Enemigos de la apologética cristiana

Es posible afirmar que la ciencia clásica fue marcadamente determinista ya que entendía la materia, el cosmos y la propia vida como piezas de un gran reloj sometido a leyes inmutables que no podían ser alteradas.

29 DE JUNIO DE 2019 · 20:55

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Durante la modernidad surgieron numerosas ideologías deterministas que se levantaron contra la fe cristiana. Ciertos planteamientos deducidos apresuradamente de las ciencias experimentales se aliaron con determinadas filosofías materialistas para crear un frente común contra la idea de un Dios sabio que diseñó libremente el mundo mediante su suprema sabiduría. ¿Qué relación puede existir entre el principio de incertidumbre, propio de la física cuántica, y la fe en el Dios Creador de la Biblia? ¿Está todo determinado de antemano o la realidad material se mueve en la más absoluta libertad? ¿Vivimos en un universo determinista o indeterminista? 

El determinismo es una doctrina materialista que sostiene que el ser humano está programado desde un principio (“determinado”) a obrar en un sentido (“determinado”). Desde esta concepción, la psicología determinista afirma que la voluntad de la persona vendría siempre condicionada por múltiples motivaciones conscientes e inconscientes que actuarían en cada momento. Por tanto, conociendo bien el carácter de un individuo, así como sus hábitos y móviles, sería posible predecir cómo va a actuar frente a cada situación concreta. El comportamiento humano sería así predecible ya que obedecería a leyes determinadas, mientras que el libre albedrío, tan sólo un sueño o una quimera del hombre.

En general, puede decirse que han sido deterministas los siguientes sistemas de pensamiento llevados a su extremo:

-El materialismo: no existe Dios, sólo la materia.

-El fatalismo:  no se puede cambiar el destino de las cosas.

-El naturalismo: la naturaleza es lo único que existe.

-El panteísmo: Dios es el mundo. 

-El positivismo: la razón es el único medio de hallar la verdad.

-El empirismo: le experiencia es la única fuente de conocimiento.

-El racionalismo: sólo la razón puede descubrir la verdad.

-El biologismo: la biología explica no sólo a los seres vivos sino también los fenómenos psicológicos y sociales.

El materialismo, en líneas generales, niega la existencia de seres espirituales e incorpóreos y, por tanto, la existencia de Dios. Sólo existirían los seres materiales que podemos estudiar mediante nuestros sentidos humanos. Su principal postulado es que las cosas materiales existen sin más precedente que su sola existencia. Tradicionalmente, el materialismo afirmó que la materia era eterna y que no se requería ninguna primera causa. Obviamente, este último planteamiento se contradice con la revelación bíblica y con los últimos descubrimientos científicos según las propuestas de la teoría del Big Bang.

La doctrina del fatalismo, por su parte, considera que los acontecimientos cotidianos no se pueden evitar, ya que están sujetos a una fuerza superior que rige el mundo, y que es imposible cambiar el destino de las personas. Dicha fuerza podría ser sobrenatural (el poder de los dioses) o simplemente dependiente de leyes deterministas naturales. La palabra “fatalismo” viene de la raíz latina fatum que significa “destino”. De manera que el fatalismo considera que el destino se impondría de forma irremediable a todo ser humano y que, por lo tanto, la libertad o el libre albedrío de la persona no existiría. Así se pensaba, por ejemplo, en el mundo griego de la antigüedad. Las Moiras eran las personificaciones mitológicas del destino que repartían suertes y controlaban fatalmente a los mortales. Sin embargo, el Dios de la Biblia creó al ser humano con libre albedrío para que pudiera elegir responsablemente y cambiar su destino.

El naturalismo es un sistema filosófico que concibe la naturaleza material como si fuera la totalidad de la realidad existente, así como su origen único y absoluto. Todo lo real sería natural y viceversa. No podría existir ninguna otra realidad fuera de los límites del mundo natural. Esto significa que se niega el espíritu o la dualidad naturaleza-espíritu pues, en cualquier caso, éste sería sólo una forma de interactuar de la materia y podría así reducirse a ella. No obstante, la ciencia es siempre renovable y se halla limitada para saber si el naturalismo está o no en lo cierto. La realidad inexplicable de la conciencia humana, así como de la existencia del yo personal y la espiritualidad, permiten intuir que no lo está.

El panteísmo es una creencia, muy característica del hinduismo, según la cual todo cuanto existe participa de la naturaleza divina porque dios estaría dentro del mundo (sería inmanente al mismo). En esta concepción, el universo, la naturaleza y la deidad son equivalentes. El término proviene de las palabras griegas pan, que significa “todo”, y de theos, que es “dios”. Por tanto, el panteísmo considera que todo es divino, las rocas, los árboles, lo animales y, por supuesto, los seres humanos. Algunos científicos ateos contemporáneos conciben también a Dios a la manera panteísta, creyendo que, si existiera, tendría que haber evolucionado con el universo y, por tanto, estaría sometido a las leyes del mismo y al transcurso del tiempo. Esto generaría incompatibilidades entre su omnipotencia y su temporalidad. Sin embargo, resulta claro que el Dios que se manifiesta en las Escrituras nada tiene que ver con el del panteísmo. El creador bíblico es eterno y no es inmanente al mundo sino que está fuera del mismo. Es el “otro” que ha creado las cosas pero no forma parte constitutiva de ellas, ni puede estar atrapado en el tiempo que él mismo creó.

Por su parte, el positivismo es otra teoría filosófica que considera que la única manera de adquirir conocimiento verdadero es la experiencia verificada mediante los sentidos. El método científico sería, por tanto, el único válido para proporcionar conocimiento de toda la realidad existente. En el supuesto de que hubiera realidades que estuvieran más allá de lo observable, o lo positivo, no sería posible alcanzar un conocimiento de las mismas. El positivismo niega que la filosofía o la teología puedan dar ningún tipo de información acerca del mundo. Esto solamente podrían hacerlo las ciencias experimentales. No obstante, el principal problema de esta corriente de pensamiento, fundamentada en el método experimental, es precisamente su incapacidad para explicar algunas realidades del mundo, como la sociedad, el ser humano, la conciencia de éste, la cultura, etc. La intencionalidad que poseen tantos seres, así como la auto-reflexividad humana o la creación de significado son verdades que no pueden ser analizadas convenientemente desde el positivismo.

El empirismo está íntimamente relacionado con el positivismo. Se trata de una doctrina psicológica que afirma que cualquier tipo de conocimiento procede únicamente de la experiencia humana, ya sea ésta, interna (reflexiones personales) o externa (sensaciones percibidas del ambiente). De manera que sólo se podría conocer la realidad por medio de la observación atenta y sistemática. La frase atribuida al filósofo sofista Protágoras: “El hombre es la medida de todas las cosas”, viene a resumir esta tendencia. Sin embargo, la experiencia que depende de los sentidos y de las propias reflexiones personales de cada ser humano es siempre subjetiva. El conocimiento adquirido de tal manera será siempre convencional, compartido por los miembros de una sociedad cultural y, por tanto, provisional. El concepto de verdad es como un caleidoscopio de colores y matices diversos que no se pueden abarcar por completo desde la sola experiencia.

​El racionalismo es otra corriente filosófica, formulada por René Descartes y desarrollada durante los siglos XVII y XVIII, que acentúa el papel de la razón en la adquisición de todo conocimiento. Se opone al empirismo ya que éste resalta el valor de la experiencia. Los racionalistas priorizaban la razón sobre los sentidos, pues éstos nos podían engañar, mientras que la razón matemática proporcionaba seguridad a la ciencia para descubrir la verdad. Al aplicar tales principios a la religión se llegó a la conclusión de que la revelación no era necesaria y, por tanto, el racionalismo se tornó antirreligioso. Del teísmo se pasó al deísmo y de éste al ateísmo. Al matar a Dios, el hombre moderno destruía también inevitablemente el fundamento último de la moralidad y el sentido de la vida.

Finalmente, el biologismo afirma que la biología puede explicar también todos los fenómenos psicológicos, sociales y culturales de la humanidad. Algunos biologistas creen que las ciencias que estudian a los seres vivos no sólo describen organismos individuales sino que también serían capaces de explicar realidades supraindividuales porque, en el fondo, toda la biosfera es como un único superorganismo. No obstante, los razonamientos biologistas caen en un reduccionismo flagrante capaz de generar prejuicios ideológicos, especialmente al referirse a las diferencias biológicas para justificar las diferencias sociales y culturales.

Pues bien, todas estas ideologías anteriores defienden que las leyes naturales son de naturaleza mecanicista. Es decir, que todos los fenómenos naturales se explicarían perfectamente por medio de leyes mecánicas que no podrían alterarse nunca y afectarían a la generalidad de los seres del cosmos, siendo por tanto imposibles las excepciones a dichas leyes, los llamados milagros o las intervenciones sobrenaturales. En general, es posible afirmar que la ciencia clásica fue marcadamente determinista ya que entendía la materia, el cosmos y la propia vida como piezas de un gran reloj sometido a leyes inmutables que no podían ser alteradas. Un mundo en el que apenas había espacio para la libertad.

No obstante, el cristianismo siempre se opuso a esta visión empobrecedora y reduccionista de la realidad. La mayoría de los apologistas cristianos se manifestaron, de una u otra forma, contra el determinismo absoluto. La propia concepción bíblica de un Dios creador omnipotente y providente, contradice la posibilidad de que pudiera estar de algún modo imposibilitado para actuar en el mismo universo que él ha creado. Si Dios es el Creador de todo a partir de la nada, ¿cómo no va a poder alterar las mismas leyes que ha diseñado? Desde luego no lo hará arbitrariamente, contradiciéndose a sí mismo, sino sólo cuando lo exija su plan divino. De la misma manera, el comportamiento humano no puede ser explicado sólo por argumentos físicos y químicos. Cada persona es un ente racional con conciencia y capacidad para elegir entre el bien y el mal. Si se niega esta realidad y se pretende que toda acción viene ya determinada de antemano, ¿dónde queda la libertad? Sin libertad no hay responsabilidad y sin ésta el individuo se distingue muy poco del bruto o del animal irracional.

No obstante, los últimos hallazgos de la física cuántica vienen a confirmar lo que la Biblia enseña desde hace milenios. La física actual está contra el determinismo que antes profesaba la misma ciencia. Se ha descubierto que existe una especial libertad en todas las partículas subatómicas que conforman la materia. Parecen poseer una misteriosa capacidad de elección que únicamente puede provenir de una mente racional que sabe elegir bien y las ha creado así. Esta singularidad de lo ínfimo lleva a pensar, desde la fe, que Dios en la creación, del milagro hizo naturaleza. Pero una naturaleza indeterminista cuyas partículas esenciales son libres para actuar, y no están sometidas inevitablemente a la tiranía de unas leyes mecanicistas que se oponen a la acción divina en el mundo.

El hecho de que el estado mecánico de las partículas elementales no parece determinar su estado futuro, no significa sin embargo que Dios no esté en el control del universo. Nada impide creer que detrás del indeterminismo subatómico, o la libertad corpuscular, está la mano del Creador que prosigue sustentando permanentemente el mundo. Dios no puede estar limitado por su propia creación. La indeterminación de lo material puede conformar perfectamente un universo ordenado y controlado hasta en sus mínimos detalles por Dios. La aparente anarquía frenética de los electrones es, por ejemplo, el sustento material de un órgano tan altamente sofisticado y coordinado con el resto del cuerpo, como el cerebro humano.

Por tanto, el desorden es usado para mantener el evidente orden natural. El Creador optó por la libertad en todos los rincones del cosmos, incluso asumiendo el riesgo que esto implicaba, ya que la mala elección obrada por las criaturas ha traído siempre las peores consecuencias. Pero, a pesar de todo, Dios concede la capacidad de elección porque ama la libertad, característica esencial de la persona humana y también de toda materia creada.

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