El llamamiento para entregarse a Cristo

Tenemos el testimonio, por la Palabra y por la experiencia, que el Espíritu Santo acciona de manera especial en el llamado al arrepentimiento.

21 DE OCTUBRE DE 2018 · 14:00

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El momento culminante, diríamos que el clímax del culto evangelístico, es el momento en que se hace la invitación para que aquellas personas que no les han rendido su vida a Cristo tengan la oportunidad de hacerlo de manera pública y espontánea. 

El llamamiento es, a través de nosotros, la invitación audible e insistente de Dios a las personas que aún no le conocen para que se reconcilien con Él, para que se unan a Él por la fe y se dejen acompañar de Él por el resto de sus vidas.

Esta invitación, que la designamos como “el llamamiento”, usualmente se hace al final del culto, después que se han elevado oraciones, se ha cantado y que finalmente se ha expuesto la Palabra de Dios.

Aunque el culto actual tiende a perder parte su formato tradicional, en las congregaciones que conservan el llamamiento como parte culminante de sus cultos, esta invitación es subrayada con la entonación de himnos especiales entre los que está uno que dice: “Con voz benigna te llama Jesús, invitación de puro amor”; u otro muy conocido que contiene palabras como: “Tal como soy, sin más decir, que a otro yo no puedo ir, y tú me invitas a venir, bendito Cristo heme aquí”.

Entre los himnos usuales para darle ese sentimiento sobrecogedor que envuelve el llamamiento está el número 309 del himnario de Gloria y Triunfo, Ven a Cristo, con letras tan persuasivas como: 

 

Mientras oro y mientras ruego,
mientras sientes convicción,
mientras Dios derrama el fuego,
ven, amigo, a Cristo, ven.

CORO

Ven a Él…. ven a Él,
dale hoy tu corazón;
ven a Él…. ven a Él,
dale hoy tu corazón.

Has vagado en este mundo
sin tranquilidad, sin paz,
vuelve a Dios y en el confiando
salvo y feliz serás.

Si en tu vida has fracasado
y tu alma triste esta,
cree en Cristo y tu pecado
hoy el mismo borrará.

Ven a Cristo, Él te espera,
no te tardes, pecador;
en sus brazos Él quisiera
recibirte con amor.

La música de fondo, el tono y sentimiento de quien hace el llamado, junto al recogimiento unánime y reverente de toda la congregación, sirven de marco para propiciar un momento solemne, de comunión, de manifiesta espiritualidad, de abierta disposición a que el Espíritu Santo se manifieste y haga el trabajo de convicción en el alma necesitada.

Aunque no es recomendable dirigirse ninguna persona de manera particular, el llamamiento asume un carácter muy personal y específico, pues a los amigos que están en el culto, o sea, aquellos que no son cristianos, se les pide que se entreguen a Cristo y le acepten como Señor y guía de sus vidas. No se le pide nada y al mismo tiempo se le pide todo.

El llamamiento es un momento de Dios. Todo lo que antecedió en el servicio tuvo como fin preparar   la congregación a la actuación directa y especial que ejerce el Espíritu Santo al entrar en contacto con la persona que no ha recibido a Cristo.  Somos instrumentos de Dios para alcanzar a las personas que no conocen al Señor, pero no podemos sustituir el trabajo y la obra que solo el Espíritu Santo puede hacer: convencer a la persona de su pecado y hacer que se arrepienta y se entregue al Señor.

Hay veces que el predicador está más preocupado por su éxito personal que por las mismas almas. Esto da lugar a que se introduzcan aspectos que no están en la oferta básica y primaria que el Señor le hace a quienes no les conocen. La salvación es gratuita en cuanto que no tenemos que hacer ningún sacrificio para alcanzarla, pero es innegable que, en término de nuestras relaciones sociales y familiares, este cambio tiene un costo, algo que Jesús nunca les ocultó a las personas que Él llamaba a seguirle.

El Señor Jesús llamó a las personas al arrepentimiento. Nunca les hizo ofertas complementarias con fines de hacer más atractivo su llamado. Él nunca estuvo preocupado por las estadísticas o por el nivel de popularidad o simpatía que le reportara su mensaje; aunque, por lo menos Pedro, uno de sus discípulos, mostró gran preocupación por este aspecto, no dejando de ser reprendido por el Maestro.

El llamamiento es una parte culminante, solemne, emotiva, tiene su pulso propio y su particular intensidad espiritual. Es un momento especial donde el Espíritu Santo acciona en su trabajo de convencer al pecador de su extravío y su necesidad.

Cuando permitimos que el Espíritu Santo actué, vemos los resultados: personas compungidas enfrentadas con su propia conciencia. Hombres y mujeres que reconocen y sienten que debe realizarse un cambio en sus vidas. Se trata de un cambio real. De una reconciliación con Dios, con sus semejantes y con ellos mismos.

En el momento que la persona cede al toque del Espíritu Santo y decide convertirse suceden cosas extraordinarias en sus vidas: odios, rencores, ambiciones desmedidas, objetivos espurios son removidos por valores más significativos e importantes. Esta es una gran experiencia, es un nacer de nuevo, es un salir de la esclavitud para alcanzar la libertad. La Biblia dice que es pasar de muerte a vida.

Como resultado de la predicación en el culto evangelístico se llega al momento concluyente en que se abre la posibilidad de este parto, de este nacer a una nueva vida, que se inicia con el llamamiento. Este momento estelar no debe ser estropeando por señalamientos imprudentes, ni por protagonismos personales.

 Esa es la obra de Dios. Tenemos el testimonio, por la Palabra y por la experiencia, que el Espíritu Santo acciona de manera especial en el llamado al arrepentimiento. Si nosotros como instrumentos de Dios cumplimos con nuestra parte, todo lo que podemos hacer para ayudar a Dios en la parte de Él, solo servirá para entorpecer su obra.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Para vivir la fe - El llamamiento para entregarse a Cristo