El cerco adulto impide a los niños ver a Jesús

Jesús es la afirmación del ser en su más alto valor, no importa condición, edad o sexo. El valor de los niños es tan grande que Jesús dice que de ellos es el Reino de Dios.

31 DE DICIEMBRE DE 2017 · 17:00

Larm Rmah / Unsplash,niños
Larm Rmah / Unsplash

En medio de la cultura que vivió Jesús a los niños se le asignaba poco valor. Prácticamente eran desconocidos como personas. En más de una ocasión la Biblia habla de multitudes y las cuantifica con cifras aproximadas; sin embargo, señala que no se contaron “ni las mujeres, ni los niños”.

Esto habla claro de la poca importancia que se les daba a los niños en aquella época. En el libro de Marcos, capitulo 10 en los versos del 13 al 16 se relata la actitud que asume el Maestro frente a algunos niños que se le acercaron.

Los discípulos actuaron como guardaespaldas decididos e intransigentes. Estaban dispuesto a evitarle cualquier “molestia” que estos    curiosos y atrevidos niños pudieran causarles al Maestro.

La actitud de los discípulos era la normalmente aprobada en una sociedad en la que los intereses de los niños estaban en conflicto con los intereses de los adultos que rodeaban a Jesús.

Los chicos querían ver a Jesús de cerca; pero fueron alejados por los adultos de forma grosera fuera de su cercanía. Este gesto podría valorarse como de lealtad y defensa al líder, pero Jesús lo consideró como una ofensa a los niños. Por eso se indigna y con gesto de profunda compasión y ternura hacia los niños rompe el cerco y compensa el agravio de los suyos.

La Biblia señala que, ante todo, Jesús sintió indignación, que no es otra cosa que ese sentimiento que se manifiesta entre el asombro y el desacuerdo rotundo.

Frente a esta situación Jesús aprovechó el momento para destacar el valor de los niños como personas que merecen nuestra atención y cuidado.

No lo hizo dando una charla. Ilustró aquella escena prodigando amor a los muchachos, iluminó las vidas de estos imberbes ofreciendo lo que la cultura y todo el entorno negaba.

Jesús es la afirmación del ser en su más alto valor, no importa su condición, edad o sexo. El valor de los niños es tan grande, que Jesús dice que de ellos es el Reino de Dios.

El gesto de Jesús fue firme, ilustrativo y convincente, por demás. Las Escrituras dicen que Jesús tomó los niños en sus brazos y puso las manos sobre ellos para bendecirlos. “Dejad a los niños venid a mi y no se los impidáis, porque de los tales es el Reino de los cielos.” (San Juan 10:14)

Dijo además que quien no fuera como un niño no podrá ver el Reino de Dios.

Cuando vemos alguna pintura en la que Jesús aparece recibiendo los niños, éstos son los infantes más bellos, tiernos y bien cuidados que se puedan concebir.

Pero este no es el perfil de los niños, según el escenario y las circunstancias, que sugiere el texto bíblico.

Los que Él recibió fueron niños callejeros y sucios, harapientos y traviesos, quizás algunos eran criaturas errantes y abandonadas. Es muy probable que aplicaran para lo que hoy llamamos niños vulnerables.

La actitud de Jesús nos invita a reflexionar sobre el trato que hoy les estamos dando a los niños. Los discípulos entendían que los niños significaban muy poco para permitirles que agobiaran con su presencia y cercanía al Señor. Era mejor darle salida, deshacerse de ellos para que no “molestaran”. Un maestro del nivel de Jesús, en la mentalidad de sus seguidores, no podía tener tiempo para jugar ni prestarles atención a los niños; sin embargo, Él tuvo tiempo para ellos. Yo supongo que a partir de este momento hubo un trato diferente hacia los niños, por lo menos en los linderos de este círculo que rodeaba a Jesús.

Los cristianos vivimos en una cultura y época en la que se habla y se escribe sobre los derechos de los niños. Lo incómodo, lo incomprensible es que tenemos que organizamos para defender a los niños del maltrato que le inflingen sus propios padres y familiares cercanos.

Tenemos que implementar medidas punitivas para controlar el ataque que están recibiendo los niños de esta generación.

Es un ataque que no solo es físico, es moral, es mediático, si cabe el término.

Ser niño ahora es un riesgo en todos los sentidos. Los niños son vulnerables, y los mayores estamos en la obligación de darles protección y cuidado. De alguna manera nuestra actitud, nuestro cuidado de nosotros mismos está limitando el cuidado y la atención que ameritan nuestros niños.

Entendemos que es tiempo de revalorizar los niños, no solo en los papeles. Esto es importante. Pero más que en papeles, los niños de hoy deben ser valorizados y amados como una actitud normal, sin artificios ni compromisos convencionales. Los niños necesitan amor por encima de los convencionalismos o los prejuicios y normas culturales.

Los niños necesitan amor genuino. O por lo menos, nosotros los adultos debemos aprender amar de forma verdadera para que así las leyes y los derechos de los niños sean referencias o controles solo en casos excepcionales y aislados.

Nuestros afanes religiosos muchas veces ocultan a Jesús de los niños con un celo similar al que lo hacían sus discípulos y no nos damos cuenta. Estoy seguro de que, si construimos una cultura que se esmere en el cuidado de los niños, que aprenda amar los niños, estaremos construyendo una sociedad mejor en todos los sentidos.

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