Imperio y conquista de América

Al final, el catolicismo fue el soporte de esta sociedad de dominadores. La violación y el abuso fue la norma.

15 DE JUNIO DE 2019 · 20:25

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En la 3ª parte de su libro, en el apartado: “El Imperio de América”, el profesor Villacañas trata una de esas cuestiones que, para Roca Barea, suponen la “acreditación” infalible de su opinión. Todo el mundo estará de acuerdo en que los españoles han sido calumniados al ponerles de infames y crueles en su conquista de América, cuando realmente aquello fue algo glorioso. Gloria que sigue con nosotros (con ella, al menos). Solo un hispanófobo actual puede presentar excusa a esta afirmación.

¿Quién puede dudar de que otros pueblos han actuado con la misma crueldad en sus conquistas? Nadie. Pues empecemos por ahí. Los españoles en la conquista de América actuaron con el grado de avaricia y crueldad semejante a cualquier otro pueblo. Vale. Por tanto, los españoles en dicha conquista fueron crueles y miserables, pues allí los que estuvieron fueron ellos. Si hubieren estado otros, tendríamos que decir eso de ellos. De ninguno, pues, con sus actuaciones, se podría concluir que hicieron lo bueno. Esta evidencia no se la presenten a la autora de Imperiofobia, porque ella tiene una razón infalible para seguir extrayendo el oro de la gloria de aquella gesta cinco siglos después. Se trata de que aquella conquista no la llevó a cabo una simple nación, ¡esos nacionalistas!, sino ¡un imperio! Y los imperios que ella ha decidido son buenos. Lo bondoso de los tales empieza con el romano, que luego se pasa al español, vía papado, una sola cosa, y que todavía está en nosotros, si sabemos verlo, y ¡defenderlo!, pero que se ha transustanciado en el norteamericano. ¡Al final era eso! A condición, nos dice el profesor Villacañas, “de que lo hispano, lo católico, sea un componente fundamental de los Estados Unidos de Norteamérica…” (p. 229)

Sin victimismos ni glorias, en una parte y en la otra, conocer lo más que podamos de ese momento, solo nos debe llevar a procurar en el presente convivir lo mejor que podamos, y con un abrazo de concordia, sobrellevar el peso de nuestra existencia social. Que un nativo, que celebra o sufre una cultura de sacrificios humanos, sea muerto y comido por un perro de los que han invadido su tierra, pues es más bien un drama común que una gloria para nadie. Por eso es tan necesario mostrar el populismo intelectual de quien, en una parte y en la otra, afirme que existe un “oro” glorioso de ese momento, que es suyo, hoy, y que alguien se lo ha robado.

Sin ese fraude intelectual, cualquier historiador honesto presentará lo complejo de ese periodo. Les pongo un ejemplo en dos, cuyas obras ayudan a ver el drama: Esteban Mira Caballos (último libro: Francisco Pizarro. Una nueva visión de la conquista del Perú. Crítica, 2018), y Antonio Espino López (Plata y Sangre. La conquista del Imperio inca y las guerras civiles del Perú. Desperta Ferro, 2019).

Ese es el talante de nuestro autor, cuyas reflexiones en su libro que referenciamos, “no están diseñadas para ser arrojadas como pedradas a un supuesto enemigo perverso, sino para comprometernos con un sentido práctico en un programa de mejora de la calidad de vida hispana. Por supuesto que no son infalibles, pero implican un diagnóstico del que se deriva un compromiso. Si digo que la Inquisición fracturó todo espíritu comunitario existente, e impidió la formación de uno nuevo y moderno capaz de generar recíproca confianza, eso implica trabajar en la línea de superar los obstáculos que vemos entre nosotros para dotarnos de una perspectiva común con franqueza y libertad, con las herramientas específicamente modernas de la persuasión, la convicción y la deliberación común. Lo mismo sucede con el otro aspecto central de la leyenda negra, el tema de América. Nuestra mirada al pasado imperial español está llena de compromisos morales y la forma en que consideremos el asunto es sintomática de nuestra actitud práctica ante las relaciones con los países hispanoamericanos.” (p. 167)

Roca Barea, en su discurso público (nunca “discusión” pública, que ella no admitirá) sigue en su mirada solo de blanco (en el caso de América podría decirse “dorado”) y negro, y aplica a América su método europeo. Unos personajes, con poderes extraordinarios, son los enemigos eficaces, por su propaganda, del imperio sacro y limpio español. ¡Ese autor de Artes de la santa inquisición española, ese Guillermo de Orange con su Apología…! Que han armado una armada, esta sí parece “invencible”, con su propaganda, con la que no paran de darle cañonazos, ¡durante siglos!, a la línea de flotación de la autoestima española, hasta dejarla como una piltrafa. Lo mismo en América. Se trata de buscar un personaje, por supuesto “renegado”, como el causante de la propaganda negra contra España, para manchar su dorado cometido. Y ahí tenemos a “otro español” iniciando la leyenda negra. Ya pueden imaginar lo que le suelta a Bartolomé de las Casas. Al que, encima, ¡nadie refutó en su tiempo!

Si la autora mirase con un poco de atención el contexto del personaje, solo con eso le bastaría para comprobar que en los primeros 60 años de la conquista, que sirven para que la América prehispánica ya no esté, y en su lugar aparezca otra cosa, muy buena si quiere, pero otra cosa, eso que ha aparecido es el resultado de actos caóticos, donde no hay ley ni concierto. Lo único cierto son los conflictos entre los propios grupos nativos, y la confrontación, la guerra civil permanente, de los grupos diversos españoles. Ni siquiera tienen los conquistadores una “teoría” de la conquista; todo se va componiendo sobre la marcha. No tienen claro si debe primar el imperio o la nación. Al fin y al cabo, las bulas del “santo” padre Alejandro VI, se otorgan a Castilla. (Con la “base” jurídica inapelable de su derecho por la donación de Constantino, ese documento que Roca Barea nunca usa, pero que supone el mejor modelo que pudiera enseñar para demostrar la justicia, honradez, transparencia, etc., de su papado.) Guerra era, pero no estaba claro si “justa”, con todo lo que teológicamente ello implicaba. El interés propio y la avaricia, la búsqueda de riqueza y poder, es la única bandera que se puede ver en todos los sectores. 

La autora de Imperiofobia, además de reconocer que los españoles en la conquista no fueron peores que otros, reitera un aspecto que le es muy querido, donde se pondría en evidencia que, junto a la común maldad de conquistadores, los españoles añaden una señal que indica la bondad de su actuación: el mestizaje. Vaya, que la “conquista” al final fue asunto de galanteo, y tanto, tanto, se mezclaron los conquistadores con las nativas que aquello terminó en el culmen, una sola carne. No. Fueron violaciones y humillaciones, con mujeres de todas la edades y condición social. Esto tiene un previo.

Que el calificativo “mestizaje” se una al pueblo de la “limpieza de sangre” es todo un ejemplo de que las cosas son complejas. Por otra parte, mestizaje el justito, porque siempre tenía que ser con castellanos, excepciones aparte. Las tierras se conquistaban para la corona de Castilla, incluso cuando la reina Juana estaba secuestrada. Y solo era posible, por tanto, el mestizaje con el “indigenismo castellano”, que era el que allí arribaba. Los castellanos podían mestizarse con nativas desde México a Perú, pero ellas no tenían elección. Su desgracia, porque fue desgracia miserable para aquellas mujeres, se aumentó cuando también se las obligó a mestizarse con los esclavos negros que se iban incorporando.

El profesor Villacañas explica esta situación. En las expediciones ni siquiera “todos los castellanos podían viajar. Tenían que inscribirse en la matrícula de Sevilla, donde eran excluidos los de sangre impura, los afectados por la Inquisición, los de origen converso. Así que se transfirió a América la obsesión de la sangre limpia, lo que acabó marcando la personalidad de los criollos y su orgullo racial. Es verdad que se concedió, previo pago de la matrícula, el estatuto de hidalguía a todos los que llegaran allá. Esto significa que Castilla se replicó allí en el sentido de generar una sociedad privilegiada, donde los castellanos que llegaban, hidalgos de sangre o de estatuto comprado, se mostraron dispuestos a replicar la sociedad señorial que dejaban atrás y que no les había permitido promocionarse. Algunos de ellos aspiraron a fundar formas señoriales de alta nobleza, como Hernán Cortés, a lo que se opuso de forma férrea la alta nobleza castellana y la propia corona. La institución de los virreyes cerró esa política, al impedir que las Indias se pudieran gobernar mediante la alta nobleza autóctona.

No hay sociedad señorial sin el polo de la servidumbre. En Castilla se tenía a los pecheros y los moriscos. En América se tenía a los indígenas. Y eso es lo que se trasladó también a las Indias, lo que alteró de forma integral las estructuras comunitarias indígenas”. (pp. 125, 126)

Que la “evangelización” tuviera que ser soporte de esta sociedad señorial no tuvo fácil arreglo “teológico” (la encomienda fue un intento). Al final, el catolicismo fue el soporte de esta sociedad de dominadores. De manera que el publicitado mestizaje, señal de que la conquista de América por españoles no fue tan mala, tiene el previo de que allí fueron varones, guerreros o con aspiraciones, todos hidalgos, ¡y solo varones!, solteros la mayoría, si casado alguno, la esposa quedó en Castilla. La violación y el abuso es la norma. El catolicismo allí presente… piensen lo que quieran. Hubo gente honesta escandalizada. Tras dos generaciones, y con las estructuras sociales previas destruidas, aparece una sociedad “nueva”, en la que no faltan “matrimonios” mestizados, con nuevas generaciones nacidas en medio de esa sociedad de dominación. 

En ese meritorio mestizaje, se resalta que los españoles se integraban en la sociedad indígena. Ya lo vemos: fueron una sola carne. Pero esto se debe a otra cuestión que se publicita menos: esos guerreros (otros con aspiraciones de promoción), de los cuales se puede seguir su pista previa en las batallas del norte de África o Italia, todos varones, por estatuto de hidalguía, ¡no les estaba permitido trabajar! De modo que, si allí hubo espíritu, fue el guerrero, en algunos casos, impresionante, hay que decirlo; pero lo que primó fue la carne, en la cama con las nativas, forzadas, y en la mesa con la carne o viandas que los hombres traían, forzados. Y con el paso de un tiempo se configuró una sociedad, con unos que solo podían mandar, no trabajar, y otros que no podían mandar, solo trabajar. Se necesitan mujeres para la cama y territorios para la comida. Y lo obtuvieron. Por supuesto, algunas etnias se pudieron refugiar en espacios de selva y escaparon del mestizaje. Roca Barea alaba esa “cooperación” de los españoles con los nativos, sin recordar “que esa cooperación se daba bajo las formas de la servidumbre neofeudal, no bajo las formas de la libertad”. (p. 183)

Nos dice el profesor Villacañas, que esos “pecheros ansiosos de fortuna que buscaban estatus. Esos nuevos hidalgos recién creados llenaron los cientos de ciudades americanas fundadas en la primera mitad del siglo XVI y forjaron un estamento nuevo que mantuvo sus ritos y comportamientos ceremoniales, los criollos, que dieron lugar a lo que con el tiempo se llamó la ciudad letrada, cuando ya en España eran más bien una reliquia social arruinada.” (p. 181) [Monsivaís considera esa ciudad letrada modelo para consolidar la dominación.]

No puedo concluir sin poner una mirada en la imagen opuesta que Roca Barea suele reiterar cada vez que puede. Frente a la bondad de la conquista española (que ye hemos visto lo bueno que fue para los aplastados), contrapone la irrupción de los puritanos protestantes en esos territorios. Les dejo con las palabras de nuestro autor. “Los colonos norteamericanos puritanos, que marchaban en familias, trabajaban por obligación religiosa y aspiraban a la autosuficiencia, no necesitaban la cooperación con los indígenas, pues fundaban comunidades libres de personas que se consideraban elegidas. Esa forma de colonización en familias marca una diferencia radical… Los colonos americanos puritanos producían su propia forma económica mediante el trabajo metódico libre. Los españoles, por el contrario, eran extractivos y debían dejar intacto el sistema de producción indígena. Solo querían cobrarse su parte y para eso debieron intensificarlo. Los colonos puritanos ocupaban la tierra para trabajarla ellos… A esto se refiere Roca Barea, en su estilo, al decir que el anglosajón emigrante al llegar a América `no sabe qué hacer´. No es así, sabían lo que querían hacer, que era vivir libres de su trabajo, lejos de la doble tiranía del trono y del altar, como todavía pudo decir Abraham Lincoln de sus antepasados. Esta es la razón de que `los prófugos del Mayflower´--así los llama Roca Barea con un desprecio impropio—controlaran muy poco territorio después de cincuenta años. Ocupaban el que podían trabajar. Los españoles, buscando oro y siervos, dependientes de una actividad extractiva, necesitaban controlar grandes territorios”. (p. 184)

Echa una mirada a los barcos que van a América. En unos, van soldados, solo hombres, con todos los instrumentos de su único “trabajo”, la guerra. Su éxito consiste en conquistar cuanto más territorio mejor, en someter, “vencer”. El resultado de su éxito ya te lo puedes imaginar, y aquí se ha presentado. En otros van familias, con sus hijos, con herramientas para labrar el campo, para vivir libres de su trabajo. Ambos barcos llevan un modelo de cristianismo. Mira bien.

Y mira bien lo que pasa cuando se abandonan los principios de la Reforma, la del inicio. De los pueblos papales ya ves. De los protestantes, puedes ver que, al cambiar la perspectiva, y convertirse en “señores”, con los estados esclavistas, se han unido a la ruina del “hombre de pecado”. Esas sociedades esclavistas, son la negación de la Reforma, y los pastores que las justificaron son semejantes a los perros de presa que llevaron los españoles contra los nativos. Y sigue mirando, porque de esos fundamentos surgen los argumentos para que lo que fue en el principio República de pueblos libres, se convierta en Imperio. El imperio extractivo actual de Norteamérica nada tiene que ver con los padres fundadores. 

El próximo encuentro, d. v., ya final, con la Inquisición.

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