De carnavales

También las iglesias se disfrazan, como la higuera que el Maestro dejó estéril.

17 DE FEBRERO DE 2018 · 22:00

Foto: Pixabay.,
Foto: Pixabay.

En este mundo existimos muchas clases de persona, entre tantas se destacan dos tipos muy básicos cuyas personalidades influyen en todo lo demás: los que valen por lo que son y los que sólo valen por el disfraz que usan, los cargos que ocupan o por los títulos con los que se adornan.

Los primeros están llenos; tienen el alma rebosante; pueden o no ocupar puestos importantes, pero todo lo que hacen es tan digno como ellos. Y el día que mueren, dejan un hueco en el mundo.

Los segundos están dependientes de sus disfraces, que sólo lucen en los “Carnavales: carne para Baal”, ¿qué digo? sí lucen todo el tiempo, viven en un carnaval pagano continuo.

Se rigen por la carne, sus instintos más animales, y poco valen si no se enmascaran de sus ídolos humanos. Empiezan no sólo a brillar, sino incluso a existir, cuando se visten de lo que anhelan o quieren pretender ser, y apenas pierden la máscara regresan a su inexistencia.

El día que mueren, lejos de dejar un hueco en el mundo, se limitan a ocuparlo en un cementerio.

También las Naciones se disfrazan, se adornan con el follaje de la civilización, del arte, del progreso, incluso de un pluralismo religioso sincretista de gurús de la política, pero si no hay ninguna vida interna de piedad, ningún fruto de justicia y amor genuino, se sostendrán hasta que se marchite el disfraz.

También las iglesias se disfrazan, como la higuera que el Maestro dejó estéril: follaje de números, delantales de hojas festivaleras religiosas, de pretendida influencia en la política, pero que no mantienen la fe, la sana doctrina, el amor y la santidad, por lo que el Maestro las deja como el vano espectáculo de coloridos disfraces.

Y, a pesar de ser así las cosas, lo verdaderamente asombroso es que la inmensa mayoría de las personas, aun descubriendo la falacia de estos tipos de Carnavales, no luchan por “ser” alguien, ni desenmascarar a los fantoches, sino “meramente representar” algo, no se apasionan por llenar sus almas, sino por representar un papel, por ocupar un sillón, o cargo, que también es otra forma de disfraz; no se preocupan de qué tienen por dentro, sino qué van a ponerse por fuera.

Quizás sea ésta una de las razones por las que hay en el mundo tantos disfrazados y tan pocas, tan poquitas personas.

La mayoría de la gente, no obstante, sabe que “si la cara es el espejo del alma”, los disfrazados son eso, meros esperpentos, y sabe distinguir a los carnavalescos de los realmente ilustres. Ante los primeros doblan sus sonrisas de fiesta, ante los segundos el corazón.

De ahí que no siempre coincidan la fama y la estimación. Hay estudiantes que no aprecian a los Rectores que sólo tienen su toga y su cargo aupado por la política, pero admiran al Profesor de cada día que tiene el alma llena.

Como hay empresas o ministerios en los que presiden los enchufados o los hijos de papá que sirven de pim-pam-pum de todas las teorías, mientras muchos empleados son queridos por todos.

Pero lo grave del problema es que, aunque todos sabemos que la fama, el prestigio, el poder y el disfraz suelen ser simples trajes hinchados, nos pasemos parte de la vida interesándonos por lo que sabemos es aire.

Y mientras padres de Consejos Escolares claman porque desaparezcan los crucifijos y señales cristianas de la vida escolar, no dicen ni “pum” ante el progreso de lo carnavalesco, pagano y hasta brujeril. Y silencian hasta el disfrazado folleto que en Zaragoza se edita y publica para el ordenado uso de la droga entre los jóvenes.

Una sociedad, que inspira al hombre a ser algo separado de sí mismo –miembro de un Partido Político, comerciante rico, abogado célebre, llamativo director de una Casa de Modas, sindicalista o Ministro Religioso, entre muchas otras cosas  siempre logra lo que se propone. Este es su castigo, quien codicia una máscara termina por vivir oculto en ella.

Pero las máscaras no duran casi nada, no le duró el disfraz a Adán. Y cuando éstas caen, y pasa el tiempo que pudo durar, se descubre lo vacío que se está, porque el espejo de la vida devuelve la figura que se es, que sólo fue revestida de cargos, trajes e hinchada de aire, hinchada de nada.

Quienes, tienen como meta realizar su alma, siempre hallarán nuevos caminos abiertos por delante, y cada día se hará más apasionante el vivir, más alto, más hermoso.

Nada hay más ancho y fecundo que el alma de un hombre, esa alma que puede ser atontada por la morfina de las vanidades, cauterizada por las filosofías humanas, pero que si es verdadera, jamás se saciará con la paja de los establos brillantes del mundo y de las modas.

Cuando David pastoreaba los rebaños de su padre, ¿sabía acaso que llevaba un alma de rey?

Desde el corazón, ¡Dios mío, pienso cuántos jóvenes llevarán por nuestras calles almas de rey y no lograrán enterarse de ello, si se conforman con sus disfraces! ¡Cuántos se pasarán la vida braceando por parecer ser, por escalar prestigio o puestos sin haberse escalado a sí mismos!

¡Cuántos vivirán la alegría sólo mientras dure el disfraz y perderán la pureza de sus almas por conquistar una careta impresionante, para luego pagar el amargo precio de tenerse que pasar la vida viviendo con el disfraz puesto!.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Desde el corazón - De carnavales