La oración de Ana

Clamemos a Dios.

22 DE JULIO DE 2018 · 11:10

Foto: Pixabay.,
Foto: Pixabay.

Texto: 1 Samuel 1:9-18

Hoy tenemos tres puntos:

TRES PUNTOS

1.- Ana ora (vv. 9-11)

Ana buscó al Señor porque no tenía hijos. Según el v. 10, nuestra hermana, “con amargura de alma oró al Señor y lloró abundantemente”.

Esto se llama oración del corazón. No oró como los fariseos con mucha elocuencia en público; sino que clamó desde lo más profundo de su corazón. Tenía los ojos mojados, sintiéndose impotente.

Fue Dios el que llevó a su hija a interceder así. Dios permitió que Ana fuese grandemente afligida para que comenzase a buscar al Señor de todo corazón.

¿Acaso no es verdad que la aflicción nos convierte en gente de oración?

Su actitud en la oración fue loable no solamente por su sinceridad sino también por su respeto hacia el Señor. Se dirigió al Omnipotente diciendo, “Señor de los ejércitos, si te dignares de mirar a la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva…” (v. 11).

Primero, reconoce el señorío de Dios sobre su vida llamándole ‘Señor’.

Segundo, reconoció que Dios no le debía absolutamente nada. La mujer dependía enteramente de la voluntad de Dios.

No se presentó ante el Altísimo exigiendo ni demandando ni declarando; sino rogando y suplicando.

Tampoco se puso a confesar positivamente de que no era infértil. Era una dama bien realista; pidiendo que el Señor actuara con poder.

2.- Ana, reprendida (vv. 12-16)

El Espíritu Santo recalca que Ana “oraba largamente” (v. 12). ¿Cuánto tiempo estuvo orando? No lo sabemos. Pero puede ser que haya pasado toda la tarde en oración porque comió antes de orar (v. 9) e inmediatamente después de orar (v. 18).

Esto implica que estuvo bastantes horas buscando a Dios.

Cuando de verdad hay hambre de Dios, el reloj no importa. Tristemente en Europa, las reuniones eclesiales menos asistidas son los cultos de oración. Cuesta la misma vida convencer a los cristianos de que la oración congregacional es imprescindible.

Y un buen porcentaje de los que asisten a las reuniones de intercesión se queda aburrido después de quince minutos. Hay que reconocer que no somos gente espiritual.

Ana, sin embargo, estaba desesperada por encontrarse con Dios.

No obstante, la hija de Dios fue reprendida por el sacerdote Elí, el cual pensó que Ana estaba borracha (v. 14). La reprensión sirvió para demostrar la falta de discernimiento en la vida de un pastor de la nación de Israel.

A lo mejor Elí nunca había orado como Ana. ¿Quién sabe cuándo fue la última vez que había visto a alguien clamar así delante de Dios?

Si hubiera tenido un poco de discernimiento, seguramente se habría puesto a orar con su hermana en la fe.

¡Pobre Ana! Hace lo correcto y sufre por ello. ¡Y encima sufre en manos de uno que supuestamente era un varón de Dios! ¡Qué tragedia cuando nuestros líderes no son hombres espirituales!

3.- Ana se va (vv. 17-18)

Interesantemente, antes de irse Ana, trató a Elí con mucho respeto. Podría haberse enfadado con él ya que insinuó que la hermana estaba ebria.

Pero Ana, la mujer de Dios, se dirigió a Elí con mucho respeto, “Halle tu sierva gracia delante de tus ojos” (v. 18).

Ana tenía el carácter domado. Había estado muchos años soportando las burlas injustas de Penina, la otra mujer de su marido. La Palabra resalta que Penina, “la irritaba así; por cual Ana lloraba y no comía” (v. 6).

Dios pulió a Ana por medio de la herramienta llamada Penina. Así que, delante de Elí, Ana pudo responder con respeto y ternura incluso cuando había sido indebidamente acusada porque la hermana se había graduado de la universidad de la aflicción y humillación.

Cuando Elí le dijo a Ana, “Ve en paz y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho” (v. 17), la mujer se fue “no estuvo más triste” (v. 18).

En otras palabras, Ana dejó su carga con el Señor. Una dama de Dios derrama su dolor ante el Señor mientras que una mujer que anda en la carne derrama sus quejas ante otras personas, convirtiéndose así en una peligrosa raíz de amargura (Hebreos 12:15).

Ana era una preciosa sierva del Todopoderoso, guiada por la mano de su Rey.

APLICACIÓN

1.- Ora con ojos mojados

No resulta necesario llorar físicamente para saborear algo de la gloria de Dios en la oración; no obstante, si debemos tener el corazón quebrantado en sintonía con la voluntad del Señor.

Dios nos guarde del legalismo religioso, orando con elocuencia e incluso mucho fervor exterior, pero con el corazón totalmente apartado de Él. El fuego interior es lo que cuenta.

Qué nuestras oraciones sean genuinas, reales, sentidas como aquéllas de nuestra hermana.

2.- Dirígete a Dios con reverencia

En nuestro tiempo de oración, tengamos presente que nuestro Dios no es una marioneta. Él es el Rey del universo. ¿Qué somos nosotros? ¡Polvo!

No nos juntamos para orar con el fin de dar mandatos a Dios sino para pedir, rogar y suplicar. Andemos en reverencia delante de su santo rostro.

3.- Vas a sufrir

Si buscas a Dios de todo corazón, el diablo se encargará de enviarte unos cuantos bomberos espirituales para apagar tu celo. Lo más triste de nuestra lectura es que Ana fue reprendida por el propio sacerdote.

Recuerda que la búsqueda de Dios conlleva adversarios. Pero es infinitamente más importante agradar a Dios que a los hombres.

Digan lo que digan, opinen lo que opinen, ¡sigue buscando al Señor!

4.- Lleva tu amargura a Dios

El ejemplo de Ana nos revela que hace falta echar nuestra ansiedad sobre el Señor (1 Pedro 5:7).

Como cristianos, hacemos mal en sembrar nuestra amargura entre otros hermanos; hay que llevar nuestros lamentos y quejas al Señor. Dependemos de Él.

Recordemos que “mejor es confiar en el Señor que confiar en el hombre” (Salmo 118:8). Los carnales confían en el brazo de la carne; mientras que los espirituales derraman su corazón ante el Señor de señores.

5.- Da gracias a Dios por los aguijones

Dios usó las diversas pruebas que Ana experimentó para conducirla hacia la oración. ¿Quién sabe cómo sería nuestra vida de oración si no fuese por nuestras aflicciones y lágrimas?

Hay que aprender a agradecer a Dios por permitir que pasemos por momentos difíciles con el fin de que nos acerquemos cada vez más a Él. Bien decía Charles Spurgeon, “He aprendido a besar la ola que me lanza a la Roca eterna”.

Si tienes una Penina en tu vida, acuérdate de que Dios la está utilizando para tu santificación y para labrar en ti la imagen de Cristo.

Todas las cosas ayudan a bien, ¡Penina y Elí incluidos!

CRISTO

¿Cómo no acabar dirigiendo tu mirada hacia la persona de Jesucristo? Ana dio a la luz milagrosamente por el poder de Dios y aconteció lo mismo con María.

A diferencia de Ana, María no era infértil sino una virgen. El poder del Espíritu vino sobre ella y concibió al Santo Ser que había de ser llamado el Hijo de Dios.

Gracias a Dios, Jesucristo es nuestro supremo Sumo Sacerdote (no Elí). Él sí nos anima a orar. Él sí nos da de su Espíritu para que busquemos su gloria. Y además de apoyarnos en la oración, sigue intercediendo por nosotros a la diestra del Padre.

Es gracias a la oración sacerdotal de Cristo que tú y yo y Ana tenemos acceso a la presencia del Santo de Israel.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Brisa fresca - La oración de Ana