La propaganda católica de Elvira Roca

La autora se ha tragado la propaganda dorada del papado, hasta el último sorbo.

15 DE JULIO DE 2018 · 10:00

Felipe II, el monarca español que se enfrentó a Guillermo de Orange.,
Felipe II, el monarca español que se enfrentó a Guillermo de Orange.

Mª Elvira Roca no es creyente, pero se lo ha creído. Es una mente con suficiencia intelectiva para no caer, como hacen otros, incluso grandes historiadores y escritores, en tragarse la propaganda insidiosa de los protestantes. Pero se ha tragado la propaganda dorada del papado, hasta el último sorbo. Y sin darse cuenta, que es la mejor manera de tragarse la publicidad engañosa. Tan convencida de su publicidad, de su verdad y de su España, que tiene como su meta el suprimir la “leyenda negra”. En esa tarea todo vale, y sus insultos al protestantismo y a la Historia, le ha valido reconocimiento institucional, incluso la medalla de oro de Andalucía. Ese reconocimiento por un sector de la izquierda y por mucha derecha, requiere que se “reconozca” el engendro de lo que se ha llamado Leyenda Negra. Eso que necesitan algunos para poder decir ¡viva España!, sin que les salga lo de ¡arriba!

Sobre la Leyenda Negra creo que el mejor resumen, con amplia bibliografía, es el artículo “Leyenda negra (El mito de la)” de Carlos Gilly (Dizionario storico dell’Inquisizione), con la presentación del estado de la cuestión y el análisis de los pormenores de su construcción en el siglo XX. El término “leyenda negra” debería ser simplemente un genérico para toda propaganda que una persona o grupo hace contra otro, poniendo en el “otro” indicadores étnicos, sociales o morales, negativos, que son contrapunto de los positivos propios. Pero, aunque el término ya caminaba en la literatura, fue Julián Juderías, con su famoso libro “La Leyenda negra”, de 1914, quien lo da a luz como sujeto con entidad específica. Por tanto, la señora Roca no puede “desmontar” lo que en el siglo XVI y siguiente no existe. Sólo puede “montar” su “leyenda”, su cuento (que es lo mismo) del siglo XXI. Mucha experta en historia, y al final, solo es camarera de honor de “Santa Leyenda negra”, cuya talla salió del taller de Juderías, y que Roca viste con esmero para sacarla en procesión patriótica.

Juderías pretendía descubrir los orígenes de ese río falso, esa “leyenda absurda y trágica”, que ha deformado la historia real, para componer un concepto “lamentable de aquella España tenebrosa que forjaron para sus fines políticos los envidiosos de nuestra gloria y los enemigos de nuestra patria”. Ya ve, señora Roca, no dice usted nada nuevo. Que eso de la “Leyenda” ya estaba tallada y en su capilla patriótica venerada. 

Hoy vamos a encontrarnos en un terreno donde la señora Roca muestra todas las argucias de la propaganda protestante, fábrica de leyendas negras contra la dorada y pura corona hispánica y su Inquisición, y donde se muestra a sí misma con todas sus argucias y falsificaciones para defender al imperio dorado contra los ataques de esos oscuros protestantes. Ella misma nos recuerda que el terreno es paradigmático. (¡Y ahí están nuestros renegados españoles ayudando a la propaganda hispanófoba protestante!)

Se trata de las mentiras que el perverso Guillermo de Orange vertió contra el casi inmaculado Felipe II. Además, con la única finalidad de obtener beneficios propios; nada que ver con las actuaciones del monarca español, movido únicamente por la generosidad y el altruismo. Todo ello quedó evidenciado en la Apología de ese Guillermo, que fue la final argamasa para compactar el edificio de la Leyenda Negra: ese edificio tan especial que no se construyó realmente en el siglo XVI, pero que han construido cuatro siglos después para cubrir con él la miseria e incompetencia de esa su España algunos políticos y sus escritores. Algo así como el “contubernio” de Franco, pero a lo bruto. Y de ese grupo es Roca Barea, correveidile de su leyenda.

En las guerras y confrontaciones siempre ha habido “propaganda”, de un modo u otro. Por todas las partes. Se acepta como arma legítima de guerra. Desde el regalo de un caballo de madera a la falsificación de documentos. En el caso de las llamadas guerras de Flandes, pues tenemos lo mismo. Hubo propaganda de la corona hispana contra los neerlandeses, y de éstos contra Felipe II. Y todo debería quedar acotado con su contexto, y ahí examinar e interpretar, pero nunca extrapolar la situación para, luego de cuatro siglos, crear una realidad específica, que por eso mismo se tiene que convertir en pura propaganda.

Carlos Gilly informa de algo necesario, y es que los pretendidos soportes de esa “leyenda negra” de Juderías, podrían haber sido más numerosos si hubiera mirado un poco más. Del artículo antes citado de Gilly: “De los numerosos  ‘folletos antiespañoles de esa época’, el autor de La Leyenda negra no conoce sino los títulos incluidos en la bibliografía anexa al erudito estudio de Carl Bratli (Filip II af Spanien, Kopenhagen 1909), una obra que Juderías cita por la edición original y de donde, casualmente, ha sacado casi toda su información sobre los cuatro libros que, según él, dieron origen a la famosa Leyenda negra: La Apologie de Guillermo de Orange, las Relaciones de Antonio Pérez, las Artes de Montanus y la Brevíssima historia de Bartolomé de Las Casas. Si en lugar de contentarse con un solo libro, Juderías hubiera hojeado los catálogos impresos en las grandes colecciones holandesas y alemanas de panfletos (Meulman/van der Wulf, 1886; Kuczynski, 1870-1874; Weller, 1872; Thysius/Petit 1882-1910; Knuttel, 1889-1910) se habría percatado de que la literatura hostil a la monarquía y la inquisición españolas fue muchísimo más abundante de cuanto Bratli reseña en su libro, pero a la vez hubiera aprendido [apréndalo usted también, señora Roca] –como gran políglota que era y sociólogo de profesión- que toda esa literatura era ‘quantité négligéable’  [cantidad insignificante] comparada con el inmenso número de panfletos dirigidos contra Luis XIV o contra Napoleón, contra Prusia o la Puerta turca, contra el Papa o los Jesuitas, o también viceversa, contra los luteranos, los calvinistas, los anabaptistas, los entusiastas, los judíos y, finalmente, contra los masones. Pues obvio es que, desde el enfoque del adversario, la historia de cada grupo étnico o religioso está plasmada de ‘leyendas negras’. Pero a ninguno de esos grupos les vino a la mente de sentirse ‘a posteriori’ colectiva o individualmente agraviados y mucho menos a acuñar un nuevo concepto historiográfico –‘La Leyenda Negra’- para lamentar lo injustamente juzgados que habían sido sus antepasados (los inquisidores, que no las víctimas) y de los incomprendidos que seguían sintiéndose ellos (los conservadores y clericales, que no el resto de los españoles) que ya Américo Castro en su célebre artículo ‘Las polémicas sobre España’ de 1925 escribió que los españoles se preocupaban con exceso de las habladurías internacionales, y que todos los países poseían ‘su ración de leyenda negra’. No es de extrañar, sin embargo, que en 1918 –en una época de nacionalismo exacerbado y aun no terminada la Guerra Mundial- el autor de La Leyenda negra, sin ser historiador de oficio, fuese nombrado miembro de la Real Academia de la Historia o que, veinte años después, un libro de tan bajo nivel científico pasara a formar parte fundamental del acervo básico de la historiografía franquista con 16 ediciones hasta 1974.” Cita larga, pero ya ven que muy valiosa.

Mª Elvira Roca, igual que Juderías, siente el dolor porque de esos cuatro libros de su leyenda, tres sean de autores españoles. Habrá que ver si se ha dignado leerlos. El otro que queda, la Apología de Guillermo de Orange, es en su imaginario conspirativo uno de los más eficaces, especialmente porque tendrá a mano los efectos de los demás. (No se olvide que en su tiempo esos libros no eran considerados tan dañinos. La Brevísima se publicó en Sevilla en 1572, y no fue incluida en el Índice hasta 1660.) Además, en la Apología se encuentra lo más de lo más: señalar a Felipe II como asesino de su hijo. Y cómo sería ese Orange, que consiguió que media Europa se lo creyera. De manera que para la señora Roca, esa obra tiene la importancia de ser modelo del mundo moderno protestante: propaganda y falsificación para robar.

La Apología fue leída solemnemente a los Estados Generales neerlandeses (el nombre puede ser genéricos) en diciembre de 1580, y se publicó en francés en febrero de 1581. (En castellano solo existe un resumen, pero muy suficiente, traducido de una historia inglesa de Felipe II. Se accede libre en internet. En inglés se tiene que usar la edición de Alastair Duke, de 1998.) Roca Barea se encuentra algo indecisa con esta obra. Por un lado, tiene que ser un libelo protestante, zafio, sin rigor, solo apto para gente de la tribu o de poca cabeza. Pero si le atribuye un efecto tan devastador contra la corono hispánica y el papado, algo más deberá tener. Así, que, efectivamente, esta obra de Orange demuestra que él no era muy listo (se la escribió un hugonote), pero que “el trabajo de Loyseleur [el hugonote], bajo la inspiración de Orange, es extraordinario”. (p. 251) Ahí el Orange tiene la desfachatez de presentarse como defensor de la libertad de las ciudades y provincias. Por supuesto, para la señora Roca eso es usurpar a quien no tiene la desfachatez de pretenderlo, sino la verdad de serlo, Felipe II. Y el Orange presenta una suma de títulos que le darían validez como cabeza de esa defensa. Por supuesto, Felipe II no hace eso nunca, ni tiene necesidad. Ni lo han hecho nunca sus antepasados. Que eso de sacar títulos y genealogías justificativas es de protestantes infames, nada de coronas doradas papales. (Y otros están copiando, que el Don António ése de Portugal ha escrito de inmediato otra Apología contra los derechos de Felipe en Portugal alegando los suyos.)

Pero, ya he mentado, lo peor de esa obra son las consecuencias, incluso literarias y musicales, que tuvo lo de acusar a Felipe de matar a su hijo Don Carlos. De tal acusación, debería saber la señora Roca, Orange no es creador: ya circulaba por las cortes y embajadas. Y luego dio para mucho, pues no es tema menor el que un padre, rey, matase a su hijo por celos mutuos, pues el rey se casó con quien había prometido para el hijo. Un hijo enamorado de quien luego es su madrastra, y el padre matando a los dos, da mucho juego. Sabemos que Felipe no mató con sus manos al hijo, pero sí conocemos que con sus manos lo recluyó y le privó de todos sus servidores. No lo mató, pero no lo dejó vivir. En unos meses se murió. Y si la señora Roca se queda asombrada con quien pueda decir que el tal Felipe, si no lo mató, pudo perfectamente hacerlo, no debería olvidar que los que eso decían en su tiempo, tenían el precedente de sus palabras en el auto de fe de Valladolid (que no gustó nada a Don Carlos, pues al final, allí se estaban quemando a gente de su abuelo): que él mataba a su propio hijo si se desviaba del rumbo papal.

No deja feliz a Mª Elvira Roca lo de que acusen a los españoles esos neerlandeses de ser violentos, traidores, ¡papistas!, y que van a poner allí su Inquisición (¡como si eso fuere algo malo!). Se trata, claro está, de acusaciones infundadas: de fantasías para meter miedo a los niños. Parece que, puestos allí, no era muy de fantasía la cosa. Alba no era el coco imaginario. Sus destrozos eran muy reales. Lo de la inquisición neerlandesa, pues tampoco era una quimera. Existía una incorporada como complemento a la episcopal desde 1522. A ella le cabe el “honor” de quemar al primer protestante de Bruselas, en 1523. Entre esa fecha y 1566 se ejecutaron en los Países Bajos al mayor número de protestantes en Europa (unos 1300). O sea, que tampoco eso de la inquisición era un cuento para asustar.

Pero dejamos ya a la señora Roca, para que, con toda tranquilidad, pueda vestir de primores a la santa de su devoción: Leyenda Negra, muy milagrera, por lo que parece, para sus devotos. Solo resta recordarle que al Orange no lo hizo “padre de la patria” holandesa, ¡incluso para formar su himno! esta obra “de propaganda”. Lo que realmente le confiere ese honor es su muerte a manos de un fiel papista. Aunque, no le demos muchas pistas a la señora Roca, que nos suelta que eso ¡también fue publicidad!

Ignora queriendo la señora Roca, ya feliz en lo alto de su columna, que la Apología de Guillermo de Orange es, como su nombre indica, una Defensa, una defensa “contra el edicto de proscripción de Felipe II”. Resulta que unos meses antes de presentar ese documento ante los Estados Generales, Felipe había proscrito a Guillermo, con un documento tal que, no solo se reconocía la confiscación de sus bienes, sino que se ponía precio de 25000 coronas de oro a quien lo matase, y se le darían, además, tierras y título noble. Incluso, y esta es una de las infamias señaladas contra Felipe en la Defensa (que, en sentido personal, era un documento del “tú más”), pues se indicaba que no importaba para conceder ese título de nobleza el que su autor pudiera estar descartado por indecencia manifiesta para el mismo: la muerte de Guillermo limpiaría cualquier pasado. Vista así, parece evidente que la Defensa no es un folleto de propaganda que alguien tiene el capricho de crear, sino algo que manifiesta un contexto de lucha a vida o muerte. Y de esa lucha, Guillermo no se esconde, lo que reprocha a Felipe es que no venga él personalmente a la pelea. Si en la Defensa se dice que Felipe ha matado a su hijo y esposa, pues eso es respuesta a declaraciones parecidas contra Guillermo. Tampoco debería ignorarse que el hijo de Guillermo, ya lo había tomado preso (por su bien, vale, que si no sería un protestante) Felipe, cuando estudiaba en Lovaina, y lo guardó educado como papista en España. El muchacho nunca vio más a su padre. Y como en las acusaciones de la proscripción se incluía la carencia de derechos de genealogía en Guillermo, pues también es normal que éste le diga al Felipe que a ver si él mira un poco en la historia de sus ancestros, que hay de todo menos gloria (“si me sustraigo a su autoridad, en ello no he hecho otra cosa que seguir el ejemplo del archiduque Alberto, gestor de su familia, que se rebeló contra el emperador Adolfo de Nassau. Además, ¿no podría yo preguntar a mi acusador con qué título posee a Castilla? Su antepasado Enrique, además de bastardo, ¿no se rebeló contra su legítimo soberano?”), y procure mostrar su propia genealogía de títulos para gobernar las Provincias. Cuando el Felipe lo acusa de inmoralidad en su no casamiento, responder que él había cometido incesto, pues tampoco es muy extraño. Que la Defensa es un documento “contra” otro; y el otro define la naturaleza de las acusaciones a Felipe. Por cierto, eso de incesto, pues Felipe casa con su sobrina, por doble vía, no se puede quitar con la dispensa papal. Y ahí, Guillermo está fino, porque señala que la dispensa papal y nada, es lo mismo, cuando la ley natural está por medio; así que con licencia papal y todo, ha cometido incesto. Dejamos, sin embargo, el “tú más”, aunque lo veamos razonable, porque no era la situación de Guillermo para no defenderse, (“que ha querido un gran rey mancillar mi reputación, empleando en la proscripción que contra mí acaba de publicarse los más negros y horribles colores”) y miramos otros aspectos de la Defensa, que son muy valiosos.

Sin olvidarnos de que fue la muerte a manos de un papista, lo que da a Guillermo el lugar de “padre” de la patria (como indica el himno). El 14 de julio de 1584, como se ve, unos tres años después de la Defensa, se cumple el edicto de proscripción, y lo mataron de varios disparos. (Mi Dios, ten misericordia de mi pobre alma. Mi Dios, ten misericordia de mi pobre pueblo, se dice que dijo. Si alguien lo duda, pues muy bien. Lo hacen algunos porque “saben” que los tiros lo habrían dejado sin poder ni hablar.) Se había casado un año antes (7 de abril) con Luisa de Coligny, hija y esposa de fieles hugonotes, muertos en la gloriosa para el papado noche de San Bartolomé. Si algo faltaba, esto. Felipe, efectivamente recompensó al asesino (más bien a la familia, que al asesino lo mataron a cachitos durante dos días), y le dio tierras y título, además del fortunón. Cada uno se llevó lo suyo, Felipe su lugar en la historia, el asesino su recompensa, y el bueno de Guillermo “Padre del País” concedido por los holandeses de todo rincón. (Y los de la cofradía de la Leyenda Negra, un berrinche, eso sí, histórico.)

La Defensa tiene unos antecedentes de muchos años de conflictos. Tras su presentación dinamiza la situación, y se lleva a cabo el Edicto de Abjuración de parte de las Provincias. Este edicto, con las argumentaciones jurídicas y teológicas de la Defensa, serán un referente para la Revolución inglesa, y la americana. En las colonias se miró muy atentos a esta situación holandesa para justificar sus derechos a tomar las armas contra la corona inglesa. A fin de cuentas, se trata de la aparición de una entidad política peculiar: una república, en medio de coronas de todo pelaje.

En la Defensa se muestra un modelo de actuación política muy relevante, que sigue vigente. Guillermo recuerda cómo su pasado es de fidelidad a Felipe y su padre. Sobre el hombro de Guillermo se apoyó en Bruselas en el acto de abdicación (y Felipe está enfrente. Un cuadro para estudiar). Pero, y eso es su relevancia, toda fidelidad a una autoridad territorial superior, supone primero la fidelidad a su ámbito inmediato. Eso tan bíblico, tan cristiano, tan protestante, tan de la primacía de lo cercano, de lo local, incluso en la forma de la Iglesia: de lo local surge cualquier ulterior relación. “Yo no debo ninguna obediencia a Felipe como rey de España: sólo como duque de Brabante debo respetar su autoridad, porque soy uno de los principales miembros de los Estados del país en razón de las baronías que en él poseo. ¿Ha cumplido Felipe las condiciones con que fue reconocido soberano de Brabante? De ningún modo: antes bien, ha violado el juramento que hizo de mantener a sus habitantes en sus privilegios. Es cláusula expresa en su contrato [¡contrato!] con nosotros, que si faltaba a lo que prometía, en el mero hecho [¡en el mero hecho! No hace falta nada más] cesaba la obligación que contrajimos de obedecerle”.  Guillermo se ocupa luego de exponer cómo ha sido injuriado personalmente, incluso privado de su hijo por Felipe, “de edad incapaz de ofenderle”, pero incluso sin esa parte del asunto, su deber sería la rebelión, el rechazo a la tiranía de Felipe. 

“Mas aun cuando ninguna injuria personal hubiera yo recibido de Felipe, me tengo que considerar obligado igualmente a oponerme a las medidas tiránicas que quería tomar, puesto que no es solamente el soberano quien se obliga por la fe del juramento a mantener las leyes fundamentales del Estado; sino que todos los nobles del Estado mismo, todos los que tienen parte en su gobierno, o ejercen algún empleo público, juran igualmente no violar aquellas leyes. Por consiguiente, estaba yo obligado por mi propio juramento a hacer cuanto en mí estuviese para librar a mis ciudadanos de la opresión bajo la que gemían. De modo que, si no me hubiera hecho culpable respecto a Felipe del crimen de que me acusa, mis ciudadanos y el entero universo podrían con justicia imputarme el mismo crimen del que Felipe se ha hecho reo violando el juramento más solemne y sagrado.” Efectivamente, y no pocas veces se a visto en la Historia: si quieres ser fiel a tus ciudadanos (cercanos), tienes que rebelarte contra una autoridad territorial superior. Lo que pasa es que en el argumento de la Defensa, con esa rebelión se estaba siendo fiel al juramento de esa misma autoridad territorial superior: se estaba siendo fiel al juramento de Felipe, que él había violado.

“No ignoro”, dice Guillermo, y conviene no olvidar el argumento siguiente (con el que ya termino esta mirada a este notable documento de filosofía política. Otro aspecto: el derecho de sus ciudadanos a profesar el protestantismo, lo dejo, porque sería demasiado largo, y tendría que enfadarme con algunos pastores calvinistas, que tanto daño hicieron, al querer organizar la libre gracia de Dios, según el dictado de su miserable moralina), “que los partidarios de Felipe, conviniendo en que a su advenimiento a la soberanía juró mantener los privilegios, dicen que no estaba obligado a cumplirlo desde que le dispensó de ello el papa [este “privilegio” de política internacional no es leyenda negra, es lo negro de la realidad del papado]. Dejo a los eclesiásticos y a los más versados que yo en las controversias teológicas, el que decidan si el papa puede desligar a los hombres de sus juramentos, y si el ejercicio de este poder no es un atentado impío contra los derechos del cielo mismo. Yo les dejo que determinen si tal poder no destruiría entre los hombres el lazo que los une, y, por consiguiente, no trastornaría toda la sociedad. No trato de la legitimidad de la conducta de Felipe después de obtenida esta dispensa, que tanto se quiere hacer valer para su justificación, sino de la inconsecuencia de usar de ella. Porque siendo uno mismo el lazo que le unía a sus vasallos y a sus vasallos a Felipe, si el papa le dispensó de cumplir lo que les había prometido, al mismo tiempo me desligó a mí en particular y a todos los demás vasallos en general de la obligación que habíamos contraído de obedecerle. Sería una puerilidad afirmar que, en virtud de la dispensa, sólo Felipe queda exento de las promesas… Desde el momento que él se tuvo por libre, disuelta su obligación, quedó anulada la condición en que se fundaba nuestra promesa.”

El modelo que nos ha quedado es relevante. Guillermo tiene su responsabilidad fundante en sus ciudades y provincias. De ahí puede seguirse otra relación ulterior, pero siempre sujeta a ésta. Felipe puede tener todos los títulos que quiera en su corona, pero allí, sólo es válida la relación local de que disponga. Rey del mundo si quieres, pero aquí sólo eres duque de Borgoña, de Brabante, conde de Flandes… ¡Y solo como tal te reconocemos! Si no cumples tu obligación como duque de Brabante, ya puedes presumir de corona, pero aquí eres un duque desprovisto de legitimidad por tu infidelidad a las ciudades y las provincias, al no cumplir sus leyes y privilegios. Si se usa bien, este modelo tiene mucho recorrido.

Aquí mismo en la España normal, no esa de la santa Leyenda Negra, y contando que no he mirado nada de genealogía específica con el actual rey, en un estricto suponer, el rey, por ejemplo, en Cataluña, sería “sólo” conde de Barcelona, y como tal se le respetaría (aunque “también” pueda ser rey de otros reinos, incluso Jerusalén). En Navarra, sería “rey de Navarra”, nada más, y sus herederos, allí y solo allí, serían “príncipes de Viana”. (El primer rey Borbón de Francia, fue IV de Francia y III de Navarra.) Y así en otros territorios. Todos con sus leyes y responsabilidades, y el rey respetando leyes diversas en cada sitio, y siendo el garante de su cumplimiento, en armonía (que eso es una federación) con los intereses de todos los territorios y sus gentes. Tiene buena pinta. Y una bandera como símbolo de esa armonía, tendría un buen color para todos, porque todos cantarían en ella su propia historia; nada que ver con la negra de la leyenda.  Pero no pinto más. Estas semanas con ustedes ha sido un privilegio. A mí me sirvió. Agradecido.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Reforma2 - La propaganda católica de Elvira Roca