Trasfondo y razones de Casiodoro de Reina para traducir la Biblia (II)

El reformador dio cuatro motivos que le animaron a perseverar en el objetivo de ver publicada la conocida como Biblia del Oso.

04 DE AGOSTO DE 2019 · 15:00

La Biblia del Oso. / Marina Acuña,
La Biblia del Oso. / Marina Acuña

Casi doce años después de haber iniciado la traducción de la Biblia, Casiodoro de Reina dio argumentos sobre por qué darse a la mencionada labor. Seguramente las razones aportadas en su Amonestación del intérprete de los Sacros Libros al lector y a toda la Iglesia del Señor, en que da razón de su traducción así en general como de algunas cosas especiales, las tuvo como hilo conductor desde que comenzó la esforzada tarea de trasladar al castellano los escritos bíblicos.

Reina proporciona cuatro motivos que le animaron a perseverar en el objetivo de ver publicada la conocida como Biblia del Oso, impresa en Basilea en septiembre de 1569.1Primero, él consideró que poner la Palabra en castellano era obra a favor de la difusión de la luz, a la cual se oponían quienes deseaban mantener a las personas en oscuridad. Personificó al más grande interesado en vedar la lectura de las Escrituras en el idioma de cada pueblo: “Intolerable cosa es a Satanás, padre de mentira y autor de tinieblas, (Cristiano lector), que la verdad de Dios y su luz se manifieste en el mundo; porque por este solo camino es deshecho su engaño, se desvanecen sus tinieblas y se descubre toda la vanidad sobre que su reino es fundado, de donde luego está cierta su ruina. Y los míseros hombres que tiene ligados en muerte con prisiones de ignorancia, enseñados con la divina luz se le salen de su prisión a vida eterna y a libertad de hijos de Dios”.

Consideraba Reina que uno de los instrumentos satánicos para impedir la circulación de la Biblia era la persecución. Su propia experiencia le había sensibilizado para entender profundamente el significado de ser perseguido, de tal manera que su forzada diáspora le imbuyó una perspectiva que permeó su entendimiento teológico del ministerio de Cristo, de la identidad y misión de la Iglesia y los creyentes que la conforman.2

Dado que el Señor quería que su Revelación fuera conocida universalmente y para ello se hacía necesario que la Palabra estuviera asequible en las distintas lenguas, Casiodoro de Reina señalaba “que prohibir la divina Escritura en lengua vulgar, no se puede hacer sin singular injuria a Dios, e igual daño de la salud de los hombres, lo cual es pura obra de Satanás, y de los que tiene a su mando”.

La segunda razón estaba impulsada por el deseo y convicción de Reina sobre la comprensibilidad de la Palabra. Para él era falso que el vulgo, hoy diríamos el pueblo, estaba incapacitado para entender el mensaje bíblico. No aceptaba que solamente unos cuantos pudiesen tener acceso a las enseñanzas de la Biblia y decidieran qué de ella podían comunicar a la feligresía. Era convencido creyente de lo que podemos llamar la “democratización” del mensaje: “Los misterios de la verdadera Religión son al contrario: quieren ser vistos y entendidos de todos, porque son luz y verdad; y porque siendo ordenados para la salud de todos, el primer grado para alcanzarla, necesariamente es conocerlos”.

Es necesario mencionar que en 1551 Fernando de Valdés, inquisidor general, hizo público el Índice de Libros Prohibidos. El documento proscribía “las versiones vernáculas completas de la Biblia”. Un segundo Índice, más restrictivo, lo decretó el mismo personaje en 1559.3Para entonces ya existían las traducciones del Nuevo Testamento al español realizadas por Francisco de Enzinas (1543) y Juan Pérez de Pineda (1556). La censura católica arreció y el Concilio de Trento (1545-1563) publicó un índice de 10 reglas que debían cumplirse para evitar que fuesen leídas obras contrarias a los dogmas aceptados por Roma así como traducciones de la Biblia a lenguas vulgares, es decir, a las habladas por el vulgo. En el tiempo que Reina concluye su traducción y la Biblia del Oso es impresa tenía en contra decretos católicos romanos que prohibían que circulara.

Para Casiodoro de Reina la naturaleza de la Palabra era “quitar las tinieblas, descubrir el error, y deshacer el engaño”. Si bien es cierto, dice en su tercer argumento, que algunos se confunden y no comprenden pasajes de la Biblia, no por ello debe prohibirse su lectura a los legos. Ejemplifica con el profeta Isaías, quien “claramente dice, que su Profecía no es para dar luz a todos, sino para cegar los ojos del pueblo, agravar sus oídos, y embotar su corazón, para que no vean ni oigan la Palabra de Dios, y se conviertan y reciban sanidad, (Is.6.9). Quien por evitar estos males mandara entonces al Profeta que callase, y le cerrara la boca, véase si hiciera cosa conforme a la voluntad de Dios, y al bien de su Iglesia, mayormente diciendo él mismo otras muchas veces, que su profecía es luz para los ciegos, consuelo para los afligidos, esfuerzo a los cansados, etc., (Is.40.1 y 61.1)”. Obstaculizar la difusión de la Palabra con el pretexto de las confusiones o errores doctrinales que pudiesen causar en quienes por distintas razones la entendieran mal, y Reina dice que así ha sucedido en varias ocasiones, no debiera ser pretexto para evitar su conocimiento a cuantas más personas fuese posible.

El cuarto punto que desarrolla Reina como impulsor de su traducción es el expuesto por el Señor a lo largo de las mismas Escrituras: “el estudio de la divina Palabra es cosa encomendada y mandada de Dios a todos por tantos y tan claros testimonios del Viejo y Nuevo Testamento”. Aquí liga el deseo divino con la necesidad de traducir la Biblia, ya que de no hacerlo se estaría excluyendo de su conocimiento a los ignorantes del idioma que sí conocían las cúpulas eclesiásticas. Por lo tanto “ningún pretexto, por santo que parezca, puede excusar, que si Dios la dio para todos, no sea una tiranía execrable, que a los más la quiten; y falta de juicio es, (si pretenden de buena intención), que la habilidad para poder gozar de ella, sea saber Latín solamente, como si solos lo que lo saben, por el mismo caso sean ya los más prudentes y píos; y los que no lo saben, los más expuestos a los peligros, que dicen, que temen”.

Concluye su cuarta razón para haber dedicado doce años de su vida en traducir la Biblia con una paráfrasis de Hebreos 4:12, y un pequeño comentario: “Si es útil para enseñar en la ignorancia, para redargüir en el error, para reprender en el pecado, para enseñar a la justicia, para perfeccionar al Cristiano, y hacerlo hábil y pronto a toda buena obra, fuera de toda enseñanza, y de toda buena y Cristiana disciplina lo quiere; el error, el pecado, y la confusión en lo sacro y en lo profano ama y desea, el que en todo o en parte sepulta las divinas Escrituras. Y sepultándolas en parte da a entender bien claro que lo haría del todo, si pudiese o esperase salir con ello”.

 

Notas

1Els Agten sintetiza las cuatro razones de la siguiente manera: “Primero, manifestaba que la Sagrada Escritura era un instrumento legítimo para los hombres que deseaban la salvación. Segundo, según él, la idea de que la traducción violaría el respeto por la Biblia se originaba en formas de superstición y de religión que se alejaban del verdadero Dios. En tercer lugar, prohibir la traducción sería una afrenta a la luz y la verdad contenidas en la Palabra divina. Finalmente, el estudio de la Palabra de Dios había sido impuesto a todos, como lo atestiguaban los múltiples testimonios recogidos por los dos testamentos”. “Lastraducciones de la Biblia al castellano y la Reforma. Una empresa transfronteriza”, en Michel Boeglin, Ignasi Fernández Terricabras y David Kahn, Reforma y disidencia religiosa. La recepción de las doctrinas reformadas en la Península Ibérica en el siglo XVI, Casa de Velázquez, Madrid, 2018, p. 106.

2Sobre la influencia del nomadismo forzado de Reina ver Steven Griffin, “Desde el exilio alemán y londinense. Casiodoro de Reina y la eclesiología del desplazamiento”, en Michel Boeglin, Ignasi Fernández Terricabras y David Kahn, Reforma y disidencia religiosa. La recepción de las doctrinas reformadas en la Península Ibérica en el siglo XVI, Casa de Velázquez, Madrid, 2018, pp. 277-290.

3Els Agten, opcit., p. 100; Henry Kamen, La Inquisición española, CONACULTA-Grijalbo, México, 1990, pp. 114-115.

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