De protestantes españoles y extranjeros

La consecuencia evidente es que no a todos los procesados por la Inquisición por luteranismo podremos llamarles protestantes. 

02 DE JUNIO DE 2019 · 08:00

Dibujo de capilla protestante del siglo XIX publicado en 'La ilustración de Madrid'. / Wikimedia Commons,
Dibujo de capilla protestante del siglo XIX publicado en 'La ilustración de Madrid'. / Wikimedia Commons

Cuando se habla de protestantismo español, es frecuente encontrarse con la extendida tesis acerca de la contaminación por extranjeros de las comunidades locales. Que fueron estos contactos el germen del -escaso- arraigo protestante en España. Pero la lectura de las actas inquisitoriales nos dibuja un escenario bien distinto.   

Lo primero es delimitar el espacio de aquello que llamamos protestantismo español. 

Si hablamos de protestantismo, evidentemente debemos separar protestantismo de lo que no lo es, aunque así se haya llamado. Y si hablamos de español, habrá que separar los episodios que de alguna manera enraízan en el país, y los que no. 

En cuanto al protestantismo, hemos de advertir que dista mucho el número de causas reales por una Fe Cristiana protestante, de aquellos que juzgaban cualquier burda desviación de la pureza católica bajo el cartel de “luteranos”. Las actas nos enseñan infinidad de casos de personas que por meros comentarios fuera de lugar, o inocentes pensamientos en voz alta, cuyo contenido no cuadraba dentro de otro mejor concepto de blasfemia, la Inquisición los juzgaba como luteranos. Si el Sr. Hernán Rodríguez el Viejo en un día de furia contra su párroco lo tacha de “mal cristiano y podrido contador de diezmos”, ¿podremos decir que el Sr. Hernán era un luterano?. Y si un tal Francisco García de Consuegra, conocido “borracho y trasnochador” dice no creer en el juicio final, y llama “cachorro” al apóstol Pedro ¿podemos decir que era un protestante?. Pues ambos fueron encausados bajo el tipo de “luteranismo”.

Si este tipo de procesos llenan las causas, la consecuencia evidente es que no a todos los procesados por la Inquisición por luteranismo podremos llamarles protestantes. 

Dice Schäfer (traducción de Ruiz de Pablos):

“Por lo tanto, si se trata de la propagación del protestantismo en España, quedan solo aquellos españoles que, especialmente a través del estudio de la Sagrada Escritura como también de las obras de los reformadores, llegaron a una oposición consciente contra las doctrinas fundamentales de la Iglesia romana y contra estas mismas sacaron las consecuencias positivas correspondientes a esta negación y también la defendieron con mayor o menor firmeza en los momentos decisivos, cuando de obra menta una muy comprensible debilidad humana frente a los miedos de la espantosa muerte no los indujo a solemne retractación.”

Existe un elemento diferencial entre estos luteranos de cartel, y nuestros protestantes, y es que aquellos rápidamente renegaban de cualquier tipo de contaminación luterana, alegando no haber querido nunca ofender a la Santa Iglesia ni a Los Santos Padres. Sin embargo, nuestros protestantes, con mayor o menor acierto conocían las implicaciones de sus creencias. Pues no eran errores. Usando un símil jurídico, unos por imprudencia, otros por dolo.

Cuando ya tenemos diferenciados aquellos que podemos llamar protestantes, queda por intentar conocer el influjo que sobre éstos hubieran podido causar los extranjeros que por diversos motivos pisaban suelo íbero con sus raras doctrinas y su proselitismo. Pero las actas, tan minuciosas en las pruebas de cargo, no aportan ningún indicio de penetración de doctrinas extranjeras en los grupos protestantes de Sevilla y Valladolid, los únicos que pasarían el corte doctrinal de verdadero protestantismo. Se que esto puede romper el estereotipo del ideal misionero extranjero, que con mucho esfuerzo y poco resultado patean nuestro país buscando convertir al tozudo español, pero los documentos están ahí, y excelentes trabajos como el de Tomás López Muñoz lo atestiguan (La Reforma en la Sevilla del XVI. Ed. Mad Edu forma). El absoluto hermetismo de ambas comunidades, conscientes del riesgo sufrido, hacen que el contacto con extranjeros no tenga ningún peso a considerar en su fe. Como bien dice Schäfer en el párrafo antes citado, alcanzaron de manera autónoma (y nosotros añadimos por la voluntad de Dios), mediante el estudio tanto individual como compartido de las Escrituras, el conocimiento que podríamos alinear perfectamente con el protestantismo. Pero recordemos, autónomo, simultáneo y perfectamente independiente del europeo. Fueron nuestros protestantes. Y los quemaron.

Como conclusión, podemos citar de nuevo a Schäfer y Maurenbrecher (traducción F. Ruiz de Pablos):

“Con excepción de las dos comunidades de Valladolid y Sevilla, el protestantismo no encontró en España ningún sitio, y que se mantienen en toda su validez las palabras de Maurenbrecher: Cada puñado de protestantes que aparecen en el último tiempo de Carlos V y en los primeros días de Felipe II, son pronto aniquilados sin dejar rastro por la energía del reino español y el poder de la Iglesia española: su aparición quedó como un acontecimiento completamente aislado que no tuvo ninguna relación interna con la vida intelectual española que haya ejercido ningún influjo en el desarrollo de la nación española ni haya causado ninguna influencia duradera.”

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