Attempore

Ya no escribimos cartas y menos a mano. Ya no nos damos el lujo de sentarnos en un banco de un jardín y comenzar una conversación con alguien que está a nuestro lado.

10 DE JUNIO DE 2018 · 11:00

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Cinco minutos bastan para soñar toda una vida. Mario Benedetti

Era un sábado por la mañana, y había pasado una temporada absolutamente agotadora; no me llegaban las horas ni el tiempo, y llegó un momento que hasta salir lo necesario me parecía un suplicio; y si me hubieran ofrecido un regalo, hubiera deseado que fuera algo así como un balneario, pero sin spa ni nada por el estilo, algo parecido a los de los años veinte, poder dormir mucho, comer sin prisa, pasear sin destino y bañarme en un lago de aguas termales. Pero la vida me impuso una buen tiempo de otro modo. Aquella mañana tenía que salir a unas cuantas cosas “sí o sí”. De modo que me levante temprano y tenía mucho por delante.

Una de las cosas que era absolutamente necesaria, era llevar algo a Correos; pero no entré, eché aquella carta grande en los buzones de toda la vida, con una grandísima boca de león para depositar lo que fuera en el sitio correspondiente; hacía tantísimo tiempo que no iba allí, que en un principio se me representaron las cortes de Madrid, y a continuación me vino una brutal e infinita oleada de recuerdos muy fuerte, algo así como una regresión en el tiempo, mucho tiempo… Eran las calles y todos los lugares de mi vida, de mi niñez más profunda, y me vinieron a la mente situaciones y personas que habían marcado profundamente mi vida. Estoy hablando del centro de mi ciudad por donde me moví siempre; aunque de otro modo; pasé por el monumento a Curros Enríquez, por aquellas piedras que escalaba igual que los chicos, o aquella vez que en un descuido de mi abuela, me metí en el estanque para darme un bañito.

Y seguía caminando, y a cada paso me asaltaban todo tipo de recuerdos. Aquella niña argentina que conocí sólo un día y con la que jugué todo el tiempo, mientras su madre la vigilaba desde la ventana de un piso alto del hotel... Pasé por la rosaleda, el estanque grande de los peces, el monumento en recuerdo de Concepción Arenal, y aquellas cadenas negras en donde me columpiaba temblando que viniera un guardia, el Obelisco, el reloj de flores, el calendario de plantas donde conservo una foto en la que tenia dos años…

No llovía, y tuve la sensación de que regresaba en el tiempo, de que respiraba aire puro por primera vez en mucho tiempo, y me sentí como liberada de muchas cosas. Necesitaba algo así “como agua de mayo”. Hice absolutamente todo lo que tenía que hacer, observaba a la poca gente que había un sábado por la mañana paseando sin prisa, estuve hablando un buen rato en la tienda del chico de las empanadas sin gluten, y apuré lo justo… Me quedaría todo el día paseando por todos aquellos lugares.

No fui capaz de sacarme toda aquella vivencia de mi mente durante muchos días, ¡lo necesitaba demasiado! Y comencé a pensar en la clase de vida que llevamos la mayoría de nosotros, dependiendo de las circunstancias y los momentos; pero cuando salimos lo hacemos como si fuéramos a perder el tren, nos tropezamos con la gente que apura igual que nosotros, todos tenemos prisa, y pasamos demasiado tiempo ante la pantalla del ordenador. Ya no escribimos cartas y menos a mano. Ya no nos damos el lujo de sentarnos en un banco de un jardín y comenzar una conversación con alguien que está a nuestro lado, hablamos con gente, que quizá no veamos en nuestra vida, y no voy a decir la tontería de que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero tuve la sensación de que se me estaba pasando la vida con muchas cosas entre manos, descansando poco, y, mentalizándome a mi misma que me tenía que anotar al gimnasio de nuevo, cuando tengo un precioso paseo que recorre el mar; aunque casi siempre llueva.

Os puede parecer una tontería, pero aquella sencilla experiencia de un sábado en la mañana, me revolvió por dentro y me dio mucho en lo que pensar, mientras extrañaba tantas cosas…

No podemos evitar que la vida y el ritmo que llevamos nos envuelva, y hay temporadas un tanto fastidiadas en este sentido, que tenemos que asumir y afrontar; aunque no sé lo que daría por pasar otra mañana así, pero sin prisa, sin tener que ir de un lado a otro, sentándome un buen rato con un libro de hojas de papel.

En esta, nuestra era digital, se cumple la frase acuñada por Marshall McLuhan en 1964: “El mensaje está en los medios”. Cuando los ordenadores y los teléfonos móviles es ciencia ficción, él predijo como influirían las comunicaciones en nuestra manera de pensar. Nicolas Carr explica que INTERNET está moldeando el proceso de pensamiento y reduciendo la capacidad de concentración y reflexión. La información en linea penetra lentamente como una corriente de partículas.

Es aquí cuando las palabras de Pablo a los cristianos en Roma, nos transmite un consejo fabuloso para estos tiempos:

Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. Romanos 12: 1 y 2.

No podemos escapar del mundo que nos rodea, o ser tan absurdos de querer vivir de un modo diferente; pero si podemos pedirle a nuestro Dios cada día, que nos ayude a enfocarnos más en Él y a moldear nuestro pensamiento, siempre sintiendo Su preciosa presencia en nuestra vida. Tenemos un Dios maravilloso, lleno de todo poder y amor, y… ¡Absolutamente atemporal!

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Follas novas - Attempore