Regreso a la esperanza

Percibo que vivimos en un mundo inundado de soledad, de desamor, de frío, de indiferencia hacia lo genuinamente espiritual.

16 DE SEPTIEMBRE DE 2017 · 21:45

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Ya estoy de regreso. Vengo de un hermoso pueblo que fue capital del Reino de Asturias hasta el año 774. Pueblo de una población en la que se estableció el rey Don Pelayo, que si mis recuerdos siguen fieles a los estudios de Bachiller, me traen a la memoria que desde allí, don Pelayo (que en tono de humor decíamos: “don Pelayo fue mi yayo) emprendió con sus gentes acciones sobre los territorios del norte de España, como único foco de resistencia al poder musulmán una vez desaparecido el Reino visigodo. En sus términos tuvo lugar en el año 722 la Batalla de Covadonga, donde don Pelayo venció a las fuerzas musulmanas y consolidó un poder y prestigio que le permitió permanecer independiente y fundar el primer reino cristiano posterior a la derrota de los visigodos en la Batalla de Guadalete. Y que en los libros de “Formación del Espíritu Nacional” enfatizaban que las victorias fueron debidas a las vírgenes de Covadonga y de Guadalete.

Vengo de pasar un tiempo de exposiciones bíblicas, junto y para las “Iglesias de Cristo en España”, hermoso pueblo cristiano e Iglesias que siguen amando el Evangelio y teniendo clara su identidad Cristiana y Evangélica.

Regreso con el hermoso ejemplo cristiano vivido junto a hermanos de diferentes Iglesias de España. Y con la gratitud y el bagaje aprendido y fortalecido, regreso a mi “Desde el Corazón” para volver semanalmente a mis artículos, que como aprendiz de escribidor, ni son tan profundos para tratarlos a través de un ensayo, ni tan universales como para merecer en hueco en periódico secular alguno. Son temas nuestros, para nosotros –domésticos, cotidianos, chicos, afectuosos, políticos, cristianos- como cartas entregadas en propia mano que se reciben mejor. Quiero seguir instalado en la zona cordial pero también desbordada en denuncia de lo que “Desde el Corazón” piense que está mal y que hay que proclamarlo. Quiero acertar en los momentos minoritarios de la mayoría.

“Desde el Corazón” percibo que vivimos en un mundo inundado de soledad, de desamor, de frío, de indiferencia hacia lo genuinamente espiritual. No siempre somos verdaderos –porque no sabemos, o no nos atrevemos, o no queremos serlo-. No siempre tenemos esperanza: esa virtud pequeña, con las piernas más cortas que la caridad o la fe: esa hermana menor, que arrastra cuando corre, a las otras mayores. Y “Desde el Corazón” me pregunto ¿qué sería del mundo si no hubiera esperanza? y ¿cómo va a haberla si sacamos de las aulas al Maestro de la esperanza: Jesús; si cada vez profundizamos menos en las indubitables enseñanzas del Evangelio sobre esta virtud? ¿no tiene acaso un claro valor que desde los más de 120 mandamientos prácticos de los Evangelios, Jesús ordenase más de 20 veces: “No temáis”. “Confiad”. “No os turbéis”?. Está claro que nos dirigía hacia un mundo sin miedos, a unas vidas de esperanza, a una riqueza de valores interiores que sobrepasara las engañosas esperanzas seculares.

Con frecuencia, la inseguridad nos hace hostiles: herimos a los demás tanto más con nuestros escudos que con nuestras armas. Sin duda, una vacilante cortedad (la que no tienen los niños aún sin animalarse) nos frena en los sanos e imprescindibles contactos con los otros. Y, el recelo que nos alimenta los medios de comunicación y los políticos de estadismo anoréxico, nos transforma en crustáceos crispados y erizados. Y la suspicacia nos cierra, nos coarta, nos enmudece las emociones y el elogio dispuesto a la alegría y a ensalzar los valores absolutos. 

Andamos juntos, viajamos a tropel como muertos. El temor a no ser bien recibidos nos impide que nos reciban. Y, sin embargo, nadie sabe su verdadero nombre hasta que no es llamado por una voz ajena. 

El ser humano es pecador, y puede ser justo, torpe, deslumbrante, competidor, suicida, menesteroso, inagotable, ruin, magnifico, egoísta, insustituible. El ser humano es a la vez Caín y Abel. Es lo que tenemos. Eso, en lo secular, es lo único con lo que contamos. Pero la humanidad que Dios creó en el ser humano puede regenerarse con la vida del Espíritu. Estamos hechos con el barro de la tierra pero también con la imagen del Creador. Con el barro podemos hacer una cárcel o un palacio. Por eso, si me lees, te invito a la esperanza. Te invito a que te preguntes: ¿cuál es el centro de mi vida?. ¿Para qué vivo?. ¿Alrededor de qué estás edificando tu vida?. ¿Cuál es tu máxima esperanza?. Puedes centrarla alrededor de tu carrera, tu trabajo, tus negocios, tu familia, un deporte o diversión, dinero, entretenimiento o muchas otras actividades. Todas ellas buenas, pero no son el centro de tu vida. Ninguna basta para sostenerte cuando la vida comienza a desmoronarse. Necesitas un centro inconmovible. El rey Asa le dijo al pueblo de Judá que “centraran sus vidas en Dios”. Realmente, cualquier cosa que sea el centro de tu vida constituye tu dios. Cuando entregamos el centro de nuestra vida a Cristo, en lenguaje del Senador Pablo “que habite en los corazones” sucede lo que promete la Biblia: “la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento cuidará vuestros corazones y vuestros pensamientos”… esto sí que es inmarcesible esperanza.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Desde el corazón - Regreso a la esperanza