Adorando al Creador y al Cordero

En la mano derecha del que está sentado en el Trono hay un rollo sellado. Es tan importante que Juan llora cuando nadie resulta digno de abrirlo.

Evangélico Digital · 13 DE OCTUBRE DE 2018 · 21:00

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Greg Rakozy / Unsplash

Con el "digno eres" de los ancianos culmina la adoración al Creador y va a comenzar la adoración al Cordero. Se inicia con un objeto nuevo en la liturgia: en la mano derecha del que está sentado en el Trono hay un rollo, escrito por los dos lados y sellado con siete sellos de cera.

Es tan importante este escrito que Juan llora cuando nadie resulta digno de abrirlo. Por lo que ocurre cuando los sellos son abiertos, podemos inferir que sus contenidos se refieren a acontecimientos futuros (guerras, hambrunas, persecución, terremotos, etc. Apoc.6; cf. Mr.13).

Un ángel, de muy fuertes pulmones, lanza una pregunta litúrgica a todos los rincones del universo. Invita a presentarse quienquiera que fuera digno de abrir los sellos, pero nadie se atreve a responder.

Un silencio cósmico muestra elocuentemente que somos totalmente incapaces de salvarnos a nosotros mismos. A ese silencio Juan responde con una acción litúrgica que es a la vez profundamente personal: Juan llora amarga y desconsoladamente. Sus lágrimas, con las que reconoce nuestro pecado e indignidad ante Dios, corresponden al momento de arrepentimiento en el culto. Su llanto expresa la angustia de lo que hubiera sido un mundo sin Cordero:  Si no hubiera sido por el Señor, mi alma se hubiera perdido, si no hubiera sido por el Señor.

Este momento, muy paradójico en la misma presencia de Dios, nos recuerda que las lágrimas también pueden ser parte de nuestro culto.

A las lágrimas de Juan uno de los ancianos, desde su trono en el amplio círculo de la periferia, responde con una proclamación del evangelio.

El anciano le avisa a Juan, como si fuera por primera vez, que el Mesías (León de Judá Gén.49.9 y Retoño de David Isa.11.1,10) ha vencido y es digno de abrir los sellos. Juan mira entonces hacia el Trono y descubre -- ¡no un León, sino un Cordero!

El Mesías se llama Jesús, y su victoria es su cruz. Fue inmolado, como víctima sacrificial, pero no sólo vive, es un Cordero alzado en dos pies ("estaba en pie" 4.6).

Percibe todo (siete ojos) y tiene todo poder (siete cuernos).

En seguida hace algo que ningún ángel se hubiera atrevido a hacer nunca: se acerca al Trono y toma el rollo de la mano del que estaba sentado en el Trono (5.7).

La aparición del Cordero en el escenario tiene un efecto dramático: ¡transforma el llanto en canto! Con esta nueva realidad, hay un avance cualitativo en la adoración.

Los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos, que en 4.8-11 adoraban día y noche en una antifonía doxológica, ahora unen sus voces para entrar después en una nueva relación antífona con millones de ángeles (5.11s) y con la creación entera (5.13) y terminar al fin con su propia respuesta litúrgica (5.14). Toda la liturgia tiene cierto aspecto de conversación.

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