Viviendo por fe cada día

Él siempre está dispuesto a volver e intentar una nueva reforma de los corazones.

02 DE JUNIO DE 2019 · 12:00

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En estos días, mientras leemos y meditamos sobre lo que dice la Palabra en 1 de Reyes, nos reencontramos con una época de gran ruina del pueblo de Israel, donde irrumpe un rey, Acab, que “hizo lo malo ante los ojos de Jehová, más que todos los que reinaron antes de él”, (acompañado y reforzado por su esposa Jezabel, una influencia negativa como lo describe la Palabra; ambos arrastrando con ellos a todo el pueblo hacia la idolatría. Acab levantó altar a Baal e hizo imagen de Asera, dejando de lado los mandamientos que Dios les había dado desde mucho antes, siendo un ejemplo nefasto como lo podemos ser cualquiera de nosotros, pues nadie puede creer estar firme ni haberlo alcanzado todo ya, sino que hay que velar. Mas veo que, en medio de la calamidad, Dios envía un buen profeta, comprometido con Dios y con las personas, es decir, le preocupaban, quería que volvieran a reconocer a Jehová como único Dios. Demostrando que Él siempre está dispuesto a volver e intentar una nueva reforma de los corazones. Elías era ese mensajero fiel que va con la verdad por delante, sin aumentar ni quitar, poniendo su corazón en ello, con planes de bien y no de calamidad, que es lo que quiere Dios. Son estas mis impresiones personales, deseando que el Espíritu de Dios me guíe siempre para no tomar caminos equivocados y parciales, al leer su Palabra.

Me impacta la fe de Elías, alguien con una fe genuina, lo cual le lleva a depender de Dios en todas las instancias de su vida. Qué tranquilidad tener esa seguridad de que si te dicen ven, tú vas con garantía. Y Elías fue y transmitió a Acab sobre la gran sequía que azotaría Israel, consciente del gran furor que desataría al emitir esta noticia, pues, como sabemos, su presencia no era agradable ante los ojos del rey y de su esposa, quien ya había destruido a los profetas de Dios. “… Vive Jehová Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra” (1 Reyes 17.1), le dijo. Pero también sabía en quién había confiado él. Y así, después de transmitir la dramática noticia, Dios le manda que se esconda en el arroyo de Querit, y ahí va, y pacientemente espera. Después de llevar a cabo su cometido, Dios lo pone a buen recaudo. Lo provee de lo necesario: el agua de un arroyo para mitigar su sed, y comida traída por unos cuervos. Un oasis mientras otros desfallecían. Empezaban los tres años y seis meses de secano.

Me llama la atención un pequeño detalle, mientras repaso las palabras… Y es el hecho de que Dios lo pone todo patas arriba según su soberana voluntad. No envía a unas joviales y pacíficas palomas para proveerle de alimento, sino a unos cuervos, con la fama que tienen estas aves. No le sacan los ojos, más bien le ayudan a no desfallecer. Aun lo considerado inmundo e inservible por el hombre, para Dios es posible que sea rescatable. He ahí que en ese instante recordé la visión de Pedro, en Hechos 10, cuando tenía delante de sí el asunto de los gentiles, en la que una voz le dice: “Lo que Dios ha purificado, no lo consideres tú profano”. Y ya en casa de Cornelio: “Como sabéis, a un judío le está prohibido relacionarse con extranjeros o entrar en sus casas. Pero Dios me ha hecho comprender que a nadie debo considerar profano o impuro”. Y luego, “Ahora comprendo que para Dios no existen favoritismos. Toda persona, sea de la nación que sea, si es fiel a Dios y se porta rectamente, goza de su estima”.

Estos pasajes nos recuerdan cómo Dios está pendiente de nosotros aun en tiempos de sequía, de cansancio; se preocupa por darnos un tranquilo tiempo para poder repostar, meditar y recobrar fuerzas, como ese que se dan las águilas. Sabía que tener que enfrentarse a Acab y a su esposa podía generarle estrés, cierto temor; dícese que Elías temblaba con solo oír un mensaje de Jezabel. Esta situación de ayer es para hoy también, Dios no ha dejado de actuar. Y seguía actuando Dios cuando la sequía llega hasta el arroyo, pues tanto el sol como la lluvia caen sobre todos. Para preservarlo, no lo envía a una zona de Israel donde quedara algún río con agua, sino a Sarepta, en Sidón, tierra extranjera. Es más, le dice: “… he aquí yo he dado orden allí a una mujer viuda que te sustente”. Podía haber sido un alto funcionario de Sidón, o un general, pero otra vez Dios lo trastoca todo. Recordemos cuando Jesús, quien, cuando todos estaban maravillados después que, en la sinagoga de Nazaret, leyera en el libro de Isaías aquel pasaje que empieza diciendo: “El espíritu del señor está sobre mí…, dijera: “Os aseguro que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra. Os diré más: muchas viudas vivían en Israel en tiempos de Elías, cuando por tres años y seis meses el cielo no dio ni una gota de agua y hubo gran hambre en todo el país. Sin embrago, Elías no fue enviado a ninguna de ellas, sino a una que vivía en Sarepta, en la región de Sidón” (Lucas 4.24-26). 

Dios elige a una viuda, con una situación de viuda en aquella época (recordemos a Noemí y a Rut); o sea muy pobre y desamparada. Pero era solidaria, aun en momentos de escasez, no le dio de lo que le sobraba sino de lo que escaseaba. Un ínfimo capital movido a fuerza de fe, que rendía mientras era amasado con pasión y resistencia. Me admira que, cuando Elías le pide agua y luego que le diera de comer primero, obedece y no le dice que no porque es un extranjero y no confía en que pueda ser un profeta de un Dios que me imagino era extraño para la población de la región de la que era oriunda. O que solo tenía para ella y para su hijo y que de compartir nada, sálvese quien pueda. No, confía, cree en lo que Elías le dice de parte del Dios de Israel: “Porque Jehová Dios de Israel ha dicho así: La harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija disminuirá, hasta el día en que Jehová haga llover sobre la faz de la tierra” (17.14). Ambos unidos por la fe comieron por muchos días; ni el aceite ni la harina menguaron, como lo había dicho Dios a través del profeta. Era vivir por fe día a día, confiando en la provisión de Dios y en sus promesas: porque sin duda llegarán. Esperando que pasaran lo que quedaba de los tres años y seis meses de sequía. Pacientes. Contentados. Perseverantes. Elías orando, mientras el aceite crecía, aun cuando la lluvia no caía. Todavía no. Algo llamativo: mientras hay sequía en Israel, Dios trae beneficios en un lugar de tierra extranjera. Continúo asombrándome.

Vivir arrastrado por las promesas no es fácil cuando te encuentras con los vaivenes del peregrinaje. Pues cuando todo parece marchar sobre ruedas y en deleitosa calma, pueden azotar los vendavales y lluvias torrenciales. Pero los que se mantienen firmes por la raíz pueden tambalearse, pero permanecen, pues “a los que aman al Señor, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”, como dice en Romanos 8.28. Imagino la convulsión sufrida por la mujer cuando, en medio de las satisfacciones, pierde a su único hijo, máximo apoyo en su estado. Estaría sorprendida y preguntándose por qué, si ella solo había hecho el bien y compartido lo poco que tenía. Y se había creído todo lo que el profeta le había transmitido de parte de su Dios. Y percibimos que incluso el propio Elías no sabe muy bien el porqué de todos estos sucesos. Y no reprende a la mujer cuando ésta se queja, lo culpa; percibimos que entiende su situación y se duele con ella, y clama ante Dios preguntando por qué la aflige aun sabiendo lo que ha hecho para con él. No es fácil entender, como humanos, que, así como Dios da puede quitar; todo lo que poseemos le pertenece y es un privilegio gozar de su generosidad para con nosotros. No obstante, aun a los más entregados les cuesta entender a la hora de la prueba, cuando toca la práctica. Es así. Quizá en los días de prosperidad nos vamos acomodando, relajando. Dios quiere que le necesitemos desesperadamente, que nos sea tan necesario como el aire que respiramos.

Y así están ellos, dependiendo de él en el sustento, en lo familiar, en lo espiritual, en lo emocional. Percibo que la muerte del niño hace que la mujer pregunte por su situación, se examine. Elías, por su parte, agradecido se preocupa por la persona que lo había acogido sin preguntas, como uno más de su casa. Posee sentimientos, ya lo dijo Santiago; menos mal que no tenía que avergonzarse de ello porque no estaba de moda. Tiene compasión por la mujer y por el niño. Me atrevo a decir que era consciente de la valía de esos seres humanos para Dios, hechos a imagen y semejanza suya, a los que había elegido, aunque fueran de Sidón. Él tenía la gran responsabilidad de mostrar el amor de Dios a través de sus palabras y de sus hechos ante los más débiles y que necesitaban amparo. Era un embajador suyo, su representante, como podemos serlo cada uno de los que decimos ser sus seguidores. Y vemos cómo en todas las situaciones iba siguiendo la hoja de ruta diseñada por su Señor. Un Señor con el que podía comunicarse libremente, con confianza, íntimamente. Sabe que puede quejarse, llevarle sus penas. Puede consultar y tendrá respuesta, aunque no sea la que él considera idónea. En este caso, Dios, por su soberana voluntad, hace que el niño reviva. No siempre es así, debemos saberlo. Él sabe cuándo, y que propósitos tiene. Y todo redunda para mostrar su gloria y su misericordia para el bien de su creación. Lo dice la mujer al expresar: “Ahora reconozco que tú eres varón de Dios, y que la palabra de Jehová es verdad en tu boca” (17.24). Qué maravilla que los que nos rodean puedan decir palabras similares como estas: “que la palabra de Jehová es verdad en tu boca”. Creíble, demostrable, acertada, justa, edificante. Entre nosotros deberá ser así. Al dar nuestro parecer sobre asuntos y personas cuando nos preguntan. No para derribar, sino para construir o aconsejar. Ser críticos, pero no para arrasar, sino para aumentar la gloria de Dios. ¡Qué difícil cuando hay tantos manuales para desanimarnos los unos a los otros! Y nos olvidamos del Manual por excelencia. Que nuestro Dios haga efectiva su Palabra en nuestras vidas, que tanta falta hace. Para todos. Que refuerce esa confianza en sus promesas, ese poder esperar “pues ya llegará”. Continúe reforzando esta obra que ya empezó en nosotros, porque queremos y ansiamos sea terminada en su momento. 

Este peregrinaje es muy complejo, pero yo misma me animo diciendo: “Al final, para los que esperan en Dios, todo confluye para bien.

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