Peregrinos y extranjeros

Jesús, el inmigrante de Dios, vino por un tiempo en busca de mejores horizontes para nosotros.

11 DE FEBRERO DE 2018 · 07:10

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El mes pasado tuvo lugar la Semana Unida de Oración 2018, promovida por la Alianza Evangélica Mundial. El título del tema elegido este año fue ‘Peregrinos y extranjeros’, dos palabras tan conocidas, mencionadas y sentidas por los cristianos que estamos de paso por este mundo. Eso decimos constantemente: de paso. De una vida a la otra. Así nos lo recuerda Dios por medio de su palabra.

La temática elegida es muy actual, tal como señalaron desde la Alianza Evangélica Española, encargada de elaborar los textos para esta edición: “Hemos titulado la guía de oración: ‘Extranjeros y Peregrinos’. Estamos en una Europa plural, en la que cada vez quieren vivir más extranjeros. Aunque los periódicos ya no se hacen eco de ello, el problema de los refugiados sigue vigente. Y Europa no ha sabido dar respuesta a esta situación. La iglesia tampoco ha estado a la altura”. Y también señalaron que no debíamos olvidar nuestra ciudadanía que viene de lo alto. Seguro que todos nos sentimos identificados con ellos.

Reflexionando días después, volví a los personajes de la Biblia elegidos para los textos de la semana de oración y pensé que Dios siempre ha promocionado las migraciones, por lo tanto, debemos ver este fenómeno como algo normal. Bien podría haberle dicho a Abram: Quédate en Haram, y desde allí, cómodamente, cumple mi plan. Pero no, tuvo éste que emigrar dejando su tierra, su parentela y la casa de su padre. Por fe lo dejó todo y salió rumbo al lugar que había de recibir como herencia; sin saber a dónde iba. Y moró en la tierra prometida como extranjero, en tiendas, sin desesperarse porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto es Dios. Aquel Abraham que con toda naturalidad dijo a los hijos de Het al pedir tierra para sepultar a Sara, su mujer: “Extranjero y forastero soy entre vosotros; dame propiedad para sepultar entre vosotros…”. Estaba de paso…

Más adelante, Dios sacó a José de su casa de una forma tan dramática para demostrar que él tenía grandes planes para él y toda la casa de Jacob. Lo lleva a tierra hostil, como lo era Egipto, para dar testimonio de su Dios: “Esto es lo que respondo a Faraón. Lo que Dios va a hacer, lo ha mostrado a Faraón”.  Fue allí, fuera de su contexto, que José pudo hacer algo extraordinario por los suyos. José toma consciencia de que depende de su Señor, y nosotros hoy tomamos consciencia de cómo Dios protege a este extranjero dándonos ejemplo. Vemos que a pesar de los sufrimientos de José, Dios estaba cumpliendo su promesa. Podemos observar que la clave está en esa confianza puesta en su Dios por encima de las circunstancias. Y, por ende, obediencia. José lo entendió. Así lo constatamos cuando dice a sus hermanos en el capítulo 45 de Génesis: “Ahora, pues, no os entristezcáis […] no me enviasteis acá vosotros, sino Dios, que me ha puesto por padre de Faraón,  y por señor de toda su casa, y por gobernador en toda la tierra de Egipto”. Interesante… era un no nacido en Egipto. ¡Y lo pusieron como señor de toda esa tierra! ¡Y como padre de Faraón!

Sigo diciendo que Dios lo revoluciona todo. Nos desconcierta a los humanos. Pero al final todo confluye para bien. ¿Te imaginas si Faraón hubiera pensado que José podría dar un golpe de estado en Egipto y quedarse con todos los graneros? Al contrario, Faraón no desconfió, pudo percibir que ese hombre era de otra estirpe porque tenía a alguien poderoso que lo respaldaba. La intachable trayectoria de José lo avalaba a tal punto que era digno de confianza. Confianza, algo imprescindible en las relaciones, ya que si no existe mejor sería la cárcel, digo yo. Y no tuvo que sudar para demostrar que era merecedor de este gesto por parte del otro. Algo que no pudieron percibir sus propios hermanos. Lecciones de ayer para hoy. Dice Faraón: “… ¿Acaso hallaremos a otro hombre como éste, en quien esté el espíritu de Dios? … Tú estarás sobre mi casa, y por tu palabra se gobernará todo mi pueblo; solamente en el trono seré yo mayor que tú…”. Realmente me emociono ante estos hechos; me parecen insólitos; no sé si esta sería mi actuación. ¡Ay de mí que soy lenta para entender!

Dos extranjeros: José para los egipcios, y Faraón para el pueblo elegido. Ambos formando parte de la misión. Una antesala de lo que vendría después. Dios le había dicho a Abram: “… y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”. Y también: “He aquí mi pacto contigo, y serás padre de muchedumbre de gentes”.

¿Te imaginas si José no hubiese entendido que Dios tenía un propósito para él? ¿Despreciara el país que le había acogido? ¿Que no le hubiese importado la problemática que se avecinaba y que afectaría a muchos? ¿Qué se lo tenían merecido porque no eran de los buenos como él?

Continúo absorta en la cantidad de veces que Dios promueve y tutela las migraciones para llevar a cabo esos grandes planes que tiene para nosotros; planes de bienestar, no de calamidad. Sólo tenemos que ver los signos de los tiempos.

Dios utiliza la migración de la familia de Elimelec para que Rut, la moabita, se acogiera bajo sus alas. No voy a entrar en debate sobre si hicieron bien o mal los miembros de esta familia saliendo fuera de sus fronteras, pero sí sé que todo confluyó para bien. Rut acompañará a Noemí de vuelta a su tierra, Belén, en otro proceso migratorio, como el de aquellos que regresan a casa con las manos vacías y que no obstante son recibidos con los brazos abiertos, tal como lo hacemos hoy con los refugiados que llegan de todas partes. Muchas eran las recomendaciones de Dios a su pueblo respecto a este colectivo. Ellos sabían de extranjería y exilio, lo que era el desarraigo. Aunque como nosotros, necesitaban de los recordatorios. Asimismo, sabían de acogidas, por ello vemos el trato hospitalario con el que son recibidas las dos mujeres desprovistas de todo, y una de ellas extranjera.

Los textos de la Semana de Oración nos confrontaron con los testimonios de vida de otros personajes de la Biblia como Daniel, Pablo, Priscila y Aquila y Jonás. Personas como nosotros, de otra época, pero con los mismos retos y problemas a los que nos enfrentamos en la actualidad. Dieron la talla.

Y vuelvo a repensar en que ante Dios no es una desventaja añadir a mi Curriculum Vitae la palabra forastero o extranjero. O inmigrante. Para que no haya dudas, recordemos que el verbo se hizo carne. Jesús, el inmigrante de Dios, vino por un tiempo en busca de mejores horizontes para nosotros. Se humanó, humillándose. Tuvo que huir a Egipto como tantos perseguidos que huyen de la intolerancia de todo tipo. Llegó a tierra extraña donde otrora su pueblo había sido esclavo. Llega buscando asilo, y no nos cuesta imaginar que en esas condiciones su familia no tuvo facilidades a la hora de buscar vivienda, un trabajo, ayudas sociales. No se nos dice nada al respecto, pero sí que nunca hizo uso de sus privilegios divinos. Entonces imaginas la dureza de su estancia en la tierra del Nilo, como la de cualquier ciudadano de a pie.

Así como el Padre envió al Hijo también nos envía para que continuemos lo que Él dejó. Y nos envía por un tiempo, somos sus misioneros. No nos avergoncemos, pues, de ser peregrinos, indocumentados para este mundo que a veces no nos reconoce, pero al que debemos entregarnos en la tarea de llevarles el mensaje de las buenas noticias de que el reino de Dios ya está aquí y ahora. Y que luego será muchísimo mejor.  Pero no te librarás de la cola para empadronarte, ni alcanzar el peor sitio en el albergue.  
 

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Muy Personal - Peregrinos y extranjeros