Esencia del anabautismo (I)

Los anabautistas estuvieron de acuerdo con Lutero y otros en que Jesús es Salvador, pero además enfatizaron el señorío de Jesús

05 DE MAYO DE 2018 · 13:00

Anabautistas reunidos en secreto en la barca de Peter Piersz. Una ilustración de Jan Luyken.,
Anabautistas reunidos en secreto en la barca de Peter Piersz. Una ilustración de Jan Luyken.

Por sufrir persecución los anabautistas del siglo XVI estuvieron imposibilitados de construir un sistema teológico. Lo que sí pudieron hacer fue, sobre todo los pertenecientes a la corriente anabautista pacifista, desarrollar principios comunes, los cuales consideraron centrales y que debían ser defendidos ante sus perseguidores.

La Reforma radical tuvo varias expresiones, una de ellas fue el anabautismo no violento que se desarrolló en varias partes de Europa. La vertiente más conocida es la suiza, conformada inicialmente por los disidentes del reformador Ulrico Zwinglio. Éste postuló al principio, más o menos a partir de 1518, que la comunidad cristiana debía estar conformada por conversos que diesen testimonio de su nueva condición mediante el bautismo. Zwinglio, mediante el estudio del Nuevo Testamento realizado con un grupo de discípulos, concluyó que no había base bíblica para bautizar infantes sino solamente creyentes conscientes de su decisión. Cuando el Concejo de Zúrich decidió romper con la Iglesia católica romana, el reformador consideró que no debía contravenir la enseñanza oficial respecto a continuar bautizando niños y niñas. Ello le atrajo críticas del grupo con el que había estado estudiando la Biblia, cuyos integrantes consideraron que Zwinglio era más obediente a los intereses políticos que a las Escrituras.

Contra la opinión de Zwinglio y desobedeciendo la orden del Concejo de Zúrich, referente a que los infantes todavía no bautizados debían serlo a más tardar el 21 de enero de 1525, el grupo disidente tomó la decisión de contravenir el decreto. Fue así que en la fecha mencionada practicaron el bautismo de creyentes y se comprometieron a solamente impartir esta forma y no el de infantes. Con su acción se pusieron al margen de la Iglesia oficial y contra el sistema político que la respaldaba. He dado más información sobre el acontecimiento en un artículo publicado aquí, enProtestante Digital.

Debido a la persecución y con escaso acceso a las imprentas para dar a conocer sus postulados, los anabautistas se vieron obligados a producir documentos breves que daban cuenta de sus creencias. Un ejemplo es la Confesion de Schleitheim (poblado en la frontera suizo-germana), del 24 de febrero de 1527. La conforman siete artículos y es “la primera articulación de la Iglesia libre, la idea de una Iglesia de creyentes independiente de la Iglesia establecida y de las autoridades civiles” (J. Denny Weaver, Becoming Anabaptist. The Origins and Significance of Sixteenth-Century Anabaptism, segunda edición, Scottdale, Pennsylvania, Herald Press, 2005, p. 61).

Desde el siglo XVI a nuestros días ha permanecido un núcleo identitario en el anabautismo. El mismo es desglosado por Palmer Becker en su libro La esencia del anabautismo. Diez rasgos de una fe cristiana singular, Harrisonburg, Virginia, Herald Press, 2017. En la obra, Becker amplía lo escrito en un opúsculo originalmente redactado en inglés y que ha tenido amplia difusión en las filas del anabautismo global y traducido a varios idiomas: ¿Qué es un cristiano anabautista?

En La esencia del anabautismo, Becker refiere tres valores centrales del movimiento: 1) Jesús es el centro de nuestra fe. 2) La comunidad es el centro de nuestras vidas. 3) La reconciliación es el centro de nuestra tarea. Partiendo de estos principios, el autor los contrasta con los rasgos enarbolados por otras tradiciones cristianas.

El primer principio (Jesús es el centro de nuestra fe), está desarrollado en tres apartados. Inicia con la premisa “el cristianismo es discipulado”. Tal afirmación la hicieron los anabautistas suizos, quienes criticaron el “solofideísmo” de Martín Lutero. Si bien concordaban con el reformador alemán que la salvación es por gracia en Jesucristo, sostuvieron que la respuesta a esa gracia debía ser el seguimiento de Jesús, ser discípulos y teniendo como regla de vida lo normado por el Verbo que se hizo carne.

 

Portada del libro La esencia del anabautismo, de Palmer Becker.

La segunda faceta de Jesús como centro de la fe se concreta en una herramienta hermenéutica: “Las Escrituras se interpretan a través de Jesús”. Ya que él es la máxima revelación de Dios, en consecuencia la historia de la salvación alcanza en Jesús la cúspide, por lo cual el mayor valor normativo para la conducta de los creyentes lo tiene Jesús el Cristo y todo lo anterior debe examinarse a la luz de una hermenéutica cristocéntrica. Lo dilucida bien Hebreos 1:1-2, “Dios, que muchas veces y de distintas maneras habló en otros tiempos a nuestros padres por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio del Hijo”. En igual sentido va el pasaje de Colosenses 1:15-23. Jesús mismo, en el Sermón del Monte, sentó una base hermenéutica cristocéntrica cuando hizo mención de enseñanzas veterotestamentarias.

En palabras de Palmer Becker: “Muchos cristianos creen que toda la Escritura posee igual valor o autoridad. Apoyan la Biblia de manera plana o llana y hacen poca distinción entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Por ejemplo, lo que Moisés dijo en Deuteronomio está a la par de lo que dijo Jesús en el Sermón del Monte. Esta visión representa el abordaje de la ‘Biblia plana’ a la interpretación bíblica […] Cuando los intérpretes de la Biblia plana se enfrentan a asuntos sociales o políticos como las guerras, la pena de muerte o el procesamiento de personas con conductas anormales, suelen utilizar pasajes del Antiguo Testamento para fundamentar sus creencias y acciones, aun cuando aquellos textos difieren de las enseñanzas de Jesús en el Nuevo Testamento. Cuando se enfrentan a asuntos de ética personal, a menudo recurren a las epístolas. Los Evangelios son omitidos” (pp. 17-18). Si la Revelación es progresiva, y lo es, entonces nuestra hermenéutica debe ser progresiva, es decir, diferenciar los niveles de autoridad de los distintos pasajes bíblicos y sujetando su interpretación en clave cristocéntrica.

Durante la Reforma magisterial del siglo XVI los anabautistas estuvieron de acuerdo con Lutero y otros en que Jesús es Salvador, pero además enfatizaron el señorío de Jesús. Becker, en el tercer rasgo distintivo, observa que quien confiesa a Jesús como Salvador necesariamente, según el anabautismo, debe tenerle como Señor, lo que resulta en vivir de acuerdo a la nueva naturaleza (2 Corintios 5:17) tanto personalmente como comunitariamente. En esto los anabautistas continuaron la afirmación hecha en la Iglesia primitiva: Jesús es Señor. Esta breve confesión ha sido bien analizada por Justo L. González en un pequeño libro publicado originalmente en 1971 y reeditado en 2011 por Ediciones Puma: Jesucristo es el Señor. El señorío de Jesucristo en la Iglesia primitiva. El comentario de C. René Padilla sobre la investigación de Justo L. González resume bien el contenido de la obra y su actualidad: “Jesucristo es el Señor: esto fue punto de partida a la vez que meta, confesión a la vez que mensaje, de la misión cristiana en tiempos neotestamentarios. Pero fue también el fundamento sobre el cual la iglesia de los primeros siglos erigió, mediante la reflexión teológica, una fortaleza para hacerle frente a los desafíos representados sucesivamente por el judaísmo, el culto imperial y la filosofía pagana. Así lo demuestra este pequeño libro”. Retomar la confesión primitiva fue, para los anabautistas, un punto programático no para reformar a la iglesia sino para restituirla.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Kairós y Cronos - Esencia del anabautismo (I)