico que aquél científico partidario del diseño real en la naturaleza centre sus investigaciones en determinadas hipótesis previas, mientras que el darwinista lo haga en otras diferentes. Si un investigador estudia, por ejemplo, el origen de la fonación o la capacidad para hablar y emitir sonidos articulados, desde la perspectiva darwinista, es probable que se centre en la anatomía de las diferentes laringes y lenguas en los primates superiores, así como en la estructura de los cráneos de sus posibles fósiles y los compare con los análogos humanos. Trataría de comprender cómo el puro azar pudo transformar una laringe muda en otra capaz de hablar. Por su parte, el científico partidario del Diseño inteligente se centraría más en estudiar los patrones que gobiernan el origen embrionario de la laringe humana y su desarrollo. Si la capacidad para hablar, propia de los humanos, es un sistema que fue concebido de manera inteligente debería haber un patrón detectable. Posiblemente existirían genes en las personas que controlarían dicha capacidad que no estarían presentes en los simios. ¿Cuál de las dos líneas de investigación sería la correcta?

Desde luego, si no existe diseño real en la naturaleza, las investigaciones del científico partidario del DI constituirían un freno para la ciencia. Pero si, por el contrario, el diseño es real, entonces resulta que el darwinismo sería la hipótesis previa que estaría frenando el avance del conocimiento científico. Y, por tanto, únicamente el estudio serio de ambas posibilidades podrá determinar cuál de las dos es la verdadera.

Suponer, como suele hacerse habitualmente, que el darwinismo es el único punto de vista adecuado para la ciencia, es reconocer abiertamente que el naturalismo metodológico es la única idea previa válida. Este método significa que la ciencia sólo debe buscar causas naturales en los fenómenos observados. Y tal idea implica que el diseño queda automáticamente descartado de cualquier investigación científica porque si Dios diseñó al principio, evidentemente lo hizo de forma sobrenatural. De manera que hoy un científico tiene que ser darwinista porque, si no lo es, se considera que tampoco es científico. Todo investigador debe rechazar de entrada la idea del diseño, si quiere seguir siendo respetado por sus colegas y ver que sus trabajos se continúan publicado en revistas de prestigio. ¿Es razonable semejante eliminación a priori? ¿y si, después de todo, un Ser inteligente hubiera diseñado, tal como afirma la Biblia?

Aunque no todos lo admitan, es evidente que el darwinismo es también una postura que se fundamenta en la fe. Incluso la suposición “científica” de que todos los fenómenos observados en la naturaleza se deben siempre a causas naturales, se basa en la fe de los científicos que la profesan. Esta idea no ha sido descubierta en base a la evidencia. Es algo que se acepta por fe. Por ejemplo, es interesante ver cómo reacciona el darwinismo cuando se enfrenta a un serio problema para su teoría, como es el de las importantes lagunas del registro fósil. El famoso paleontólogo evolucionista, Stephen Jay Gould, tuvo la honradez de reconocer dicho inconveniente de la falta de fósiles de transición y proponer la teoría de los equilibrios puntuados para explicarlo. Aunque, lo cierto es que su teoría crea más interrogantes de los que soluciona. No obstante, a excepción de Gould, el darwinismo nunca ha considerado que la ausencia de tales fósiles intermedios constituya un problema. Se “supone” que deben estar ahí en alguna parte. Y, si no se han descubierto, será porque no se ha buscado suficientemente, pero se confía en que la paleontología ya los encontrará.

Como el darwinismo asume que los ancestros y las transiciones necesarias tuvieron necesariamente que existir, se dice que sería mejor ignorar la actual ausencia de evidencia fósil. De manera que se acepta la teoría, o aquello que, a todas luces, resulta improbable, con el fin de proteger el darwinismo, con la esperanza de que al final éste recompensará el esfuerzo de semejante creencia. ¿No es esto fe ciega en la hipótesis darwinista? Se descarta, de entrada, la posibilidad de un diseñador inteligente para depositar la fe en los procesos azarosos y ciegos de la propia naturaleza. El darwinismo cree que no existe tal diseñador o, cuanto menos, que resulta innecesario. Pero, este planteamiento naturalista, ¿no puede convertirse también en un freno para la ciencia?

Por su parte, el Diseño inteligente (ID) no niega que se haya dado la selección natural, lo que no acepta es que ésta elimine la necesidad del diseño. Tampoco afirma que la Tierra fuera creada en seis días literales, ni se refiere a la naturaleza del diseñador. Más bien, afirma que el cosmos está constituido por leyes, azar y diseño; que éste se puede detectar por medio de métodos estadísticos y que algunas características naturales, como la complejidad irreductible, demuestran claramente diseño. Hay que seguir la evidencia hasta donde nos lleve. ¿Y si ésta nos sugiere diseño? Pues entonces habrá que cambiar las bases metodológicas sobre las que se fundamenta la ciencia actual. Como dice William Dembski: “El argumento del diseño nos permite declarar de manera irrefutable que, detrás del orden y la complejidad del mundo natural, hay un diseñador inteligente”.[3] Ninguno de los datos obtenidos por la ciencia actual está en contradicción con la existencia de un Dios inteligente y personal, como el que se revela en la Escritura.

 

Notas

[1] Citado por Charles Thaxton en escrito para el Cosmic Pursuit, 1 de marzo de 1998. Ver http://www.arn.org/docs/thaxton/ct_newdesign3198.htm.

[2] Dawkins, R. Escalando el monte improbable, Tusquets, 1998.

[3] Dembski, W. A. 2011, “¿Demuestra el argumento del diseño inteligente que Dios existe?”, en Biblia de Estudio de Apologética, Holman, Nashville, Tennessee, p. 1209.

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