El pecado de Acán

El peligro de tontear con los mantos babilónicos

14 DE JULIO DE 2018 · 22:10

Foto: Pixabay.,
Foto: Pixabay.

Hoy estamos en Josué 7, pensando en el tema del pecado de Acán.

Comencemos…

ESTUDIO

1.- Pérdida (vv. 1-5)

Los israelitas huyeron de Hai, un pueblo con un total de 12.000 habitantes, es decir, mucho más pequeño que Jericó. Casi tres mil varones israelitas huyeron y se produjeron 36 muertes.

2.- Oración (vv. 6-9)

Josué, el líder, se quebranta ante Dios por la humillación de la derrota. Tira toda la tarde en el polvo delante del Señor. Sabía que tenía que buscar a Dios. No se dejó distraer. Pero, ¿por qué no oró antes de pelear contra Hai?

Tal vez creía que no hacía falta orar por el asunto de Hai ya que sus hombres conquistaron la ciudad de Jericó con mucha facilidad. No obstante, el Señor quiere que le busquemos en las cosas grandes (Jericó) y las cosas pequeñas (Hai).

Cuando Dios es por nosotros, Jericó es pequeño. Sin embargo, cuando Dios no es por nosotros, Hai es gigantesco.

Lo más hermoso de la oración de Josué es que se centró en la gloria de Dios, en su “grande nombre”. Seguramente había aprendido a orar así estando tanto años con Moisés, un siervo de Dios apasionado por la fama del Señor.

3.- Respuesta (vv. 10-15)

Dios contesta a Josué diciendo que Israel ha pecado, quebrantando el pacto, tomando del anatema, hurtando y mintiendo.

Alguien podría haber pensado, “Pero, es un simple manto. ¿Por qué se enfada Dios tanto? ¿No es un poco exagerado?”

El problema, sin embargo, no fue el manto babilónico; sino la perversidad del corazón rebelde y desobediente que se manifestó entre los hebreos.

El pecado es asqueroso delante de Dios. Los que no conocen a Dios toman el pecado a la ligera; pero aquel que es nacido de nuevo detesta el pecado con todo su ser. El Señor promete que al día siguiente revelará quién es el culpable.

4.- Conclusión (vv. 16-26)

Dios, en fidelidad a su promesa, revela que el culpable es Acán. Josué confronta al malvado y Acán reconoce que había tomado el manto babilónico, dinero y un lingote de oro del anatema (prohibido en Josué 6:9).

Josué, jugando con el significado etimológico del nombre ‘Acán’ (turbador), le dice, “¿Por qué nos has turbado? Túrbete el Señor en este día” (v. 25).

Los israelitas apedrearon a Acán y a los suyos, quemándolos y la ira de Dios fue apaciguada. En el siguiente capítulo (el 8), los israelitas conquistan el pueblo de Hai sin ningún problema.

APLICACIONES

1.- No esconder tu pecado

Dios quiere que sus soldados anden en pureza y santidad. Si hay un manto babilónico en tu corazón, hay que quitarlo. No tomes el pecado a la ligera. Mátalo.

Como decía el puritano John Owen: si no matas el pecado, el pecado te matará a ti.

2.- No pasar por alto el pecado de los demás

En nuestra iglesia local, los miembros somos responsables los unos por los otros. Tenemos que velar todos por la santificación del rebaño de Dios.

El amor bíblico es sobrio y vela. No cree que “todo vale”. No se ríe del pecado. No se goza de la injusticia.

La familia de Acán tendría que haberle confrontado por su desobediencia al Dios de Israel, quitando la manta de la tienda porque cuando hay un conflicto entre la voluntad de Dios y la voluntad de un ser querido nuestro, ¡la voluntad del Señor siempre tiene que prevalecer!

Escrito está, “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o a hija más que a mí, no es digno de mí” (Mateo 10:37).

3.- No te acomodes

Josué y su ejército acabaron de conquistar la ciudad de Jericó. Podrían haber razonado, “Bueno, no pasa nada si no conquistamos el pueblo de Hai. Podemos montar una mega-iglesia aquí en Jericó y olvidarnos del resto de la tierra prometida”.

Josué, sin embargo, tenía pasión por la extensión de la obra de Dios y el cumplimiento de la promesa hecha a Abraham, Isaac y Jacob.

Si Dios ha prometido darnos toda la tierra; hay que conquistar toda ella. Existe el peligro de conformarnos con llenar nuestro local los domingos por la mañana olvidándonos de los pueblos no alcanzados.

4.- Tus acciones individuales afectan a toda la iglesia

Por el pecado de un solo varón israelita, toda la nación fue humillada.

Esto nos enseña que tenemos que pensar en términos congregacionales, no individuales.

Cuando un miembro dice a otro miembro de la iglesia, “Tú, ¿quién eres para meterte en mi vida personal?”, está negando la Palabra de Dios.

Si tonteamos con el pecado a nivel individual, podríamos estar frenando una preciosa bendición para nuestra iglesia local. No somos islas.

odos somos miembros del cuerpo de Cristo. Y un miembro podrido pronto empezará a afectar a todo el cuerpo.

Cuando pecamos, estamos perjudicando la gloria de Dios, nuestro propia bienestar espiritual y la salud espiritual de nuestras congregaciones locales.

5.- El juicio, aunque tarde, siempre llega

¿Quién sabe cuánto tiempo Acán tuvo el manto escondido por debajo de la tienda?

A lo mejor el tipo seguía saludando a la gente como siempre, adorando al Dios de Israel públicamente con una sonrisa en la cara, cumpliendo con todo lo estipulado por la Ley de Moisés externamente.

No obstante, en todo este proceso, seguía con el manto en su vida. Qué fácil es engañar a los hombres e incluso a nuestros pastores con una cara de falsa piedad, ocultando una vida de rebeldía.

Dios no fulminó a Acán enseguida. El rebelde, como en el caso de los malvados en la generación de Noé, disfrutó de un período de misericordia y paciencia. Por lo tanto, tendría que haberse arrepentido.

Quizá pensó que después de un tiempecillo, todo el mundo se olvidaría de lo del anatema de Jericó y luego podría sacar su manto y usarlo. No se acordó de que el juicio de Dios, aunque tarde, siempre llegará.

No juguemos, pues, con las cosas del mundo. Dios lo está viendo todo.

En realidad, Acán se estaba engañando a sí mismo. Al pensar que tenía que tenía el manto escondido, estaba negando por completo la doctrina de la omnipresencia de Dios. Vivimos Coram Deo (delante de Dios).

6.- Gracias a Dios por Jesucristo

¡Alabado sea el Padre por haber enviado a su Hijo en el poder del Espíritu Santo!

Gracias a Jesucristo podemos confesar nuestros pecados y ser recibidos a misericordia. Cristo fue apedreado y quemado en nuestro lugar cuando tomó nuestro castigo sobre sus hombres en la cruz (Isaías 53). El justo dio su vida por los injustos (1 Pedro 2:24).

En Jesucristo, estamos a salvo de la ira de Dios. En Cristo, la ira de Dios es apaciguada.

¡Gloria y gracias a Dios por Jesucristo!

 

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