Juan de Ávila y la fuerza transformadora del amor

Ávila interpretaba la cruz de Cristo poniendo por palabras del señor las de Isaías 43,24, como dirigidas a cada uno.

01 DE SEPTIEMBRE DE 2018 · 21:55

Plaza Mayor y Ayuntamiento de Salamanca. / Jacqueline Alencar.,
Plaza Mayor y Ayuntamiento de Salamanca. / Jacqueline Alencar.

Me gustaría señalar algunos puntos más de la vida y ministerio de Juan de Ávila que han llamado mi atención. Por ejemplo, en el capítulo V del libro que mencioné en la anterior entrega, Juan de Ávila (1499?-1569). Tiempo, vida y espiritualidad, nos encontramos con “Su ministerio pastoral”, y dentro del mismo hay un apartado que se intitula ‘Reforma de la sociedad: la fuerza transformadora del amor’. Continúo ojeando el libro de Mª Jesús Fernández Cordero. Como ya había señalado la autora, “en el pensamiento y la actuación de Ávila iban de la mano la reforma de la iglesia y de la sociedad. La incidencia de su ministerio y el de sus discípulos por la predicación, el acompañamiento espiritual y las actividades caritativas y educativas debía abrir camino a esta última”. También nos recuerda la autora que para Ávila era de suma importancia la lucha contra la pobreza, como parte de la misión de la Iglesia, así como también llevar el Evangelio a los sectores marginales.

¿Le interesaba la reforma de la sociedad donde estaba inserto? ¿Se daba cuenta que estaba en el mundo y debía preocuparse por él? Pregunto. La autora escoge la ‘Carta’ 86 de su epistolario, que iba dirigida a la villa de Utrera y se podría decir que iba “escrita como un servicio de gratitud…: ’Lo mucho que conozco que debo a ese pueblo y lo mucho que veo de él soy amado y le amo, me hacen vivir con cuidado de cómo no hago obras con que sirva algo de lo mucho que debo y se manifieste lo que amo” (Carta 86, OC IV, 366-371). Dice que puede deducirse que Ávila intentaba resolver algún conflicto o tensión entre los habitantes del pueblo en el que tuvo algún papel el uso de autoridad por parte de los regidores. Mª Jesús cita la Carta 11,’A un señor de este reino’, siendo asistente en Sevilla, la cual es un pequeño tratado del buen gobierno, y escrita a petición del destinatario, tal vez, según comenta la autora, pudo ser don Francisco Chacón y Téllez de Girón, que fue asistente de la ciudad hispalense entre 1560 y 1564. También cita las Advertencias necesarias para los reyes, “escritas en el contexto de la preparación del concilio provincial de Toledo de 1565, con la intención que los obispos las hiciesen llegar a Felipe II”.

Tal como sucedía con la predicación y el acompañamiento espiritual (a los que dedicaré unas pinceladas en otra oportunidad), también en estos aspectos citados, de carácter socio-político, señala la autora que “Ávila ponía como centro y fundamento de toda acción la consideración del misterio de la pasión y muerte de Cristo. A ello dedicaba un amplio espacio al comienzo de su epístola a la villa de Utrera, con profusión de citas bíblicas y un estilo semejante al de sus sermones… La entrega de Cristo en la cruz era la ‘paz’ enviada por Dios al mundo, pues su sacrificio fue más poderoso que nuestros pecados y los deshizo delante de Dios. Ávila interpretaba la cruz de Cristo poniendo por palabras del señor las de Isaías 43,24, como dirigidas a cada uno

‘Servir me heciste por tus pecados y trabajo me diste en tus maldades’; de modo que cuando el hombre era siervo de sus pecados, ‘sirvió Cristo padeciendo penas”.

Dice Mª Jesús: “El centro de este misterio era el amor de Cristo, único en la tierra y caracterizado por el ‘servicio”. Ante ello Ávila decía admirado: ‘¡Oh Dios eterno y sirviente de los hombres, que no vino a ser servido, sino a servir’; engarzaba las citas de Mt 20,28 y Lc 22,26, y hacía de esta última, en diálogo oracional, una aplicación concreta de este espíritu: 

"Y dijiste, Señor, que quien era mayor que se hiciese menor, y quien presidía, como quien fuese esclavo, a semejanza de ti, que tanto te abajaste a servir a los hombres, no tan solo con buenas palabras, mas con recios azotes y muerte de cruz”.

Y añade la autora: era una aplicación directa a los mayores y a los que presidían; este amor servicial, cuya máxima expresión había sido la entrega de Jesús a una muerte de cruz, debía inspirar la acción pública de todo cristiano que ocupase un puesto de autoridad”.

Os paso la cita contenida en la Carta 86, sobre el tema en cuestión:

“Aprended mayores, a trabajar por los menores; aprended regidores y jueces de pueblos, a buscar el bien común, aunque sea con vuestras pérdidas de haciendas y muerte. Las veces tenéis de Aquel que, por ser buen Pastor, murió por el pro de sus ovejas; pareced en el amor a Él, pues parecéis en la dignidad. Oficio público tenéis, no tengáis corazón particular; no miréis lo que solo a vosotros cumple, mas lo que a todos, aunque con daño vuestro. El lugar de perfección que tenéis es para aprovechar a todos y para que tengáis un acuerdo del bien común con olvido del vuestro. No es el pueblo ordenado para vuestro provecho, mas vosotros para el del pueblo”.

Como destaca la autora, “Ávila no se situaba aquí en el terreno de la teoría política, sino en el de la inspiración cristiana en el ejercicio de la autoridad”. Se nota que no propiciaba una ‘sacralización del poder’, sino que recordaba que los cargos eran puestos de servicio, “que se han de ejercer desde el olvido de sí (por el bien común) y hasta la entrega total. No debería existir jerarquización social por cargos y linajes.

Dice que, así como como el Padre eterno puso todo en manos de su Hijo (cf. Jn 3,35) para que él diese la vida eterna a todos (cf. Jn 17,2) a costa de muchos trabajos y muerte; así también en la disposición divina el poder es dado para beneficio de los hombres, aun a costa del sacrificio de quien lo ejerce. De acuerdo con la Advertencia a los reyes, Mª Jesús extrae que “la misión de los reyes es ‘trabajar por el bien de sus reinos, así en lo que toca a lo temporal como a lo espiritual’, a imitación de Jesucristo, que no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos Mt 20,28).

“[…] Ávila estaba ofreciendo a los cristianos laicos que ejercían puestos de responsabilidad pública el cauce para una verdadera espiritualidad, utilizando incluso el vocabulario de la paternidad y del pastoreo que habitualmente empleaba para orientar la vida y el ministerio de los eclesiásticos. También los laicos, mirando e imitando al Señor, debían aprender de Él su oficio; en Cristo debían encontrar el modo de realizar su vocación secular. Por tanto, se trataba no del valor privado e íntimo de la práctica de la oración, sino de la irrupción de su espíritu y sus consecuencias en el espacio público, en la sociedad”.

“Desde la perspectiva de este amor, Ávila utilizaba la retórica del ‘desengaño’ para mostrar la superficialidad, inconsciencia e insuficiencia con que se solía afrontar el ejercicio del poder. Así, se engañaban quienes creían que gobernar consistía en impulsar obras públicas, proveer a los mantenimientos, castigar los delitos y dirimir pleitos; todo ello, con ser necesario, no bastaba. Su afirmación era rotunda: ‘El fin que debe pretender el que gobierna república es hacer virtuosos a los ciudadanos, según afirman todos los filósofos que hablaron de esta materia’.

Con este lenguaje, propio del humanismo renacentista, y la distinción entre virtud humana y virtud cristiana, se detenía en una crítica de la mera aplicación de una justicia punitiva incapaz de remediar males y propugnaba una línea de gobierno basada en la prevención y en la educación. La misma idea que había expuesto respecto a la reforma de la Iglesia, aparecía aquí como el medio más eficaz para la reforma de la sociedad: ‘vivir por buenas costumbres mejor que por buenas leyes’; tampoco en el ámbito secular bastaba hacer buenas leyes si los hombres eran malos. … desengañaba a los que reducían el gobierno al ejercicio de las tareas legislativas y judiciales; se trataba de algo mucho más comprometido, pues ‘procurar hacer buenos a los que le son encomendados’ (Carta 11, 65) implicaba poner en juego la función social de la ejemplaridad y los medios educativos. Y esto afectaba a los propios gobernantes en sus actitudes y virtudes. La prudencia, el amor a la sabiduría, la búsqueda sincera de consejo, la misericordia entrañable, debían humanizar y animar el ejercicio de los cargos públicos. … Para el gobernante cristiano suponía ‘no estar atado a la estrechura de las leyes particulares, mas vivir en la anchura del amor, que comprende obligación de justicia y obligación de caridad” (Carta 11, 67-68).

“Mucho más exigentes que las leyes positivas, ‘la ley del amor de la honra de Dios y del bien público’ introducía una dinámica de generosidad que debía vivirse como administración de los talentos de Dios”.

He aquí una muestra de los principios contenido en sus Advertencias a los reyes, n22, OC II, 639-640, citado por Fernández Cordero:

“Dar los obispados en pago de servicios hechos a reyes no es justo; y, aunque la gana de darlos haga entender muchas veces que en las tales personas concurren las condiciones que se requieren para ser obispos, hace de advertir que hay obligación, so pena de pecado mortal, de elegir el más idóneo, y no basta elegir idóneo en el fuero de la conciencia. Conviene mucho que se tenga muy bien entendido cuál es el oficio del obispo”.

Como se puede observar, advertía al rey acerca de su responsabilidad en la elección de los obispos y de los cargos públicos, “denunciando el pulular de pretendientes por la corte y la compra-venta de los regimientos en las ciudades, comenta la autora. Le preocupaba la falsedad de los juramentos en los actos judiciales y en el quehacer de los escribanos públicos, etc. Y que… “entre la diversidad de consejos y demandas que ilustran sus inquietudes sociales, la acción educativa y la lucha contra la pobreza son las que mejor ejemplifican su concepción de un gobierno al servicio del bien común y son los pilares de la reforma de la sociedad”. 

Dejo para la próxima semana más líneas de esta autora, quien ha realizado un excelente trabajo materializado a través de este libro que hoy menciono; conoceremos más acerca de los planteamientos educativos y de redistribución de la riqueza de Juan de Ávila, que me hace recordar tanto al apóstol Pablo, como si dijera: “Os quiero tanto, oh habitantes de este mundo”, transmitiéndonos el amor inconmensurable de Dios. 

Continuaré ofreciendo breves pinceladas, pero también podéis acercaros personalmente a este libro o a otros de distinta autoría. Es importante conocer y retener lo que cada uno considere conveniente. Y preguntarnos si hoy podemos transitar con los postulados de nuestros hermanos del XVI por nuestras casas, iglesias, trabajos, sociedad. Si podemos y debemos retener algo de lo que nos han dejado para ser verdaderos seguidores del Hijo; capaces de transformar la realidad adonde hemos sido enviados, utilizando Su modelo. Capaces de mostrar, aquí y ahora, un poquito de ese reino que es futuro y eternidad.

Gracias, otra vez, a los que preparan estos maravillosos libros que nos mantienen informados y rescatan a tantos del olvido.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Muy Personal - Juan de Ávila y la fuerza transformadora del amor