Segundo viaje de James Thomson a México, 1842-1844

Como sus anteriores viajes en América Latina, el realizado a naciones europeas tuvo infinidad de vicisitudes y obstáculos, ante los cuales no se detuvo sino que prosiguió con denuedo distribuyendo la Palabra.

07 DE OCTUBRE DE 2018 · 11:00

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Hace doscientos años, el 6 de octubre de 1818, llegó James Thomson a Buenos Aires, Argentina. Realizó obra de distribución bíblica y educativa, promoviendo escuelas lancasterianas, en varios países de Sudamérica. En 1825 regresó a Inglaterra, y dos años después viajó a México. Los párrafos siguientes dan cuenta mayormente de su segunda estancia en territorio mexicano. 

El primer viaje de Diego Thomson a México se transformó en una estancia de tres años, de 1827 a 1830. Estuvo como representante de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera (SBBE), y coadyuvante del sistema de escuelas lancasterianas. 

Poco antes de llegar al país por primera vez, Diego contrajo matrimonio con Mary Morrish, de Bristol. Durante su estancia mexicana procrearon dos hijas, quienes murieron y quedaron sepultadas en México. Tras esforzada labor de difusión bíblica durante tres años, Thomson decidió salir del país tras las presiones de la jerarquía católica romana, la que obtuvo de las autoridades gubernamentales de entonces su anuencia para que estas negaran la entrega de los envíos con materiales bíblicos dirigidos por la SBBE a su representante en México. 

En el trienio que James Thomson desarrolla la tarea de distribuidor de la Biblia viajó por varias entidades del país, hizo conexiones clave con personajes de la vida política y cultural de la sociedad mexicana. Al salir dejó tras de sí miles de materiales bíblicos diseminados (biblias, nuevos testamentos y evangelios) en manos de personas que los leyeron y comenzaron a descubrir un cristianismo distinto al que tres siglos de Colonia española impuso en México.

Quince años después de su primer arribó a territorio mexicano Thomson incursiona nuevamente en él, y tiene la oportunidad de conocer algunos datos sobre los resultados de su primera estancia. Un hecho muy doloroso para él, y su esposa, se reaviva en la nueva visita, ya que conmovido visita las tumbas de sus dos pequeñas hijas, cuyo deceso tuvo lugar entre 1827 y 1830. 

De acuerdo a la correspondencia que Thomson hacía llegar a la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera tiene como su centro de actividades por un año, de septiembre de 1842 a septiembre de 1843, la capital mexicana. Asentado nuevamente en la antigua México-Tenochtitlan, Thomson recuerda mediante misiva (fechada el 7 de septiembre de 1842) que debió dejar el país en 1830 por los efectos nocivos que tuvo para su trabajo de colportor bíblico el edicto del Cabildo de la Catedral Metropolitana de México, junio de 1828, que prohibió la adquisición y lectura de la Biblia publicada por la SBBE. En su carta, seguramente citando de memoria la fecha del edicto prohibicionista, menciona que el mismo fue dado en 1829, y no fue así, sino un año antes.

Pese a las prohibiciones clericales, a la salida de Thomson los materiales dejados por él siguieron circulando. Así se lo hizo saber un librero, quien, le “confirma que, a consecuencia de este edicto, y de cierta urgencia en llevarlo a cabo, varios de nuestros libros fueron pedidos y entregados en el confesionario. Sin embargo, también me da la agradable información de que, desde el nombramiento del actual, arzobispo no se ha vuelto a apremiar a nadie en el confesionario; por lo tanto, nuestros libros tienen ahora un curso más libre que el que tenía cuando me fui, y en el lapso posterior. Este es un gratificante cambio para mejor. Las Biblias y Testamentos han estado en venta pública abierta y sin interrupciones de ningún tipo”.

Después hace un breve recuento de lo alcanzado en su anterior viaje, tanto en lo respectivo a los materiales distribuidos directamente por él, como la influencia lograda en otros ámbitos: 

Los varios miles de ejemplares de [las] Biblias y Testamentos [de la SBBE], que fueron puestos en circulación aquí, mientras funcionaba la agencia [a cargo de Thomson], de 1827 a 1830, han producido, bien podemos decir, tanto un bien directo cuando un bien indirecto. El directo, por supuesto, fue que estos miles de ejemplares de la Palabra de Dios llegaron a muchas manos, en un país que carecía de ella, y bien podemos suponer que no sin buenos efectos, aunque no podamos conocerlos. El indirecto fue la excitación creada alrededor de la Biblia, tanto entre quienes se mostraban amistosos con respecto a nuestros libros, cuanto entre quienes mostraban lo contrario. Los que están contra la circulación de las Escrituras sin notas, estaban ansiosos por conseguir una Biblia que trajera notas; y los que estaban a favor nuestro se unían alegremente a ellos, contentos al comprobar que así, las Escrituras pasan a ser de uso más general. La consecuencia fue que un librero ordenó una edición de la Biblia de Torres Amat, que fue impresa en 17 pequeños volúmenes, y fue vendida aquí a 25 dólares. Se han vendido alrededor de mil ejemplares de esta edición. La obra aún se vende bien y el precio se ha reducido un poco”.

 

Al poco tiempo de llegar a México por segunda ocasión, Thomson se entera que está en circulación una Biblia publicada por un impresor de larga trayectoria en la capital del país. Se trataba de Mariano Galván Rivera, quien abrió su taller gráfico en 1826, el cual estaba situado en la calle de Cadena número 2. Esta vía después tuvo el nombre de Capuchinas y actualmente Venustiano Carranza, se ubica en el Centro Histórico de la ciudad de México. 

En su informe a la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, Diego Thomson no menciona que hubiese conocido al impresor Mariano Galván en su primera estancia en el país, entre 1827 y 1830. Pero entonces sí tuvo estrecha relación con el padre José María Luis Mora, sacerdote liberal que apoyó decididamente los trabajos de Thomson como colportor bíblico. En los talleres de Galván se imprimió El Observador de la República Mexicana, cuyo director era José María Luis Mora. La edición del Observador correspondiente al 31 de octubre de 1827 incluyó un artículo de Mora, en el escrito hizo una abierta y franca defensa de la obra de distribución bíblica que realizaba Thomson. 

Aunque la Biblia ofrecida por Thomson carecía de los libros deuterocanónicos, de todas formas Mora se declaró en favor de la misma. Al hacerlo estaba contraviniendo lo normado por el Concilio de Trento, que prohibió expresamente la lectura de la Biblia al pueblo, a menos que fuese una versión que contase con el visto bueno de las autoridades eclesiásticas e incluyera notas doctrinales acordes al catolicismo romano.

Mariano Galván publicó en 1831 la Biblia, “en latín y castellano, con numerosas notas y disertaciones sacadas principalmente de los comentarios de Calmet y Vencé, en 25 volúmenes en 4º, acompañados de un magnífico atlas histórico-geográfico, grabado e impreso en los Estados Unidos, habiendo colaborado en su redacción el doctor don Manuel Carpio, el presbítero don Anastasio María Ochoa y otros renombrados escritores”. Esta Biblia fue la primera hecha en América Latina.

El 28 de octubre Thomson escribe una misiva a la SBBE, la redacta en la ciudad de México. Comenta con brevedad que el presidente Antonio López de Santa Anna había dejado, como acostumbraba, las funciones de gobierno en manos del general Nicolás Bravo, “para poder retirarse a descansar y a un clima más cálido a su residencia familiar cerca de Veracruz”. El mismo día que Bravo asume funciones presidenciales, 26 de octubre de 1842, “se promulga un decreto que delega la enseñanza primaria en manos de la Compañía Lancasteriana. Se establece que la educación deberá ser obligatoria y gratuita para los menores de 7 a 15 años de edad”. La noticia debió satisfacerle a Thomson, porque en su viaje de 1827-1830 él había realizado labores a favor del sistema lancasteriano de escuelas, ya que fue su agente. 

Diego Thomson subraya a los directivos de la SBBE que continúa empeñándose en lograr “que alguna parte de la Santa Palabra de Dios llegue a manos de los indios en sus lenguas nativas”, y enfatiza: “la mayor parte de la gente de este país, son indios de diferentes naciones y lenguas”. Reporta que en la jurisdicción de la Diócesis de México, católica romana, predominan los hablantes de náhuatl y otomí. Sobre traducciones de materiales bíblicos a estas lenguas recuerda a quien va dirigida la misiva, el reverendo A. Brandram, lo siguiente: “como usted sabe, uno de los Evangelios ya existe en [náhuatl] y espero oír hablar del mismo a usted y al doctor Mora”. Se estaba refiriendo a la traducción al náhuatl iniciada con el apoyo de José María Luis Mora quince años atrás, durante la primera estancia de Thomson en México. Informa que sobre una traducción al otomí parece haber encontrado a la persona idónea.

He documentado cómo en 1827-1830, pese a todos los obstáculos de la jerarquía católica romana y sus presiones a las autoridades gubernamentales para impedir la obra del colportor, el enviado de la SBBE pudo distribuir miles de materiales bíblicos. Sus principales receptores fueron mujeres y hombres del pueblo. Sabedor de esto, Diego Thomson hace una observación que reproduzco: “Los indios son todos cristianos, nominalmente, y me temo que la mayoría de ellos, así como la mayoría de todas las clases aquí, lo sean sólo nominalmente. Estimo que cuando el verdadero Evangelio comience a abrirse camino en este país, esto comenzará con los indios, semejante al progreso del Evangelio en las Indias Occidentales. Primero despertaron los esclavos, y a través de los negros y de la población esclava, los blancos y otra gente libre, fueron llevados, a la larga, a prestar a la religión una mayor atención”.

Lo afirmado por Thomson era resultado de su experiencia en varias islas del Caribe, donde estuvo de enero de 1832 a julio de 1838. Tuvo como centro Barbados, y desde allí se desplazaba hacia distintos destinos. Hizo obra en Puerto Rico, Haití, Cuba, Jamaica y otras muchas islas de la geografía caribeña.

Congruente con su idea y visión de traducir la Biblia, o porciones, a los idiomas indígenas de México, Diego Thomson proyecta viajar a Yucatán. Esta península, conformada por los estados actuales de Yucatán, Campeche y Quintana Roo, estaba convulsionada desde poco antes de que Thomson iniciara su segunda visita al país.

En 1841 la llamada República de Yucatán se independizó de México, a causa del centralismo prevaleciente en la nación mexicana. En el mismo año fue promulgada la Constitución yucateca, el 16 de mayo. El documento consideraba proteger las garantías individuales y la libertad religiosa, en contraposición con lo decretado por la Constitución mexicana de 1824. Esta había declarado al catolicismo romano como la religión oficial del país y no permitía la expresión de ningún otro credo. 

Los intentos separatistas yucatecos se consolidan en agosto de 1841, y el 14 de tal mes zarpa desde Veracruz un barco en el que viajaba un contingente militar cuya meta era combatir a los rebeldes. El presidente entonces era Anastasio Bustamante, quien en marzo había sido declarado Benemérito de la Patria.

A causa de la sublevación organizada en su contra, el presidente Bustamante renuncia el 5 de octubre al puesto. Lo sustituye uno de los sublevados, Antonio López de Santa Anna, quien es designado presidente del país (9 de octubre) por una Junta de Representantes. Una de las obsesiones de Santa Anna fue reintegrar al país a Yucatán.

En diciembre de 1842, desde la ciudad de México, Thomson escribe una extensa carta a la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera. En ella informa de las vicisitudes que enfrenta al tratar de posicionar al Nuevo Testamento como libro de lectura en el sistema escolar público. Los altibajos de la vida política nacional, los enfrentamientos entre facciones e intereses, hacían imposible poder llegar a un acuerdo con autoridades más empeñadas en combatir a sus adversarios, que en darle algo de estabilidad a las instituciones públicas. Vislumbra, a pesar de todo, que podría tener mejores resultados y que para ello era necesario “tener mucha o poca paciencia, considerando las cosas y el país en cuestión. La oración apresurará nuestros movimientos, y espero prosperar y tener éxito en ellos”.

En la carta de vísperas de Navidad de 1842, Diego Thomson comenta entusiasmado que ha estado conversando con quien fuera gobernador de Yucatán (Pedro Marcial Guerra Rodríguez) antes del movimiento separatista. Él informa al enviado de la SBBE que la lengua predominante era el maya, y que sumando la población de Yucatán con la de Campeche y partes de Tabasco, el número de hablantes de maya ascendía a un  millón de personas.

El número de hablantes de maya, considera Thomson, es una oportunidad que debe explorarse. Comenta que el ex gobernador le ha extendido una recomendación ante el obispo, quien era su hermano (José María Guerra). No sabía Thomson si podría viajar hacia Yucatán en próximos meses, porque antes quería asegurase que la carta de recomendación había sido recibida por el obispo, quien a su vez le haría conocer si era bienvenido. Entonces era sumamente difícil intercambiar cartas de y hacia la entidad, debido a “la cerrada guerra que se emprende ahora desde aquí contra Yucatán”, comentaba Thomson.

La opinión de Thomson era favorable al movimiento independentista de Yucatán, el cual consideraba contaba con apoyo popular: “los sentimientos e intereses de los indios [mayas] están personal y profundamente envueltos en la cuestión, y ellos se han incorporado a la lucha por su propio bien y conveniencia, y no en obediencia a unos pocos gobernantes militares. Fue un ejército de indios el que primero quebró el poder español en México”.

En la correspondencia a la SBBE, tanto en la de su primera estancia en México (1827-1830) como en la segunda (1842-1844), Thomson no desarrolla ampliamente sus opiniones políticas acerca de lo acontecido en México. Lo que sí existe son alusiones y comentarios breves sobre las condiciones políticas opresivas. Thomson aludía a la necesidad de que el país se democratizara, y opinó favorablemente por las causas libertarias. En 1829, ante el esfuerzo español por reconquistar México, él se congratuló porque falló esa intentona. En el caso de Yucatán consideraba que el movimiento independentista abría puertas a libertades negadas en México. Años después, fuera de México, se enteraría de que Yucatán se reincorporaba, en 1848, a la nación mexicana.

Durante nueve meses más, de enero a septiembre de 1843, Diego Thomson permaneció en la ciudad de México. Sus misivas a la SBBE dan cuenta de que su labor como distribuidor de materiales bíblicos a veces parecía tener el horizonte despejado, y en otras ocasiones los nubarrones le llevaban a informar que las oportunidades para cumplir con su labor eran escasas. No le faltaba entusiasmo ni decisión por cumplir con el trabajo para el que fue enviado, lo difícil era que las autoridades obstaculizaban sus trabajos.

A inicios del verano de 1843 Thomson redacta otra carta (23 de junio). En ella notifica que el edicto de la Catedral de México (17 de junio de 1828) librado contra las biblias distribuidas por él en su primera visita a México ha sido desempolvado y vuelto a poner en práctica. Por lo anterior la aduana le ha retenido los materiales que le había remitido la SBBE, el que considera Thomson es “un acto ilegal por parte del administrador de la aduana”. Alberga esperanzas de que en el futuro, “cuando haya aquí un sistema más liberal, las cosas serán de otro modo, y entonces la ley habrá de verse y aplicarse, no lo dudo, tal como yo la veo”. Sin embargo, el panorama para cuando escribe es ominoso porque “la regla, en este momento, es una marcada intolerancia”.

Pese a las prohibiciones del edicto de 1828, y la disposición de las autoridades civiles para coadyuvar en llevar al cabo los deseos clericales de que las biblias de Thomson no circularan, el colportor daba cuenta que “la Palabra de Dios es estimada y buscada aquí”, por muy distintas personas. Thomson siempre encontró resquicios para evadir los obstáculos prohibicionistas. 

James Thomson sistemáticamente trató de construir puentes de entendimiento con los clérigos católicos romanos. Consciente de pisar territorios dominados confesionalmente por ellos, y que sin su anuencia y/o visto bueno, sería extremadamente difícil distribuir los materiales de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, Thomson buscó afanosamente convencer, especialmente a las cúpulas clericales, sobre lo benéfico que sería para todos permitir la circulación de la Biblia sin notas doctrinales.

Un ejemplo de lo anterior lo encontramos en su carta del 23 febrero de 1843, remitida desde la capital del país, Diego Thomson informa que han fracasado sus gestiones para que los nuevos testamentos publicados por la SBBE fueran usados en las escuelas bajo la responsabilidad de la Sociedad Lancasteriana de México. Dicha Sociedad había aceptado el ofrecimiento de Thomson, pero “la oposición eclesiástica” impidió la realización del proyecto.

En la misma misiva hace del conocimiento de las autoridades del SBBE que el obispo de Michoacán ha decidido negar su licencia “para publicar una parte de las Escrituras en lenguas indígenas”. El rechazo del obispo Juan Cayetano José María Gómez de Portugal y Solís, a quien Thomson consideraba “el más liberal de todos los obispos de este país”, auguraba “con seguridad que todos se negarán” a dar su aprobación para que se realizaran traducciones de la Biblia en idiomas de los pueblos originarios de México.

Por fin vislumbra condiciones favorables para viajar a Yucatán, que a causa de su independencia se encontraba en guerra intermitente con el gobierno central de México. En misiva de fecha 26 de septiembre de 1843, Thomson hace del conocimiento que ha enviado en avanzada su equipaje al puerto de Veracruz. “pues requiere un tiempo más prolongado hacer ese viaje a lomo de mula que el que me lleva a mí hacerlo en diligencia”.

Sale de la ciudad de México el 4 de octubre, y llega a Veracruz el 7, donde lo esperaban algunos de sus amigos yucatecos. El 17 y 24 de octubre escribe sus acostumbradas cartas informativas a la SBBE. En el puerto de Veracruz hace preparativos y contactos que le facilitan su viaje a Yucatán, así como trata de conocer lo más que puede las condiciones que hallaría al llegar al lugar.

El 26 de octubre zarpa de Veracruz con rumbo al puerto de Sisal en la península de Yucatán, a donde llega después de once días de extenuante viaje. Tras su llegada, en Campeche organiza una venta de materiales bíblicos. Ya que no contaba con suficientes libros como para anunciar su venta en lugares públicos, decide hacer “aviso de la misma [la venta] privadamente y de amigo a amigo […] Los libros salieron tan bien como yo lo esperaba y dispuse de todo cuanto quería disponer en Campeche”.

Thomson sabía aprovechar las oportunidades para su causa que se le presentaban en el camino. Al concluir la distribución de biblias y nuevos testamentos en Campeche, y con la intención de dirigirse a Mérida, se entera que en la ruta hacia la capital de Yucatán tendrá lugar una concurrida feria en Halachó. Entonces decide hacer un alto porque “en los países en que estoy viajando, una feria es el lugar más conveniente para la venta de nuestros libros, porque de esta manera encuentran de inmediato una amplia circulación a través de compradores que vienen desde grandes distancias y lugares apartados de las rutas, y que al volver llevan nuestros libros a esos sitios”.

Del 23 al 26 de noviembre permanece en Halachó, donde tuvo muy buena recepción para los materiales que ofrecía y para su persona: “vendí todos los libros excepto un Nuevo Testamento en doceavo (11 por 16 centímetros) y podría haber vendido más biblias de las que tenía. Además de otros sacerdotes que eran neutros, conocí a dos que hablaron sin duda y enteramente a favor del bien que habría que esperar de la difusión y uso de las Sagradas Escrituras”. 

Hace una observación sobre los asistentes a la feria: “nueve décimas partes de la gente allí, o más bien 99 de cada 100 eran indios. En conjunto, digamos 20 mil, presentaban un perfecto y hermoso cuadro: estaban todos vestidos con ropas blancas”. La escena observada le trae a la memoria lo relatado en Apocalipsis y hace un paralelismo: “tuve un enorme deseo de ponerles coronas sobre las cabezas; de que, además, tuvieran palmas de triunfo en sus manos y cantaran la Salvación de Dios y el Cordero por siempre jamás. Todo cuanto pude hacer en este sentido, traté de hacerlo: les di la palabra de Dios, oré por ellos, y en cuanto pude, les mostré a Cristo como  nuestra única y completa virtud. Que el Espíritu de Dios obre sobre este pueblo rápida y poderosamente”.

Comenta Thomson que el 27 de octubre, muy de mañana, salió de Halachó hacía Mérida, y que entre ambas ciudades mediaban 18 leguas. El único Nuevo Testamento que le quedó tras la venta en la feria de Halachó, informa que lo vendió “en el camino a la primera persona a quien se lo mostré cuando nos detuvimos a descansar, durante el viaje, en el calor del día”. A muchos, como en la feria referida, a pocos o incluso a una sola persona, Thomson encontraba la forma de presentarles la Palabra y la hacía asequible a ellos y ellas. En el camino, como Felipe en Hechos 8:26-40, Thomson aclaraba a sus interlocutores el sentido de lo enseñado en la Biblia. Acaso en ese día caluroso rumbo hacia Mérida, quien adquiere el Nuevo Testamento haya experimentado lo mismo que el eunuco al servicio de Candace, reina de Etiopía, vivió al entender lo dicho en la Palabra sobre Jesús. Tras su encuentro y diálogo con Felipe, el etíope “siguió su camino lleno de alegría” (Hechos 8:39, traducción La Palabra).

Diego Thomson estaba siempre atento a indicios que pudieran fortalecer su labor de colportor bíblico. En unos apuntes/diario que llevaba, tal vez con la intención de que fueran publicados como libro, incluyó un caso para ilustrar sobre otras formas en que la Biblia estaba llegando a los lugares que visitaba.

Un herrero que se desplazaba por todo el país tanto para hacer trabajos como para distribuir materiales de herrería, adquirió cerca de la frontera con Belice “una Biblia por seis dólares, en la primera edición, con [los libros] apócrifos y todo”. Thomson comenta haber comprobado que el hombre en cuestión “ha leído esta Biblia cuidadosamente, y tiene un conocimiento muy amplio de su contenido, y la cita, incluyendo largos pasajes con mucha facilidad”.

La observación de Thomson, sobre el asiduo lector de la Biblia, indica una de las vertientes por las cuales en México hubo personas que al leer las Escrituras se fueron formando ideas contrarias a la religiosidad católica romana predominante. Esto ha sido así no solamente en México, sino en muchos países en los que mediante el acceso a la Biblia y su lectura tal actividad fue el comienzo de disidencias religiosas que paulatinamente construyeron una alternativa de fe distinta a la dominante.

En el mismo apunte que hemos referido Thomson hace una comparación entre la libertad religiosa legal de Yucatán y las restricciones constitucionales sobre este campo existentes en México. Incluso comenta que “las cosas en este país están peor ahora, en este aspecto, que cuando yo residí en ese país desde 1827 a 1830”.

Sin ponerse a explicar a fondo los mecanismos estructurales y culturales resistentes a la libertad de creencias y su práctica, las que Carlos Monsiváis ha llamado “las aduanas de las ideas”, James Thomson sí dejó algunas descripciones de la cerrazón que le impedía distribuir libremente materiales bíblicos.   

La Constitución de 1824 estableció al catolicismo romano como la religión oficial de México, así como el deber del Estado de protegerla y velar porque ningún otro credo se desarrollara en el país. Después de ese año hubo modificaciones a la Constitución, pero el artículo relativo a la preeminencia del catolicismo permaneció vigente. Thomson informaba que no solamente continuaban las restricciones en materia religiosa sino que “las pequeñas alteraciones [legales] que se han hecho en la enunciación lo han sido con el propósito de empeorar el mal”.

Los legisladores partidarios del proteccionismo religioso, tanto en el Congreso constituyente que promulgó la Constitución de 1824 como en años posteriores, sostenían como razón, lo escribe Thomson, “esta imprudente legislación [debido a] que la masa del pueblo no estaba preparada para recibir y soportar semejante cambio”

Pese a las posiciones dominantes de políticos y eclesiásticos a que México se abriera para permitir legalmente la existencia de credos religiosos distintos al catolicismo romano, hubo quienes claramente abogaron por lo que entonces llamaban “tolerantismo religioso”. Por ejemplo, Joaquín Fernández de Lizardi, más conocido por el seudónimo de El Pensador Mexicano, en La nueva revolución que se espera en la nación, escrito de 1823, defiende la instauración de un gobierno republicano. Subraya que “bajo el sistema republicano la religión [católica] del país debe ser no la única sino la dominante, sin exclusión de ninguna otra”. Comenta que, ante lo que llama el tolerantismo religioso, “sólo en México se espantan de él, lo mismo que de los masones. Pero ¿quiénes se espantan? Los muy ignorantes, los fanáticos, que afectan mucho celo por su religión que ni observan ni conocen, los supersticiosos y los hipócritas de costumbres más relajadas […] ningún eclesiástico, clérigo o fraile, si es sabio y no alucinado, si es liberal y no maromero, si es virtuoso y no hipócrita, no aborrece la república, el tolerantismo ni las reformas eclesiásticas”.

Al año siguiente de las anteriores palabras de Fernández de Lizardi es aprobada la Constitución que en su artículo tercero establece: “La religión de la nación mexicana es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana. La nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquier otra”.

En un memorando Andrés Quintana Roo solicita al Congreso Constituyente que se abriera espacio en las deliberaciones para dar cabida en las nuevas leyes al tema de la tolerancia religiosa, porque “la intolerancia religiosa, esta implacable enemiga de la mansedumbre evangélica, está proscrita en todos los países, en que los progresos del cristianismo se han combinado con los de la civilización y las luces para fijar la felicidad de los hombres”. Al trascender su propuesta al público, la misma levanta enconadas reacciones y el autor sale de la ciudad de México por un tiempo.

Pese a todo, en las discusiones sobre la nueva Constitución el tema del llamado tolerantismo ocupa un lugar en los debates. Al ser presentado el proyecto del artículo tercero algunos diputados buscaron atenuar el sentido prohibicionista del documento. Su intento por disminuir la exclusividad del catolicismo romano como religión oficial de la nación mexicana, aunque fue abrumadoramente derrotado, deja testimonio de ciertos cambios mentales en unos cuantos representantes populares.

El diputado Juan de Dios Cañedo se reconoce católico, pero al mismo tiempo, consignaba un cronista, observó que “este decía [el proyecto] que la religión de la nación no sólo es, sino que será perpetuamente la católica; lo cual era impropio de un legislador que no debe referirse a esos futuros indefinidos. Que la expresión denota los buenos deseos que todos tenemos de que permanezca siempre la religión católica, pero que sus deseos no se deben expresar en una ley. Sobre la intolerancia que propone el artículo también dijo que convenía callar en este punto, porque la intolerancia era hija del fanatismo y contraria a la religión”. Con su acción Cañedo logra que “por primera vez la tolerancia [fuera] discutida como tema central en un órgano de gobierno. Había sido tocada otras veces pero como un aspecto subordinado a un proyecto más general, comúnmente referido al problema de la inmigración”.

Por su parte Lorenzo de Zavala “expuso que en su concepto se debía omitir la expresión será perpetuamente”. Zavala, tres años más adelante, apoyaría la distribución de biblias que hizo Diego Thomson en la parte central de México entre 1827 y 1830. El diputado Covarrubias igualmente juzgó excesiva la frase, aunque se opuso a la tolerancia “porque servía de capa para introducir las falsas sectas”.  

El político y escritor, uno de los historiadores decimonónicos más renombrados, integrante del Congreso constituyente de 1823-1824, Carlos María de Bustamante, “sostuvo el artículo como está: dijo que las naciones tenían sus caracteres, y el de la mexicana era el catolicismo. Que podrá venir tiempo en que nuestros pueblos puedan tratar sin peligro con los protestantes, pero que en el día la tolerancia sobre ser peligrosa, sería impolítica”.

El artículo fue aprobado y legalmente quedó en la Constitución la clara prohibición de que pudiesen expresarse otras confesiones distintas a la católica romana. Sin embargo, cabe llamar la atención a que algunos diputados defendieron la posibilidad de que en el país las leyes fuesen más abiertas y no cerradas a la tolerancia. Se iniciaba así un largo proceso cultural, social, político y legal que alcanzaría un nuevo momento en la Constitución liberal de 1857 y un impulso definitivo con la Ley de libertad de cultos promulgada por Benito Juárez el 4 de diciembre de 1860.

Thomson fue testigo del inicio de un lento proceso de apertura intelectual y cultural que desembocaría en cambios políticos y legales años después de haber concluido, a mediados de 1844, su segunda visita a México. Tanto en su primera estancia como en la segunda en el país, buscó y encontró resquicios que le permitieron evadir las restricciones legales y eclesiásticas prohibicionistas hacia los materiales que distribuía. 

Antes de abandonar Yucatán con rumbo a la colonia británica de Belice, Diego Thomson fue víctima de una enfermedad que lo tuvo al borde de la muerte. Debió ser trasladado desde Chichén hasta Valladolid, a una distancia de 33 millas (53 kilómetros), para recibir algún tratamiento médico. El viaje fue sumamente difícil, porque a causa de su estado físico debió ser llevado en camilla. Cuenta que ya en Valladolid “durante tres semanas estuve confinado en mi cama y en mi habitación, y hacia el fin de ese lapso salí vacilando sobre un bastón a visitar y dar las gracias a mis amigos” por sus cuidados.

Thomson haría más viajes más como representante de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera. Sus objetivos fueron España, Marruecos, el sur de Francia Andorra y Portugal. Este recorrido lo hizo de 1847 a 1849. Como sus anteriores viajes en América Latina, el realizado a naciones europeas tuvo infinidad de vicisitudes y obstáculos, ante los cuales no se detuvo sino que prosiguió con denuedo distribuyendo la Palabra que es luz y lumbrera en el camino de quienes se apropian de ella, y la hacen suya como guía de vida.

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