El costoso amor de la disciplina en la iglesia

Los cristianos no siempre comprendemos y practicamos el amor de Dios. Vivir como Dios desea vivamos empieza por obedecer la autoridad de Jesucristo y la Palabra, dentro y fuera de las iglesias.

20 DE ENERO DE 2018 · 22:45

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Es muy común que participando en diálogos o foros entre confesos cristianos nos topemos con lenguajes o posturas que no encajan con la Palabra revelada o con el amor que es característico de la fe que decimos profesar.

Hasta es posible caer en confrontaciones en los que, sin darnos cuenta, pretendemos ser los únicos dueños de la verdad. Si somos sinceros, ninguno está exento de lidiar con esta tendencia, que es transmitida por el anticristo y acusador de los hermanos.

Mientras meditaba en ello, me crucé con el libro ‘Restauración de los Heridos’ (01) que forma parte de mi serie ‘El Pensamiento Cristiano’ sobre libros escritos por hombres y mujeres consagrados que me han ayudado a estudiar mejor la Palabra y a servir al Señor en mi medio.

Con agrado comparto de él este primer artículo que DM completaremos más adelante.

Rescato de sus páginas unos párrafos que demuestran el origen de la autoridad a la que todo cristiano se somete de manera voluntaria y gozosa, para vivir una vida cristiana genuina; esa que transcurre tanto dentro de la familia de la fe, como en la esfera secular donde muchos pasan la mayor parte de su tiempo.

Conocí y traté a uno de sus autores, el Dr. John White (02) cuando era estudiante y militaba en los grupos bíblicos de mi país. Sus enseñanzas serán siempre recordadas por su calidad bíblica, por haber sido compartidas con un gran amor y por estar avaladas por su experiencia científica y profesional en el campo de la medicina psiquiátrica. ¿Me acompañan?

 

El costoso amor de la disciplina en la iglesia

El que ejerce la autoridad.

El hijo del hombre pudo afirmar que tenía autoridad suprema. En muchas ocasiones Él la demostró.

Su predicación y su enseñanza tenían el carácter de la autoridad. Después del Sermón del Monte, ‘la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas’. (03) Él también mereció la atención y el respeto de aquellos a quienes habló. En la sinagoga de Capernaum, donde su enseñanza estuvo acompañada por una demostración de poder, la gente exclamó: ‘¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es esta, que con autoridad manda aun a los espíritus inmundos, y le obedecen?' (04) Su fama se extendió de inmediato.

La reacción de la multitud era significativa. Los rabinos judíos echaban fuera demonios. Practicaban el exorcismo, para lo cual usaban el Nombre sagrado (por lo cual cobraban dinero).

Pero sus rituales exorcistas consumían tiempo. Cuando las multitudes observaban a Jesús, de inmediato notaban la diferencia. Jesús mandaba. Ejercía autoridad, y los demonios obedecían prontamente. Así que sus oyentes atribuyeron a su enseñanza la misma autoridad que los demonios reconocieron en sus órdenes.

Pudiéramos calificar su enseñanza como autenticada por el poder o autenticada por Dios. Tal enseñanza produce convicción.

La persona de un maestro está investida de autoridad cualquiera que sea su posición oficial. Pablo afirmó que su predicación era de esa clase. No fue ‘con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder’. (05)

Autoridad suprema.

Algunas personas pudieran argüir que la autoridad de Cristo era análoga a la autoridad que atribuimos a los médiums y a los que vaticinan las condiciones meteorológicas. Él impresionó a las personas de tal manera que ellas le dieron la autoridad y le atribuyeron un poder que de otra manera no habría tenido. Era como si hubiera surgido espontáneamente en la mente de sus oyentes. No hay dudas de que Él se benefició del apoyo de la multitud.

‘¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿y quién te dio esta autoridad?’ le preguntaron los principales sacerdotes. Cristo desdeñó las preguntas de ellos y los obligó a hacer frente a su propia cobardía.

‘El bautismo de Juan ¿de dónde era? -les preguntó -. ¿Del cielo, o de los hombres?’

Cuando los principales sacerdotes vieron la posibilidad de una trampa política, la comprendieron y, por lo tanto, astutamente evadieron comprometerse. Respondieron: ‘No sabemos.’ (06)  

Sin embargo, la autoridad de Cristo se basa en algo más grande que la astucia política y la atracción de las masas. El se refirió a Satanás con estas palabras: ‘el príncipe de este mundo’. Y correctamente afirmó: ‘... él nada tiene en mí’. (07)

James Kallas (08) tal vez haya simplificado demasiado el misterio de la soberanía de Dios y el sufrimiento humano, pero él tiene razón cuando ve la venida de Cristo a la tierra como ‘un choque poderoso. Una autoridad mayor demostró poder sobre una menor para anunciar la condenación final de Satanás.'

No sólo como Dios, sino como el Hijo del Hombre, Jesucristo penetró en un reino hostil cuando vino a la tierra. Pero por el hecho de que ‘el príncipe de este siglo’ dominaba mediante el poder del mal, y puesto que no había ni huella de mal en el Hombre Jesús, Satanás no podía tener poder sobre Él. La santidad era lo que lo vestía a Él como una armadura. El Espíritu de santidad era lo que irradiaba de Él en ardiente e irresistible autoridad.

No había ni hay límite para su autoridad. Sin embargo, ¿cómo la ejerció Él? ¿Lo hayamos abusando de ella? ¿Impuso Él su ventaja para destruir el poder político de sus adversarios?

Fuera de alguna severa reprensión ocasional, ¿cuándo trató a sus discípulos con algo que no fuera ternura, cortesía y respeto?

‘Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.’ (09)

Él fue el Maestro, el Señor. Sabiendo que estaba a pocas horas de su muerte, Él reconoció que era tanto lo uno como lo otro. ‘Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy.’ (10) Sin embargo, ¿cómo demostró Él la autoridad? Lo hizo dando a la palabra un nuevo contenido.

La autoridad y el poder debían emplearse con mansedumbre para mejorar la pureza y consolar a los demás. No como un gesto teatral, sino en una genuina demostración profética, tomó para sí el papel de un esclavo. El lavó los pies a once discípulos y a un traidor. (11)  Esa conmovedora acción es consecuente con sus palabras y obras a través de su carrera pública. Desde el principio, mientras estaba de pie junto con los pecadores esperando el bautismo, (12)  enseguida al enfrentar la tentación de Satanás, (13) y hasta sus horas finales, se negó a emplear su poder y autoridad para lograr fines personales. Durante su arresto, reprendió la violencia de Pedro con las palabras: ‘Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán. ¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles? ¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras...?’ (14)

A pesar de todo su poder, Jesús nunca perdió la capacidad de comunicarse con el pueblo. Él no exhibió el deseo de poder. Nunca tuvo el deseo de ser jefe. Su enseñanza no requirió que ejerciera dominio. Nunca ningún hombre enseñó como Él. Los buenos líderes producen buenos líderes, y los malos líderes producen malos líderes. Los dictadores y los tiranos producen policías brutales. Cristo produjo a Pedro, que a pesar de su impetuosidad, algún día escribiría:

‘Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos... Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey ... estad ... todos, sumisos unos a otros’(15).

El Señor nos ayude a refrenar nuestras pasiones humanas sin perder sensibilidad ni cordura; a dialogar sin pretensiones de imponer siempre nuestra razón; a escuchar lo que otros piensan y dicen, a veces sin la exactitud necesaria, pero sinceramente, sin hipocresía. Nos necesitamos unos y otros para que la autoridad de la Revelación y el amor divinos nos empodere en Cristo, y seamos fieles testigos de lo que Dios quiere hacer y hace a favor nuestro, y a través nuestro a favor de los demás.

 

Notas

Ilustraciones: cobertura del libro ‘Restauración de los Heridos’; y una de las últimas fotografías de John White.

01.  Versión pdf: https://es.scribd.com/document/188154159/John-White-y-k-Blue-Restauracion-de-Los-Heridos-pdf

02.  John White (1924 – 2002), nació en Liverpool, Inglaterra. Creció en Manchester donde se recibió de médico. Sirvió como fotógrafo aéreo en la IIª Guerra Mundial. Realizó varios viajes misioneros; entre ellos a países detrás de la Cortina de Hierro introduciendo Biblias cuando estaban prohibidas por el régimen comunista. Contrajo matrimonio con Loretta Mae O’Hara en Pennsylvania, EE.UU. y fueron como misioneros de la Misión Nuevas Tribus, a Bolivia en 1955. Tuvieron cinco hijos: Scott, en Bolivia; Kevin y Liana, en Argentina; Miles y Leith en Perú. La familia fue luego a Winnipeg, Manitoba, Canada in 1965, donde John completó su residencia en Psiquiatría. Pastorearon una pequeña comunidad de creyentes que vino a ser la ‘Church of the Way’ (Iglesia del Camino) con alrededor de 400 miembros. Se retiró en los 1980s y la familia se mudó a Pasadena, California, EE.UU. donde se dedicó a escribir. (Se recomienda conocer sus obras). En 1986 regresaron a Canadá siendo asistentes de pastores en la North Delta Vineyard Church (luego Surrey Vineyard Church, o Iglesia de la Viña de Surrey). John sufrió del corazón y batalló con el Alzheimer, antes de partir a la presencia del Señor.

03.  Mateo 7:28,29.

04.  Marcos 1:27.

05.  1ª Corintios 2:4.

06.  Mateo 21:23-27.

07.  Juan 14:30.

08.  James G. Kallas, Presidente del Dana College 1978-1985; citado de su libro ‘Dios y Satanás en el Apocalipsis’.

09.  Mateo 20:25-28.

10.  Juan 13:13.

11.  Ibíd. 13:3-20.

12.  Lucas 3:21, 22.  

13.  Ibíd. 4:1-12.

14.  Mateo 26:52-54.

15.  1ª Pedro 5:1-5.

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