El día que Dios dijo: no te limites

¿Estás poniendo atención y tiempo para oír la voz de Dios?

02 DE DICIEMBRE DE 2018 · 08:00

Pintura de Miguel Elías.,
Pintura de Miguel Elías.

Sobre un retiro de Aglow al que asistí en el año 2012, y que en ese mismo año generó estas líneas que escribí en un Blog llamado ‘La palabra en el surco’. Como decimos, la palabra permanece para siempre, no pasa, por lo tanto, la de ayer es la misma de hoy; así que me permito publicar lo que ayer se dijo para hoy, aunque algunas cosas se hayan movido de lugar, siempre con Su beneplácito, pues Dios es el que pone y quita las fichas del tablero. Sin duda alguna.

“Del 10 al 12 de febrero tuve la oportunidad de participar en otro retiro; digo otro porque al año asisto a varios por la Palabra a ser impartida, por la oportunidad de conocer y relacionarme con otras mujeres cristianas... y ahora porque también pongo mi tienda y clavo sus estacas para dar a conocer la labor de Alianza Solidaria, brazo social de la AEE, que actúa a favor de la infancia en situación de pobreza en varios países de América Latina (Perú, Colombia, Honduras, Bolivia y desde ahora en Haití)a través de tres programas: Moisés, Turmanyé y Esperanza para Haití. Agradezco la oportunidad que nos conceden otras hermanas solidarias para promover este ministerio. Ese es el espíritu cristiano, donde no competimos, ya que trabajamos por una causa común. Gracias a Ana Giménez, presidenta de Aglow, quien por tercer año nos facilita un lugar.

Tuve la oportunidad de encontrarme con mi amiga Eva de Azuqueca de Henares, escritora, periodista; de ello damos fe a través de sus valiosos aportes que podemos leer en su blog: Elim, el oasis de Eva, y de su colaboración en la revista digital Mujer de Hoy, coordinada por Lisi Clark. Un bello trabajo.

La Palabra nos fue transmitida por dos mujeres: Ruth Conard y Graciela Giménez, distintas en diversos aspectos, incluso en el lugar de procedencia, pero que venían a hablarnos del mismo tema: “El sonido de tu Voz”, basado en Daniel 10.8-12.

Sí, oír el sonido de Su voz; apartar momentos de nuestro caminar para aquietarnos y recibir impulsos, instrucciones, estrechar lazos con nuestro Dios, para afianzar nuestra fe y saber que de verdad andamos según su voluntad.

Antes de los mensajes pudimos oír una canción que en parte decía:

Clamé, me oíste, me viniste a rescatar, contigo quiero estar/ Pasaría el tiempo así, sin querer nada más que escucharte hablar/ No podría estar ante Ti, escuchándote hablar, sin llorar como un niño...

Oír la voz de Dios transforma. Ruth nos retó con dos preguntas: ¿Dónde está tu confianza? y ¿Cuál es tu preocupación mayor? Y nos espetó los versículos de Isaías 32.9-11, llevándonos a la reflexión con puntos que resumo:

El precio de escuchar la voz de Dios es dejar de ser normal, dar oídos a lo que la cultura nos dice, a lo que la gente que nos rodea nos dice... Entonces seremos sus discípulos. No debemos ser pasivas por la edad, por la rutina que tenemos en casa o en otros lugares. Mientras atendemos casa y trabajo, actuemos. Dejar el “ya lo haré cuando...”. Mientras, actuemos. Con el Señor podemos.

Dios nos habla de la manera que podemos entender. En un día ordinario Dios nos puede hablar. ¿Cómo quiere hablarnos? A Moisés le habló a través de la zarza. ¿Cómo está Dios tratando de ganar nuestra atención? Moisés paró para verlo. ¿Estás poniendo atención y tiempo para oír la voz de Dios? Algunas voces serán negativas: los que están más cerca...

Jesús dijo a la mujer que padecía una enfermedad por muchos años (parafraseando): “¡Yo te hice, yo te entiendo! Tu fe te ha sanado, vete en paz” (Mateo 9). Pongámonos derechas, con los ojos fijos en Cristo y marchemos en pos de Él. Porque Dios tiene para nosotros un futuro glorioso. Como dice Isaías 54.1: Regocíjate, oh estéril, la que no daba a luz; levanta canción y da voces de júbilo la que nunca estuvo de parto; porque más son los hijos de la desamparada que los de la casada, ha dicho Jehová. Y nos da amplitud de territorios. Nos dice que nos deleitemos en él, y él nos dará las peticiones de nuestro corazón (Sl. 37.4).

“Ensancha el sitio de tu tienda -continúa diciendo el Señor a través de Isaías 54.2-, y las cortinas de tus habitaciones sean extendidas, no seas escasa; alarga tus cuerdas, y refuerza tus estacas”. Nos llamó a no comparar nuestra tienda con la de otros/as. La envidia nos trae abajo... Nos dio el ejemplo de Elizabet, quien recibe a María de buen talante a pesar de su juventud. No se escuda en que ella era la esposa de Zacarías, un sacerdote. Y le dice: “Bendecida eres, la madre de mi Señor...”.

Debemos mirar a los otros a los ojos como hijos de Dios. Fijarnos en nuestra carpa, no nos limitemos. ¿Tienes un deseo? Dios te dice: No te limites.

Alarga tus cuerdas y refuerza tus estacas. Persevera en ese deseo. Ora, planifica y continúa.

Por su parte, Graciela Giménez empezó con las palabras transmitidas en Daniel 10.9: “Pero oí el sonido de sus palabras, caí sobre mi rostro...”.

Y fue grato oír que desde el mismo día en que dispusimos nuestro corazón a entender y a humillarnos en la presencia de nuestro Dios, nuestras palabras empiezan a ser oídas, y a causa de nuestras palabras Él viene. Es excelente el ejemplo de Daniel, a quien intentan robarle su identidad, el que tiene que aprender otro idioma, es despojado de su tierra, es castrado... se propone no contaminar su corazón. 

Cuando oímos su voz, obedecemos, empezamos a estar disponibles para afectar a nuestra generación. En cada generación Dios busca personas que puedan entender lo que Él quiere hacer. Y es que cuando tomamos la decisión de aceptar a Cristo, Dios nos abre la puerta para transformar todo lo que nos rodea. Preparamos camino para los que vienen detrás de nosotros.

El apóstol Pablo también dice: “Vi una luz, oí su voz y no fui rebelde a la visión celestial”. Cuando caminamos en la voluntad de Dios entendemos para qué estamos aquí. Podemos creer lo que Dios ha dicho que seremos. Cuando Dios se introduce en nuestras vidas hay un cambio. Las personas transformadas son las que pueden transformar la realidad. Seamos como Nehemías, quien tenía su vida asegurada, sin embargo, cuando escucha las noticias de su pueblo, no se queda impasible, sino que actúa. Cuando haya problemas a nuestro alrededor, no preguntemos ¿dónde están los demás? Dios dice: “¿Dónde estás tú?”.

Dios quiere que nos comprometamos con la necesidad que estamos viendo. Antes de transformar la realidad debemos haber entrado en un tiempo de transformación, que se da cuando Dios ha entrado en nuestro corazón. Es ahí cuando empezamos a transformar a otros. No debemos olvidar que estamos en este lugar porque Dios nos sacó de donde estábamos. Ahora tenemos una responsabilidad con su pueblo.

"La salvación es gratis, pero el discipulado dura toda la vida".

Y yo (Jacqueline) digo: ¿Estamos dispuestos a oír la voz de Dios para entender lo que quiere de nosotros? Con esto me he quedado, separando momentos de mis días para estar en su presencia y oírle. Y ver sus señales. Tengo claro que para algo me ha traído a este lugar donde estoy aquí y ahora. No soy fruto de la casualidad. Y tengo una responsabilidad como parte de su pueblo. Debo ensanchar mi tienda y no compararme con otras tiendas porque eso es un obstáculo a las personas que no han llegado a entender que Dios las ama y son únicas; y están cargadas de dones, talentos, de todo un potencial que Él quiere que utilicen para su gloria.

Su voz es la que debe sobresalir sobre todas las demás.

Doy gracias por todas las personas con las que pude hablar, de todas las edades, y que me han animado a seguir adelante, porque Dios es fiel. Me encantó la alabanza. Pude oír a Francesca Patiño y también al grupo hondureño "Código Eterno".

El último día, en el desayuno, justo cuando pensaba hacerlo rápido para atender mis responsabilidades, me senté en una mesa en la que ya ocupaba su lugar una mujer. Pensé que se trataba de una de las tantas hermanas que asistían al retiro, pero al preguntarle de qué iglesia venía, me dijo que estaba viajando a la Argentina para visitar a su familia; su vuelo se había retrasado y había tenido que pernoctar en ese hotel por un día. Me preguntó de qué iba esa reunión de mujeres. Le empecé a contar que éramos cristianas evangélicas. Y que estábamos ahí para oír la palabra de Dios a través de dos hermanas que eran las conferenciantes. Por cierto, le dije, una es de la Argentina. Se extrañó de que alguien viniese de tan lejos para dar una charla de esa índole. Me empezó a preguntar sobre nuestro Dios y yo me olvidé por un momento de las responsabilidades. Con ganas le conté acerca de mi Señor, de cómo lo conocí, y de su plan para rescatarnos. Ella me escuchaba y preguntaba. Se quedó allí. Al poco rato, se sentó una hermana ecuatoriana que empezó a contarnos que era creyente desde hacía cuatro años; y se explayó para decirnos cómo su vida había cambiado. Que con Dios había llegado la paz, a pesar de que su hijo la había echado de su casa. Sentí que el Señor la había enviado para corroborar lo que yo había dicho. Pudimos consolarla y me quedé con su dirección; voy a escribirle. También dijo que necesitaba cariño, así que al final las tres nos abrazamos... Me sentí tan feliz por la oportunidad que tuve de darle buenas noticias a esa persona que no por casualidad llamó mi atención, entre tantas otras, y me hiciera sentarme junto a ella. Con certeza Dios dirigió mis pasos, ¿acaso hay casualidades?

Ahora viene a mi memoria, no sin unas lágrimas, un himno que se cantaba en la iglesia a la que asistí en mi infancia, y que decía más o menos así:

Si sientes compasión por tus amigos,

entonces háblales de tu Señor.

Háblales de Cristo,

cuenta a tus amigos

lo que el Salvador

hizo por ti.

 

Testifica, testifica,

testifica de Cristo por doquier”.

(Escrito en el blog La palabra en el surco/2012)

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