Os damos las gracias

Habéis hecho la elección más difícil de hacer en estos casos: fiaros de Dios y dar gracias en medio de toda esta tormenta terrible que estáis viviendo.

04 DE AGOSTO DE 2019 · 08:25

Foto: Tessa Rampersad. Unsplash (CC0).,
Foto: Tessa Rampersad. Unsplash (CC0).

Me hago eco en esta ocasión de una referencia que un buen amigo, José Manuel Bartolomé, hacía estos días atrás en su perfil de redes sociales.

Él recordaba de manera muy sentida el drama terrible de haber visto partir con el Señor en apenas un año y medio a tres chicas jóvenes de nuestro círculo cristiano evangélico español más cercano.

Su hija Rebeca era una de ellas. Abigail y Lluna, las dos anteriores. Todas ellas muy, muy jóvenes, queridas por quienes las conocían, amadas especialmente por sus más cercanos y sobre todo por Dios, a quien ellas también amaban profundamente.

Se suma recientemente el caso de Sara Rivas, de quien todos en alguna medida, más en la distancia o en la cercanía, hemos estado pendientes en este último tiempo, pidiendo por su vida, llorando por su muerte, recordando a sus familiares, muy cercanos no solo en fe, sino en sangre, para algunos de nosotros.

Y hoy no se me ocurre mejor manera de acompañaros que daros las gracias a todos y cada uno de vosotros, porque en medio de este tránsito vuestro del duelo que os toca vivir, seguís retando y desafiando las leyes humanas de la desesperación y guiando nuestros ojos, contra todo pronóstico, hacia la convicción de que hay un propósito en todo esto, que se extiende hacia la eternidad.

Hoy comparto con vosotros parte del milagro que el Señor está obrando en mí a través de vuestras pérdidas pero, sobre todo, por medio de de la manera en que las estáis enfrentando.

Quienes os conocemos personalmente, al menos a algunos de vosotros, no podemos dejar de ver una mano sobrenatural en vuestras reacciones. Son evidentes los signos del dolor, sin duda, y el desgaste por el día a día de vuestras ausencias irreversibles.

Incluso cierto envejecimiento, porque el llanto y el recuerdo consumirían a cualquiera en vuestras circunstancias.

Pero a la vez que vemos vuestra terrible humanidad, nos impactáis con una fe inquebrantable, con vuestra convicción de que este no es el final de la historia y con vuestras vidas íntegras, puestas al servicio de Quien os dio a vuestras hijas y también, en algún momento, permitió que la muerte se las llevara.

Otros en vuestro lugar abandonarían sus principios y convicciones, o se dirían, como la mujer de Job, “Maldice a Dios y muérete”. Sin embargo, vosotros os agarráis más que nunca a la esperanza que siempre habéis predicado en vida de vuestras hijas.

Vosotros no os habéis bajado del barco cuando las olas han venido mal dadas, y eso rompe todos los cimientos de lo que conozco acerca del comportamiento humano.

Lo que veo, pues, no es humano, sino de nuevo, sobrenatural. Me retáis a diario a considerar cuán coherente sería yo capaz de ser si me viera en circunstancias similares.

Yo también soy madre. También tengo una hija a la que quiero ver conmigo muchos años, si Dios lo permite. Pero al miraros me recuerdo que la vida tiene estas cosas, en ocasiones, y que cómo reaccionamos ante ellas es del todo relevante, no solo para nosotros, sino para quienes están cerca nuestro.

Los que estamos rodeándoos y os queremos, no podemos dejar de observaros con la admiración de quien está viendo delante de sí un milagro increíble del amor de Dios hecho carne y sangre.

Porque os cuesta vivir, pero transmitís vida abundante. Para los que no creen, sin duda esto es de locos. Pero no hay locura en vosotros, sino plena y absoluta coherencia, que es más de lo que podemos decir del resto de nosotros en situaciones mucho menos difíciles que las vuestras.

Así que, para los que creemos, lo que vemos manifiesto en vosotros es un poder que no se entiende sin tener a Dios en cuenta.

No solo habéis decidido seguir adelante. No solo habéis escogido resistir y hacerlo de pie, aunque en ocasiones os fallen las rodillas. Habéis hecho la elección más difícil de hacer en estos casos: fiaros de Dios y dar gracias en medio de toda esta tormenta terrible que estáis viviendo.

No dais gracias POR la muerte de Abigail, Lluna, Rebeca o Sara. Pero lo hacéis en medio de todo ello, con todo lo que eso implica.

Lo que nos mostráis a los demás en medio de todo esto es que realmente siempre habéis creído firmemente aquello de lo que hablabais.

Nunca nos mentisteis. Nunca llenasteis vuestras bocas de palabrería barata. Habéis escogido el camino difícil por el que muchos os tildarán de locos o descerebrados, simplemente porque no os entienden.

Esta decisión vuestra no es para nada usual, porque lo normal es acercarse a la sombra que mejor nos cobija y buscar otra mejor cuando la primera ya no parece albergarnos igual.

Sin embargo vuestra convicción, fortaleza en el Señor y fe puesta en marcha nos hablan directos al corazón y nos impulsan a tomar decisiones serias acerca de la fe que decimos profesar y del Dios en el que decimos creer. Porque es fácil hablar, pero muy difícil mantenerse firme cuando el barco se nos hunde.

Vosotros sabíais que Dios era el Señor antes de que todo esto pasara. También lo manifestabais mientras vuestras hijas se debatían entre la vida y la muerte.

Pero ahora, tiempo después del momento más horrible de vuestras vidas, veros de pie nos reconcilia con un Evangelio que demasiadas veces hemos abaratado. Y vemos el poder del Evangelio de Jesús en vosotros.

Tantas veces lo hemos usado de manera torcida, simplona, vacía de contenido, lleno de frases que bien pueden sumarse a las miles de frases tontorronas que viajan a través de las redes cuando se usan de cualquier forma, pero que solo toman cuerpo real cuando son vividas en la vida difícil y terrible que ahora enfrentáis, ante los retos que plantea, y con la visión y ayuda de Dios mismo en vosotros.

En vuestras vidas vemos la manifestación gloriosa del Evangelio en el que creemos: uno y solo uno, en el que el poder de la resurrección es el corazón de nuestra esperanza, y en el que la figura de Jesús se eleva de manera más incomparable que nunca, venciendo a la muerte aunque todavía, por un tiempo, la tengamos rondándonos.

Ni la muerte ni la vida nos pueden separar del amor de un Dios al que no entendemos, pero en el que habéis decidido confiar cuando no se siente tan claro Su calor. Quizá vosotros tampoco lo sintáis en ocasiones.

Pero los que os observamos con admiración sabemos que solo ese calor os mantiene con vida. Y podemos glorificar a Dios al veros, sabiendo que Él es más fuerte en vosotros (y nosotros, si llegara el momento) que cualquier circunstancia adversa.

Sirva esta reflexión para hacer que nos sintáis algo más cerca. Os pedimos perdón por no estarlo lo suficiente, ni en el momento propicio. Pero reitero mi afecto sincero por vosotros y mi admiración al ver la obra de Dios en vuestras vidas.

Sois honrados en el día de hoy porque habéis honrado a Dios primero y solo quisiera deciros cuánto inspiráis mi vida y cómo deseo que Dios traiga más y más de su paz cada día a vuestro difícil caminar.

Entre tanto volvemos, vosotros y nosotros, a reunirnos con vuestras hijas, porque nos unimos a vuestra esperanza de que este es solo el principio de una larga vida eterna y con propósito, os damos las gracias. De corazón.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El espejo - Os damos las gracias