Olor a ajo

En la Biblia, los ajos se mencionan en una sola ocasión (Nm. 11:5), a propósito del recuerdo nostálgico de los israelitas en su peregrinación por el desierto.

18 DE NOVIEMBRE DE 2017 · 22:10

Foto: Sebastien Marchand Unsplash.,
Foto: Sebastien Marchand Unsplash.

Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos. (Nm. 11:5) 

El ajo (Allium sativum) es una planta tradicionalmente clasificada dentro de la familia de las liliáceas, aunque actualmente se discute si no habría que ubicarla en las amarilidáceas.

Es oriunda del Asia central y se la cultiva en huertas desde tiempos muy remotos. Igual que otras especies del mismo género, como la cebolla (Allium cepa), el puerro (Allium ampeloprasum var. porrum) y el cebollino (Allium fistulosum), tiene una gran importancia comercial y alimentaria.

Los ajos no se conocen en estado silvestre. La planta echa un bulbo redondeado compuesto por numerosos gajos llamados “dientes”. El tallo crece hasta una altura de uno o dos palmos, lleva hojas planas y alargadas, mientras que sus flores son blanquecinas o rojizas.

Todas las partes de dicha planta, pero sobre todo el bulbo, contienen unas sustancias sulfuradas muy volátiles que le dan ese fuerte olor característico a los ajos. Se trata de la alicina y el disulfuro de alilo. Las virtudes medicinales que se le atribuyen son casi innumerables.

Los ajos tienen poder bactericida y eliminan ciertos microbios patógenos de la flora intestinal pero sin perjudicar a las bacterias beneficiosas. También bajan la presión sanguínea a los hipertensos y constituyen un remedio natural para combatir los efectos nocivos del tabaquismo, como las alteraciones cardíacas y de los vasos sanguíneos, así como las perturbaciones digestivas.

El principal inconveniente de los ajos tomados crudos es el desagradable olor que se difunde por todo el cuerpo. Cocidos, sin embargo, pierden su mal olor, aunque también sus propiedades benéficas.

Esta planta llegó al Medio Oriente y Egipto hace por lo menos unos cuatro mil años. Los antiguos egipcios la cultivaban y la usaban no sólo como condimento sino también como alimento y por sus virtudes medicinales.

Formaba parte de la dieta habitual de los obreros y esclavos que trabajaban en la construcción de las pirámides funerarias. Los ajos fueron también consumidos tanto por los griegos como por los romanos.

En la Biblia, los ajos se mencionan en una sola ocasión (Nm. 11:5), a propósito del recuerdo nostálgico de los israelitas en su peregrinación por el desierto. Encontraban a faltar los alimentos de Egipto.

El pueblo se queja contra Moisés porque está cansado de comer siempre lo mismo, el maná que Dios les proveía. Hay que tener en cuenta que entre los hebreos había otras gentes de diversas procedencias y costumbres (Ex. 12:38) y no es de extrañar que las quejas del populacho partieran precisamente de tales grupos.

Muchos anhelaban el pescado, las frutas y las verduras que consumían en el país del Nilo. En vez de pensar en el futuro de liberación que les esperaba, en la tierra prometida por Dios, quieren volverse atrás, a la esclavitud del pasado.

Es el peso del materialismo sensual desmedido del ser humano frente a la fe en las promesas espirituales de un más allá mejor. La lucha característica de todo mortal. El deseo de volver a la seguridad y el confort, aunque para ello haya que renunciar incluso a la libertad y la esperanza.

Evidentemente, tal actitud de desconfianza desatará la desaprobación divina. ¿Por qué? Porque sin fe es imposible agradar a Dios y es menester que todo aquel que desee ser creyente y permanecer próximo a la divinidad, se olvide un poco de los ajos cotidianos y crea en el sumo hacedor y en sus promesas eternas (He. 11:6).

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