Carta de un norcoreano a los cristianos del mundo libre

John Choi sabe lo que es ser acorralado y asfixiado en Corea del Norte.

24 DE JUNIO DE 2018 · 16:00

Niños y policía en las calles de Pyongyang, capital de Corea del Norte  / Puertas Abiertas,
Niños y policía en las calles de Pyongyang, capital de Corea del Norte / Puertas Abiertas

¿Somos conscientes de nuestra libertad para vivir nuestra fe en Cristo? Si miramos las palabras de Jesús acerca de la persecución o la experiencia de sus discípulos y de los más de 200 millones de cristianos en el mundo que a día de hoy viven niveles altos de persecución, nos daremos cuenta de que la libertad que vivimos es la excepción, no la norma. ¿Aprovechamos esa libertad para vivir nuestra fe de la forma en la que desearían hacerlo muchísimos cristianos en otras partes y no pueden?

Cuando nos ensimismamos en nuestra realidad, las quejas surgen por inercia. En España y Europa pareciese que, entre el lobby gay y la agenda de secularización intolerante de ciertos gobiernos y partidos políticos (y quizá alguno piense que si masones, George Soros, illuminati, etc.), los cristianos estamos siendo acorralados y asfixiados. ¿Acorralados y asfixiados? John Choi sabe lo que es ser acorralado y asfixiado en Corea del Norte. Choi ahora vive libre en el Reino Unido. Esta carta suya puede que nos sirva a alguno para salir de nuestro ensimismamiento y valorar la libertad de la que gozamos, al menos a día de hoy.

 

Carta de un fugitivo norcoreano a los cristianos del mundo libre

Alguien me preguntó hace poco: “¿Cómo se siente al tener la libertad de poder vivir abiertamente tu vida cristiana?” Esta pregunta aparentemente fácil me llevó de vuelta al centro de detención de Corea del Norte, donde casi perdí la vida hace 14 años. Entonces solo tenía 15 años y fui arrestado en China por intentar cruzar la frontera hacia Mongolia.

Aunque ahora soy libre y feliz, mi vida ha sido oscura y difícil. He enterrado muchos recuerdos, pero algunos ‘desencadenantes’ me hacen traerlos de vuelta inevitablemente.

Hace unas semanas estuve investigando. Leí algunos reportajes sobre los campos de prisioneros norcoreanos y, de repente, me encontré de nuevo en el centro de detención de Corea del Norte. Esa noche, cuando me fui a la cama en mi país libre, no pude cerrar los ojos por miedo a lo que pudiera ver. Pero los oí. Oí a los demás prisioneros gritar... y llorar. Las prisiones en Corea del Norte no son silenciosas, para nada.

Escribir sobre este tema es difícil, pero quiero que sepas lo que es. Cincuenta personas estaban hacinadas en mi celda. Los guardias nos forzaban a sentarnos en el suelo todo el tiempo. Estábamos espalda contra espalda. Otro preso que se encontraba detrás de mí murió durante la noche. ¿Causa de la muerte? ¿Tortura? ¿Hambre? ¿Enfermedad? ¿Falta de cuidados médicos? ¿Todo lo anterior? Dos policías vinieron y le arrastraron fuera como si de un animal muerto se tratase. Los prisioneros no son humanos en Corea del Norte.

Cuando era niño, vi mucha muerte en las calles. Muchos morían de hambre y eran abandonados. Pero a mis 15 años, cuando estaba en la celda de la prisión de Corea del Norte, el prisionero que tenía detrás de mí murió; aquello fue una experiencia traumática. Estaba abrumado por el miedo. Miedo a la muerte. Miedo a ser arrastrado como aquel hombre.

Había cientos de prisioneros como yo en aquel “centro de detención del Servicio de Inteligencia”. Aquello significaba que todos los presos, al igual que yo, fueron arrestados en China o cuando se dirigían al país. Los guardias necesitaban interrogarnos para determinar nuestra sentencia.

Incluso antes de mi detención, ya había visto muchas tragedias. Una vez me forzaron a presenciar una ejecución pública. Después de que los soldados acabaran, corrí a recoger los cartuchos vacíos. Después me sentí avergonzado de mí mismo. ¿Por qué comparto todo esto? Porque necesitas saber de dónde vengo para entender cuánto valoro la libertad.

Me liberaron de la prisión después de torturarme casi hasta la muerte. Fue un milagro. Dios usó un guardia para liberarme. Al final, hui a China una segunda vez y, por fin, a pesar de muchos obstáculos y peligros, llegué a salvo a Corea del Sur. Ahora vivo en Reino Unido y puedo estudiar y trabajar en una sociedad democrática y libre.

En Corea del Norte, la libertad era un concepto, una idea. Aquí la libertad forma parte de mi vida diaria. Puedo ir caminando a la iglesia sin que me arresten. Puedo leer la Biblia y no tener miedo a los espías. Puedo orar, cantar y adorar sabiendo que no solo Dios, sino también los otros pueden oírme. No tengo por qué tener miedo.

Pero aún hay más libertad. Tengo la libertad de expresarme como quiera. ¿Y qué decir de la libertad de oportunidades? En Corea del Norte, el Estado decide todo por ti. Pero aquí tenemos la posibilidad de encontrar y crear oportunidades. De estos principios se derivan los dones de la libertad: constituciones democráticas, libre mercado, actividades políticas y sociales…

Espero que entiendas a través de mi historia cuán grande es el don de la libertad y la democracia que has recibido. Atesoro ese regalo más que la vida misma. Dios me salvó de Corea del Norte y me dio ese regalo. No voy a guardármelo solo para mí.
 

John Choi, fugitivo de Corea del Norte.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - En Tierra Hostil - Carta de un norcoreano a los cristianos del mundo libre