¿Un cosmos eterno?

¿Podrá la ciencia dar una explicación del origen del universo, sin necesidad de Dios?

17 DE DICIEMBRE DE 2017 · 08:40

Foto: Joshua Earle (Unsplash).,
Foto: Joshua Earle (Unsplash).

La creación ex nihilo, o creación a partir de la nada, es una doctrina absolutamente única de la revelación bíblica.

Frente a las diversas teorías e interpretaciones cosmológicas actuales sobre el origen del mundo, la Biblia empieza con estas simples palabras: En el principio creó Dios los cielos y la tierra.

Algunos pensaban que el cosmos era eterno, como ciertos filósofos griegos; otros creían que Dios lo hizo a partir de materia preexistente, como Platón; los gnósticos sirios estaban convencidos de que se produjo por emanación de la sustancia divina y, en fin, los panteístas creen hasta el día de hoy que la creación sería la apariencia que adopta Dios, porque están convencidos de que el mundo es Dios.

Ante tanta especulación humana, la Escritura dice en el AT: Por la palabra de Dios (Jehováh) fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca. (…) Porque él dijo, y fue hecho; El mandó, y existió (Sal 33: 6, 9). Y en el NT: Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía. (Heb 11:3).

Aunque la frase: “crear de la nada” (creatio ex nihilo) no se encuentra en la Escritura, tanto el judaísmo como las iglesias cristianas enseñaron esta doctrina desde el principio, como un acto libre de Dios que debía asumirse por fe.

La aceptaron también las padres de la Iglesia, como Justino Mártir, Ireneo, Tertuliano, Clemente de Alejandría, Orígenes y otros. Ellos creyeron que Dios hace surgir todas las cosas por la palabra, por medio de un sencillo y divino “fiat” (=hágase, sea): Sea la luz, y fue la luz (Gn 1:3). De manera que, según el relato de Génesis, las cosas visibles de este mundo no fueron hechas a partir de otras cosas visibles o palpables por nuestros sentidos.

Otro pasaje significativo es Romanos 4:17: Dios,…el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen. Dios da existencia a lo que no existe, llama a la existencia lo inexistente para darle el ser.

Y esto viene corroborado, en el primer libro de la Biblia, por el empleo del verbo hebreo: “bara” (=crear) que se usa exclusivamente para las producciones divinas y nunca para las humanas.

¿Qué dice hoy la cosmología moderna sobre el origen del mundo? En la actualidad, hay pocas dudas, entre los investigadores, de que el universo se está expandiendo.

Se considera que la llamada “radiación cósmica de fondo” es una especie de “luz fría” residual que evidencia que, en un remoto pasado, hubo una Gran Explosión y que actualmente el universo sigue expandiéndose, cada vez a mayor velocidad. Incluso, algunos científicos creen que la pregunta de cómo empezó el universo, o qué había antes, es ya una cuestión propiamente científica.

Sin embargo, lo cierto es que la mayoría de los físicos no piensan así y se refieren al Big Bang como una “singularidad”. Es decir, como una “frontera primordial”, un “estado de infinita densidad”, más allá del cual no podemos conocer nada desde las ciencias naturales.

A pesar de todo, durante los últimos 25 años, han proliferado las especulaciones cosmológicas y los modelos matemáticos teóricos acerca de cómo se podría haber producido esta Gran Explosión a partir de una fluctuación de un vacío primordial.

Algunos creen que, de la misma manera que las partículas subatómicas emergen espontáneamente en los vacíos del laboratorio, también el universo podría haber surgido de la nada como resultado de un proceso parecido.

Pero, si esto fuera así, ¿podrá la ciencia dar una explicación del origen del universo, sin necesidad de Dios? Muchos cosmólogos y pensadores creen hoy que las solas leyes de la física bastan para explicar el origen y la existencia del cosmos. ¿Estarán en lo cierto? Analicemos algunas creencias actuales que van en este sentido.

1. El universo empezó a existir sin causa:

El físico ruso, Alexander Vilenkin, director del Instituto de Cosmología en la Universidad estadounidense de Tufts (Massachusetts), propuso un modelo muy especulativo que “explica” el nacimiento del universo por efecto túnel cuántico desde la nada.

El efecto túnel es un fenómeno cuántico por el que una partícula subatómica (como un electrón) viola los principios de la mecánica clásica, penetrando o atravesando una barrera de potencial mayor que la energía cinética de la propia partícula. Él cree que algo parecido a lo que ocurre con estas partículas subatómicas podría haber ocurrido con el universo al principio.

Esta “nada”, a que se refiere Vilenkin, sería un estado sin espacio, ni tiempo, ni energía, ni entropía o desorden. Si esto fuera así, implicaría que el universo habría comenzado a existir sin causa, ni explicación, ni razón alguna. El mundo se habría creado a sí mismo sin un creador. ¿Es razonable esta hipótesis teórica?

2. El universo no tuvo comienzo:

Stephen Hawking presenta en su libro Historia del Tiempo (1988) otra especulación diferente. Niega que exista la singularidad inicial, (el momento de la creación) o cualquier otra frontera para la ciencia, simplemente porque, según su opinión, nada puede caer fuera del dominio de la investigación científica.

Apelar a una singularidad inicial (a un momento de creación) sería para Hawking como reconocer una derrota: Si las leyes de la física pudieran fracasar en el comienzo del universo, ¿por qué no podrían fracasar por doquier? (Soler, F. J., 2014, Dios y las cosmologías modernas, BAC, p. 6).

Hawking no se resigna a aceptar un comienzo del mundo y propone una conclusión, que es más teológica o metafísica que científica. Es decir, que el universo no tuvo un comienzo. El capítulo octavo de su libro Historia del tiempo, termina con estas palabras: En tanto en cuanto el universo tuviera principio, podríamos suponer que tuvo un creador. Pero si el universo es realmente autocontenido, si no tiene ninguna frontera o borde, no tendría ni principio ni final: simplemente sería. ¿Qué lugar queda, entonces, para un creador? (Stephen W. Hawking, Historia del tiempo, Crítica, 1988, p. 187). ¿Es semejante planteamiento algo más que un puro anhelo del Sr. Hawking?

3. El universo es eterno:

Andrei Linde, un cosmólogo de la Universidad de Stanford (California), especulando acerca de lo que pudo haber antes de la Gran Explosión (Big Bang), ha desarrollado una teoría según la cual este acontecimiento no sería más que uno de tantos en una cadena de grandes explosiones mediante las cuales “el universo eternamente se reproduce y se reinventa a sí mismo”.

El actual universo no sería más que una especie de burbuja que se hinchó separándose de otro universo preexistente y así sucesivamente. Según Linde, un universo eterno no necesitaría a Dios. Pero, si ni siquiera conocemos por completo el universo que podemos observar, ¿cómo saber si existen o no esos hipotéticos universos burbuja imposibles de detectar en la práctica?

4. Teoría de la selección natural de universos:

Otro físico teórico, Lee Smolin, se imagina también una cadena completa de universos que evoluciona conforme a la teoría de la selección natural cosmológica. Nuestro universo actual formaría parte de una serie infinita de universos autorreproductores, cuyas leyes físicas evolucionarían al ser transferidas.

Los universos que no generaran agujeros negros serían eliminados por esta especie de evolución darwiniana, ya que no tendrían descendencia. Los agujeros negros serían como los hijos de estos hipotéticos universos.

O sea, unas regiones del espacio en cuyo interior existe una concentración de masa muy elevada que genera un campo gravitatorio tan potente que ninguna partícula material, ni siquiera la luz, puede escapar de ellos.

En definitiva, lo que dice Smolin, es que no existe ningún Dios creador sino que los universos se construyen a sí mismos mediante evolución. ¿Acaso no suena todo esto a sustitución de la causa divina original por la eternidad de los universos materiales?

5. Teoría de supercuerdas o de los universos en colisión:

Neil Turok, de la Universidad de Cambridge (Inglaterra), afirma que el nacimiento del universo presente es el resultado de una colisión entre enormes membranas de cuatro dimensiones.

Turok cree que tanto el tiempo como el espacio son infinitos y siempre han estado ahí. El mundo sería eterno tal como proponía la antigua teoría del estado estacionario, por lo que un creador resultaría superfluo. Y, de nuevo, estamos ante lo mismo: el antiguo dilema entre un principio de todas las cosas o bien la eternidad de la materia, el tiempo, el espacio y la energía. ¿Cuál es la verdadera respuesta?

6. Por último, tenemos la famosa teoría del multiverso:

Sir Martin Rees señala que la solución para el llamado “ajuste fino” del universo (la existencia de esos parámetros iniciales tan precisos que se requieren para que se dé la vida) es precisamente la teoría de los múltiples universos o del multiverso.

Si existieran infinitos mundos, sería lógico pensar que en alguno de ellos se dieran las leyes necesarias para la vida y el desarrollo de la conciencia humana. Y este sería precisamente el caso del nuestro. ¡Misterio resuelto! ¡Ya no hay necesidad de Dios porque los universos se crearían a sí mismos!

Todos estos planteamientos cosmológicos intentan explicar desde la razón humana cómo se pudo haber generado el mundo sin la intervención de un Dios creador. No obstante, para algunos pensadores y cosmólogos actuales la respuesta al problema del “ajuste fino” es claramente la providencia y no la coincidencia o el multiverso.

De hecho, la mayoría de los teístas (judíos, cristianos y musulmanes) estamos inclinados a pensar así. Por ejemplo, el filósofo y teólogo cristiano estadounidense, William Lane Craig, se adhiere a la cosmología de la Gran Explosión porque la ve como una confirmación científica de la historia de la creación del Génesis.

Si el universo comenzó a existir, entonces tiene que tener una causa exterior a él mismo, que debe ser el creador. Y, desde luego, hasta ahora, los datos de la teoría del Big Bang le dan la razón.

No obstante, al analizar las diversas posturas cosmológicas actuales, uno descubre que existe detrás de ellas tanto una “teofilia” como una “teofobia”. Quienes creemos en Dios nos sentimos más cómodos con la Gran Explosión porque parece implicar un principio, una creación; mientras que los escépticos prefieren un universo eterno, sin singularidades, y buscan constantemente modelos que así lo confirmen.

Hay toda una carga ideológica detrás de cada modelo cosmológico. Sin embargo, emplear las teorías cosmológicas tanto para afirmar como para negar la creación, ¿no será quizás un camino equivocado y peligroso? ¿No estaremos malinterpretando tanto la cosmología como la doctrina bíblica de la creación? Al pretender “casarse” con un determinado planteamiento temporal de la ciencia humana (tan cambiante o variable), ¿no se estará corriendo el riesgo de tener que “divorciarse” en el futuro?

Veamos qué opinaba al respecto el famoso filósofo y teólogo medieval, Tomás de Aquino, quien ya en su época desarrolló unas ideas muy interesantes.

La creación desde la nada (creatio ex nihilo), en el pensamiento de Tomás de Aquino:

Desde la antigüedad clásica (cuyo mayor representante fuera quizás Aristóteles, que vivió unos 300 años a. C.) hasta los pensadores de la Edad Media, se creía que el universo eterno de la ciencia griega era incompatible con un universo creado de la nada.

La física antigua decía que nada puede provenir de la nada absoluta, por lo que la afirmación de la fe cristiana de que Dios creó todo de la nada, no podía ser cierta. Los antiguos pensaban que como “algo” debe proceder de “algo”, ha de haber siempre “algo” y, por lo tanto, el universo debe ser eterno.

De ahí que la Iglesia católica prohibiera algunos libros de Aristóteles que trataban de tales asuntos, entre otras cosas, porque se creía que cuestionaban la doctrina de la creación.

Hagamos un paréntesis con la siguiente cuestión: ¿Es la “nada” de la física igual que la “nada” de la teología y la filosofía? Hay actualmente una confusión persistente en la concepción del término: “nada”.

El “vacío” de la física de partículas, a que se refieren los cosmólogos modernos, cuya “fluctuación” trae supuestamente nuestro universo a la existencia, no es la “nada absoluta” de la teología.

En este sentido, el cosmólogo Andrei Linde, dijo que en algún momento, hace miles de millones de años, “una minúscula mota de nada primordial estaba de algún modo llena con intensa energía con extrañas partículas”. (The New York Times, 06.02.2001, citado en Soler Gil, Dios y las cosmologías modernas, 10).

Pero, ¡si una mota de “nada primordial” estaba llena de energía y de partículas, es que en realidad era “algo”! Puede que no sea algo como el universo actual, pero es todavía “algo”. ¿Cómo, si no, podría fluctuar o cambiar para convertirse en otra cosa?

La “nada” de las teorías cosmológicas actuales resulta, en el fondo, ser “algo”. Tal como reconoce el astrofísico británico, John Gribbin: “el vacío cuántico es un hervidero espumeante de partículas, constantemente apareciendo y desapareciendo, y proporcionando a la “nada en absoluto” una rica estructura cuántica. Las partículas que aparecen y desaparecen rápidamente son conocidas como partículas virtuales, y se dice que son producidas por fluctuaciones del vacío”. (John Gribbin, In the Beginning, Little Brown & Co,1995, p. 246-247).

Sin embargo, el concepto de “nada”, que es fundamental en la doctrina de la creación a partir de la nada, es radicalmente diferente de lo que entienden por “nada” los cosmólogos.

Hablar de “creación a partir de la nada” es, precisamente, negar que existiera alguna materia o algo preexistente que cambiara y se convirtiera en algo distinto. No hay causas materiales en el acto de la creación. Por lo tanto, dicho acto pertenece al ámbito de la metafísica y la teología, no al de las ciencias naturales.

La creación tampoco es un cambio. Tomás de Aquino, en el siglo XIII, logró elaborar una concepción robusta de la creación a partir de la nada, que hizo honor tanto a los requerimientos de la revelación bíblica como a una explicación científica de la naturaleza.

Tomás distingue entre el “acto de creación” y el “cambio” mediante su famosa frase: creatio non est mutatio (la creación no es un cambio). La ciencia humana sólo tiene acceso al mundo de las cosas cambiantes: desde las partículas subatómicas, a las células, las manzanas, los caballos y las galaxias.

Siempre que ocurra un cambio, debe haber algo que cambia. Todo cambio requiere una realidad material previa o subyacente.

Sin embargo, “crear” es otra cosa; crear es causar la realidad completa de lo existente. Y causar completamente la existencia de algo no es producir un cambio en algo. Crear no es operar sobre algún material ya existente.

Crear es dar la existencia total desde la nada total. La teología afirma que todas las cosas dependen de Dios por el hecho de ser. Dios no es como un arquitecto que construye una casa y se marcha, y dicha vivienda deja de tener para siempre cualquier relación de dependencia con su constructor; el arquitecto podría morir, y la casa seguiría en pie.

La acción de Dios en su creación es muy diferente. Todas las cosas caerían en el no ser, si la omnipotencia divina no las sostuviera continuamente (esto es lo que se conoce en teología como providencia divina).

No es lo mismo “comienzo” del universo que “origen” del mismo. Tomás distinguió también entre el comienzo del universo y el origen del universo. El “comienzo” se refiere a un suceso temporal, y un comienzo absoluto del cosmos sería un suceso que coincidiría con el comienzo del tiempo.

La “creación”, en cambio, es una explicación del origen del universo, o de la fuente de la existencia del mismo, que sólo puede ser algo externo al cosmos, como Dios mismo. De manera que, según esta distinción entre origen y comienzo, Tomás de Aquino, a diferencia de sus correligionarios católicos, no veía ninguna contradicción en la noción de un universo “eternamente creado”.

Porque, incluso si el universo no tuviera un comienzo temporal, -como decían los pensadores antiguos y algunos actuales- seguiría dependiendo de Dios para su mera existencia. Lo que quiere decir “creación” es la radical dependencia de Dios como causa del ser. El creador es anterior a lo creado, pero desde el punto de vista metafísico, no necesariamente desde la perspectiva temporal.

Lo que decía Tomás de Aquino es que, incluso aunque el universo fuera infinito en el espacio y el tiempo, y compartiera con Dios el atributo de la eternidad, continuaría dependiendo del Sumo Hacedor para su existencia.

Dios lo habría creado desde la eternidad. Incluso aunque el universo no tuviera “comienzo” en el tiempo, por ser eterno, seguiría teniendo un “origen”, una causa, que es Dios. Aunque el universo fuera eterno, todavía sería contingente, necesitaría una causa.

Y dado que el tiempo es creado, Dios podría crear un tiempo finito lineal o de cualquier otro tipo. Por tanto, decir que el universo no tiene un comienzo (porque es eterno, como pensaba Aristóteles; o como piensan hoy Stephen Hawking y otros), no pone en cuestión la verdad metafísica fundamental de que el universo tiene un origen, esto es, de que el universo es creado.

Si fuera cierto que hubo una “inflación eterna”, como piensa Andrei Linde (cosmólogo de la Universidad de Stanford), o quizás una serie infinita de universos dentro de universos, todos esos universos continuarían necesitando el acto creativo de Dios para poder existir.

Tal como escribe el historiador de la ciencia, William E. Carroll: No hay ningún conflicto necesario entre la doctrina de la creación y ninguna teoría física. Las teorías en las ciencias dan cuenta del cambio.

Sean los cambios descritos biológicos o cosmológicos, inacabables o finitos temporalmente, siguen siendo en todo caso procesos. La creación da cuenta de la existencia de la cosas, no de los cambios en las cosas. (William Carroll, “Tomás de Aquino, creación y cosmología contemporánea”, en Dios y las cosmologías modernas, p. 14).

A pesar de todo, Tomás de Aquino creía que la Biblia revelaba que el universo no es eterno y que, por tanto, Aristóteles se equivocaba razonando que el universo era eterno. En su opinión, uno no puede saber si el universo es eterno o no, en base a la sola razón. Sólo desde la fe se puede afirmar que el cosmos tuvo un comienzo temporal. Y esto no puede entrar en conflicto con lo que la cosmología puede proclamar legítimamente.

Sentidos filosófico y teológico de la creación: 

Por último, para Tomás de Aquino hay también dos sentidos de creación a partir de la nada, uno filosófico y otro teológico. El sentido filosófico significa que Dios, sin causa material, hace existir todas las cosas como entidades que son realmente diferentes de él, aunque completamente dependientes de él. Mientras que el sentido teológico de creación, además de asumir lo anterior, añade la noción de que el universo creado es finito temporalmente.

De manera que, en la concepción de Tomás de Aquino, la creación se realiza a partir de la nada, porque nada increado preexiste a la creación, no es eterna sino que el acto creador tuvo lugar en el tiempo y es permanentemente dependiente de Dios.

Además, creer que el universo tuvo un comienzo temporal, nunca será contradictorio con lo que las ciencias naturales pueden comprobar legítimamente. Una cosa es empeñarse en elaborar marcos teóricos para apoyar la eternidad del cosmos -como hacen algunos científicos ateos- y otra muy diferente demostrarlos en la realidad.

Veamos ahora algunos errores y malinterpretaciones cosmológicas. La Gran Explosión descrita por los cosmólogos actuales no es la creación del Génesis. Esto ya se ha dicho muchas veces.

Ni la cosmología, ni cualquier otra disciplina científica, son capaces de proporcionar la explicación última de la existencia de todas las cosas. Pero esto no significa que la razón humana tenga que permanecer en silencio respecto al tema del origen del universo.

Que la ciencia sea incapaz de ofrecer la explicación última del cosmos, no quiere decir que tal explicación no pueda alcanzarse por otro camino. Según Tomás de Aquino, ese camino es el de la metafísica.

Teniendo en cuenta su distinción entre “comienzo”, desde el punto de vista temporal, y “origen” desde el creacional, el Aquinate pensaba que la sola razón humana es incapaz de determinar si el mundo tuvo un comienzo temporal. Sin embargo, creía que la sola razón sí podía demostrar que el universo había sido creado porque una cosa es -tal como se ha indicado- el “comienzo” del mundo y otra diferente su “creación”.

Por tanto, podemos concluir resaltando los tres siguientes aspectos:

a) Aunque el universo fuera el resultado de una fluctuación de un vacío primordial -como piensan hoy muchos físicos y cosmólogos- esto no significa que se haya creado a sí mismo

Tampoco es ese vacío primordial la nada de la “creación a partir de la nada” y, cuando algunos científicos dicen que “nunca hubo un Dios”, se salen de lo estrictamente científico y malinterpretan tanto a “Dios” como lo que significa “crear”.

Porque, si no hubiera un creador causándolo todo, no se habría hecho nada, en absoluto. Stephen Hawking, y todos los colegas que piensan como él, se equivocan porque cometen el mismo antiguo error que denunció Tomás de Aquino: confunden ex nihilo (de la nada) con post nihilum (después de la nada).

Creen que al negar que la creación ocurriera “después de la nada”, están negando también que ocurriera “a partir de la nada”. Y no tiene absolutamente nada que ver una cosa con la otra. Un universo que fuera el resultado de una fluctuación de un hipotético vacío primordial, no es un universo autocreado. Y nada impide pensar que no pueda haber sido hecho por algo que existe fuera de él.

b) Otro error que se comete es pensar que “crear” significa lo mismo que “cambiar” o ser una causa del cambio. 

Al negar que hubiera un “cambio inicial”, dicen que Dios ya no tiene razón de ser. Esto es lo que afirma Hawking: Si el universo no tiene “frontera inicial” o comienzo, ¿qué papel le queda a Dios?

Pero, puesto que la creación no es ningún cambio, estas especulaciones cosmológicas, no pueden rechazar nunca realmente la actuación creativa de Dios. De la misma manera, el multiverso, o los universos autorreproductores de algunos cosmólogos, tampoco son universos que se hubieran podido crear a sí mismos.

c) De todo esto, se puede concluir que la causa de la existencia del universo no es una cuestión adecuada para un cosmólogo, ni para la ciencia en general, sino para la filosofía y la teología.

Usar las hipótesis cosmológicas para negar la creación es tan inadecuado como lo contrario, decir que la Gran Explosión (teoría del Big Bang) es una demostración científica de la creación.

Es poco sensato usar malos argumentos para apoyar materias de fe. Además, por mucho que varíen los planteamientos de la cosmología, nunca podrán eliminar la necesidad del acto creador de Dios.

Las explicaciones científicas que se proponen para dar razón de los diversos cambios que ocurren en el cosmos y en la naturaleza, son y serán siempre incapaces de explicar también la propia existencia de las cosas. ¿Cómo llegaron a ser desde la nada? ¿Por qué existe algo en vez de nada?

Todas estas variaciones y proposiciones cosmológicas, a las que nos hemos referido, no son más que especulaciones teóricas. Tal como escribe, con cierta ironía, el divulgador británico, Bill Bryson:

El resumen de lo que dice la cosmología contemporánea es que vivimos en un universo cuya edad no podemos calcular con seguridad, rodeados de estrellas cuyas distancias no conocemos, llenas de materia que no podemos identificar, y operando conforme a leyes físicas que no comprendemos verdaderamente. (B. Bryson, A short history of the nearly everything, o.c. en Nature 424 (2003) 725.)

Sin embargo, ante tantas incertidumbres, los creyentes asumimos lo que afirma la Escritura, que Dios hizo todo lo que se ve, a partir de lo que no se veía. Desde luego, es un acto de fe creer que Dios existe y creó el universo.

Pero este acto de fe puede condicionar toda nuestra existencia. Si Dios creó el cosmos, este mundo le pertenece y él sigue estando en el control de todo. Esto significa que debemos tratar la naturaleza con respeto. Cada criatura sigue estando en las manos de Dios.

No somos producto del azar ciego sino que nuestra vida fue diseñada inteligentemente con un propósito y, por tanto, cada existencia tiene un profundo sentido. Esto, qué duda cabe, condiciona de forma absoluta nuestra actitud ante el mundo así como nuestro comportamiento moral y espiritual.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - ConCiencia - ¿Un cosmos eterno?