Carta abierta a la muerte

La transformación radical que Dios hace en los que creemos en Cristo nos hace herederos de los nuevos Cielos y Nueva Tierra, y usted no podrá impedirlo.

25 DE FEBRERO DE 2018 · 10:00

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Desestimada señora muerte, esta es una carta abierta para usted:

No lamento importunarle con esta carta, aunque imagino que no tiene mucho tiempo para leer, con la ajetreada agenda de cada día pero no quiero posponer estas líneas, con algunas cosas que quiero preguntarle, informarle y derrotarla; por cuanto en estos días me ha hecho pensar, con su inexorable trabajo, la tragedia de su quehacer, particularmente por conocer la muerte por accidente de los venerables ancianos, Hermenegildo y Josefa; padres de uno de nuestros esforzados Pastores, Manuel y Cristina, de la ciudad de Aldaia (Valencia); también la muerte de otro ejemplar anciano, señor Rodríguez, padre de otro de nuestros dignos Pastores de “La Palma” (Canarias) Pedro Ángel, también éste enterrado en la bella ciudad de Valencia y, muy particularmente, la muerte de otra excelente cristiana, admirable madre, esposa, abuela: mi hermana Sara Velert y madre de la dedicada misionera Sara Marcos. Es normal que con estas últimas vivencias “Desde del Corazón” tenga que dedicarle unas verdades.

Sé que no soy una única persona a quien usted no atormenta. Sé porque existe, cuál es su origen y su propósito. Sé que hay millones que le tienen pánico, que no osan hablar de usted y que cuando llega para cumplir con su adscripción al destino humano, tratan de adornarla con flores, frases preparadas, liturgias sin sentido e incluso con lucrativos sufragios para suavizar las conciencias. Usted es mala, muchas veces se lleva a personas que son queridas y honrosas ¿por qué no se lleva a los asesinos como ese joven que mata en un Instituto en Florida a 17 personas?; ¿por qué no acaba con los sicarios del crimen; los narcotraficantes y sus adláteres que tanto mal hacen a la juventud? Actúa sin inteligencia selectiva, y aunque deje tristezas en personas que aman a los que usted roba, se queda triunfante a seguir matando vidas y destruyendo futuros en construcción.

Salió de la rebelión de nuestro primer Adán, su desobediencia le llevó a tener que abandonar el Edén y entrar en tierra hostil, y su destino nos contagió a todos, conociendo que la muerte era, sobre todo, separarnos del Dios de la vida. Y existe, porque seguimos prefiriendo nuestro camino que el camino que conduce en la vida a la Vida: Jesús. Quien vino al desierto de esta Tierra, para enseñarnos y guiarnos por la fe a la entrada del Edén. Usted es una enemiga silente que acecha a los humanos sin que millones reparen en ello, como describe José Luis Borges “la muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene” y cuando estos comienzan a oler su presencia, ya resulta demasiado tarde para escapar de sus garras.

Pero puedo decirle señora Muerte, algunas cosas que usted, por ser la muerte misma, no conoce y al menos sé que los que viven, pueden leer. Cuando con fe cristiana pensamos con usted, decidimos aprovechar el tiempo viviendo y no pensando en su maléfica influencia. Sí, señora muerte, vivir amando, disfrutando cada segundo de esos seres que algún día ya no estarán. Vivir la vida que tenemos ahora, esa que nos tocó vivir y a la que hay que abrazar como un bebé recién nacido. El cada mañana que despertamos otra vez, que recibimos como un regalo, y que usted maléfica persona, tratará de matar, si bien a los creyentes en la vida, no aterroriza, pues con claridad y honestidad, sabemos lo que enseña el evangelio: “está establecido que los hombres mueran una sola vez y después de esto el juicio” y éste, Evangelio, que como su nombre indica, es una buena noticia, la mejor noticia.

“Desde el Corazón” como ya desde antiguo nos enseñaba el libro de Cohelet “mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete; porque aquello es el fin de todos los hombres, y el que vive lo pondrá en su corazón”; por muy desagradable que sea usted, para los que creemos en el Señor que nos da la vida, y ésta en abundancia, aún de su acción aprendemos cosas. Usted puede llevarse el cuerpo, pero no nuestra alma. No podrá borrar el que dejemos para los nuestros los sonidos de nuestras sonrisas, el color de nuestras voces, la luz de nuestras miradas, la satisfacción con la que vivimos andando en las obras que Dios preparó para que andásemos en ellas, con las que se construyeron nuestras casas en el Reino de Dios. Y aún más, puedo permitirme el decirle, que la transformación radical que Dios hace en los que creemos en Cristo, nos hace herederos de los nuevos Cielos y Nueva Tierra, y usted no podrá impedirlo. Y podemos decir, como escribió el Senador de Tarso: “¡Oh muerte! ¿Dónde está tu victoria?; ¿qué ha sido de tu aguijón? y con absoluta seguridad proclamar triunfalmente que no le tenemos miedo, como mucho, respeto. No nos asusta lo que es la puerta a la verdadera vida.

Empecé la carta diciendo: “desestimada señora muerte” y sigo usando una palabra parecida pero bien distinta, señora ladrona de la vida, recordándole que para Dios “a sus ojos es estimada la muerte de sus santos” porque el Eterno vela sobre los lechos de muerte, alisa su almohada, sostiene el corazón y recibe a sus almas. Son tan queridos por Dios que incluso su muerte le es preciosa, llegan al Hogar. Si hemos andando con Él en la tierra de los vivientes no tenemos que temer cuando se acerque la hora de nuestra partida.

Y ya me despido señora muerte, reconozco que es usted desagradable, y como aun de lo negro trato de sacar algún bello color, le diré que en muchos sirve para que descubran cuánto amaban a alguien cuando lo pierden. Lástima que ese descubrimiento llegue demasiado tarde.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Desde el corazón - Carta abierta a la muerte