Jesús experimentó la lucha de poder entre los suyos

Estamos llamados a discernir por el Espíritu y a la luz de la Palabra cuales son los aspectos y los puntos de manera específicas, dentro de los espacios que controlamos, que nosotros  hemos convertido en espacios de poder.

13 DE JULIO DE 2019 · 21:05

Imagen de la obra La última cena, de Leonardo Da Vinci. / Wikimedia Commons,
Imagen de la obra La última cena, de Leonardo Da Vinci. / Wikimedia Commons

En su ministerio Jesús enfrentó en diferentes ocasiones los aspectos más sobresalientes y complejos de la naturaleza humana. Unas veces velados y otras con desenfado y sin sonrojo, personajes de diversos talantes manifestaron ante el Maestro su condición interior, sus valores, sus conceptos, su forma de ver la vida y asumirla. Así, Jesús tuvo que discernir aspectos profundos del ser humano como la ambición, la incredulidad, la avaricia, la corrupción, la sed de dominio, la envidia, la falsedad y la hipocresía.

En todas estas situaciones que se les fueron presentando en su ministerio, el Maestro dio ejemplo de sus excepcionales y supremos atributos para establecer principios que hoy nos sirven de guía para orientarnos en la mejor manera de vivir. 

El nepotismo, que es la práctica que busca aprovecharse de bienes y posiciones públicas y de influencia  con fines avariciosos y ególatras, colocando  bajo su  control  a familiares o personas muy cercanas a nosotros, fue una de las presiones a que fue sometido Jesús. Es la madre de dos de sus discípulos (Santiago y Juan) que le pide al Señor que coloque en su reino a sus dos hijos, uno a la derecha y otro a la izquierda. 

Se trata de una expropiación sutil y muy sagaz de derechos y oportunidades que tienen mayor alcance e inclusión. Con frecuencia, el nepotismo, es una práctica contraria al manejo democrático y participativo de pertenencias que en su origen y definición tienen un carácter colectivo. Las funciones públicas son construcciones de participación social, lo mismo que los beneficios y derechos que de ellas derivan. Colocar en posiciones de privilegio a familiares, amigos o allegados, sin los méritos y competencias necesarias, es nepotismo en su más grosera acepción. 

La Biblia relata que los otros diez discipulos se enojaron; en otras palabras, se molestaron y se ofendieron al sentirse excluidos de la petición de la mujer. A lo mejor pensaron que su líder no tenía salida ante la petición de esta influyente dama y que las relaciones horizontales que se habían mantenido por tiempo habían llegado a su final, ante la posibilidad de ser colocados ahora dos de sus iguales por encima de ellos.

A los puestos de poder creados en torno a la persona de Jesús, tenían todos los mismos derechos de aspirar, todos tenían el derecho a escalar posiciones. Sin embargo, el propósito de Jesús no era repartir el botín de su reino. El propósito de Jesús era el servicio, una opción que nunca ha gozado de mucha simpatía.

Lo primero que Jesús hace es decirles a ellos que tienen la oportunidad de compartir muchas cosas importantes con Él. Que ellos están (sus discípulos) dentro de un círculo muy privilegiado. Que tienen una comunión tal con Él que comparten la misma copa y el mismo bautismo; sin embargo, Él les señala que repartir cargos y posiciones en su reino solo le corresponde al Padre.

Jesús nota que los discípulos están buscando posiciones elevadas, no por el servicio que desde allí  pudieran brindar, sino, más bien, por los beneficios que de ellas se derivan. Por eso el Señor llamándolos aparte les dice: “Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Más entre nosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será nuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será nuestro siervo. Como el Hijo del Hombre no vino para ser servido sino para servir, y para dar su vida en rescate de muchos (Mateo 20:25-28).

Jesús pudo desarticular esta insinuación interesada que conducía a privilegiar a unos y a excluir a otros, porque su propuesta está basada en los valores supremos que el vino a pregonar, en donde el servicio ocupa un lugar preferencial. El reino de Jesús invierte el orden. Mientras lo normal es buscar las posiciones para servirse de ellas, Jesús nos llama a servir para ganar reconocimiento y honra. Si nuestra prioridad es servir a los demás, las tentaciones que nos invitan a utilizar nuestra influencia y poder para favorecer a los nuestros tendrán menor efecto en nosotros. 

Otra lección que nos enseña Jesús es que desde las posiciones que ocupamos no podemos favorecer a todo el mundo. La complacencia no fue una de las características de Jesús. El supo poner en conocimiento de quienes se allegaban a Él que todo ejercicio humano tiene sus limitaciones. Quienes hacen mal uso del poder no quieren comprender esto y por eso actúan como pequeños dioses queriendo complacer sin límites las excentricidades y antojos de cuantos les rodean. La verdadera vocación de servicio resiste la complacencia y el despilfarro, es comedida, frugal y razonable.

Esta inducción al servicio y a la solidaridad es válida para nosotros, no importa la posición que ocupemos. Uno de nuestros desaciertos es esperar estar en posiciones encumbradas para promover nuestros valores. Cualquier posición, por limitada que aparente, puede ser utilizada para la práctica del nepotismo y el tráfico de influencia. Lo mismo vale para el servicio. Servir no es sinónimo de poder. Si nuestros valores están marcados por el servicio a los demás, desde cualquier posición podemos hacerlo.

El grave error nuestro es que hemos convertido nuestro entramado social, de manera normal y sin remordimientos, en relaciones de poder que subrayan el nepotismo, la exclusión, diversas formas de opresión y negación de legítimas oportunidades. Creemos que solamente el poder político es un espacio de ambición, atropello y desmesura. Olvidamos que los mismos males que se dan en estas altas esferas, con frecuencia y guardando la proporción, son prácticas consuetudinarias y “normales” entre nosotros. 

No queremos discernir que las estructuras del mundo actual favorecen nuestras ambiciones de poder, que casi siempre aparecen como normales en nuestro espacio laboral, domestico, profesional, eclesiásticos, deportivo, artístico y demás. Por eso estamos llamados a discernir por el Espíritu y a la luz de la Palabra cuales son los aspectos y los puntos de manera específicas, dentro de los espacios que controlamos, que nosotros  hemos convertido en espacios de poder, los cuales estamos utilizando para servirnos de ellos y no para servir a los demás y promover el reino de Dios entre nosotros.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Para vivir la fe - Jesús experimentó la lucha de poder entre los suyos