Cataluña y los distintos puntos de vista

Frente a un mismo hecho, siempre puede haber diferentes interpretaciones, precisamente por los distintos puntos de vista desde los que se parte.

09 DE SEPTIEMBRE DE 2017 · 20:22

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El 11 de julio de 2010, en el Estadio Soccer City de la ciudad de Johannesburgo, Sudáfrica, se jugó la final del mundial de fútbol. Con un gol de Andrés Iniesta en el minuto 116, España se llevó la victoria frente a la selección de los Países Bajos.

Yo no soy muy aficionada al fútbol, pero ese día acompañé a la peña de jóvenes que se presentó en casa para la ocasión, y vi el partido entero, en medio de la expectativa, la tensión y el sufrimiento que estas contiendas suelen generar.

Dos días después, un colaborador de este periódico, José de Segovia -tan aficionado al fútbol como yo, me temo-, hizo una reseña del citado partido y de cómo lo vivió, entre otras cosas. La culpa de la derrota de Holanda, decía, fue del árbitro. Y yo me quedé pensando si habíamos estado viendo el mismo partido, porque desde la península se vivió de otra manera…

Esta pequeña introducción la traigo a colación porque es evidente que, frente a un mismo hecho, siempre puede haber diferentes interpretaciones, precisamente por los distintos puntos de vista desde los que se parte.

La cuestión de Cataluña también es un buen ejemplo. Y es ahí a donde yo, humildemente, pretendo acercarme hoy de nuevo.

Escribo el jueves por la mañana, después de que ayer el Parlament de Catalunya aprobara la Llei del Referèndum. Y, en medio de todo este jaleo que nos traemos entre manos, voy a exponer (y quizá me repito) algunas de las ideas o argumentos que se manejan desde aquí. No por orden de peso, no por preferencia popular, ni tampoco por absoluta validez teórica como premisa. Pero es lo que hay, y cerrar los ojos a esta realidad –como si no existiera- y no abordarla quizá son los polvos que nos han traído estos lodos.

Y empiezo la relación. 

Por aquí no se considera que el concepto de patria con la delimitación actual del territorio (la que quedó dibujada después del tratado de París en 1898 donde se perdieron Cuba y Filipinas, más la venta de las Islas Marianas, Carolinas y Palaos por el tratado hispano-alemán en 1899, más el abandono del llamado Sahara Español en 1976 sin traspasar la soberanía…), no se considera, digo, algo sacrosanto e inamovible por la eternidad. Y esta visión es un hecho no sólo en Cataluña sino también en muchos lugares de Europa, como referente más cercano. Patria es otra cosa.

Otra de las ideas que aquí no tiene calado en general es que las leyes tengan también este rango sagrado e inmutable que se pretende, la Constitución Española del 78 tampoco. Son consensos que, como herramientas, permiten la convivencia durante un tiempo, hasta que cambia el paradigma y dejan de ser útiles por obsoletas y porque lastran la vida de los ciudadanos. El 60% de la población española no la votó, y de los que votaron, algunos de los más ardientes constitucionalistas a día de hoy votaron que NO, que no la querían. Qué cosas.

Una de las afirmaciones que aquí se considera un insulto flagrante, por atentado a la inteligencia, es la afirmación de que es más democrático no votar que votar, o que los verdaderamente demócratas no irán a votar el 1-O. ¿Perdón? No ha acabado de colar, ya digo.

Otra de las cuestiones que choca es el tema del diálogo, tan traído y llevado de boca en boca, pero que al final venía a decir: “Hablemos, dialoguemos; podéis hablar de cualquier tema… menos del que queréis hablar, menos del tema que os preocupa”. Sí señor.

Ya he dicho al empezar que todo esto que reseño es cómo lo ve y lo vive mucha gente aquí en Cataluña.

También se hace una distinción clara entre legítimo y legal. Ya citamos, creo, que la esclavitud, por ejemplo, era legal, pero era legítimo pretender abolirla. No insisto.

¿Y qué razones se pueden tener, desde Cataluña, para querer bajarse del carro? Pues el parecer es que todas y ninguna. Porque no hacen falta. Porque en democracia un cambio de voluntades debe ser considerado como razón suficiente, sin argumentos históricos, ni de agravios. Es cuestión de consultar las opiniones, de ponerse de acuerdo una mayoría, y decidir. Para esto cabe señalar, por si alguien no se percata, que las urnas no es que sean necesarias: es que son imprescindibles.

Otro de los asuntos que se ponen sobre la mesa y aquí deja perplejo al personal es el de pretender que es pertinente que el resto de comunidades autónomas decidan sobre el destino de Cataluña. Se entiende como que un vecino pretende decirte de qué color tienes que pintar las paredes de tu casa, qué muebles y cortinas comprar, y cómo educar a tus hijos. Los catalanes tampoco se creen con derecho de votar sobre temas de Castilla-La Mancha ni del País Vasco, por ejemplo.

“¡Es que esto que ocurre con Cataluña no se ha visto antes!”. Ya. ¿Y?

La voluntad era llevar a cabo un referéndum pactado con el Estado, pero no ha podido ser. La demanda ha sido, durante siete años, pacífica, clamorosa, multitudinaria. Primero se ha negado la evidencia. Luego se ha pasado a la burla, al desprecio y al ninguneo. Después se ha pasado al acoso, mediante medidas de asfixia económica, destrucción de estructuras necesarias (la sanidad catalana, por ejemplo), y finalmente toda la caballería desde la judicialización de lo que son cuestiones políticas. Es como en los casos de los divorcios malos, una pena.

Ahora hay quien propone reformas constitucionales, y con unos aires de suficiencia… ¿Ahora? ¡A buenas horas, mangas verdes! Siete años de tiempo. O cinco. Muchos, en todo caso.

Uno de los datos que un demócrata ‘verdadero’ consideraría es que el 80% de la población catalana quiere expresarse sobre la cuestión del futuro político de Cataluña. Se quiere votar, tanto para decir que SÍ como para decir que NO. Y es que aquí la gente quiere votar… en una supuesta democracia. Pues eso.

Es evidente que en Cataluña hay discrepancia, por este tema que consideramos… y por muchos otros. Pero no hay conflicto social, ni disturbios, ni violencia callejera. Ni la ha habido en todos estos años. Y en todas las casas y en todas las familias hay pareceres contrarios respecto a esta cuestión, y se siguen queriendo, y celebrando la Navidad y los cumpleaños juntas. Se ha hablado, se ha discutido, en ocasiones se ha faltado al respeto –es verdad-, e incluso ha habido escenificación de bronca, como ayer en el Parlament. Pero hay que observar y ver, y procurar formarse un criterio propio, mirando de sopesar reflexiones y argumentos, abstrayéndose de los medios parciales y subvencionados (de aquí, de allá, de todas partes) que pretenden “informarnos”.

En Cataluña se es consciente de que algunas personas en el mundo miran a este pequeño país. Y algunas de ellas, de personalidad relevante, no condenan lo que ocurre, ni las aspiraciones y demandas.

Yo no sé si había otra manera, que seguro que sí, pero visto lo visto no sé cuál hubiera podido ser. Y muchos de mis conciudadanos tampoco. Cuando todo es NO, y más NO, desde aquí tampoco parece tan descabellado haber tirado por la calle de en medio.

Están locos, estos catalanes. Puede que sí. Pero muchos más bien están en aquello de I have a dream. De empezar de nuevo, de construir, de procurar dejar atrás los defectos y corrupciones del pasado.

Y, locura o no, un poco de todo esto es lo que hay.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Desde mi balcón - Cataluña y los distintos puntos de vista