Un rápido psicoanálisis

Sentimos una fuerte tensión al ver lo apartados que están nuestros majestuosos ideales y su pobre relación.

14 DE ENERO DE 2018 · 11:50

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Psicoanálisis significa, originariamente, examen del alma, y tal psicoanálisis es útil si lo dirige honestamente el propio individuo. Examinando nuestra alma, nos será posible aprender como mínimo, cinco verdades sobre todos los seres humanos. Sin entrar en detalles teológicos acerca de los elementos constitutivos del hombre. Sin detenernos en la filosofía del Oriente cristiano que considera al hombre como una tricotomía, es decir, como un “tripartito”, es decir, que consta de tres partes: cuerpo (soma en griego), alma (psykhé) y espíritu (pneuma). Como tampoco nos detendremos en la filosofía que prevaleció en la Iglesia Occidental, con su teoría dicotomista o sistema que supone al ser humano compuesto esencialmente de dos partes: cuerpo y alma, creencia muy común en la Cristiandad. Y como he mencionado el concepto psicoanálisis sólo mencionaré que la Medicina y Psicología modernas admiten dicha unidad antropológica en el ser humano, de forma que nuestra persona es en su definición más simple un sólo ser existencial y en él sus decisiones son un único hecho humano. Existe como un “yo” que tiene inevitablemente una “espiritualidad”, que existe de hecho en la autocomunicación a la materialidad. El ser humano es un sujeto encarnado.

Y en este rápido psicoanálisis de este aprendiz de escribidor, un año más, la primera verdad que analizamos, es que todos somos duales. Sentimos una fuerte tensión al ver lo apartados que están nuestros majestuosos ideales y su pobre relación; al comprobar la lucha entre nuestro ego, con su anhelo por la supremacía y las voluntades ajenas, con sus deseos contradictorios. Hay choques entre nuestras ansias de librarnos de toda restricción y el hecho de que nuestros placeres nos sacan de nosotros mismos. En claro y resumido: es un estado de tensión endémico en el hombre.

La segunda, es que tal conflicto está restringido al hombre. Los animales no conocen la tortura de dudar entre dos diosecillos aparentes que los hagan moverse en direcciones distintas. Esta diferencia nos da la clave de todas las tensiones, porque el hombre tiene alma y el animal no.

Los hombres vivimos rodeados de conflictos porque vivimos suspendidos entre lo finito y el infinito. Somos como escaladores a mitad de la ladera de la montaña que aspiramos a la cumbre y temblamos de temor a caer en los abismos que a nuestros pies tenemos.

La tercera, es que como estamos compuestos de cuerpo y alma, tenemos que elegir entre una de las direcciones en que podemos movernos, por el camino de lo animal o del ser interior con sus constituyentes espirituales pneumatológicos, porque nos cabe ascender o descender. Podemos elevarnos sobre el nivel humano buscando a Dios con todo el apasionado ardor de nuestra alma. También podemos deslizarnos en la desesperación, el fracaso y la melancolía de los que han dejado de buscar a la divinidad y la imagen que de ella llevamos. Los límites de lo humano pueden cruzarse en dos sentidos: hacía arriba, a través de la fe; hacia abajo, a través de la increencia. Todo hombre y a toda hora avanza en una dirección y otra, sin que pueda permanecer normalmente al mero nivel humano, porque nuestros egos son demasiado angostos y escuálidos para servir de morada a nuestras almas.

“Desde el Corazón” pienso que los hombres y mujeres que prescinden de todo esfuerzo para mejorar sus almas y afirman que son felices, nos mienten. Su desesperación puede resultar invisible, pero no es menos real y latente.

La cuarta, es que hay dos barreras que separan a los hombres de encontrar su destino feliz, y las dos pueden hacer que un hombre o una mujer tímidos se desplomen en la desesperación del “sin sentido de la vida”. Hay hombres que no quieren buscar la verdad por sí misma, ni procuran descubrir qué es su vida en resumen, humillando su orgullo lo suficiente para admitir que Dios puede ser distinto a como ellos lo conciben. Otro obstáculo es la negativa a reconocer la divinidad por las exigencias que tal fe debe implicarnos, y porque no osamos afrontar la vida sin los hábitos de avaricia, orgullo, lujuria y egoísmo que la fe nos haría abandonar. No es de sorprender que el cantor de Judea proclamara “dijo el necio en su corazón: no hay Dios”.

Y la quinta, es que el hombre que verdaderamente penetra en sí mismo, nunca queda complacido enteramente por lo que allí encuentra, y su vacío interior puede llevarle a la más triste desolación. Hay dos géneros de vacíos: la vasta oquedad de un cauce seco e imposible de llenar, y la cavidad de un nido dispuesto a dar cobijo a los pájaros que van a nacer. De aquí que haya dos clases de desesperación: la satánica, que se niega a creer en la clemencia de Dios, y la desesperación creativa de los que aspiran a que Dios alivie la incredulidad. La primera forma de desesperación fue la de Judas, que acabó ahorcándose. La segunda fue la de David, cuando exclamó: “ten piedad de mí, Dios, ten piedad de mí”.

Puesto que tal compasión está al alcance de todos los que desesperen de sus conflictos, confusiones e imperfección interna, debe deducirse que el pecado no es lo peor que puede ocurrir a un hombre. Lo peor es la negativa a reconocer nuestros pecados. Si somos pecadores, hay un Salvador. Habiendo un Salvador, hay una cruz. De haber una cruz, hay un modo de amoldarla a nuestras vidas, y nuestras vidas a ella. Hecho esto, la desesperación será eliminada y tendremos “la paz que no puede dar el mundo sólo de materia”.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Desde el corazón - Un rápido psicoanálisis