Sardis y la idolatría a la propia imagen

Consejos pastorales desde Sardis (Apoc 3:1-6). ¡La "propia imagen" también puede ser ídolo!

03 DE JUNIO DE 2018 · 16:00

Daniel García / Unsplash,mujer espejo, mujer reflejada
Daniel García / Unsplash

En nuestro tiempo moderno, camino a la posmodernidad, la palabra (logos) va perdiendo valor y peso, devaluándose igual que muchas monedas latinoamericanas.  En el vacío que deja, la reemplaza la "imagen".

Lo más importante para un político hoy no es su carácter, ni sus proyectos ni convicciones; lo importante es su "imagen".  Para eso hay especialistas, bien preparados para crear buenas imágenes, sean de políticos, artistas, jabón o pasta dental.  Existe hoy una industria de imágenes para el consumo público.

La iglesia de Sardis gozaba de "buena imagen"; tenía fama de ser una iglesia muy viva.  Ni ellos ni los demás se daban cuenta de que en realidad estaba muerta.

Hoy también, contagiados por el mundo que nos rodea, solemos guiarnos por las apariencias y la fama de una u otra iglesia o de diferentes pastores o predicadores.

Muchos evangélicos van de una congregación a otra, como si fuesen cafeterías, tras la última atracción eclesial.  Y si nosotros (¡gran predicador!) o nuestra iglesia (iglesia grande, viva y exitosa) goza de esa buena fama, estamos más que contentos.  ¿Qué más podríamos desear?

Pero lo que vale no es lo que otros piensan de nosotros, ni lo que nosotros pensamos de nosotros (buena auto-imagen), sino lo que Cristo piensa de nosotros.

Cristo contrasta dramáticamente el "nombre" de Sardis (apariencias, reputación, "imagen") y "las obras" de ellos (la realidad de su condición). Ese "buen nombre" no constituye de ninguna manera un "buen testimonio" ante el Señor.

La ética bíblica parte de los dos primeros mandamientos: (1) no adorar a otros dioses (idolatría) y (2) no hacer imágenes (Ex 20.3s).  Dios mismo dijo a Israel, hablando de su propia revelación en Sinaí: "ninguna figura visteis, mas la voz oísteis" (Dt 4.12,15; cf Ex 19.16-18). 

Para la fe de Israel, esa diferencia era fundamental.  La imagen es de fabricación humana y fácil de manipular; la voz de Dios, en cambio, nos ordena y nos obliga, y no se deja manipular.

La buena fama de Sardis vino por acomodarse, esquivando el escándalo de la cruz (1Co 1.18-31).  Cuando las iglesias o los pastores se afanan y se obsesionan por su "nombre", reaparece en ellos el espíritu de Babel: "hagámonos un nombre" (Gen. 11.4).

En cambio, el buen testimonio consiste en seguir a Cristo hasta el vituperio y la muerte, y saber con Abraham que el Señor mismo será testigo de nuestra fidelidad (Ap 3.5; Gen 12.2, "engrandeceré tu nombre").

Dios no nos pide ni éxito ni fama sino fidelidad.  A su palabra, que nos dirige como Señor soberano, tenemos que responder con nuestra palabra (logos) de obediencia (Heb 4.12s.[1]

La próxima semana seguiremos profundizando en este tema, y hablaremos de la idolatría más sutil para la iglesia hoy: la "exitolatría".

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