¡Ay! Don Roberto ¡Ay!

Me fui pensando en cómo, a veces, nos enseñan los que sufren.

18 DE NOVIEMBRE DE 2017 · 22:15

Foto: Unsplash.,
Foto: Unsplash.

“No trate de levantarse”, le dije al entrar, y me incliné para besarla para impedir que lo hiciera. Estaba sentada en una silla que desaparecía bajo de ella. Vestía de una manera sencilla, una bata negra con estampado menudo.

Sus manos, cruzadas en el regazo sobre un bolsito casi infantil, estaban gastadas. Su cara había sido la de una hermosa mujer, ahora, sus arrugas le daban un rostro de noble envejecimiento.

Ella, sin embargo, era una mujer que sobrevivía, cansada, sin saber dónde poner los ojos y que no resultase una tristeza o una complicación. Me llamó por teléfono, pues tenía necesidad de hablar conmigo, y me sentí mal porque hacía demasiado tiempo que no la había visitado como Pastor, así que traté de dedicarle algo de tiempo.

Al acomodarme en un sillón frente a ella (“estoy mejor aquí, don Roberto –sólo en Canarias me han llamado así , en los sillones me hundo”), vi sus piernas hinchadas y sus pies calzados en unas zapatillas abiertas. Ella siguió mi mirada y su sonrisa traslució algo de su tristeza.

Estamos atravesando una mala racha, don Roberto”, dijo como si se excusara. “Este Octubre hará cuatro años que me pusieron en la lista de espera de la Seguridad Social, para operarme de las varices, y ya ve usted. Yo llamo, claro que llamo, pero deben haber otros pacientes más importantes o más graves. Se les habrá olvidado, pero no le he llamado para hablarle de esto, quien me preocupa es mi marido.

Un hombre bueno, usted lo sabe. Un caballero. Pero ha perdido las ganas de vivir. Empezó a no ver bien, a restregarse los ojos. Con esfuerzo cambiamos de gafas, pero nada, y por fin le dijeron que tenía cataratas, y me eché a temblar. Los ojos son más delicados. Con los coches, con las obras, con las calles levantadas no puede salir solo.

Ya no puede leer bien, no se distrae ni con su colección de sellos, ni ve la televisión… así que ha perdido las ganas de vivir, y a cada dos por tres dice que comprende a Pablo cuando dice: “… para mí el morir es ganancia…” parece otro, está malhumorado, don Roberto, amargadito, y metido en sí. Casi no me habla, siempre mirando a la lejanía, como si estuviese fuera de este mundo ya.

Yo lo comprendo, pero me oscurece el alma, él, un hombre tan alegre, tan dispuesto, y ahora ciego, bueno, como si lo estuviese… la Seguridad Social nos dice que espere para operarse, que tenga paciencia, pero que si quiere, el médico lo puede operar en su clínica privada por un módico precio de 2.550 euros, pero no estamos para eso don Roberto, no estamos, y él se muerde la lengua para no despotricar. ¿A que no hay derecho? y las lágrimas salieron de sus bellos ojos.

Alcanzándole mi pañuelo, me dijo “no se preocupe don Roberto, ya tengo mis pañuelos, pero gracias, sé que usted siempre lleva un par especial”, y volvió a guardar el suyo sin usarlo.

“Dicen que hay medio millón de personas en las listas de espera. No sé si la espera es para operarnos o para que muramos: así se resolvería todo. Y lo que pienso es que hay mucho despilfarro, mucho sinvergüenza y muchas injusticias.

¿Tendremos que llegar mi marido y yo en una patera a Urgencias, para que nos acojan, reciban, rodeen con mantas y nos traten médicamente enseguida?; claro que a lo mejor, como son unas simples varices y unas cataratas, y no somos de la inmigración ilegal, nos devuelven a casa.

Ya ve, don Roberto, mi casa es un Hospital, y a veces pienso que los que lean vuestro Boletín, en donde se dice que se ora por los enfermos, pienso que la Iglesia podría noblemente llamarse ‘Hospital Piedra de Ayuda’.

No es la planta terminal, pero casi preferiría que las molestias fueran algo muy grave para ver si así nos hicieran caso o que se nos tuviera que trasplantar algo, o cambiar de sexo  ¡Inaudito a nuestra edad!  pues así, aunque nada más fuera para el lucimiento televisivo, claro que se nos atendería.

A veces pienso –pese a los años de tal señora- que razona genialmente, que es bien culta e, irónicamente, denuncia injusticias; “adónde van los más de dos billones de euros al año que se gasta el Estado en Sanidad, y que en algunas Autonomías no se sabe dónde están varias centenas de millones, que sería mejor privatizar la Sanidad, pues así sabríamos en qué manos se embolsan los dineros, y de este modo, al menos les podríamos dar la enhorabuena.

No se enfade conmigo don Roberto, no nos ha desengañado Dios, nos están desengañando los hombres, y en estos días de aflicción, mucho más. Sabemos mi esposo y yo que tenemos un hogar celestial, y cuando usted predica sobre el Cielo, da gusto, pero algo aquí quisiéramos experimentar en este tiempo”…

Estuve con ellos un poco más, oré con ellos, no hice disertación teológica alguna y al marcharme me dijo la hermana: “gracias don Roberto, por no señalarnos los comentarios teológicos, al igual que los amigos de Job, que fueron buenos técnicos, pero nulos consoladores; con escucharnos, ya nos ha hecho bien… y me fui pensando en cómo, a veces, nos enseñan los que sufren, y recordé también a mi madre, cuando ya delicada de salud, y yo en plan broma le decía: mamá, ya que dices que el Señor te ama mucho ¿por qué no hace un milagro contigo? y me contestaba: “ya lo hace hijo, ya lo hace, cada vez que te interesas por mí, me es milagro”.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Desde el corazón - ¡Ay! Don Roberto ¡Ay!