Endechas y poesías para Chicho Sibilio y Franky Prats

El sentido de pérdida patrimonial cuando se trata de personas valiosas parece que está perdiendo vigencia en nuestra sociedad.

24 DE AGOSTO DE 2019 · 16:00

Franchy Prats.,
Franchy Prats.

Antonio, Chicho, Sibilio y Frank, Franchy, Prats, fueron dos símbolos de superación y gallardía deportiva que pusieron en alto el nombre de la República Dominicana y elevaron la autoestima de la juventud de nuestros barrios. Ambos ayudaron a encarnar esa sana rivalidad barrial que se vivió en el baloncesto dominicano a partir de la década del setenta.

El Palacio de los Deportes fue el escenario que convocó a chicos y chicas de distintas zonas de nuestra urbe para resaltar una entusiasta confrontación deportiva entre clubes capitalinos que, en ocasiones, tuvo un cierto corte clasista, cuando era el Club Naco que estaba sobre el tabloncillo. Fue en ese momento de trauma político y notorio resentimiento social que una parte de nuestra juventud encontró un respiradero para desahogar sus impulsos contenidos y celebrar su potencial de realización desde una perspectiva más sana, alegre y bulliciosa. 

 Ellos, Chicho y Franchy, junto a otros brillantes atletas, fueron parte significativa del renacer del baloncesto nacional, de su internacionalización, de ese bien ganado espacio de respeto a nivel de América y otras latitudes que alcanzó y sigue alcanzado nuestro baloncesto. Pero lamentablemente, apenas separados por el puntual y luctuoso conteo de nueve días, Chicho Sibilio y Franchy Prats se nos han ido en medio de un ruido social y mediático que impide el margen necesario ponderar con el debido sosiego sus grandes aportes a la vida deportiva de la nación, especialmente en su calidad de paradigmas para la juventud que tenemos hoy día en medio nuestro.

Aunque a estos dos destacados deportistas se le ha rendido el tributo póstumo correspondiente, la vorágine social y política que vive el país no ha sido propicia para que en sus memorias se haga una pausa de luto y pesar más reflexiva, más mística, con mayor impulso hacia un aprendizaje colectivo de lo leve y lo fugaz que es la vida humana y de los supremos propósito que están llamados a orientar nuestra oportunidad de existir.

En un agosto caluroso, agitado y convulso, en medio de este dislocado tumulto político y social, Chicho y Franchy se nos han ido. Se trata de dos sobresalientes atletas que dejaron el  sudor de sus cuerpos en las canchas, que hicieron tantas acrobacias fantásticas con el balón en sus manos, que arrancaron tantos aplausos y crearon tantas situaciones de tensión y sana emoción entre sus seguidores, y que por, sobre todo, observaron una conducta tan ejemplar y caballerosa, tanto dentro como fuera de la cancha. Ellos son merecedores de una endecha pública de mayor vuelo y alcance. 

 

Chicho Sibilio.

Algunos medios se limitaron a una especie de esquela mortuoria ampliada con detalles variados sin mayor expresión de emotividad y pesar. El sentido de pérdida patrimonial cuando se trata de personas valiosas parece que está perdiendo vigencia en nuestra sociedad, sentimiento que se refleja en algunos medios de comunicación, en el trato y abordaje de la información. 

Los días avanzan hacia el olvido en medio de un inmediatismo feroz e impasible. No hay espacios para cantos de lamentos ni elegías que nos hagan meditar como pueblo en la esencia y significado de la vida.

Ante la partida de estos dos colosos del deporte nacional he extrañado la endecha estremecedora y reflexiva, no he sentido el pulso de la poesía temblar y estremecerse con la despedida de estos dos grandes atletas, apenas la nota sucinta y presurosa que se pierde en el despliegue noticioso de narcos traficantes y rebatiñas políticas baratas. Siento que no hubo esa pausa, que todo siguió muy de prisa.  Lo cierto es que  Chicho y Franchy ya no están.

Como David le cantó a Jonatan, a la partida de Chicho y de Franchy le ha faltado canción y poesía, algo así como esa memorable crónica de Raúl Andrade en su evocación Manolete, quien según relata este escritor: “El desquite aplazado tarde a tarde, llegó por fin en Linares, el último domingo de agosto de 1947, en los cuernos de un toro negro, espectral, de abrumador poder, llamado “Islero”. Pero la voz popular afirma: “A Manolote no lo mató Islero, lo mataron a igual, la envidia de sus rivales y la insaciable crueldad del público… Era una depurada sublimación dramática de un tiempo de drama que iba hacia la muerte con paso firme y esbelto continente”.

O como algunos versos del Salmo 90, donde el poeta le pide al Altísimo que nos enseñe a contar nuestros días de tal modo, que traigamos al corazón sabiduría (Salmos 90:12). Y porqué no, algo así como la Elegía por la muerte de Ignacio Sánchez Mejía, de Federico Garcia Lorca, con estos versos que le pueden servir tanto a Chicho como a Franchy,  con solo cambiar unas palabras, como “plaza” por  “cancha”, y otras.

¡Qué gran torero en la plaza!
¡Qué gran serrano en la sierra!
¡Qué blando con las espigas!
¡Qué duro con las espuelas!
¡Qué tierno con el rocío!
¡Qué deslumbrante en la feria!

Alguien deberá recordarlos a ambos, Chicho Sibilio y Franchy Prats en biografías sueltas o paralelas; alguien deberá rescatar con elegancia y estilo la memoria de estos dos grandes baloncetistas dominicanos que se nos fueron en menos de diez días en un fatídico agosto del año 2019.

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