El Dios del cosmos

El razonamiento lógico nos permite concluir que el universo físico tuvo que ser originado por una mente sobrenatural poderosa y sabia que no formaba parte de la naturaleza, ni estaba sometida al tiempo o al espacio.

31 DE AGOSTO DE 2019 · 10:00

,

El término cosmos es una palabra griega que significa literalmente “todo aquello que existe”. Es decir, el universo y todos los seres que éste contiene. El fundamento del argumento cosmológico es que todo lo que existe se debe a la acción divina porque nada puede existir sin una causa previa anterior. El Creador es capaz de existir sin el cosmos pero éste es incapaz de crearse a sí mismo por mucho que insistan algunos cosmólogos modernos. Hay básicamente tres argumentos cosmológicos: el kalam, el tomista y el leibniziano. Empecemos por el primero.

La palabra árabe kalam significa “discurso” y se refiere a la tradición islámica de buscar principios teológicos por medio de la dialéctica. Adaptando dicho término a la mentalidad occidental, quizás se podría decir que el “kalam”, entre otras cosas, es una especie de teología natural que procura deducir la existencia de Dios a partir del cosmos natural. El argumento cosmológico “kalam” hunde sus raíces en las obras del teólogo bizantino cristiano, Juan Filópono (490-566 d.C.), y en las del teólogo sunita, al-Ghazali (1058-1111 d.C.). Recientemente, el filósofo norteamericano y teólogo cristiano, William Lane Craig, especializado en metafísica y filosofía de la religión, ha realizado un importante trabajo al adecuar dicho argumento antiguo a la filosofía contemporánea.[1] Desgraciadamente sus obras no han sido todavía traducidas al español, como muchas otras de autores teístas que escriben en inglés. Sin embargo, Craig ha hecho importantes contribuciones al tema de la racionalidad de la existencia divina.

La cuestión fundamental que se plantea dicho argumento es: ¿por qué existe algo en vez de nada? Es evidente que esta pregunta no puede responderse desde la ciencia pero, ¿puede hacerse desde la filosofía? El Dr. Craig cree que sí y para responderla emplea el siguiente razonamiento. Su primera premisa afirma que “todo lo que comienza a existir requiere una causa”. La segunda, confirma que “el universo comenzó a existir”,  tal como creen la mayoría de los cosmólogos actuales, mientras que la conclusión lógica es que “el universo requiere una causa” para su existencia.

Es cierto que en el universo todo aquello que empieza a existir necesita alguna causa que lo haya hecho. Los niños requieren de sus progenitores; los leones sólo pueden ser engendrados por otros leones; las bananas, naranjas o piñas tropicales únicamente se producen por filiación vegetal a partir de otras plantas de su misma especie; las rocas y cristales minerales han sido el producto de una mineralización en condiciones ambientales determinadas. Y así, llegaríamos a los planetas, estrellas, galaxias y al propio universo completo. Todo lo que comienza necesita una causa capaz de originarlo. Sin embargo, Dios no entra en esta categoría. Suponiendo que existiera, él sería por definición eterno ya que jamás habría empezado a existir y, por supuesto, nunca morirá. Tal es la idea que intenta expresar el salmista al decir: “desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios” (Sal. 90:2). La pregunta acerca de quién creó a Dios es absurda porque si es Dios, ya no puede haber sido creado. Pero, aparte del Ser Supremo, nada que forme parte de este mundo se ha formado a partir de la nada absoluta sin una causa productora. No tenemos evidencia de que algo haya surgido alguna vez de la nada, aunque algunos se empecinen en retorcer las matemáticas para contradecir dicha realidad. Por tanto, cualquier cosa que empiece a existir o haya tenido un principio es porque “algo” tuvo que traerla a la existencia.

Cuando se afirma que el universo surgió de la nada, o de una singularidad espaciotemporal, ¿qué se quiere decir? En cosmología, la nada original puede contener energía y partículas cuánticas, sin embargo en la nada absoluta no hay energía, ni materia, ni espacio, ni tiempo. Tal como decían los antiguos filósofos griegos, “de la nada viene nada”. Pues bien, todo esto significa que resulta más razonable pensar que las cosas requieren unas causas concretas, que creer que algo que comience a existir no requiere una causa.

La segunda premisa del argumento “kalam” acerca de que el universo comenzó a existir en un tiempo determinado goza hoy de un apoyo científico mayoritario. La teoría de Big Bang es generalmente aceptada porque se basa en evidencias que pueden ser contrastadas en la naturaleza. Hacia ella apuntan la teoría de la relatividad general de Einstein, la radiación de microondas procedentes del cosmos, el corrimiento hacia el rojo de la luz que nos llega de las galaxias que se alejan de la Tierra, las predicciones radioactivas sobre la abundancia de elementos, la coincidencia con el modelo de la abundancia del hidrógeno y el helio, la segunda ley de la termodinámica en relación a la fusión nuclear en el núcleo de las estrellas, etc. De manera que la afirmación de que el cosmos empezó a existir es, hoy por hoy, una premisa fundamental de la ciencia. El Big Bang afirma que el espacio, la materia o la energía y el tiempo fueron creados en un instante. Y esto significa que antes de dicho momento no existía ninguna de tales realidades sino que comenzaron a existir. 

Actualmente, gracias a los avances de la tecnología usada en física cuántica, resulta posible crear materia en los laboratorios y almacenarla en botellas magnéticas. Tanto partículas subatómicas como sus correspondientes antipartículas. Materia y antimateria como electrones y antielectrones, pero también antiprotones y antineutrones. Cada tipo de partícula material posee su antipartícula correspondiente. Esto ha permitido elucubrar a quienes se empeñan en no aceptar la realidad de un Creador sabio, que si hoy es posible para el hombre crear materia de forma natural en el laboratorio, ¿por qué no pudo originarse también así al principio, por medios exclusivamente naturales y sin la intervención de ningún agente sobrenatural? Sin embargo, la refutación de esta posibilidad viene de la mano de la propia física cuántica.

Resulta que cuando la materia y la antimateria se hallan juntas, se destruyen mutuamente liberando una enorme cantidad de energía. Se trata de un fenómeno natural opuesto al de la creación de materia. De modo que es como un pez que se muerde la cola. Cuando en el laboratorio se concentra artificialmente la suficiente energía se obtiene la misma cantidad de materia que de antimateria. Pero si éstas entran en contacto, se eliminan recíprocamente en una explosión que libera toda la energía que contienen. ¿Cómo pudo entonces al principio crearse toda la materia del cosmos sin ser contaminada y destruida por su correspondiente antimateria? ¿Dónde está hoy en el universo toda la antimateria que debió originarse durante la creación? Si tal formación de materia ocurrió sólo mediante procesos naturales, como algunos creen, ¿no se debería hallar una proporción equilibrada al cincuenta por ciento de materia y antimateria? Sin embargo, las investigaciones cosmológicas muestran que la cantidad máxima de antimateria existente en nuestra galaxia es prácticamente despreciable.

A pesar de los intentos de algunos astrofísicos por dar solución a este dilema, lo cierto es que no se ha propuesto ninguna explicación satisfactoria capaz de argumentar la necesaria separación entre materia y antimateria. Se dice que aunque en los laboratorios actuales se obtiene siempre materia y su correspondiente antimateria simétrica, al principio pudo no ser así ya que las condiciones de elevada temperatura que debieron imperar entonces quizás hubieran permitido un ligero exceso de materia. El famoso físico Paul Davies lo explica así: “a una temperatura de mil millones de billones de grados, temperatura que únicamente se podría haber alcanzado durante la primera millonésima de segundo, por cada mil millones de antiprotones se habrían creado mil millones de protones más uno. [...] Este exceso, aunque ínfimo, podría haber sido crucialmente importante. [...] Estas partículas sobrantes (casi un capricho de la naturaleza) se convirtieron en el material que, con el tiempo, formaría todas las galaxias, todas las estrellas y los planetas y, por supuesto, a nosotros mismos.”[2] Pero, ¿no es esto también un acto de fe que no se puede comprobar satisfactoriamente?

La idea de un universo simétrico en el que existiría la misma cantidad de materia que de antimateria, fue abandonada ante la realidad de las observaciones. El cosmos actual es profundamente asimétrico y esto constituye un serio inconveniente para explicar su origen mediante mecanismos exclusivamente naturales. “Algo” o “alguien” tuvo que intervenir de manera inteligente al principio para separar la materia de la antimateria. En realidad, se trata de un problema de creencia personal: fe naturalista en los “mil millones de protones más uno”, algo absolutamente indetectable, o fe en el Creador sobrenatural que dijo: “sea la luz; y fue la luz”.

En el vacío cuántico pueden surgir partículas virtuales de materia que subsisten durante un período muy breve de tiempo que suele ser inversamente proporcional a su masa. Es decir, cuanto mayor masa poseen, menos tiempo existen. No obstante, el universo posee demasiada masa como para haber durado los catorce mil millones de años que se le suponen, si hubiera surgido como partícula virtual. Además, dicho vacío cuántico es creado artificialmente por los científicos en los laboratorios. Sin embargo, antes del Big Bang no había vacío cuántico, ni científicos que crearan las condiciones adecuadas, sólo la nada más absoluta.

La creación natural de materia a partir de energía, o del movimiento de partículas subatómicas, que provoca hoy el ser humano por medio de sofisticados aparatos, no es comparable a la creación divina del universo a partir de la nada absoluta. Existe un abismo entre ambas acciones. Donde no hay energía, ni movimiento, ni espacio, ni materia preexistente, ni tiempo, ni nada de nada, no es posible que surja algo de forma espontánea. Cada acontecimiento debe tener una causa previa y no es posible obviar que el universo tiene una causa. Desde el naturalismo científico, que descarta cualquier agente sobrenatural, es imposible comprender cómo la creación a partir de la nada pudo suceder de manera natural. ¿Cuál pudo ser entonces la verdadera causa del universo?

Si el espacio se creó al principio, aquello que lo creó no debía estar contenido en dicho espacio físico. Esto significa que lo que causó el universo no podía ser una causa física porque todas las causas físicas pertenecen al mismo universo y existen dentro del espacio. Y lo mismo se puede argumentar desde la perspectiva del tiempo. La causa del cosmos tampoco puede estar limitada por el tiempo. Es decir, nunca comenzó a existir ya que necesariamente tenía que ser eterna. De la misma manera, si toda la materia del mundo surgió en el primer momento, como afirma el Big Bang, lo que sea que causara el comienzo del universo debió ser algo inmaterial puesto que nada físico podía existir antes de dicho evento.

¿Existe alguna entidad que responda a tales características? El Dr. Craig dice que el ser humano suele estar familiarizado con dos realidades que pueden ser consideradas como no espaciales, inmateriales e intemporales. La primera viene constituida por ciertos objetos abstractos tales como los números, los conjuntos y las relaciones matemáticas. Mientras que la segunda es la mente humana. Ahora bien, es sabido que los objetos abstractos son incapaces de causar efectos en la naturaleza. Ni los números ni las relaciones entre ellos crean realidades materiales partiendo de la nada. Por el contrario, somos perfectamente conscientes de los efectos que pueden tener nuestras mentes sobre el mundo que nos rodea. La mente humana puede hacer que el brazo y la mano se extiendan para saludar a alguien, que manos y pies se coordinen para conducir un automóvil o un avión. Por lo tanto, si se eliminan las matemáticas y su simbología abstracta, nos queda la mente como posible causa del universo. Cuando se anula lo que resulta imposible, aquello que queda -por muy improbable que pueda parecer- tiene que ser la verdad.

El razonamiento lógico nos permite concluir que el universo físico tuvo que ser originado por una mente sobrenatural poderosa y sabia que no formaba parte de la naturaleza, ni estaba sometida al tiempo o al espacio. Por lo tanto, como únicamente Dios puede poseer semejantes atributos, sólo él puede ser la verdadera causa del universo. Dios puede existir sin el universo, pero el universo no podría existir sin Dios. Su existencia no depende de nada ni de nadie. Él existe fuera de su creación. Es perfectamente capaz de crear el cosmos a partir de la nada ya que posee la voluntad necesaria para hacerlo o dejar de hacerlo, puesto que es un ser personal.

El argumento cosmológico tomista fue expuesto por Tomás de Aquino en el siglo XIII, en su obra Suma Teológica, formando parte de sus famosas “cinco vías” para demostrar la existencia de Dios. El teólogo católico llegó a las siguientes conclusiones. Todo lo que está sometido al cambio requiere, tarde o temprano, de un primer principio que no cambie, que sea inmutable y absolutamente necesario. De la misma manera, todo aquello que se mueve responde a una causa que genera su movimiento. Todo efecto requiere de una causa. Una supuesta cadena de causas y efectos, en la que una cosa mueve a la otra, no puede ser infinita o no puede extenderse indefinidamente. Por tanto, debe haber una primera causa capaz de ponerlo todo en movimiento. Un primer motor que no es movido por nada ni por nadie. Y, finalmente, todo lo que existe debe su existencia a otra cosa anterior, ya que nada de lo que se observa en el universo obtiene la existencia de sí mismo. De ahí la necesidad de un ser eternamente existente que sea la razón de la existencia del cosmos. Esta primera causa del cambio, el movimiento y la existencia sería Dios. 

El argumento cosmológico leibniziano se debe al filósofo y matemático alemán, Gottfried Leibniz, uno de los grandes pensadores de los siglos XVII y XVIII. La pregunta fundamental que este autor se planteó es, ¿por qué existe algo en lugar de nada? Él creyó que debe haber alguna razón suficiente para la existencia del universo y reconoció que todo lo que existe tiene una razón que está fuera de sí mismo y que es anterior a su propia existencia. Igual que no puede haber una sucesión infinita de causas, tampoco puede haber una sucesión infinita de razones. Por lo tanto, el universo no puede ofrecer la razón de su propia existencia y ésta debe encontrarse fuera del mismo, en un ser necesario que se explique a sí mismo. Y este ser es lo que llamamos Dios.

Actualmente existen diversas confirmaciones científicas del argumento cosmológico, como la teoría del Big Bang que asegura que el universo tuvo un principio en el espacio y el tiempo y que éste está todavía en expansión, lo cuál indica que si se retrocede hacia atrás en el tiempo se llegaría al momento de la explosión inicial o de la creación de la materia. Lo material no pudo crearse a sí mismo puesto que de la nada absoluta nada puede surgir. Tampoco la materia puede ser eterna, tal como demuestra la no existencia de infinitos reales. De manera que, si el universo tuvo un comienzo, algo debió causarlo ya que la causa no puede estar dentro del mismo sino fuera. Y es bastante lógico creer que dicha causa externa sea trascendente.

Puede que algunos creyentes piensen que para semejante camino no hacían falta tantas alforjas y que esta misma conclusión ya la ofrece la Biblia desde su primera página. Sí, es cierto. La Escritura no intenta demostrar la existencia de Dios sino que la da por supuesta desde su primera página. Pero una cosa es deducir la necesidad de Dios desde la pura razón, y mediante los medios que hoy nos brinda el conocimiento humano, y otra muy distinta descubrirla desde la experiencia personal e íntima de la fe. Una cosa no quita la otra.

 

Notas

[1] Craig, W. L., 2014, “Naturalismo y cosmología”, en Soler Gil, F. Dios y las cosmologías modernas, BAC, Madrid, p. 49.

[2] Davies, P., 1988, Dios y la nueva física, Salvat, Barcelona, p. 36.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - ConCiencia - El Dios del cosmos