Una nueva comunidad cristiana

Leyendo la Palabra, hay algo en lo que no necesitamos que nos ayuden a interpretar mejor, y es la preocupación de Dios, del Padre que luego envía al Hijo, y del Espíritu que luego nos lo recuerda, por los menesterosos, marginados y poco reconocidos por nosotros los demás.

24 DE MARZO DE 2019 · 19:00

Orando en la Plaza mayor de Salamanca. / Jacqueline Alentar,
Orando en la Plaza mayor de Salamanca. / Jacqueline Alentar

Recordamos que después de la muerte, resurrección y ascensión de Jesús, un poco más adelante, en el día de Pentecostés, el Espíritu descendió sobre una multitud y conformó una unidad espiritual. Nacía la Iglesia, una nueva comunidad. Interesante me ha parecido lo que dice Juan Mackay acerca de esa nueva comunidad, en este fragmento que extraje de su libro Prefacio a la teología cristiana (Casa Unida de Publicaciones y Librería ‘La Aurora’, México D.F., 1946): 

“En esa ‘Filosofía desde la prisión’, como se ha llamado con toda propiedad a la Epístola a los Efesios, Pablo descorre el velo del ‘misterio’ el ‘secreto abierto de Dios’. Este secreto escondido antes en Dios y revelado en Cristo, es que Dios se había propuesto fundar una nueva comunidad mundial con Cristo como centro, en cuyo rico y diversificado compañerismo habrían de superarse todas las distinciones humanas… Su divina intención de crear una familia universal en que Él mismo sería el Padre, Jesucristo el Hermano Mayor, y todos sus miembros hermanos, fuesen hombres o mujeres, judíos o gentiles, cultos o iletrados, señores o siervos. En la nueva comunidad cristiana comenzó a ser superada la distinción entre suelo patrio y el suelo extraño, entre el nativo y el extranjero, y a cumplirse la promesa, hecha por Dios a Abraham, de que en él y en su simiente serían bendecidas todas las familias de la tierra. Los hijos de Abraham estaban encendidos de celo misionero. Alguien ha dicho que, en los viajes misioneros de Pablo, el Hermano Mayor de la parábola, que había estado tan pagado de su propia justicia, habiendo también ‘vuelto en sí’, se lanzó en busca del Pródigo. Definitivamente se abandona todo privilegio; la sangre, la cultura y la herencia religiosa no se consideran ya como base del lugar que uno ocupa ante Dios ni determinan la actitud que se guarda hacia los demás. La iglesia se convirtió en la portadora de la historia, en el medio de cumplir la voluntad divina de compañerismo en Cristo Jesús. Fue así como empezó a realizarse una de las visiones más atrevidas y grandiosas del Antiguo Testamento…”.

Estas líneas han sido para mí como una nueva y revulsiva sacudida, un recordatorio contundente, como el de Pablo cuando leo en Gálatas que ya no hay judío, ni griego, ni esclavo ni libre... en la iglesia que es “la más alta expresión de la bondad” y también la portadora de la misión de facilitar bondad se lleve a cabo en el mundo nuestro. Para mí no es fácil asimilar, comprender la alta intensidad de las intenciones que provienen del amor y de la misericordia divinas. Lo que sí tengo claro es que Dios ama a su creación y le ha extendido un infinito campo de gracia. Una gracia que no es barata (ya sé que es un regalo) porque le ha costado la vida del Hijo. Es decir, que le importamos. Se ha molestado en bajar para dejarnos un modelo. Veo que a Dios le preocupa lo que pasa debajo del sol. No nos ha dado un documento con una respuesta exacta para cada asunto, pero nos da seguridad, esa que encontramos en su Palabra y en las pisadas del Maestro. Y andar siempre con Él, con Jesús. Es solo seguir su ejemplo, pues ahí está la hoja de ruta a seguir, según mi modesto pensar. Que el cristiano de forma individual o como comunidad debe seguir. Es un reto, y vuelvo a decir que no es fácil nuestra actuación: entre nosotros y con todo lo que nos rodea.

¿Cómo se puede adquirir un compromiso práctico? Pregunto. 

Con su vida, muerte y resurrección, Cristo nos dejó un mañana asegurado para que así transitáramos con una garantía en nuestra vida terrenal. Pero no dijo que nos encerráramos a esperar, nos alejáramos de todo. Nos despreocupáramos de lo que pasa en el mundo. Más bien dijo que el Reino de Dios se había acercado y que había futuro, pero también que ese Reino ya estaba aquí y ahora, y debemos vivirlo, saborearlo, y mostrarlo para que los demás lo crean. Cristo venía a traernos la buena noticia de la salvación. Había empezado la época de gracia. Él siguió cumpliendo con la misión que le había sido encomendada. Iba demostrando con la palabra y la acción. Ése es el ejemplo. Se sometió a la voluntad de su Padre hasta el final; cada día caminaba en fe, en obediencia y en oración. Con su estilo de vida mostró que el Reino de Dios se había acercado, mientras recorría por los caminos, calles, aldeas; o en la sinagoga… Nos dejó una nueva forma de pensar, de hacer, de ver, que lo trastocaba todo. Parecía una locura, tanto que su madre y sus hermanos pensaron que estaba loco y querían llevarlo a casa. Su actitud no les parecía normal. Dejó a todos estupefactos cuando mostró que le acompañaba una compasión infinita. No quiere decir que no haya mostrado firmeza e indignación cuando fue necesario, pero miró a las multitudes que necesitaban una voz autorizada que transmitiera esperanza duradera y les transmitió buenas noticias para el espíritu y para el cuerpo. Porque cuando Él llega, la situación estaba cargada de distinciones: ya sea por status, si eras niño, mujer o extranjero… Si estabas enfermo, con alguna deficiencia. Había costumbres y leyes necesarias, pero que a veces se tornaban rígidas de tanto usarlas. 

Dios se acercaba a la humanidad para traer algunos cambios, no por la fuerza ni con ejércitos. Traía la posibilidad de que el hombre participara en la vida de Dios, llegase a ser un conocido de Dios. Con Cristo y en Cristo surgiría una nueva vida. En el verbo hecho carne la verdad y la gracia de Dios se diseminaban por toda la humanidad. Y habría un modelo a seguir. Jesús promocionaba, por donde pasaba, ese reino de Dios que demuestra que éste se preocupa por todo lo que atañe al ser humano. Él se encargó de transmitir el amor, la misericordia y la gran compasión de su Padre. De demostrar que el abrazo de Dios se había extendido más allá del pueblo elegido, ampliando su rayo de acción hacia otros colectivos. Hasta ahora solo era Israel, pero Dios no se olvida de lo dicho a Abraham. 

En la puesta en marcha de ese gran Plan de Dios, estaban contemplados, y en alta consideración, aquellos que para los humanos no tenían valor alguno, incluso se los menospreciaba y excluía.  Los marginados de todas las épocas. Las buenas noticias no eran solo para un grupo de elegidos, la gracia se ampliaba sin límites. Si antes decía apartarse, ahora decía juntarse, compartir. Sí, me cuesta entender que Dios, llegado el año agradable trabe amistad con los pecadores y se siente a comer con ellos, dañando así su reputación. Y ya no haya trabas para los leprosos, los mendigos, las mujeres y los niños, los paralíticos, perturbados, inmigrantes. Para ello tuvo que enfrentarse a los religiosos de su tiempo sin importarle los riesgos pues tenía una misión por encima de todo. Solo con su actuar derriba los prejuicios. Demuestra que en su proyecto no hay lugar ni para la injusticia, la inequidad, la falta de ética; pone en primer lugar los asuntos de su Padre.

Entonces, ¿debe existir la iglesia para estar atenta a ese modelo atendiendo las prioridades más allá de su ámbito de actuación normal? Por ejemplo, ¿le debe importar la pobreza y sus consecuencias? ¿Ir más allá incluso, preguntándose cuáles son las causas de esa pobreza? 

¿Le importa a la Iglesia que los niños que nacen tengan asegurada una vida digna, que no sean blanco de los traficantes de personas, de los explotadores laborales, de los señores de la guerra, de costumbres crueles?

¿Se debe interesar que los gobiernos del mundo cumplan con los acuerdos que garanticen el desarrollo de sus países, la disminución de la pobreza, la existencia de leyes que favorezcan a las víctimas de tantísimas lacras? ¿Por ejemplo, que se visibilicen los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), de los que tanto venimos comentando? ¿O que los Estados firmantes de la Convención sobre los Derechos del Niño defiendan y cumplan lo contenido en la misma? ¿Qué se cumplan las leyes que favorecen a los migrantes, a los trabajadores, a las víctimas de tráfico y trata de personas o de violencia doméstica?

Tal vez repito los mismos asuntos. Ya me gustaría no volver a hablar de problemáticas, sino de gratitudes porque todo se ha superado, o por lo menos en gran parte. Pero no debo cansarme porque leyendo la Palabra, hay algo en lo que no necesitamos que nos ayuden a interpretar mejor, y es la preocupación de Dios, del Padre que luego envía al Hijo, y del Espíritu que luego nos lo recuerda, por los menesterosos, marginados y poco reconocidos por nosotros los demás, que, por alguna razón, hemos sido premiados con una mejor situación. Y cuando leo pasajes donde Jesús habla de los niños, poniéndolos como ejemplo, incluso, quiero creérmelo y no pensar que es una historia más para que los niños se duerman. Y me pregunto si con entusiasmo le hablo a los niños sobre estos pasajes de la Biblia, les informo de esta gran noticia. La Biblia el Libro de los Libros, digo. Un manantial de sabiduría. En estos días, al leer una obra, su autor me hacía pensar que, en los días de hambre por la Palabra, los hombres volvieron a buscar la verdad, y, como consecuencia, algunos países lograron salir de la pobreza y de la ignorancia. Cada vez que se ha dado un despertar bíblico se dan grandes cosas, lo podemos constatar a lo largo de la historia, nuestra historia.

Muchas de las organizaciones mundiales que velan por devolver la dignidad al ser humano, fueron gestadas a la luz de la Palabra. Y mucho tiempo atrás, la Palabra se hizo carne para que la pudiéramos tocar, ver en acción. Y eso se grabó con tinta para que quedara para todas las generaciones. Y es una Palabra que guía certeramente, pero no oprime. Puede tener firmeza, exhortación, pero no genera terror, sino respeto, obediencia libre. No se azota con ella, más bien trae sabiduría, conocimiento, hace pensar. Se te abren los ojos del entendimiento. Despiertas. Razonas. Todo tiene un sentido y una misión.

Dios es un Dios-Creador, no es algo estático. Es verdad que hay una piedra angular, pero a partir de ahí nosotros, y lo que nos rodea, vamos moldeándonos con un propósito. Dios quiere que vayamos avanzando, siempre con justicia, con ética, con compasión cristiana, y con trabajo, servicio. La palabra no nos vuelve ascéticos, más bien nos lleva a actuar. Es como si un resorte nos lanzara hacia adelante con mucha fuerza, fuerza para el bien. Es el poder transformador de la Palabra. 

Empieza a importarme todo, porque doy valor a lo creado por alguien que es para mí una Voz autorizada, que te inspira y guía con su Manual de instrucciones. Y ya no va primero el poder, sino el servicio, según el modelo de aquel que se humilló. No cabe duda de que, cuando nos preguntamos cómo hacer la voluntad de Dios, qué camino escoger en medio de una tranquila desesperación mientras peregrinamos, la respuesta es: escudriñar las Escrituras que dan testimonio de aquel que dijo: “Yo soy el camino”. 

En esa época de avivamiento que fue el Siglo XVI, algunos sintieron la imperiosa necesidad de volver a encontrar el verdadero camino y escudriñaron nuevamente las páginas del Libro y revisaron, y escribieron, y tradujeron, e imprimieron, y entendieron, y difundieron, explicaron, pregonaron la Palabra. Y el despertar fue grande, se removieron los cimientos de un gran bloque del mundo. Como si se resquebrajara la tierra para sacudir el polvo de aquel gran mandato de Jesús de ir a todas las naciones, hasta lo último de la tierra llevando su mensaje. No importa el precio, dijeron. Y hace unos días, pudimos comprobar que más allá, en lejanos puntos del orbe, la Palabra se difunde, se encarna otra vez, pero en forma de Libro, sin importar el coste, la vida.

La preocupación de Dios por la humanidad continúa. ¿Me importa a mí?

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