Mackay y Unamuno: Encarnarse al estilo de Jesucristo

Algunos han intentado emular este compromiso de Jesús con el hombre. Mackay y Unamuno intentaron seguir esa estela dejada, que se puede percibir en esa intensa y apasionada lucha por la causa de los más débiles y desamparados.

21 DE JULIO DE 2019 · 17:00

Juan A. Mackay y Miguel de Unamuno. Composición de Juan Carlos Martín. / J. Alencar,
Juan A. Mackay y Miguel de Unamuno. Composición de Juan Carlos Martín. / J. Alencar

En estos días pensaba en que, por momentos, pareciera que continúa vigente esa afirmación que el misionero, teólogo y escritor escocés Juan A. Mackay, escribiera en su libro El otro Cristo español: “A Sudamérica llegó un Cristo que ha puesto a los hombres de acuerdo con la vida, que les ha dicho que la acepten tal como es, y las cosas tal como son, y la verdad tal cual parece ser”. Ese mismo Cristo del que habla Unamuno en uno de sus poemas: “Este Cristo, inmortal como la muerte, /no resucita; ¿para qué?, no espera sino la muerte misma. /De su boca entreabierta, /negra como el misterio indescifrable, /fluye hacia la nada, /a la que nunca llega, /disolvimiento. /Porque este Cristo de mi tierra es tierra…” (cito un fragmento.)  Pensaba que, a veces, se nos presenta este Cristo carente de humanidad, como si se olvidara su amoroso paso por esta tierra (también enérgico, correcto, firme…), cargado de compasión y de amistad; que derramó lágrimas y también se enfadó con los mercaderes del templo que presagiaban similar actuación allá por el XVI. Nos olvidamos del otro, del que dice Mackay: “El que hace que los hombres no estén satisfechos con la vida tal cual ésta es, y con las cosas tal como son, y que les dice que, por medio de él, la vida será transformada, y el mundo será vencido y sus seguidores serán puestos de acuerdo con la realidad, con Dios y con la verdad”.  Refiriéndose a España asevera: “El otro Cristo no ha abandonado por completo aquel país. Se le encuentra entre los grupos que disienten de la fe oficial y que han buscado en una u otra de las iglesias protestantes de la Península la satisfacción espiritual que anhela … Consideremos a dos miembros representativos de este grupo, en la vida de la España moderna… Estudiando la personalidad espiritual de estos dos hombres podremos formarnos un retrato del ‘Otro Cristo español’ contemporáneo. Ambos son laicos: don Francisco Giner de los Ríos y don Miguel de Unamuno”.

Rememorando el paso de Cristo por la tierra, podemos entrever que se da, a mi modesto entender, una confluencia entre lo divino y lo humano que, entre otras cosas relevantes, también da lugar a un compromiso social establecido por Él y que todos sus seguidores deberíamos hacerlo nuestro; hacerlo una costumbre. Algunos han intentado emular este compromiso de Jesús con el hombre. Mackay y Unamuno (con sus luces y sus sombras) intentaron seguir esa estela dejada, que se puede percibir en esa intensa y apasionada lucha por la causa de los más débiles y desamparados. Como si fuesen voceros de ellos, unos abogados que los representan ante una justicia que a veces es ciega. Dice Paul H. Lehman: “Mackay canalizó su celo evangélico de proclamar el evangelio por el mundo por medio de una profunda pasión por la justicia social y lo hizo sin perder la perspectiva evangélica”.  Luchó contra las fuerzas deshumanizantes que atentaban contra la dignidad del ser humano creado a imagen y semejanza de Dios. También se dijo de Mackay que “tenía una voz como el filo de una espada toledana”, que seguro fue útil mientras participaba en agrupaciones y comités que trabajaban a favor de la justicia social tanto en la iglesia como en su entorno, así como en comités a favor de la democracia política y los derechos civiles. Una de sus preocupaciones también fue la reconciliación entre las naciones y el fomento de la paz en el mundo. John Sinclair señala que “Mackay tuvo la apariencia de ser un caballero delicado y cortés… pero detrás de esta semblanza formal se escondía un militante, un hombre lleno de convicción apostólica para luchar contra todas las fuerzas deshumanizantes que degradan al ser humano”. Esa fuerte convicción en ponerse al lado de la justicia social, que venía de una teología comprometida y participativa. Dice Sinclair que cuando un miembro laico de la junta directiva del Seminario Teológico de Princeton le instó a tener una opinión más moderada cuando Mackay escribió a favor de la reforma agraria en un país X de América Latina, él señaló: “No me dé una lección sobre la reforma agraria. Soy escocés de las montañas del norte de Escocia. Sé bien la historia triste de los humildes agricultores escoceses. Algunos de ellos eran mis antepasados. Sus terrenos les fueron quitados injustamente a la fuerza por los poderosos para aumentar sus propias y grandes estancias de ovejas y sus reservas para la caza”.

Ellos sabían que el hombre no solo tenía necesidades espirituales, creer, tener fe, nacer de nuevo; había más, también eran materia con todas sus consecuencias. Había que atenderlo de forma integral. 

Para Mackay, “sea cual sea su posición política o religiosa, todos los seres humanos deben ser respetados en su dignidad, porque son criaturas de un mismo Dios”.  En este sentido, escribe: “Hay que amar al hombre, a todos los hombres sin excepción, escuchar sus cuitas y aliviarlas; creer posible la redención de los más desgraciados y trabajar activamente por ella, inspirado por la visión del Reino de Dios. Una pasión por el hombre más que por las ideas, es indispensable a todo intelectual que quisiera servir la época actual. Y nadie olvide que ‘un pedacito de auxilio vale más que una carretada de compasión” (frag. de su conferencia ‘Los intelectuales y los nuevos tiempos’, pronunciada en el Teatro de Cajamarca-Perú, el 16 de noviembre de 1921, y que fue publicada en Mercurio Peruano. Revista mensual de ciencias sociales y letras’, Nº 57, Año VI, vol. X).

Esto no quedaría en mera teoría, pues durante su vida activa se sucedieron diversos conflictos y situaciones en el mundo, y, al estar participando en organismos mundiales de la Iglesia, como el Consejo Misionero Internacional, la Alianza Mundial de Iglesias Reformadas y el Consejo Mundial de Iglesias, tuvo que posicionarse. Fue testigo de grandes conflictos como la dos grandes guerras mundiales, las de Corea y Vietnam, la Revolución Cubana, la Sandinista, la guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay, etc. Se dice que fue durante su labor en la Asociación Cristiana de Jóvenes que empezó a enfrentarse a las problemáticas internacionales, como el conflicto entre Perú y Chile que implicaba a Tacna y Arica; en ese momento animó a los estudiantes de Chile y Perú a apoyar un plebiscito para resolver la enemistad generada por la disputa. También participó en las grandes conferencias evangélicas latinoamericanas (de Montevideo y de Lima), o en el Comité de Cooperación de la América Latina. O al frente de Princeton, por señalar algunas de sus abundantes participaciones en distintos organismos con el fin de colaborar en la extensión del Evangelio, pero también para defender la dignidad del ser humano.

Interesante es su afirmación como asesor de la Comisión de Asuntos Interamericanos de la Iglesia Presbiteriana, mientras se elaboraba el documento Espejismos y Realidad de las Relaciones Interamericanas: “Estamos conscientes de la aparición de un mesianismo revitalizado y arrogante que ensombrece el horizonte interamericano hoy, una hegemonía hemisférica que asume que vamos a hacer del sistema americano, virtualmente, un absoluto de polo a polo… El mesianismo y el poder de los Estados Unidos contribuyen a la perpetuación de las estructuras injustas en los países de la América latina…”.

Diría que Mackay desarrolló una teología encarnacional, comprometida con la justicia social, lo cual lo llevó a interesarse por la problemática latinoamericana, considerando todos sus aspectos, así como por los grandes conflictos internacionales que amenazaron la paz en su tiempo. Fue un gran luchador por la libertad de culto. Se posicionó frente a los conflictos desde una perspectiva cristiana, diciendo que “el odiar un sistema no nos da licencia para odiar a los individuos y a las naciones enteras”. “No debemos guardar ninguna reserva en utilizar el método pacífico a fin de resolver los problemas con los enemigos de nuestra nación”. Recibió muchas críticas por esta actitud, pero no cejó en su deseo de que el hombre conociera al Cristo vivo que es capaz de transformar la vida en nueva vida. Resaltó el papel reconciliador de la comunidad cristiana, y que no vive solo por ‘categorías puras’.

Retó a los intelectuales: “Rara vez se ha presentado a los intelectuales del mundo una oportunidad como la que se les presenta en los momentos actuales. Las masas del pueblo están hambrientas de ideas, de orientaciones, y a nadie escucharán con tanta avidez como a los hombres cuyo único interés es la verdad y que no están vinculados a ningún sistema de explotación. ‘Los filósofos deben ser los reyes’. No quiero decir que los hombres de pensamiento sean todos mandatarios, mas sí que sean los reyes de la opinión pública. Ellos tienen el deber sagrado de orientar al pueblo en todo lo referente a su vida espiritual y política. Deben hacer humanamente imposible que los destinos de su país estén a merced de políticos desalmados e inescrupulosos; deben velar por que no cundan ideas nocivas para la moral pública; deben ser los campeones de la justicia social. De ellos deben brotar todas las buenas iniciativas. El que tiene ideas constructivas debe sentirse llamado al ejercicio de un apostolado” (Revista Mercurio Peruano)

Mackay se encarnó en Perú de tal manera que su legado permanece. Intentó acercarse a la intelectualidad participando en algún grupo literario como ‘La Protervia’, o ejerciendo de profesor en la Universidad Mayor de San Marcos, o haciendo su tesis doctoral sobra la vida y obra de Miguel de Unamuno, llegando a ser el primer extranjero que recibía un título académico en dicha Universidad. Junto a su esposa fundó el Colegio Anglo Peruano, en el que implantaron el español como única lengua y se decantaron por una plantilla de profesores peruanos, rompiendo así con las estrategias misioneras que se habían utilizado hasta ese momento. Así, los estudiantes egresados del colegio podían continuar sus estudios universitarios, ya que el plan de estudios del colegio estaba en consonancia con el plan oficial del Ministerio de Educación, sin olvidar los principios que forman el carácter cristiano. Algunos de los alumnos egresados del colegio Anglo Peruano (hoy Colegio San Andrés), ocuparon puestos de responsabilidad en la vida nacional. Escribió artículos en medios seculares como las revistas ‘Amauta’ y ‘Mercurio Peruano’, dirigidas por Mariátegui y por Víctor Andrés Belaúnde, respectivamente, y en el periódico 'El Mercurio Peruano', disertando sobre Woodrow Wilson y David Lloyd George, llamándoles demócratas que habían aprendido a gobernar a los pies de Jesús... Destacando asimismo los aportes de la literatura inglesa. 

Hay que mencionar también su amistad con Víctor Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui, al iniciarse sus carreras política y literaria. Dos líneas de pensamiento en cuanto a lo religioso. Pero Mackay no hizo distinciones y acompañó a ambos, les ofreció amistad, afecto, apoyo en momentos cruciales como en las etapas de exilio por parte de Haya, y también de Mariátegui. Aunque también lamentó cuando Haya pareció cambiar de rumbo más tarde. Sobre ambos escribió en su libro El otro Cristo español. En 1925 Mackay escribió una carta entrañable a Mariátegui, cuando éste se encontraba desterrado y enfermo en el Uruguay". Va un fragmento de la carta: “... Cuando pienso en usted y en la lucha contra las dificultades que hundirían a cualquier otro, solo por estar consagrado a una causa en que cree entrañablemente, yo me siento fuerte para mi propia obra... Me complazco en enviarle una copia de mi libro Mas yo os digo”.

Extraordinario me parece su método encarnacional, me recuerda mucho al Verbo que llegó al mundo y lo recorrió, sin ser indiferente a nada. Mackay se hizo uno con los peruanos, hasta las últimas consecuencias; se hizo uno con Iberoamérica porque la había sentido, comido con ella, conmovido con ella, comprometido con ella. Pero no era él, sino Cristo que vivía en él. Porque Cristo era su centro y patrón a seguir tanto en su vida personal como en su pensamiento y en el desarrollo de su misión. Como señalan algunos autores, él contextualizó su cristianismo para que sirviera a las realidades del momento y lugar donde le tocó vivir. Trabajó por hacer visibles a los protestantes en Perú, que en 1915 habían conseguido el reconocimiento legal de culto al ser modificado el Art. 4º de la Constitución peruana.

Hoy, de nuevo, cito brevemente a Mackay y a Unamuno, quienes como tantos otros a lo largo de la historia de la humanidad se encarnaron al estilo de Jesucristo en esta tierra que gime junto a sus habitantes con gemidos desgarradores. Y Dios oye; lo constatamos cuando surgen voces disidentes que ejercen su misión de forma integral como la dejó diseñada el Maestro. Y se comprometen con los seres humanos que llevan la Imago Dei; se comprometen con Cristo.  Miran la vastedad de la geografía y se compadecen de lo que acaece en ella, de la falta de guía, de la falta de pan y de peces entre las multitudes, de la falta de un médico que cure aun en día de reposo, tal como lo hiciera Jesús… El Verbo hecho carne, con amor divino, siente, se estremece, desespera hasta desbordar en gotas de sangre y agua. Vio, se compadeció, comprometió y entró en acción por todos.   Dio una oportunidad al enemigo para retomar la amistad rota hacía mucho tiempo, allá en el principio. El Verbo se paseó por aquí y abrió un nuevo camino, que es el que intentan seguir los que apuestan por él y le siguen, y él vive en ellos como compañero perenne por su espíritu. De ahí que se embarquen en su causa.

Unamuno, en medio de su fe agónica como Job; luchando con Dios hasta el amanecer como Jacob, como el último de los místicos españoles, tal como decía Mackay, salió de su despacho rectoral para acercar la Universidad a la ciudad, a lo que se cocía en ella. La acercó al campo que se vaciaba por las políticas nefastas. Quiso acercarse a la Palabra hecha carne y caminar con ella. Se implicó, a veces no acertadamente, pero no por omisión sino por acción. Y rectificó. Utilizó su pluma para denunciar abandonos en la provincia de Salamanca y Extremadura; el despoblamiento del campo, el abuso de los terratenientes de la época, tal como lo hiciera Gabriel y galán, usando apenas la pluma y la palabra. De ahí su participación en las campañas agrarias. Unamuno se dispuso a transitar por el camino que lleva a Las Hurdes, junto a los franceses Jacques Chevalier y Maurice Legendre, para comprobar lo que decía el informe del maestro del Casar de Palomero, Feliciano Abad, acerca de la situación en la comarca. Tal fue el impacto de su pluma, después, que la zona fue visitada por Gregorio Marañón y por el propio rey Alfonso XIII. 

Recordemos que, durante dos mítines, en la Fuente de San Esteban y en Lumbrales, señala que “de la misma manera que un pueblo tiene una iglesia en la que se unen todos los corazones y una escuela en la que se unen todas las inteligencias, los labriegos deben tener algunas tierras en las que se una su trabajo”.  Fruto de las campañas agrarias es el poema Bienaventurados los pobres: “Cruzan los sin patria, esto es, sin trabajo, /por el polvo estéril del viejo camino,/ ganando por Dios su limosna a destajo. /una vida perra que truncó el destino. //Con el polvo de la senda en el estío,/ a empolvarlos llega tamo de las eras,/ donde, siervos, trillan los del señorío/ junto al libre paso de las carreteras.// Sus abuelos con su sangre cimentaron/ estos campos de la patria en vana guerra,/ pues con ella, los muy necios, remacharon/ sin saberlo los grilletes de la tierra.// Donde vayan se tropiezan con un coto;/ son libres de manos; mas de pies son siervos;/ sólo tendrán propio para el cuerpo roto/ una huesa que les guarde de los cuervos.// Mas el suelo en que le atasca el potentado,/ en el ojo de la aguja, que es la puerta,/ su grosura, cuando al pobre, resignado,/ quien va en puros huesos, le resulta abierta.// Arrojaron a los vivos las ovejas/ y a poblar van, desterrados, los desiertos/ de la América, tragándose sus quejas, /y han arado el camposanto de sus muertos.// Mientras brotan de otro lado de los mares/ de la raza, aquí ya seca, verdes ramos,/ con las piedras que ciñeron sus hogares/ ha hecho cercas la codicia de los amos.// Hasta el cielo se elevaron agoreras/ dos columnas de humo: sobre los huidos/ la del harto buque; la de las hogueras/ con que por ahorro rozaron sus nidos.// Huyen mozos, ¡los ingratos!, desertores/ de este noble solar patrio, la hipoteca/ que responde a los patriotas tenedores/ de la Deuda que el sudor sobrante seca.// Y a los que ni pueden emigrar, ¡los pobres!,/ la ciudad de las paneras da el asilo/ que, ya muerto, con sus rentas Juan de Robres/levantó, para ir al cielo más tranquilo.// Pues que al lado de aquel ojo de la aguja/ hay portín secreto que abre llave de oro,/ y a saber si allí también no es que le estruja/ al que se lo cría quien guarda el tesoro”.

Leyendo este poema percibimos la importancia que tenía para él la tierra y el hombre que la pisa. Y le importaban la dignidad y los derechos de ese hombre, que muchas veces son pisoteados. Estos versos nos hablan de emigración, desplazamientos, injusto reparto de la tierra. Por ello es necesario que haya un Cristo vivo que more en los corazones, y no un Cristo que sea solo tierra, tierra…  Estando en Salamanca, se encarnó en la política, en la vida social y religiosa. Dice a J. Jangua Mesía, asistente de Estado, ministro: “Usted se ha puesto al servicio de un régimen que solo busca la impunidad de los que abusan del poder y se aprovechan de él para su propio medio material y satisfacción de bajos rencores. Usted no merece el respeto de los estudiantes de España; usted ha traicionado la causa de la inteligencia, de la civilidad, de la dignidad y de la justicia españolas…; usted podrá ser ministro de la tiranía, pero un maestro de la dignidad civil y de justicia, ¡¡jamás!! A Dios. Hasta que Él, por la voz del pueblo libre, nos ponga frente a frente” (Miguel de Unamuno, profeta y apóstol, José Vicente Rodríguez, San Pablo, 2014). 

Sobre la dictadura de Primo de Rivera escribe en una carta a Pedro Sainz Rodríguez en 1928: “Lo que ahí es menester esclarecer no son doctrinas, no hay que discutir ni la libertad, ni la constitucionalidad, ni la dictadura, ni siquiera la tiranía; lo que menester esclarecer ahí son los casos concretos, son crímenes, son asesinatos como los de Vera, estafas, robos, cohechos, multas escandalosas, prevaricaciones, todo el tristísimo cortejo de atrocidades que ha traídos la llamada dictadura que no es sino pornocracia y cleptocracia. Me siento investido -acaso hay algo de mística obsesión…” (ib.). Intercedió por otros (algo nada fácil) como en el caso del pastor Atilano Coco.

Finalizo con lo que Unamuno escribe en una carta a Jiménez Ilundai: “Y si el cuadro ideal de una sociedad cristiana, honda y radicalmente cristiana, parece un sueño irrealizable, si la ciudad de Dios parece una utopía, a esto se contesta con aquellas palabras de Cristo: ‘Sed perfectos como vuestro Padre que está en los cielos’ […] Solo proponiéndose lo imposible se logra lo posible”. (“Meditaciones Evangélicas”. Edición de Paolo Tanganelli, Diputación de Salamanca, p. 280).

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