“Se fue con más de ochenta años”

Si supieras que mañana es el último día de tu vida; ¿qué harías?

10 DE SEPTIEMBRE DE 2018 · 11:02

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En los programas de este verano (Julio y Agosto) de “Hombres que dejaron Huella”, tenemos un apartado que titulamos “la Entrevista”, de la que no vamos a publicar las preguntas, pues deseamos que sean, tanto las preguntas como las respuestas, bien espontáneas. Sólo y para que los que “tienen ojos para leer, lean… e imaginen”, la primera pregunta empieza así: si supieras que mañana es el último día de tu vida; ¿qué harías? ¿cómo lo pasarías? y la última pregunta: ¿cuál sería tu epitafio?

Hemos de reconocer que hemos tenido valientes, y buenos entrevistados e, incluso, hemos entrevistado a alguna persona que mora ya miles de años en la eternidad (algo que se puede tener en licencia literaria), ante el conocimiento que poseemos de su vida, personalidad, convicciones y fe… ¡una maravilla!. Nuestros oyentes pueden escucharlas en nuestra www.radiobonanova.com pero no teníamos este apartado en el programa, cuando a una mujer cristiana, le pedí que me escribiera o compartiera unos pensamientos de sus más de ochenta años. “Ya no puedo escribir, me dijo, pero yo te cuento y tú lo escribes, y te agradezco mucho por creer que, aun a los ochenta años, todavía soy capaz de escribir y de pensar” y me dediqué a escribir sus ideas: “digo que pienso muchas cosas, y aunque te rías, pienso en los terribles sustos y trabajos que he dado a mi Ángel de la Guarda. Pienso también en las incontables horas perdidas a lo largo de tan larga vida. Si las hubiera aprovechado mejor, tal vez podría ahora hablar más lenguas que mis imperfectos castellano, francés y catalán. Y si hubiera meditado más en la Palabra del Señor, quizá hubiera llegado a un tercio de la sabiduría de Santiago. Si me hubiera afanado más en la oración, no hay duda que aún tendría más bendiciones de las muchas que el Señor me ha dado. El tiempo que perdemos en la vida, a los ochenta años, se ve como la hojarasca que quedará cuando esté delante del Creador…”.

“Desde el Corazón” me quedé impresionado de escuchar que, entre bromas y hablando como quien juega, pudieran decirse cosas tan serias y profundas ¡qué cierto es eso de que perdemos la mitad o lo mejor de nuestra vida!; ¡qué verdad la de que otros muchos vivieron muchísimo menos que nosotros y avanzaron hacia Dios muchísimo más!; ¡y qué exacto eso de que responderemos en el juicio por cada minuto que vivimos sin dar amor! ¡cómo puedo imaginarme que todo aquél que vive media hora sin amar se acerca a su tumba con el sudario puesto! Si fuéramos medianamente conscientes de esto, nuestras vidas serían bien distintas…

Y seguí anotando a la hermana: “a los ochenta años se desvanecen los sueños, se modifican los planes, se recortan las ambiciones, se aquietan las pasiones, ya no se duerme la noche de un tirón, da gusto estar sentado, cuesta subir las escaleras, se alargan las siestas, te encantan los niños… por un tiempo, se te hacen largos los sermones que se repiten, y se echan de menos compañeras de estudio, hermanas queridas. Realmente quedan pocas, y tengo la gracia de no guardar rencor a nadie, porque si a alguien lo tuve, ya se ha muerto; y de esos pocos que quedamos, unos están sordos, otros viven de ambulatorio en ambulatorio, otros caminan a tientas y otros han perdido no poca memoria. Siempre puede una entablar contactos con gente joven; pero el vino añejo sabe mejor que el nuevo…”.

¡Vaya, el retrato es gris, pero salvo excepciones, verdadero! ¿qué ganaríamos con disimular la realidad del atardecer del envejecimiento?; pero la tal hermana demostró que, con todo eso, a pesar de todo eso, un anciano puede mantener la alegría y también el trabajo aunque sea diferente. No puede marcharse al África como misionero, pero puede orar por los misioneros. Ya no puede cantar largo tiempo de pie, pero puede ahorrar para que un joven pueda adquirir una guitarra con la que alabar a Dios. No tiene fuerzas para asistir a Retiros o colaborar en actividades evangelistas, pero puede interceder por los que colaboran. “Y también puede ir de cuando en cuando al Hospital…” y cuando tontamente pregunté ¿para visitarse?, me contestó: “no, hombre no, para visitar yo” ¿y qué hace? “pues un día a la semana voy a reparar sábanas, ropas, si voy por algún conocido le animo, le cuento algún chiste gracioso y oramos… con otros, procuro ganar su atención y les hablo de Dios, y cuando me dicen que no tienen religión ni la quieren, le digo al Señor, entre Él y yo: ‘vamos, que aquí no nos dan posada’ y cuando encuentro algún enfermo bien dispuesto, me siento en la silla y hablamos de Dios y del Cielo…

He aquí un ser que aprovechó su juventud y que tenía disposición de llenar hasta el borde su ancianidad. Siempre con el delicado respeto a la conciencia de los demás. Siempre con la alegría de quien tiene el alma rebosante de gozo, aunque sus piernas se arrastren un poco al caminar, y los peldaños de su escalera los tenga que subir uno a uno asido a la barandilla y su vista se fuera perdiendo alarmantemente. 

Y todo ello con una vigilante autoexigencia. Porque sus más de ochenta años le enseñaron muy bien que se puede caer en el peligro de la rutina, en la trivialización de lo santo o en la simple gratificación de lo que se hizo en el pasado. Sé que el lector dispensará el que haya revelado parte de las hermosas confidencias, pero ¿qué podría añadir yo a semejante maravilla?

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Desde el corazón - “Se fue con más de ochenta años”