Errores doctrinales de los dos primeros siglos

Los cristianos necesitaban defender su fe continuamente para no contaminarse, ni caer en errores religiosos.

01 DE JUNIO DE 2019 · 10:00

Simón el Mago, de negro, intenta comprar el don del Espíritu Santo a Pedro. Cuadro de Avanzino Nucci, de 1620. / Wikimedia Commons,
Simón el Mago, de negro, intenta comprar el don del Espíritu Santo a Pedro. Cuadro de Avanzino Nucci, de 1620. / Wikimedia Commons

1. Fanatismo judaizante

El problema surgió cuando ciertos judíos cristianos o mesiánicos, llegaron a las iglesias de Asia menor:

Entonces algunos que venían de Judea enseñaban a los hermanos: «Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés no podéis ser salvos». Pablo y Bernabé tuvieron una discusión y contienda no pequeña con ellos. Por eso se dispuso que Pablo, Bernabé y algunos otros de ellos subieran a Jerusalén, a los apóstoles y a los ancianos, para tratar esta cuestión. (Hch. 15:1-2).

¿Bastaba la sola fe y la identificación con la obra del Mesías en la cruz para ser salvo y entrar a formar parte del Israel de Dios o, por el contrario, había que adherirse a los ritos de la Ley mosaica y ser circuncidado para ser salvo y discípulo de Cristo? Para responder a estas cuestiones de apologética interna, la iglesia, celebró un concilio en Jerusalén y se llegó a la conclusión de que no era necesaria la circuncisión para los cristianos.

 

2. Sacralización de reyes y emperadores

Los cristianos primitivos sufrieron persecución por negarse a dar culto al emperador romano y a las imágenes de los dioses. Plinio el Joven, que fue gobernador de Bitinia, en una carta dirigida a Trajano, emperador de Roma, le comentó: 

He seguido el siguiente procedimiento con los que eran traídos ante mí como cristianos. Les pregunté si eran cristianos. A los que decían que sí, les pregunté una segunda y una tercera vez amenazándoles con el suplicio; los que insistían ordené que fuesen ejecutados.[1]

Pero Plinio también escribió:

Decidí que [otros] fuesen puestos en libertad. ¿Por qué? Porque renegaron de su fe maldiciendo a Cristo y adorando la estatua del césar y las imágenes de los dioses que el gobernador había llevado al tribunal.[2]

Para los romanos, era inconcebible que una religión exigiera devoción exclusiva a un solo dios. Si los dioses romanos no lo pedían, ¿por qué había de hacerlo el Dios de los cristianos? Además, el culto a las divinidades imperiales se consideraba como un simple reconocimiento del orden político. Por consiguiente, se tomaba como traición la negativa a realizar dichas ceremonias. Pero, como bien pudo comprobar Plinio, no había manera de obligar a la mayoría de los cristianos a efectuarlas. Ellos las veían como una infidelidad a Dios y al Señor Jesucristo, por lo que muchos preferían morir antes que idolatrar al emperador. Las palabras de Jesús seguían resonando con fuerza en sus oídos: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás (Mt. 4:10).

 

3. Religiones paganas

Las deidades veneradas en el Imperio romano eran tan diversas como los idiomas y culturas que éste abarcaba. El paganismo dominaba en todo el imperio y adoptaba múltiples formas en cada localidad. La mitología griega era también ampliamente aceptada, lo mismo que la adivinación. Y de Oriente habían llegado las llamadas religiones mistéricas, o de los misterios, las cuales prometían inmortalidad, revelaciones personales y unión con las divinidades mediante ritos místicos. 

El libro de Hechos ofrece claras indicaciones del ambiente pagano que rodeaba a los cristianos. Por ejemplo, en Chipre, el procónsul romano tenía por asesor a Barjesús, un mago y falso profeta judío (Hch. 13:6-7). En Listra, la gente confundió a Pablo y Bernabé con los dioses Mercurio y Júpiter (Hch. 14:11-13). En Filipos, Pablo se topó con una esclava que practicaba la adivinación, proporcionando gran ganancia a sus amos (Hch. 16:16-18).  En Éfeso, vio lo arraigado que estaba el culto a la diosa Diana (Hch. 19:1, 23, 24, 34). Y en la isla de Malta, Pablo fue aclamado como un dios porque no se enfermó al ser mordido por una víbora (Hch. 28:3-6). En un ambiente así, los cristianos necesitaban defender su fe continuamente para no contaminarse, ni caer en errores religiosos.

 

4. Herejías surgidas en el seno de las congregaciones

a. Simón el Mago (Siglo I) (Hch. 8:9-24):

Este personaje llegó a creer que el don del Espíritu Santo se podía comprar con dinero. La palabra “simonía” indica el tráfico en cosas santas por intereses lucrativos. Algo que proliferó, por desgracia, a lo largo de la historia, hasta que el propio Lutero tuvo que enfrentarse al mercado de las indulgencias que practicaba la Iglesia Católica. El fraile alemán se opuso a la idea de que los pecados podían ser perdonados a cambio de dinero y esto, entre otras cosas, le acarreó la ira de Roma.

b. Los nicolaítas (Siglo I) (Ap. 2:6, 20):

Constituyeron un movimiento herético de la provincia romana de Asia menor que sólo se menciona una vez en Ap. 2:6 y 15. A la iglesia de Éfeso se de dice:

Pero tienes esto, que aborreces las obras de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco.

Probablemente los nicolaítas contemporizaban con la idolatría propia del ambiente grecorromano en el que vivían. Es decir, rendían culto al emperador. Es muy posible que el destierro del apóstol Juan a la isla de Patmos ocurriera precisamente por negarse a adorar al emperador. Y que escribiera el Apocalipsis para denunciar a los nicolaítas y advertir a todos los creyentes contra la adoración del emperador romano.

c. Los encratitas (Siglo II) (1 Ti. 4:1-3):

El encratismo condenaba la materia y tendía a imponer a todos los cristianos, como condición para salvarse, la abstinencia del matrimonio, así como de comer carne y beber vino. Era, por tanto, un grupo ascético.

Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios… prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que con acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad. (1 Ti. 4:1-3).

d. El gnosticismo:

Este término “gnosticismo” es relativamente nuevo. Apareció en el vocabulario religioso europeo a partir del siglo XVII para referirse a “una helenización aguda del cristianismo”. Se trata de una corriente esotérica cristiana que se puede detectar desde mediados del siglo primero y que se mantuvo vigente durante cinco siglos, propagándose por Palestina, Siria, Asia Menor, Arabia, Egipto, Italia y la Galia. El gnosticismo creía en un dualismo cósmico radical: el Dios supremo moraba en el mundo espiritual, mientras que el mundo material había sido creado por un ser inferior, el Demiurgo. Dios, que era espíritu bueno, no tenía trato con el mundo de la materia que era malo. No obstante, el Demiurgo se encargaba, junto a sus ayudantes los arjones, de tener a los hombres aprisionados en su existencia material y de impedir que sus almas, después de la muerte, alcanzasen el mundo espiritual.

La palabra “gnosis” significa “conocimiento”. Los gnósticos creían que el verdadero conocimiento espiritual sólo lo poseían algunos iniciados, pero podían transmitirlo a otros a través de ritos, relatos y determinadas doctrinas esotéricas. Sólo quienes poseían esa chispa divina, el pneuma, podían esperar escapar de su existencia corpórea si, además recibían la iluminación y el conocimiento de la gnosis. Creían que el Señor Jesucristo se había escapado del mundo espiritual de forma encubierta para acercar la iluminación a los mortales. Pero los iniciados no se salvarían por la fe en el perdón gracias al sacrificio de Cristo, sino que se lo harían mediante la gnosis, que es un conocimiento superior a la fe. Ni la sola fe ni la muerte de Cristo bastan para salvarse. Era el propio ser humano, como entidad autónoma, quien podía salvarse a sí mismo mediante el conocimiento místico exclusivo recibido desde arriba. El gnosticismo mezclaba sincréticamente creencias orientalistas, ideas de la filosofía griega, principalmente platónica, con determinadas doctrinas cristianas.

Es lógico que los escritores del N.T., los defensores de la sana doctrina cristiana, se opusieran a la herejía gnóstica. Hay muchos textos en el NT que se refieren a ella, sobre todo en las epístolas del apóstol Pablo a Timoteo, quizás los versículos más claros sean los siguientes (1 Ti. 6:20-21):

Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado, evitando las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia (gnosis), la cual profesando algunos, se desviaron de la fe. La gracia sea contigo. Amén.

Aparte de practicar una charlatanería vacía, Pablo dice de los gnósticos que son “malos hombres” y que se conducen como “engañadores (…) engañando y siendo engañados” (2 Tim. 3:13); que “se apartan de la verdad y se vuelve a las fábulas” (2 Ti. 4:4). Las epístolas de Judas y 2ª de Pedro recalcan también el desenfreno sexual que les caracterizaba, ya que no le daban importancia a todo aquello que se hiciera con el cuerpo.

 

Notas

[1] Cayo Plinio Cecilio Segundo, Panegírico de Trajano y Cartas, Cartas XCVII y XCVIII, tomo II, Biblioteca clásica, tomo CLV, Texto en latín del rescripto de Trajano en: Blanco, V., Orlandis, J., Textos Latinos: Patrísticos, Filosóficos, Jurídicos, Ed. Gómez, 1954, Pamplona, p. 103.

[2] Ibíd. p. 103.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - ConCiencia - Errores doctrinales de los dos primeros siglos