El avestruz, ¿un mal padre?

La Escritura enseña que los padres deben tratar con respeto y justicia a sus hijos, educándolos cultural y moralmente, pero sobre todo espiritualmente.

10 DE MARZO DE 2018 · 22:00

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El avestruz bate alegremente sus alas, pero su plumaje no es como el de la cigüeña. Pone sus huevos en la tierra, los deja empollar en la arena, sin que le importe aplastarlos con sus patas, o que las bestias salvajes los pisoteen. Maltrata a sus polluelos como si no fueran suyos, y no le importa haber trabajado en vano, pues Dios no le dio sabiduría ni le impartió su porción de buen juicio. Pero, cuando extiende sus alas y corre, se ríe de jinetes y caballos. Job 39:13-18, NVI

El nombre científico del avestruz (Struthio camelus) proviene de dos palabras griegas que significan literalmente “gorrión camello” o “gorrión grande como un camello”. En efecto, los avestruces son las aves más grandes y pesadas que existen actualmente en la Tierra. Pueden alcanzar los tres metros de altura y unos 180 kg. de peso. Evidentemente esto los incapacita para volar pero, por otro lado, son más veloces que los caballos, a quienes superan en la carrera, ya que alcanzan los 90 km/h y pueden mantener esta velocidad durante unos 30 minutos.

Utilizan las alas para equilibrarse e impulsarse durante sus desplazamientos, así como en el galanteo sexual y también como mecanismo defensivo u ofensivo ante posibles depredadores. Si éstos les acorralan o persiguen, los avestruces se defienden mediante fuertes patadas que pueden ser mortales, puesto que tienen grandes garras afiladas en los dedos más largos. Se sabe que alguno de estos ataques defensivos ha logrado acabar con la vida de un león. La mayoría de las aves poseen cuatro dedos en cada pata, mientras que el avestruz sólo tiene dos dedos, uno más grueso que el otro. Algunos ejemplares han vivido en cautividad hasta los 50 años. Su área de distribución se restringe hoy a las regiones centrales y sureñas del continente africano, aunque en el pasado habitaron también en Oriente Medio, de ahí que fueran bien conocidos en tiempos bíblicos.

Los avestruces se han clasificado dentro del orden Struthioniformes o Ratites y en la familia Struthionidae. Actualmente constituyen la única especie viva perteneciente a dicha familia de aves que se caracteriza sobre todo por la ausencia de quilla en el esternón. Otras especies de este orden son el emú, el ñandú, el kiwi, el casuario y grandes aves ya extintas como Aepyornis, las llamadas aves elefantes de Madagascar, o las también extintas moas de Nueva Zelanda, que podían sobrepasar los 500 kg. de peso.

Se conocen cuatro subespecies del avestruz: la de cuello rojo del norte de África; el avestruz masai que habita en Kenia, Etiopía, Senegal, al este de Mauritania y sur del Sahara occidental; el avestruz de cuello azul propio del sudeste de África y la variedad arábiga (Struthio camelus syriacus), que antiguamente se extendía por el Medio Oriente pero se extinguió en 1966. Los avestruces mencionados en la Biblia pertenecían muy probablemente a esta subespecie.

Es avestruz doméstico que actualmente se cría en granjas por todo el mundo (Struthio camelus var. domesticus) para la producción de carne, piel, plumas, huevos, etc., es un mestizaje desarrollado a partir de las subespecies de cuello rojo y cuello azul. Por lo tanto, no existe libre en la naturaleza. El plumaje de todos los machos de avestruz es negro a excepción de las plumas blancas de las alas y la cola. Estas últimas fueron las que provocaron una notable disminución de la población de avestruces silvestres ya que, al ponerse de moda para la confección de sobreros femeninos, eran muy buscadas por los cazadores. Esto indujo posteriormente a que se crearan granjas para la cría de tales animales.

En la Biblia hay muchas referencias al avestruz, lo que indica que se trataba de un ave muy conocida por los hebreos ya que, como se ha señalado, en aquellos tiempos era abundante también en Oriente Medio. Aparece en las listas de los animales impuros según la ley levítica (Lv. 11:16; Dt. 14:15). Habitualmente se le relaciona con la soledad, el abandono y la desolación del desierto puesto que éste era el ambiente en que habitaba (Is. 13:21; 34:13; 43:20; Jer. 50:39; Mi. 1:8). Otras veces se alaba la belleza de su plumaje (Job 39:13). Pero la descripción más detallada sobre el comportamiento de estas singulares aves es sin duda la que ofrece el libro de Job (39:13-18) y que se recoge al principio. Aparte de unos pocos rasgos positivos, los hebreos tenían una concepción muy negativa de los avestruces. Los consideraban torpes y crueles (Lam. 4:3) por su costumbre de abandonar los huevos al sol y menospreciar así a sus descendientes. De hecho, su cerebro es más pequeño que uno de sus ojos.

Es cierto que la incubación de estas aves consiste sobre todo en mantener fría y ventilada la puesta de los huevos, proporcionándoles la sombra necesaria ante los implacables rayos del sol del desierto. Más que calentarlos, se trata de enfriarlos convenientemente. Por eso, durante la noche no hace falta darles sombra y los padres pueden alejarse del nido para alimentarse. Un macho tiene normalmente tres hembras en su harén, aunque en ocasiones puede aparearse hasta con cinco. Cada hembra fecundada deposita de 6 a 8 huevos que miden unos 15 cm de largo y pesan más de un kilo cada uno. Todas las hembras del harén ponen sus huevos en el mismo nido, consistente en una depresión del terreno de unos tres metros de diámetro. Después de que todas hayan realizado su puesta, la hembra dominante echa fuera a las demás y permanece con el macho guardando la nidada. El exceso de huevos tiene como finalidad nutrir a los pollos recién nacidos, ya que algunos huevos no eclosionan según la posición en que los padres los colocan en el nido, y también resulta útil para contrarrestar la depredación.

La supuesta crueldad que detectaron los judíos en el avestruz se hace evidente además en otros comportamientos. Durante la estación húmeda, forman grupos familiares constituidos por una pareja con sus numerosas crías. Cuando llegan a algún remanso de agua, o pequeño río, donde pueden abrevarse tranquilamente, sin que haya otros animales bebiendo, los adultos empujan primero a los más jóvenes para prevenir cualquier emboscada. Si éstos beben y no les ocurre nada, después van ellos a beber. Esta actitud aparentemente cobarde y utilitarista, que podría interpretarse desde la etología como un mecanismo defensivo de los adultos dirigentes de la manada, no parece desde la perspectiva humana un ejemplo de amor paterno ni de solidaridad hacia los más débiles. Aunque, desde la fría realidad de un mundo sometido al mal, la pérdida de unas crías no pondría en peligro la supervivencia del resto de la familia, mientras que la pérdida de los padres sí lo haría.

Los adultos tienen poco que temer de los depredadores puesto que son más veloces que ellos. Sin embargo, los huevos y los pollos pueden ser presa fácil para los chacales, babuinos y otros animales carnívoros. En general, los padres intentan alejar a su prole de estos enemigos, obligan a las crías a dispersarse y agazaparse, a la vez que procuran distraerlos batiendo las grandes alas, gritando ruidosamente, corriendo de un lado para otro y levantando nubes de polvo.

Los hebreos no fueron los únicos que se dieron cuenta de los aspectos negativos de los avestruces, otras culturas también los reconocieron. Los árabes usan un insulto hasta el día de hoy que dice: “eres estúpido como un avestruz”. El escritor latino del primer siglo, Plinio el Viejo, pensaba que estas aves eran las más alocadas de todas las criaturas ya que enterraban la cabeza en el suelo para evitar el peligro, creyendo que así, como ellas no veían nada, nadie tampoco las veía a ellas. En realidad, lo que ocurre es que cuando el macho o la hembra están sentados en el nido, su reacción inmediata ante el peligro consiste en bajar la cabeza y extender el cuello horizontalmente a pocos centímetros del suelo. Se hace así poco visible, escondiendo la cabeza sobre algún pequeño matorral o montículo.

En la referencia bíblica al avestruz que se ofrece en el libro de Job (39:13-18), se le compara con otra ave, la cigüeña, con el fin de resaltar el contraste evidente. El avestruz, a pesar de tener grandes alas, es incapaz de volar como las simpáticas cigüeñas. De la misma manera, éstas cuidan diligentemente de sus crías sobre altas torres o árboles elevados, mientras que los avestruces parecen descuidar sus huevos al construir el nido en el suelo. No obstante, Dios hizo a los avestruces tan veloces sobre el terreno que “se ríen del caballo y del jinete”. Es como si el creador tuviera un gran sentido del humor. Como si le gustaran las paradojas. En su infinita sabiduría dotó a los seres vivos de hábitos que les resultan útiles para vivir donde viven. Tanto los avestruces como las cigüeñas han sobrevivido y prosperado hasta el día de hoy. Unos y otros, por diferentes que sean, evidencian la grandeza de quien los diseñó. Es evidente que ni Job ni ningún otro ser humano podrían jamás hacer algo así.

La mayoría de los padres y madres humanos suelen tratan a sus hijos como hacen las cigüeñas. Los cuidan y protegen hasta que se pueden valer por sí mismos. Por desgracia, también los hay que se portan con sus descendientes como los mismísimos avestruces. No se preocupan suficientemente de ellos, ni de su educación, ni piensan en su futuro. Tampoco de su formación moral y espiritual. Les lanzan al mundo desarmados y sin recursos. Sin embargo, la Escritura enseña que los padres deben tratar con respeto y justicia a sus hijos, educándolos cultural y moralmente, pero sobre todo espiritualmente (Ef. 6:4). 

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