Las aves del cielo

Si el creador alimenta aves carroñeras como los cuervos que él creó, ¿cómo no va a hacer lo mismo con sus hijos que son su imagen en el mundo?

04 DE MARZO DE 2018 · 10:00

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La Tierra está poblada por más de 9.000 especies de aves morfológicamente distintas. Aunque algunos investigadores creen que cuando se disponga de suficientes datos genéticos este número podría duplicarse y superar las 18.000 especies diferentes.[1] No existe otro grupo animal que despierte tanto interés entre las personas como éste. Sus formas, colores, cantos, comportamientos de cortejo, acrobacias aéreas, etc., hacen de estos animales voladores objeto ideal de estudio y apreciación estética. Por desgracia, a raíz de los cambios que el ser humano ha provocado en el medio ambiente, como la contaminación, las plagas, la caza indiscriminada y la destrucción de hábitats, las poblaciones de aves han disminuido en todo el mundo. Desde que el globo empezó a ser explorado por los naturalistas del siglo XVII hasta el presente, más de un centenar de especies se han exterminado.

A pesar de su increíble diversidad, las aves se parecen notablemente entre sí por lo que respecta a la estructura básica del cuerpo así como a su aspecto biológico. Aunque no todas las aves vuelan, es evidente que son organismos hechos para volar. La forma de sus cuerpos refleja bien esta sorprendente característica. Las aves se distinguen del resto de los vertebrados, entre otras cosas, por las particularidades de su esqueleto que está formado básicamente por una resistente “caja” ósea central de la que salen el cráneo, las alas, las patas y los pies. Esta caja central está diseñada de manera parecida a las vigas maestras creadas por los ingenieros de estructuras. Los huesos del ala no sólo son ligeros sino también resistentes a la tensión que produce el vuelo.

En algunas especies como los buitres o las gaviotas, los huesos largos son huecos pero con tirantes óseos de tope, del tipo “viga Warren” diseñado por los ingenieros, con el fin de que pesen poco pero, a la vez, resistan el fuerte rozamiento del aire. En cambio, en ciertas aves acuáticas y buceadoras como los cormoranes o las alcas, los huesos son macizos y más pesados para compensar la flotabilidad que haría muy difícil sumergirse en busca de alimento. La viga maestra de tales aves es tan rígida que puede proteger los órganos internos del animal hasta una profundidad de 50 metros. Todo en el cuerpo de estos seres refleja diseño estructural, desde los huesos hasta las plumas, pasando por la respiración, circulación, alimentación, reproducción, etc.

El ala del suimanga de Palestina (Cynniris oseus), insertada en una cavidad que le permite moverse en casi todas las direcciones, es uno de los órganos más eficientes del reino animal. Puede actuar como si fuera un helicóptero. Es decir, hacia delante, atrás, arriba, abajo, lateralmente o incluso mantenerse estático en el aire. En el extremo opuesto, las alas de los avestruces son incapaces de volar pero se usan para la exhibición y el galanteo reproductor, como abanico ventilador y también con el fin de mantener el equilibro durante la carrera. Entre ambos tipos de ala hay una amplia gama de diseños y adaptaciones a los distintos modos de vida de las aves.

Las extremidades inferiores también están profundamente modificadas en relación al resto de los vertebrados. La articulación que poseen en la mitad de las patas, que parece una rodilla pero se articula al revés, es en realidad el tobillo. Esta disposición que permite separar la rodilla y el tobillo tanto de la pelvis como del suelo, constituye un eficaz sistema de absorción del choque al aterrizar y una buena catapulta para impulsar el cuerpo del ave en el momento del despegue. La parte comprendida entre éste y los dedos es delgada y suele estar recubierta de escamas (a veces tiene también plumas). Se trata del tarso y de él salen los dedos, generalmente tres dirigidos hacia delante y uno hacia atrás. Aunque esta disposición presenta variaciones en los distintos órdenes, nunca existen más de cuatro dedos en total (a diferencia de los reptiles que siempre tienen cinco).

Otra singularidad del diseño anatómico de las aves es sin duda su pico, adaptado a las múltiples particularidades alimentarias de cada especie. Picos fuertes y ganchudos como los de las rapaces; picos largos y delgados como los de las garzas; con complejos sistemas de filtración como los flamencos; en forma de cuña como en las aves granívoras y, en fin, hasta cruzados para extraer piñones de las piñas, como en el caso del piquituerto. Aparte de tales diferencias, la aves poseen también unas mandíbulas distintas al resto de los vertebrados ya que la superior no está bien sujeta al cráneo sino que se puede articular con la frente. Esta flexibilidad se aprecia bien en los loros cuando toman semillas grandes. De la misma manera, la mandíbula inferior no posee una articulación simple como los mamíferos sino doble, lo que les permite la apertura suficiente del pico para tragar presas enormes. Si a esto se añade el gran número de vértebras cervicales que presentan, el resultado es una gran movilidad de la cabeza y las mandíbulas. Mucho mayor que en otros animales.

La fecundación en las aves es interna aunque, a excepción de unas pocas especies, los machos no suelen tener pene. En su lugar, existe una pequeña protuberancia eréctil en la base de la cloaca, o abertura reproductora, que introduce el esperma en la cloaca de la hembra. Como tienen que pesar poco para poder volar, presentan una reproducción ovípara. Las hembras llevan en todo momento una vida normal que no les impide desplazarse por el aire como los machos. La pérdida de huevos depositados en el nido, por las inclemencias del clima o la acción de los depredadores, es contrarrestada mediante puestas más abundantes y frecuentes. Los huevos pueden ser blancos o presentar manchas, rayas o múltiples tonalidades en función de los colores que predominan en el ambiente, con el fin de camuflarlos convenientemente. Estas variaciones individuales de cada huevo pueden ayudar a los padres a encontrar su nido en colonias donde hay miles semejantes. Los huevos blancos, por el contrario, suelen ponerlos las aves que construyen sus nidos en huecos, hoyos o lugares oscuros, puesto que se ven mejor a la hora de incubarlos.

Actualmente se supone, según el neodarwinismo, que las aves evolucionaron a partir de los reptiles dinosaurios,[2] ya que el ave más antigua conocida en estado fósil, el Archaeopteryx lithographica, se parecería a los reptiles por poseer una cola larga, dientes en el pico y algunos pequeños dedos en las alas. Sin embargo, esta cuestión ha sido ampliamente debatida pues no se han encontrado posibles antepasados intermedios entre dicha especie, que a pesar de sus particularidades era claramente un ave, y los reptiles de los que supuestamente procede. Para un análisis detallado del tema puede consultarse el apartado: “Archaeopteryx: ¿fósil intermedio entre reptiles y aves?” en otra obra de este autor.[3]

Existe un término hebreo, que aparece casi un centenar de veces en la Biblia, para referirse a las aves. Se trata de oph (cubierta con plumas o alas), traducido al griego por ptenón (animal que vuela). Hoy se conocen más de 530 especies de aves en Israel pero este número debió ser superior en el pasado. El particular enclave geográfico de Tierra Santa, pasillo natural entre las faunas ornitológicas del hemisferio boreal y el austral, hizo posible que las rutas aéreas de las aves migratorias que se trasladaban entre Europa y África coincidieran allí. Palestina siempre fue un lugar agradable para descansar y proseguir la ruta con nuevas fuerzas, pero también para quedarse durante la estación climática hostil. De ahí que puedan encontrarse todavía especies tropicales junto a otras de climas fríos, en el mismo valle del río Jordán.

El Antiguo Testamento incluye en la lista de aves impuras, o no comestibles, especies como las siguientes: águilas, quebrantahuesos, azores, gallinazos, milanos, cuervos, avestruces, lechuzas, gaviotas, gavilanes, búhos, somormujos, ibis, calamones, pelícanos, buitres, cigüeñas, garzas y abubillas. Se añade también a los murciélagos que son mamíferos (Lv. 11:19; Dt. 14:18) porque la clasificación que hacían los hebreos de los animales era más funcional que zoológica. Curiosamente, todos estos organismos considerados impuros por los judíos por motivos religiosos, ya que solían estar en contacto con cadáveres de otros animales y nutrirse de ellos, han sido también rechazados en muchas otras culturas. En el mundo hebreo, únicamente se permitían para el consumo humano y para las ofrendas en el templo, las tórtolas y las palomas (palominos) (Lv. 1:14) que eran especies vegetarianas o granívoras.

En la Biblia hay muchos pasajes que se refieren al comportamiento de las aves. Desde las codornices que cubrieron el campamento de los hebreos en el desierto de Sinaí (Ex. 16:13), hasta el vagabundear de los gorriones y las acrobacias de las golondrinas (Pr. 26:2), pasando por aquellas que pueden transportar mensajes humanos como las palomas mensajeras (Ec. 10:20). Se dice que ciertas especies pueden consumir pastelillos hechos por los humanos (Gn. 40:17), así como el grano que cae junto al camino (Mt. 13:4). Sus trinos resuenan entre las ramas de los árboles (Sal. 104:12) y constituyen un despertador natural para las personas (Ec. 12:4). De la misma manera, la voz de la tórtola anticipa la llegada de la primavera (Cnt. 2:12). No obstante, también las aves de rapiña pueden consumir los cadáveres humanos no enterrados (Gn. 15:11; 1 S. 17:44; Sal. 79:2) y, desde luego, Dios puede emplear tales animales para realizar sus juicios contra aquellos que se le rebelan (Dt. 28:26; 1 R. 14:11; Jer. 7:33; 15:3; 16:4; Ez. 29:5; 32:4; Ap. 19:17-21). Y, en fin, se podría decir que uno de los grandes naturalistas del Antiguo Testamento fue el rey Salomón, quien era un gran conocedor tanto de las plantas como de los animales y disertaba con sabiduría acerca de ellos (1 R. 4:33).

El propio Señor Jesucristo se refiere con frecuencia a las aves para enseñar verdades espirituales. De la misma manera que una minúscula semilla de mostaza puede convertirse en un árbol capaz de dar cobijo a muchos pájaros, también el reino de Dios crece sin parar en el mundo y alberga a muchas almas (Mt. 13:31-32). Si el creador alimenta aves carroñeras como los cuervos que él creó, cómo no va a hacer lo mismo con sus hijos que son su imagen en el mundo (Lc. 12:24; Sal. 147:9). Incluso puede emplear estos animales despreciados por los judíos para llevar a cabo sus planes eternos (1 R. 17:4-6).

           


[1] Barrowclough, G. F.; Cracraft, J.; Klicka, J. y Zink, R. M., 2016, «How many kinds of birds are there and why does it matter?» PLoS ONE, 11(11): e0166307. Doi:10.1371/journal.pone.0166307.

[2] Perrins, C. M., 1990, Enciclopedia Ilustrada de las Aves, Plaza&Janes-Tusquets, Barcelona, p. 16.

[3] Cruz, A., 2017, A Dios por el ADN, CLIE, Viladecaballs, Barcelona, pp. 72-78.

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