Panes de cebada

A la hora de solicitar la ayuda, la providencia y la gracia de Dios, no debemos olvidarnos de nuestra responsabilidad en aquellas cosas que sí podemos hacer.

02 DE MARZO DE 2019 · 22:45

Granos de la cebada cultivada (Hordeum vulgare). / Antonio Cruz,
Granos de la cebada cultivada (Hordeum vulgare). / Antonio Cruz

La palabra hebrea usada para la cebada es seorah, שְׂעֹרָה, que significa literalmente “planta de barbas rígidas o ásperas”, mientras que en griego, es krithé, κριθή, tal como figura en el libro de Apocalipsis (6:6). La Biblia se refiere a la cebada en 35 ocasiones ya que se trata de una gramínea muy cultivada en la media luna del Creciente Fértil, así como en regiones periféricas (Ex. 9:31; Lv. 27:16; Nm. 5:15; Dt. 8:8; 2 Cr. 2:10; Rt. 2:17; 2 S. 14:30; Is. 28:25; Jer. 41:8: Jl. 1:11; etc.). Básicamente se la usaba como alimento para el ganado equino (1 R. 4:28), aunque también la consumía el pueblo con pocos recursos (Jue. 7:13; 2 R. 4:42; Jn. 6:9; cf. Ez. 4:9) y la harina de cebada era asimismo aceptada como ofrenda (Nm. 5:15). Se trata de uno de los primeros granos que maduraban en Israel, entre marzo y abril (mes de Abib o Nisán), es decir, para la Pascua (Rt. 1:22; 2 S. 21:9).

Las cebadas se pueden distinguir fácilmente de los trigos y centenos porque cada muesca de la raspa presenta tres espiguillas en vez de una sola como en éstos. Son gramíneas anuales del género Hordeum que suelen alcanzar el metro de altura, con hojas de uno a dos centímetros de ancho y orejuelas basales. Las espigas pueden tener, según las especies y variedades, desde 4 hasta 15 centímetros de longitud. Actualmente se conocen más de 50 especies y numerosas subespecies de este género repartidas por todo el mundo. La cebada mencionada en la Escritura pertenece a la especie Hordeum spontaneum, conocida comúnmente como cebada salvaje, silvestre o espontánea ya que crece de manera natural por todo el Oriente Medio. Pertenece a la familia Poaceae y dio origen a la cebada cultivada (Hordeum vulgare). La especie Hordeum ithaburense, a la que suelen hacer referencia la mayoría de los diccionarios bíblicos, indicando que se trata de la cebada típica que se cultivaba en el monte Tabor en Galilea, es en realidad una sinonimia de Hordeum spontaneum. Es decir, que se trata de la misma especie de cebada, por lo que el nombre específico ithaburense ha quedado en desuso.

La cebada silvestre es originaria de Oriente Medio, norte de África, la India y hasta el sureste de China. Se cree que la domesticación de la cebada se produjo en dos ocasiones diferentes. La primera, hace alrededor de diez mil años, en el Creciente Fértil y la segunda, más tarde, a miles de kilómetros de distancia hacia el este de tal lugar. En las regiones orientales suele cultivarse primordialmente para el consumo humano, mientras que en Occidente se usa como pienso para los animales, así como para producir malta y fabricar cerveza.

El evangelio de Juan especifica que los cinco panes, por medio de los cuales Jesús realizó el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, eran precisamente de cebada (Jn. 6:9, 13). En efecto, los panes de cebada que llevaba aquel muchacho habían sido elaborados por las manos laboriosas de alguna persona. Este detalle nos indica algo muy significativo. En ciertas ocasiones, incluso para realizar eventos sobrenaturales, Jesús solicitaba la colaboración humana. El trabajo divino se combina con el del hombre para lograr el milagro. El Maestro pidió la ayuda de sus discípulos, al decirles que le dieran ellos de comer a la multitud. Es decir, que se esforzaran en solucionar el problema. Y en el momento en que Andrés sugirió que un muchacho tenía cinco panes de cebada y dos pececillos, fue precisamente cuando el poder de Cristo entró en acción. Tal es la gran lección de esta historia. A la hora de solicitar la ayuda, la providencia y la gracia de Dios, no debemos olvidarnos de nuestra responsabilidad en aquellas cosas que sí podemos hacer. Dios responde ante el esfuerzo o el trabajo fiel y honesto que nosotros llevamos a cabo. Cinco mil personas se alimentaron aquel día gracias al milagro de Jesucristo, pero el germen de todo ello fueron cinco panes de cebada hechos, quizás, por las humildes manos de la anónima madre de aquel muchacho.

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